Este libro trata el
contradictorio esfuerzo humano de supervivencia y reproducción para conquistar
y transformar su entorno a través de una asignación desequilibrada de recursos
económicos, entre los cuales la tecnología, como creación de la mente humana,
es una prolongación del cuerpo para reemplazar su esfuerzo, la demanda por
capital es proporcional a la oferta de trabajo, y la naturaleza resulta
demasiado limitada para las ilimitadas necesidades humanas que satisfacer.
Patricio Valdés Marín
Registro de propiedad
intelectual Nº 169.033, Chile
Prefacio a la colección El universo, sus cosas y el ser humano
El formidable desarrollo que ha experimentado la tecnología
relacionada con la computación, la informática y la comunicación electrónicas
ha permitido el acceso a un inmenso número de individuos de la cada vez más
gigantesca información. Por otra parte, existe bastante irresponsabilidad en
parte de esta información sobre su veracidad por parte de algunos de quienes la
emiten, tergiversando los hechos. Además, mucha de la información produce alarmas y temores, pues aquella gira
en torno a intrigas, conspiraciones, crisis y amenazas. Habría que preguntarse
¿hasta qué punto esta información refleja la compleja realidad? ¿Cuánta de toda
esa información es verdadera? ¿En qué nos afecta? Como resultado hemos entrado
en una era de desconfianza, relativismo y escepticismo. Sin embargo la raíz de
ello debe buscarse más profundamente.
Nuestras ideas son representaciones subjetivas y abstractas
de una realidad objetiva y concreta, pero la realidad es profundamente
misteriosa y nuestro intelecto es bastante limitado para aprehenderla. De este
modo se intentará reflexionar en forma
sistemática y unificada sobre los temas más trascendentales de la realidad. En
este discurrir, deberemos mantenernos críticos, en el sentido de análisis y
juicio referido a la realidad, pues dichas ideas no son “claras y distintas”,
como supuso Descartes. El filosofar que podemos emprender debe intentar
entender tanto el sentido último del universo, sus cosas y los seres humanos
como servirles de fundamento racional. Replanteándolo todo hasta querer
bosquejar un nuevo sistema filosófico, un nombre apropiado para esta obra de
diez libros podría ser simplemente El
universo, sus cosas y el ser humano.
Vivimos en un periodo histórico ya denominado posmodernismo,
que se caracteriza por el derrumbe de los dogmas religiosos y sistemas
filosóficos tradicionales a consecuencia del enorme progreso que ha tenido la
ciencia moderna y su método empírico, contra cuyo descubrimiento de la realidad
no pudieron sostenerse. Sin embargo, la antigua sabiduría respondía de alguna
manera a las preguntas más vitales de los seres humanos: su existencia, su
sentido, el cosmos, el tiempo, el espacio, la vida y la muerte, Dios, la verdad,
el pensamiento, el conocimiento, la ética, etc., pero la ciencia, que ocupó su
puesto, no ha podido responderlas, ya que no son esas preguntas su objeto de
conocimiento. Por la ciencia entramos en una época de enorme conocimiento y
certeza, pero si no se es fiel a la verdad que devela, es fácil caer en el relativismo: ahora todo es opinable y no se
respeta ninguna autoridad, en cambio se pide respetar a cualquiera por
cualquier sonsera que esté diciendo; existe poca o ninguna crítica; aparecen
gurúes, charlatanes y falsos profetas por doquier, mientras la gente permanece desorientada
y escéptica; se divulga falsedades por negocio, fama o intereses espurios.
No se trata de revivir los antiguos dogmas religiosos y
sistemas filosóficos, sin embargo, 1º las preguntas que responden al ¿qué es?
filosófico, más que el ¿cómo es? científico, que éstos intentaban responder
están tan plenamente vigentes hoy, ya que sin aquellas nuestra vida sería vacía
y que la filosofía emergió como un esfuerzo racional y abstracto para conferir
unidad y racionalidad al mundo, y 2º, la ciencia sigue con firmeza develando
esta tan misteriosa realidad, puesto que no fue hasta el desarrollo de aquella
que el mundo comenzó a ser entendido como sujeto a leyes naturales y
universales de relaciones causales. En consecuencia, esta obra requerirá llegar
a los grados de abstracción que demanda la filosofía y a partir de justamente
la ciencia intentará responder a las preguntas más vitales. El criterio de
verdad que la guiará son las ideas universales y necesarias de ‘energía’ para
lo cosmológico y la complementariedad ‘estructura-fuerza’ para el universo
material.
EL CONTEXTO CÓSMICO
DE LA OBRA
Parafraseando el inicio del Evangelio de s. Juan (Jn. 1, 1),
afirmaremos, “En el principio, estaba la infinita energía”. La energía, que no
se crea ni se destruye, solo se transforma —según reza el primer principio de
la termodinámica—, que no debe ser pensada como un fluido, ya que no tiene ni
tiempo ni espacio, que su efectividad está relacionada con su discreta
intensidad, que es tanto principio como fundamento de la materia, no puede
existir por sí misma y debe, en consecuencia, estar contenida o en dependencia.
Y Dios la causó y liberó en un instante, hace unos 13 mil setecientos millones
de años atrás, la codificó y la dotó de su infinito poder, creando el universo
entero. La cosmología llama “Big Bang” a esta ‘explosión’ y se puede definir
como un traspaso instantáneo, irreversible y definitivo de energía infinita a nuestro
material universo en el mismo instante de su nacimiento. La energía que este
agente suministró al universo, tal como si fuera un sistema, no termina en
desorden, sino sirve para generar y estructurar la materia. El Big Bang, que
sería el soplo divino, es también el instante del punto del comienzo de la
creación y es igualmente el manto que, desde nuestro punto de vista, envuelve
todo el universo. En el mismo grado
que el objeto que se aleja cercano a la velocidad de la luz del observador, que
de acuerdo con la contracción de FitzGerald se acorta en el eje común entre
objeto y observador, aseveramos que, con el fin de mantener la simetría, el
plano transversal del objeto a este eje se agranda recíprocamente hasta
identificarse con la periferia de nuestro universo. Inversamente, la
teoría especial diría que para un observador situado justo en el Big Bang, Dios
en este caso, el tiempo habría sido tan grande que ni una fracción
infinitesimal de segundo habría transcurrido. Una vez más, para este observador
la distancia se habría reducido a cero, como si el Big Bang fuese la base de un
tronco que sostiene la inmensidad del universo, dándole unidad a través de una
inmensa relación causa-efecto. Dado que todo el universo tuvo un origen único y
común, entonces las mismas leyes naturales gobiernan todas las relaciones de
causa-efecto entre sus cosas. Para la causa del universo entronizada en el Big
Bang, a pesar de estar a alrededor de 13,7 mil millones de años de distancia en
el pasado, cada parte del universo estaría en su propio tiempo presente,
mientras que la manifestación de causalidad estaría recíprocamente presente en
todo el universo.
El universo conforma una unidad en la energía que no admite
dualismos espíritu-materia, como los postulados por Platón, Aristóteles o
Descartes. Así, el universo, en toda su diversidad, está hecho de energía y
nada de lo que allí pueda existir puede no estar hecho de energía. Tales de
Mileto, considerado el primer filósofo de la historia, postuló al “agua” y sus
tres estados como clave para incluir la diversidad del universo; después de él
otros sugirieron diversos entes como fundamento de la cosas; tiempo después
Parménides inventó el concepto de “ser” para darle unidad a la realidad,
concepto que hechizó a toda la filosofía posterior; ahora proponemos la idea de
“energía” para este mismo efecto metafísico. Si desde Heráclito la filosofía
comenzó a especular sobre el cambio que ocurre en la naturaleza, la ciencia
observó por doquier a conjuntos relacionados causalmente como sistemas que se
transforman de modo determinista según las leyes naturales que los rigen y ella
los reconoció, más que cambios, como procesos. El tiempo y el espacio del
universo están relacionados con el proceso. Ambos no son categorías kantianas a priori que residen en nuestra mente.
El tiempo proviene de la duración que tiene un proceso y el espacio procede de
su extensión. La infinidad de interacciones originadas en el Big Bang
constituyen el espacio-tiempo del universo, donde cada ser u observador existe
en su tiempo presente y todo lo demás está entre su próximo y lejano pasado,
estando el Big Bang a la máxima distancia y siendo lo más joven del universo.
La velocidad máxima de las interacciones es la de la luz. La fuerza
gravitacional es el producto de la masa que se aleja con energía infinita de su
origen en el Big Bang a dicha velocidad y que forzadamente se va separando
angularmente del resto de la masa del universo, por lo cual el universo es una
enorme máquina que, por causa de su expansión radial (no como un queque en el
horno), genera la fuerza de gravedad, teniendo como consecuencia su pérdida
asintótica de densidad. Y esta fuerza más el electromagnetismo y las otras dos
que ellas causan dentro de la estructura atómica producen la incesante estructuración
y decaimiento de las cosas.
Algunos científicos creen observar un completo
indeterminismo en el origen del universo, pudiendo éste haber evolucionado
indistintamente y al azar en cualquier sentido. No consideran que el universo
haya seguido la dirección impresa desde su origen según las propiedades de la
energía primordial y la relativa estabilidad de lo que se estructura. De modo
que la energía primigenia se convirtió en el universo y fue desarrollándose y
evolucionando, auto-regulado por lo posible en cada posible escala estructural.
La energía comprende los códigos de la estructuración de las partículas
fundamentales de la materia. Estas partículas poseen máxima funcionalidad, ya
que adquirieron entonces energía infinita, lo que las llevó a viajar a la
máxima velocidad posible (la de la luz) desde el Big Bang. El universo que
percibimos es estructuración de
energía en materia en dos formas básicas, como masa según la famosa ecuación E
= m·c² y como carga eléctrica (positiva y negativa). La conversión en carga
eléctrica requirió también mucha energía. La fuerza para vencer la resistencia
entre dos cargas eléctricas del mismo signo es enorme. Se calcula que solamente
100.000 cargas (electrones) unipolares reunidas en un punto ejercerían la misma
fuerza que la fuerza de gravedad de toda la masa existente de la Tierra.
Infinitos y funcionales puntos o centros atemporales y adimensionales de
energía generan el espacio-tiempo del universo al interactuar entre sí y
relacionarse causalmente mediante también energía, estructurando enlaces
relativamente permanentes, generando la diversidad existente, que se rige por
el principio complementario de la estructura y la fuerza, y produciendo energía
cinética y/o ondulante que podemos sentir, que nos puede afectar y que mediante
éstas también podemos afectar a otras cosas.
El mundo aparecía naturalmente a nuestros antepasados como
caótico y desordenado, existiendo allí tanto nacimiento, gozo y regeneración
como sufrimiento, muerte y destrucción. Ellos se esforzaron en dar
explicaciones para dar cuenta de esta arbitraria situación y que resultaron ser
mayormente míticas. Ahora, por medio de la ciencia moderna, podemos entender
objetivamente este mundo y su evolución y desarrollo. El dominio de la ciencia
comprende las relaciones de causa-efecto que producen el cambio en la
naturaleza, determinadas según sus leyes naturales, siendo válido para todo el
universo, y que es virtualmente todo lo que sabemos con mayor, menor o total
certeza. Las hipótesis científicas concluyen en la definición de las leyes
naturales que rigen la causalidad del universo a través de la demostración
empírica y la observación. La ciencia devela que en el curso de su existencia
el universo ha ido evolucionando y se ha ido desarrollando hacia una
complejidad cada vez mayor de la materia, la que se ha venido estructurando en
escalas incluyentes cada vez más multifuncionales. Desde las estructuras
subatómicas, atómicas, moleculares y biológicas, hasta las psicológicas,
sociales, económicas y políticas, la estructuración en escalas mayores y más
complejas no ha cesado. Las estructuras, que se ordenan desde las partículas
fundamentales hasta el mismo universo, son unidades discretas funcionales que
componen estructuras de escalas mayores y cada vez más complejas (por ejemplo,
solo existe un centenar de tipos de átomos relativamente estables y unos 50.000
tipos de proteínas) y son formadas por unidades discretas funcionales de
escalas menores. La estructura más compleja y de mayor funcionalidad es el ser
humano, el homo sapiens del orden
mamífero de los primates.
Como todo animal con cerebro, que ha venido adaptativamente a relacionarse con
el medio a través del conocimiento, la afectividad y la efectividad y que
necesita satisfacer sus instintos primordiales, fijado por la especie, de
supervivencia y reproducción, el ser humano es capaz de generar estructuras
psíquicas (percepciones e imágenes) a partir de la materialidad biológica y
electro-química de este órgano nervioso central y de las sensaciones que
proveen los sentidos. Pero a diferencia de todo animal el más evolucionado
cerebro humano tiene capacidad de pensamiento racional y abstracto, pudiendo
estructurar en su mente todo un mundo lógico y conceptual, a partir de
imágenes, y que busca representar el mundo real que experimenta y comprender el
significado de las cosas y de sí mismo. Él estructura en su mente relaciones
lógicas, ontológicas y hasta metafísicas y también puede comprender las
relaciones causales de su entorno. Para ello se ayuda del sistema del lenguaje
que emplea primariamente para comunicarse simbólicamente con otros seres
humanos y también para acumular información y desarrollar aprendizaje y
cultura. La realidad que conoce es la sensible y, por tanto, material. Su
accionar más humano en el mundo es intencional y responsable, ya que emana de
su libre albedrío, que es producto de su razonar deliberado. En esta misma
escala su afectividad, más allá de sensaciones y emociones, se estructura
propiamente en sentimientos. Persiguiendo vivir la vida con la mayor plenitud
posible, los individuos humanos se organizan en sociedades que buscan la paz,
el orden, la defensa, el bienestar y la explotación de los recursos económicos
a través de la cooperación y la justicia, pero muy imperfectamente, ya que
algunos fuerzan satisfacer necesidades individuales de modo desmedido y otros
dominan y explotan al resto. Son objetos (no sujetos) de los derechos
reconocidos como fundamentales por la sociedad civil, y resguardados por sus
instituciones de poder político.
Cuando el ser humano reflexiona sobre el por qué de sí
mismo, llegando a la convicción de su propia y radical singularidad, su
multifuncionalidad psíquica es unificada por y en su conciencia, o yo mismo,
pero no de modo mecánico, sino transcendente y moral. La transcendencia es el
paso desde la energía materializada, que se estructura a sí misma y es
funcional, hasta la energía desmaterializada que la persona estructura por sí
misma. Si el individuo se estructura a partir de partes que anteriormente
pertenecieron a otros individuos y pertenecerán en el futuro a nuevos
individuos, la persona se estructura a partir de energía que permanecerá en lo
sucesivo estructurada. La conciencia humana es el advertir que el yo (el
sujeto) es único y que su existencia transcurre en una realidad objetiva que su
intelecto le representa como verdadera. Pero transcendiendo esta materialidad
que ella conoce, está lo llamado “espiritual” y viene a ser la estructuración
de la energía como producto del intencionar, en lo que llamaremos conciencia
profunda, forjándola indeleblemente en sí de un modo desmaterializado. El punto
de partida de este tránsito a lo inmaterial es la acción intencional, que
depende de la razón y los sentimientos y que se relaciona al otro a través del
amor o el odio; ésta se identifica con el ejercicio de la libertad y con la
autodeterminación, siendo lo que caracteriza al ser humano. La conciencia
profunda reconoce que la realidad, no es solo material, sino que también es
transcendente, y la puede conocer con otros “ojos” que ven la experiencia
sensible, los cuales podrían abrirse completamente solo tras la muerte
fisiológica del individuo. El alma no preexiste en un mundo de las Ideas, al
estilo de Platón, para unirse al cuerpo en el momento de la concepción, sino
que se fragua en el curso de la vida intencional. Esta metempsicosis transforma
lo inmanente de la cambiante materia en lo transcendente de la energía
inmaterial. La estructuración de una mismidad singular como reflejo de la
actividad psíquica de su particular deliberación es el máximo logro de la
evolución que, a partir de materia individual, produce energía estructurada.
Así, el ser humano puede definirse, más que como animal racional, como un
animal transcendente que transita de lo animal a la energía personal. Desde
esta perspectiva el sentido de la vida es doble: vivir plena y conscientemente
la vida y estar consciente de la vida eterna y sus demandas. Estas
explicaciones son especulativas y no se asientan ciertamente en conocimiento
científico alguno, pues están fuera del ámbito de lo material, ya que solo
conocemos lo sensible, pero está en sintonía con los sucesos místico y
parapsicológico reconocidos y surge de superar el dualismo del ser metafísico
por la energía que incluye tanto lo material como lo inmaterial.
Y cuando la muerte, propia de todo organismo biológico,
desintegra la estructura del individuo, subsiste la persona, que es propiamente
la estructura del yo mismo puramente de energías diferenciadas que se han
unificado en la conciencia profunda durante su vida. La muerte supone la
destrucción irreversible del vínculo de la energía estructurada del yo mismo,
inmortal, con su cuerpo de materia estructurada que la contenía,
manifiestamente incapaz ahora de existir. Considerando que ya no resulta
necesario satisfacer los instintos biológicos de supervivencia y reproducción,
como tampoco estar sujeto a ningún otro instinto, en su nuevo estado de
existencia el yo personal se libera del consumo de energía de un medio material
y, por tanto, de la entropía, lo que significa también que su acción ya no
puede tener efectos sobre la materia. Asimismo, desaparecen nuestros atesorados
conocimientos y experiencias de la realidad del universo material que
percibimos a través de nuestros sentidos animales como también nuestra forma de
pensamiento racional y abstracto y memoria basados en el cerebro biológico.
Surgiría una forma nueva, inmaterial, transcendental, de pura energía, pero
implícita en la conciencia profunda, incomparablemente más maravillosa para
conocer y relacionarnos que corresponde a esa insondable y misteriosa realidad
que se presentaría, todavía imposible de conocer en nuestra vida terrena. Pero
la persona, ahora reducida a lo esencial de su ser, necesitaría y buscaría afanosamente
un contenedor de su propia y estructurada energía para poder manifestarse y
expresarse en forma plena de conexión. La esperanza es que quien en su vida ha
reconocido de alguna manera a Dios y ha sido justo y bondadoso según, por
ejemplo, la enseñanza evangélica, estará finalmente, cuando muere, en
condiciones de acceder al Reino de misericordia, amor y bondad, que Jesús
conoció (¿a través del fenómeno EFC?) y anunció, y existir colmadamente. De ahí
que su condición en la “otra vida” sea un asunto de opción moral personal
durante su vida terrena. Al no estar inmerso en la materialidad, ya no se
interpone el espacio-tiempo que lo mantiene separado de Dios. Así, la energía
liberada originalmente por Dios retorna a Él estructurada en el amor.
Los libros de esta obra se enumeran y titulan como sigue:
Libro I, La materia y
la energía (ref. http://unihum1.blogspot.com/),
es una indagación filosófica sobre algunos de los principales problemas de la
física, tales como la materia, la energía, el cambio, las partículas
fundamentales, el espacio-tiempo, el big bang, la forma y el tamaño del
universo, la causa de la gravitación, agujeros negros, y llega a conclusiones
inéditas.
Libro II, El
fundamento de la filosofía (ref. http://unihum2.blogspot.com/),
analiza lo que relaciona y lo que separa a la filosofía y a la ciencia; expone
la concepción histórica de la relación entre la idea y la realidad, la razón y
el caos; critica a la filosofía tradicional en lo referente a la dualidad
espíritu y materia que proviene de la antigua antinomia de lo uno y lo
múltiple, y sienta nuevas bases para una metafísica a partir del conocimiento
científico.
Libro III, La clave
del universo (ref. http://unihum3.blogspot.com),
expone la esencia de la complementariedad de la estructura y la fuerza como el
fundamento del universo y sus cosas, que es coextensiva del ser y que es el
tema tanto de la ciencia como de la filosofía, con lo que se supera toda
contradicción entre ambas ramas del saber objetivo.
Libro IV, La llama de
la mente (ref. http://unihum4.blogspot.com/),
se remite a una teoría del conocimiento que identifica las funciones
psicológicas del cerebro, en tanto estructura fisiológica, con generadores de
estructuras psíquicas, siendo ambas estructuras propias de nuestro universo de
materia y energía, y descubre que las imágenes y las ideas son estructuraciones
en escalas superiores que parten de las sensaciones y las percepciones de
nuestra experiencia.
Libro V, El
pensamiento humano (ref. http://unihum5.blogspot.com),
desarrolla una nueva epistemología que busca descubrir los fundamentos del
pensamiento abstracto y racional en las relaciones ontológicas y lógicas que
efectúa la mente humana a partir de las cosas y sus relaciones causales.
Libro VI, La esencia de la vida (ref. http://unihum6.blogspot.com/), se refiere principalmente al reino animal, del cual el ser humano es un miembro pleno, en cuanto es una estructuración de la materia en una escala superior.
Libro VI, La esencia de la vida (ref. http://unihum6.blogspot.com/), se refiere principalmente al reino animal, del cual el ser humano es un miembro pleno, en cuanto es una estructuración de la materia en una escala superior.
Libro VII, La decisión
de ser (ref. http://unihum7.blogspot.com/),
trata de una de las funciones de los animales, la efectividad, que
específicamente en el ser humano se estructura como voluntad, que proviene de
su actividad racional, que se manifiesta en su acción intencional, que es
juzgada por la moral, la ética y la norma jurídica, y que confiere sustancia y
sentido a su vida.
Libro VIII, La flecha
de la vida (ref. http://unihum8.blogspot.com/),
en las fronteras de la reflexión filosófica y aún más allá, intenta explicar la
relación de lo humano con lo divino, la que comienza por la capacidad natural
del ser humano para reconocer y alabar la existencia de lo divino, y la que
termina en una invitación divina a una existencia en su gloria.
Libro IX, La forja del
pueblo (ref. http://unihum9.blogspot.com/),
analiza una filosofía política que parte del ser humano como un ser tanto
social como excluyente, tanto generoso como indigente, para indicar que la
máxima organización social debe estar en función de los superiores intereses de
la persona, finalidad que se ve entorpecida por anteponer artificiosamente el
derecho al goce individual a los derechos de la vida y la libertad.
Libro X, El dominio
sobre la naturaleza (ref. http://unihum10.blogspot.com/),
estudia el contradictorio esfuerzo humano de supervivencia y reproducción para
conquistar y transformar su entorno a través de una asignación desequilibrada
de recursos económicos, entre los cuales la tecnología, como creación de la
mente humana, es una prolongación del cuerpo para reemplazar su esfuerzo, la
demanda por capital es proporcional a la oferta de trabajo, y la naturaleza
resulta demasiado limitada para las ilimitadas necesidades humanas que
satisfacer.
Deseo expresar mi reconocimiento y mis más vivos
agradecimientos a mi esposa Isabel Tardío de Valdés. Sin su paciencia, apoyo
moral y cariño esta obra no habría sido posible.
Patricio Valdés Marín
CONTENIDO
Prólogo
Capítulo 1. Detrás de economía
Los mitos bíblicos que sustentan la economía moderna
Reflexiones sobre la economía
Economía, sociedad y Estado
Capítulo 2. La producción económica
La estructura económica productiva
La materia prima
El trabajo
El capital
La tecnología
Capítulo 3. La economía de crecimiento
Pensamiento del crecimiento económico
El paradigma de la economía contemporánea
Capítulo 4. La economía de mercado
El mercado
La planificación y el mercado
Capítulo 5. La economía capitalista
Privatización, acumulación y concentración del capitalismo
La ideología liberal
El neoliberalismo
La democracia republicana y el capitalismo
La economía de mercado
La eficiencia
La inequitativa relación trabajo-capital
La tecnología
Capítulo 6. La economía globalizada
El fenómeno de la globalización
El trabajo
El Estado
La empresa
Los privilegios de una nación
Capítulo 7. La economía sustentable
Los límites del crecimiento
El capitalismo y la ecología
Desarrollo sustentable
PRÓLOGO
La economía trata de la explotación de los recursos
naturales para transformarlos en bienes y servicios para satisfacer las
múltiples necesidades de la población humana. Es un arte más que una ciencia, y
se refiere a la actividad colectiva donde la sociedad entera participa en sus
procesos de producción, intercambio, distribución y consumo. Esencialmente, la
economía consiste, por una parte, en la producción de bienes y servicios a
través del dominio, control, gestión, organización y administración de los
factores de producción y, por la otra, en el establecimiento de un mercado para
la distribución y la comercialización de dichos bienes y servicios. Puesto que
el control de la economía demanda poder y también confiere poder, genera un
permanente conflicto entre las clases sociales, el que suele subir de tono. En
la economía neoliberal la posesión privada del capital otorga el poder
requerido al capitalista para controlar la economía y, por ende, la política.
Desarrollo y crecimiento económicos son los conceptos claves
que aparecen en el pensamiento y la teoría económica. El interés de los
economistas consiste esencialmente en comprender cómo la economía funciona en
la realidad con el objeto de intervenir políticamente para maximizar su
desarrollo y crecimiento. En este sentido, la economía es una ciencia que
estudia lo que sucede en la escala de la sociedad civil y entre naciones, y
discute la acción política más conveniente a ejecutar según el objetivo
nacional. Si un individuo trabaja para satisfacer sus necesidades, mejorar su
existencia y asegurar su futuro, una nación, en búsqueda del orden y la paz,
del la estabilidad y el poder, persigue el desarrollo y el crecimiento.
El valor de los productos puede ser determinado por una
autoridad central, por un productor o un consumidor monopólico, por un acuerdo
entre los productores, o puede ser el que resulte de la libre oferta y demanda
que en el mercado se produzca por los bienes y servicios. La estructura del
mercado está compuesta por dos subestructuras: el mercado como órgano sensible
y regulador del sistema, y los agentes económicos libres que venden y compran.
Una economía de mercado es incompatible con una economía dominada por el
capital –pues el excesivo poder del capital rompe el equilibrio del mercado–,
pero no lo es con una economía planificada; ambas se complementan. La
planificación es necesaria tanto en la escala nacional que busca el bien común
como en la escala empresarial que persigue una utilidad.
En la economía moderna, más que los seres humanos
individuales y el Estado, las empresas son las unidades discretas de la
estructura económica productiva y distributiva. La producción está constituida
por unidades discretas llamadas factores de producción. Uno de éstos es la
materia prima, que corresponde a los elementos en su estado inicial con
respecto a un proceso productivo dado. Otro factor es el trabajo, que es la
actividad humana ocupada en producir. La gestión es el factor encargado de
dirigir y administrar la empresa. El capital es otro factor y es
fundamentalmente trabajo acumulado destinado a financiar la empresa y su
proceso productivo. Por último está la tecnología, que es capital invertido en
procurar extensiones al trabajo donde la actividad humana es ineficiente y
costosa.
El capitalismo, nombre dado a una economía donde la
propiedad del capital es privada, ha sido el motor del gigantesco desarrollo de
la economía que caracteriza nuestra época desde la Revolución Industrial ,
probando ser un sistema económico que funciona exitosamente para producir y
distribuir enormes cantidades y variedades de bienes y servicios. Sin embargo,
la ética humanista lo critica por ser la antítesis de la igualdad natural y la
equidad moral de los seres humanos. Parte importante del problema es, por un
lado, que el capital privado tiende a concentrarse y acumularse, llegando a
adquirir un poder excesivo que avasalla el poder político, y, por el otro, su
ética que se basa en el egoísmo, contraponiéndose al hecho antropológico que
subraya la solidaridad. Pero lo fundamental del problema es que en el mercado,
mientras siempre existe gran demanda por capital, existe también gran oferta de
trabajo, lo que genera un desequilibrio primordial beneficiando al capital y
castigando al trabajo.
El orden económico capitalista es ahora global. La
globalización de la economía no es otra cosa que la extensión del capitalismo
fuera de las fronteras nacionales y su acceso a todo el mundo. Llegó a su
plenitud con el término de la Guerra Fría.
Con sus enormes recursos políticos, militares y económicos el capitalismo
resultó vencedor sobre alternativas socialistas que descansaban sobre economías
estatistas y planificadas centralmente. Lo que ganó fue el comercio mundial y
la posibilidad de que el capital pueda ser invertido en cualquier lugar del
planeta con garantías plenas de que no será expropiado. Lo contradictorio del
capitalismo es que para ser efectivo precisamente como modelo de desarrollo nacional,
necesita desenvolverse en espacios sin fronteras nacionales.
La economía de desarrollo y crecimiento se nutre de la
explotación acelerada de la naturaleza del planeta. Necesita incesantemente
nuevos recursos naturales que explotar. Mientras éstos existan, el sistema
capitalista y su cultura basada en el exitismo y el consumismo seguirán
impulsando la expansión económica. Sin embargo, los recursos naturales son finitos.
De proseguir esta tendencia, se produciría una crisis de insospechadas
consecuencias. El desarrollo sustentable aparece como una salida a este ominoso
futuro. El problema es que el desarrollo sustentable es incompatible con el
capitalismo.
CAPÍTULO 1 – DETRÁS DE LA ECONOMÍA
La economía trata de
la explotación de los recursos naturales para transformarlos en bienes y
servicios con el objeto de satisfacer las múltiples necesidades de la población
humana. Es un arte más que una ciencia, y se refiere a la actividad colectiva
donde la sociedad entera participa en sus procesos de producción, intercambio,
distribución y consumo a través del dominio, control, gestión, organización y
administración de los factores de producción. También la sociedad participa en
el establecimiento de un mercado para la comercialización de dichos bienes y servicios.
Puesto que el control de la economía demanda poder y también confiere poder,
genera un permanente conflicto entre las clases sociales, el que suele subir de
tono.
Los mitos bíblicos que sustentan la economía
moderna
Los mitos nos sirven para explicarnos los fundamentos de la
misteriosa realidad en una forma tan significativa que nos aparecen cercana a
nuestra cotidiana experiencia. Aunque ellos son necesariamente interpretaciones
parciales de la realidad, sirven para que podamos acercarnos a su comprensión,
permitiéndonos actuar en consonancia. Por consiguiente, los mitos en los que
llegamos a creer llegan a determinar en último término nuestra acción. En la
cultura occidental la economía es una actividad humana que está especialmente
sustentada en los mitos del paraíso relatados en el libro del Génesis y que han
tenido enorme influencia en moldear nuestras creencias y valores. Allí existen
mitos acerca de la relación del ser humano con la naturaleza, del trabajo y de
la posibilidad de recuperar el paraíso perdido a través de la actividad
económica.
En relación a la naturaleza, es potente el mito del libro
del Génesis: “Y creó Dios al hombre a imagen suya, a imagen de Dios los creó, y
los creó macho y hembra; y los bendijo Dios, diciéndoles: «Procread y
multiplicaos, y henchid la tierra; sometedla y dominad sobre los peces del mar,
sobre las aves del cielo y sobre los ganados y sobre todo cuanto vive y se
mueve sobre la tierra»” (Gen 1, 27-28). Desde el punto de vista económico, este
mito supone desde luego que la naturaleza es distinta de Dios ―a diferencia de
la concepción que se tiene de ella por parte de pueblos primitivos que la
consideran sagrada por contener en sí múltiples divinidades― pero, además, que
ha sido entregada al ser humano para disponer de ella en su propio beneficio, y
que su explotación no tiene límites, pues es una donación divina.
Adicionalmente, el mérito que tiene este mito es comprender
exactamente la esencia de la economía. En efecto, la economía se define en
términos de sometimiento y dominio. De este modo, el “someted y dominad”
describe propiamente el ámbito de la economía. La economía es dominio sobre los
recursos naturales, sobre el trabajo que los transforma en bienes y servicios,
sobre el conocimiento para explotarlos y transformarlos, sobre el mercado donde
éstos se distribuyen para el consumo y la satisfacción de la multiplicidad de
necesidades humanas, todo ello con el objeto de ejercer irrestrictamente el
poder que tanto individuos como colectividades logran capitalizar sin mayores
consideraciones de tipo ético o social, como un derecho natural dado por Dios.
A regañadientes se acepta la legislación restrictiva a la actividad económica.
El mismo libro del Génesis es fuente del mito que para comer
se debe trabajar y que el trabajo es esfuerzo y sufrimiento. “Al hombre (Dios)
le dijo: «Por haber escuchado a tu mujer, comiendo del árbol de que te prohibí
comer, diciéndote: no comas de él, por ti será maldita la tierra; con trabajo
comerás de ella todo el tiempo de tu vida; te daré espinas y abrojos y comerás
de las hierbas del campo. Con el sudor de tu frente comerás el pan hasta que
vuelvas a la tierra, pues de ella has sido tomado; ya que eres polvo, y al
polvo volverás»” (Gen 3, 17-19). Aunque probablemente no única, la
identificación de trabajo con sufrimiento es propia de la cultura occidental.
El esfuerzo que demanda el trabajo se considera doloroso. Probablemente, otras
culturas podrían suponer que se trata más bien de un juego o de un medio de
reconocimiento social. De este modo, el someted y dominad bíblico es
recíprocamente esfuerzo y dolor. Un venado pasta, un lobo caza, un ave anida, y
ejecutan estas acciones con gusto. Pero sólo el ser humano trabaja. Se supone
que sólo mediante un trabajo esforzado y duro es posible transformar las cosas
naturales en cosas artificiales que permitan satisfacer mejor las necesidades
humanas. La cultura occidental enfatiza la disciplina laboral, y desde la
infancia los niños aprenden hábitos de trabajo, siendo su deber asistir a
largas y aburridas clases, hacer tareas y reducir el juego natural de la
infancia a una pequeña porción del tiempo disponible.
Sin embargo, desde la revolución industrial, que ha
demandado el trabajo de millones de seres humanos, pero que ha posibilitado
innumerables formas de trabajo, ha emergido la idea de que el trabajo es
también algo, no sólo gratificador, sino que realizador. Muchos profesionales
dedican su vida a perseguir metas difíciles y laboriosas por una cierta
“vocación” que los impulsa a este esfuerzo que procura muchas compensaciones de
orden existencial. Desde la
Primera guerra mundial la mujer aprendió que podía desempeñar
trabajos reservados para hombres, permitiéndole no sólo su propia realización
vocacional, sino que también su independencia económica.
También en el libro del Génesis se encuentra otro mito, el
referido a la descripción del Paraíso. Podemos leer: “Plantó luego Yahvé un
jardín en Edén, al oriente, y allí puso al hombre a quien formara. Hizo Yahvé
brotar en él de la tierra toda clase de árboles hermosos a la vista y sabrosos
al paladar... Salía de Edén un río que regaba el jardín y de allí se partía en
cuatro brazos... Tomó pues, Yahvé al hombre, y lo puso en el jardín de Edén
para que lo cultivase y guardase” (Gen 2, 28-15). Pero más adelante en el
relato, nos enteramos que la primera pareja fue castigada con la pérdida del
Paraíso por desobedecer a Dios. Este mito no sólo intenta explicar nuestra
condición humana de sufrimiento, dolor y muerte, sino que también apunta a un
destino que supera tales males y que había sido perdido por la desobediencia de
origen.
Recogiendo este perenne anhelo, el mito milenarista concibe
la posibilidad de retornar al paraíso perdido. El paraíso se concibe como un
estado de paz y armonía donde la vida transcurre llena de felicidad y
abundancia. El mito decimonónico ha hecho suyo el mito milenarista, agregándole
que a través del trabajo y la mecanización se conseguirá la abundancia y la
satisfacción de las necesidades materiales para todos. Incluso en pleno siglo
veinte se llegó a pensar que la tecnología y la automatización podrían hasta
reemplazar el esfuerzo humano y obtener los productos necesarios para toda la
humanidad. El mito socialista le había agregado por mano de Lenin: “de cada uno
de acuerdo a su capacidad, a cada uno de acuerdo a su necesidad”. De este modo,
en el socialismo ha surgido la creencia que es posible el esfuerzo solidario y
compartir lo producido según las necesidades individuales.
El mito del dominio y el mito del Paraíso, que se
contradicen en cuanto la economía engloba fuerzas sociales tanto centrípetas
como centrífugas, deben convivir forzadamente. La economía es fuente tanto de
esfuerzo solidario como de la más vil explotación.
Si la economía era una materia escasamente desarrollada en
el mundo tribal primitivo, reduciéndose a actividades colectivas de caza y
recolección, en la actualidad de la economía neoliberal y de la economía
globalizada, hay quienes creen que ella podría superar los antagonismos humanos
siempre que se pudiera establecer el libre mercado y la total apertura
económica. Sin embargo, de modo similar al fascismo, el comunismo o el nazismo,
esta utopía está condenada a fracasar en este intento. El neoliberalismo impone
una concepción del ser humano que parte del positivismo inglés de un individuo
egoísta, quien, persiguiendo su propia satisfacción, consigue sin siquiera
buscarlo la satisfacción de todos.
Pero olvida que el capitalismo, que está detrás de él,
privilegia a los poseedores del capital en desmedro del trabajado, generando
inconmensurables diferencias entre ricos y pobres. Omite además la tendencia
centrípeta del afán por la supervivencia y la reproducción, que en un medio
tribal se hacía de modo solidario y cooperativo, es potenciada en el medio
completamente individualista de la economía neoliberal. Además deforma el
pensamiento político al sostener que la economía es una actividad individual
que es ajena a la sociedad civil y es independiente del Estado. Por último
supone, sin crítica alguna, que crea las condiciones de libertad para que cada
cual pueda trabajar y, a través de su esfuerzo, obtener los medios para
satisfacer sus necesidades, en circunstancias que quien realiza el trabajo sólo
obtiene una participación muy menguada de la riqueza que produce.
Reflexiones sobre la economía
La primera reflexión que cabría hacer sobre la economía es
que ésta es una actividad humana que intenta liberarnos del determinismo
biológico de la supervivencia, que es común a todos los seres vivientes. Este
determinismo lleva a los seres vivos a satisfacer sus necesidades vitales en un
medio que necesariamente contiene algunos recursos vitales escasos,
cumpliéndose el principio evolutivo de la supervivencia del más apto en un
ambiente de competencia. Si los recursos fueran más abundantes, el número de
comensales aumentaría, con lo que se volvería al nivel de escasez inicial y a
la competencia, indicando que la economía libera, pero a costa de conflictos.
Desde el punto de vista puramente fisiológico, el ser humano
pertenece a la especie de seres vivos menos adaptada de todas a un medio
particular. Sin embargo, su inteligencia abstracta y racional, que lo distingue
de todas las otras especies, le permite ser la especie más flexible y dúctil
para vivir en distintos ambientes. Crea tecnologías, que no son otra cosa que
extensiones de su cuerpo, y se empeña trabajando para explotar distintos nichos
ecológicos, es decir, distintos recursos naturales, resultando ser usualmente
más eficiente que los competidores de otras especies en el nicho que elige para
depredar o, que es lo mismo, utilizar.
Además, la inteligencia humana, a diferencia de la de los
animales, que viven exclusivamente en el presente, es capaz de desarrollar
proyectos de futuro en base a la experiencia obtenida y la experimentación. La
economía es entonces la actividad humana dedicada a explotar racionalmente los
recursos naturales, no sólo para satisfacer las necesidades de una población
humana en forma inmediata (como es el caso de los animales), sino también para
asegurar que estas necesidades serán satisfechas en el futuro.
La actividad económica, aunque es social y colectiva, no es
necesariamente fraternal. Los sistemas económicos son socialmente injustos,
favoreciendo a algunos más que a otros. Los bienes y servicios son
relativamente escasos y no alcanzan para todos, quedando algunos con
abundancias y muchos con carencias. La producción requiere trabajo, que es una
actividad humana que implica esfuerzo, sacrificio y sufrimiento, y debe ser
forzada de alguna u otra manera, pero que se resume en el adagio paulino “quien
no trabaja, no come”. En el origen de las guerras y los peores sufrimientos
humanos está la economía. Los pueblos más civilizados se caracterizan por la
búsqueda de la justicia, la equidad y la fraternidad, y tratan de dar solución
a los siete pecados capitales (lujuria, gula, avaricia, pereza, ira, envidia y
soberbia) que contiene la economía en su búsqueda del bien común.
Una serie de preguntas están detrás de la economía: ¿Cómo
utilizar recursos? ¿Cómo explotarlos mejor? ¿Cómo hacer trabajar a los seres
humanos, quienes son más dados a la indolencia y al juego? ¿Cómo organizar el
trabajo para que sea más productivo? ¿Cómo obtener mayores beneficios de lo que
se produce? ¿Cómo establecer mercados? ¿Cómo acceder a los mercados? ¿Cómo no
sólo mantenerse allí, sino que incrementarlos y mejorar su posicionamiento? Y
últimamente, ¿cómo producir más sin dañar a la naturaleza?
Todas estas preguntas pueden englobarse en una sola: ¿cómo
desarrollar la economía y hacerla crecer?, pues, “crecimiento” aparece como la
palabra clave de la economía moderna. La economía no es una actividad estática
relativa a la producción y distribución de bienes y servicios, sino que se trata
del dominio, control, gestión, organización y administración creciente de los
factores de la producción de mayores y más variados bienes y servicios a partir
de recursos naturales y humanos, y también de establecer mejores y distintos
mercados donde distribuir y comercializar lo producido.
Sin duda, entre las fuerzas que intervienen en la economía
la principal proviene de la misma actividad humana. Ésta actúa ya sea
directamente, como fuerza muscular, ya sea dirigiendo y controlando las fuerzas
tanto naturales como humanas que son utilizadas en los procesos de obtención,
elaboración y distribución de productos, ya sea inventando técnicas y creando
tecnologías para obtener productos nuevos, mejores y más económicos. Aunque la
actividad laboral es fuente de gran gozo cuando se domina el arte de
transformar las cosas, se aprecia el producto terminado, se colabora en un
esfuerzo común y se obtiene la retribución por el esfuerzo comprometido, la
industrialización impone una desagradable carga y rutina al trabajador, siendo
el ritmo de la máquina la que marca la cadencia a su actividad, pues está más
interesada en producir más al menor costo posible, relegando a la trastienda
los elementos que hacen grato el trabajo.
Lo producido por la actividad económica son cosas y
acciones, estructuras y fuerzas, que los economistas llaman “bienes” y
“servicios”. Lo que distingue a estas cosas del resto es que, en primer lugar,
son productos de la actividad humana y, en segundo término, son utilitarias, es
decir, sirven para satisfacer necesidades concretas de los seres humanos. En
este segundo respecto toda cosa que, en último término, sirve para satisfacer
necesidades humanas constituye una riqueza, concepto sobre el que se volverá
más adelante. Las necesidades humanas conforman el motor de la actividad
económica, pues inducen a producir los bienes y servicios que permiten
satisfacerlas.
La economía tiene numerosos actores humanos. Estos comandan
los recursos, están tras la producción y distribución de los bienes y servicios
y también están en el consumo o ahorro de lo que se produce. De ahí podemos
distinguir a trabajadores, inversionistas, terratenientes, gestores,
productores, profesionales, inventores, policías, planificadores, comerciantes,
consumidores, ahorrantes, burócratas, etc. También podemos distinguir entre la
fábrica, la oficina y el mercado. En la fábrica las materias primas son
transformadas en bienes. En la oficina el conocimiento se convierte en
servicios. En el mercado, que es el lugar donde los distintos recursos y la
variedad de los bienes y servicios que se produce se convierten en mercancías,
el conjunto de actores económicos se reúnen en compradores y vendedores de
mercancías. Usualmente, el lugar donde opera el mercado no es físico, sino que
virtual. Allí los productores se relacionan con los consumidores a través de
los bienes y servicios.
Todo lo expresado más arriba puede ser encontrado en textos
introductorios de economía. Pero habría que ser terriblemente ingenuo si
supusiéramos que la economía tratara simplemente de la organización social y
tecnológica destinada a la satisfacción de las necesidades materiales de los
seres humanos. Los humanos somos seres terriblemente complejos. A diferencia de
los animales, estamos conscientes de que somos mortales y de que algún día
moriremos, dando bruscamente término a todo el esfuerzo desempeñado durante
toda una vida con el único objetivo de sobrevivir.
Desde luego, no nos conformamos de ninguna manera con el
hecho aterrador de que la muerte representa el fracaso más rotundo de todos los
esfuerzos desplegados para nuestra supervivencia individual. Muchos harán lo
indecible para impugnar y hasta negar al manifiesto destino inscrito en nuestro
genoma biológico. Buscaremos toda forma que nos asegure de alguna manera u otra
la eternidad. El poder, la gloria y la riqueza han sido los recursos favoritos
que los seres humanos han buscado en sus vanos intentos por conseguir la vida
inmortal. De allí que el concepto “necesidad humana” sea tan amplio que abarca
desde la indigencia más total hasta la pequeñísima privación que existe para la
superabundancia, desde la miseria más abyecta hasta la mínima carencia que
falta para abarcar toda la infinita gama de la diversidad posible. Para quien,
siendo fatalmente limitado y mortal, pretende la gloria y la inmortalidad a
través de la posesión de riquezas, las necesidades son imposibles de
satisfacer.
Por consiguiente, un hecho que muy pocos estarían dispuestos
a reconocer es que la economía, más que vincularse objetivamente con la
producción y distribución de bienes y servicios, contiene una carga de
irracionalidad y egoísmo que se manifiesta, por ejemplo, en fundarse sobre el
concepto netamente burgués del derecho inalienable sobre la propiedad privada,
aunque degrade valores antropológicos vitales, como la solidaridad. Detrás de
la defensa absurda de este pretendido derecho se encuentra el pavor a la muerte
y el ansia irracional por la inmortalidad. Si los bienes materiales son así
definidos porque sirven para que los seres humanos puedan sobrevivir y
proyectarse, no existe justificación ética alguna para que aquellos se destinen
para asegurar una supuesta inmortalidad.
Si las riquezas son limitadas en razón de su escasez o su
costo, las necesidades satisfechas en demasía relativa de un individuo
significa la insatisfacción relativa de las necesidades de otro individuo. Los
mismos productos, que son en sí mismos relativamente escasos, sirven para
satisfacer alternativamente las necesidades de distintos consumidores. Un
producto se consume en el mismo acto de satisfacer una necesidad, y no puede,
por tanto, satisfacer otra necesidad simultáneamente. Por otra parte, todo
producto tiene una determinada vida útil; ésta se acorta o se acaba cuando es
consumida.
La economía se vincula con la política para resolver el
problema de quien, en último término, será el consumidor privilegiado que
logrará satisfacer alguna necesidad en particular. El Estado, que tiene el
poder para dirigir, controlar y regular la actividad económica, es visto por
grupos de poder como el medio para mejorar su relativa condición económica y
obtener algún privilegio. Si el Estado se funda en la democracia, que es el
único régimen político que está en función de los derechos humanos, entonces la
guía para su accionar político es el bien común; en cambio, si se funda en,
digamos, el neoliberalismo, entonces no debemos escandalizarnos que sea el
beneficio del capital privado el principio de su ordenamiento político.
No corresponde a la función del pensamiento económico
analizar cuáles son las necesidades humanas que deben ser satisfechas, cuáles
son prioritarias o cuáles constituyen derechos inalienables de las personas,
dejando estos tópicos sin tocar, pues pertenecen, desde el punto de vista
teórico, a la ética y, desde el punto de vista práctico, a la política. Desde
sus respectivas perspectivas, ambos intervienen en el ámbito de los intereses
individuales de supervivencia y reproducción y de los intereses colectivos de
subsistencia que comprenden el bien común. No obstante, cuando el poder
político aplica algún modelo económico, se producen fuerzas tan poderosas que
intervienen directamente sobre estos intereses, muchas veces desequilibrándolos
y distorsionándolos, y generando incluso injusticias, despilfarros, carestías,
daños ecológicos y hasta guerras.
Economía, sociedad y Estado
Una característica esencial de la economía en general es la
de ser una actividad colectiva. Son los individuos las unidades discretas
últimas que conforman la fuerza laboral, que constituyen la empresa, que la
gestionan con mayor o menor eficiencia, que poseen los conocimientos técnicos,
que desarrollan e innovan en tecnologías, que adquieren los derechos de
explotación de las riquezas naturales, que arriesgan su capital, que
distribuyen, comercian y publicitan los productos y que, por último, consumen
los productos finales. En este sentido, la estructura económica depende de la
estructura social por estar constituida por las mismas unidades discretas, los
seres humanos. Se debe agregar que la sociedad organizada políticamente
conforma una estructura socio-política de la que el Estado es el que regula la
actividad económica, cobra impuestos y efectúa gastos significativos.
En una economía de mercado los agentes económicos que venden
y compran concurren en un mercado que supuestamente debe estar libre de toda
presión, en especial la del Estado. Es decir, no debe existir otra presión más
que el interés individual de dichos agentes, de modo que el mercado pueda
operar según la oferta y la demanda que allí se genera, y que termina por
establecer la escala de precios, los que sirven también como señales para
regular los volúmenes que se ofrecen y demandan. Sin embargo, la dicotomía
Estado-mercado es simbólica, pues los dos conceptos no son equivalentes y se
refieren a entidades que existen en escalas distintas, estando el Estado en una
escala que comprende el mercado. En efecto, el Estado tiene como referencia los
seres humanos en tanto individuos sociales, políticos y económicos, mientras
que el mercado tiene como referencia los agentes económicos en tanto
productores y consumidores de bienes y servicios. En este sentido, un ciudadano
no es equiparable a un consumidor. Un ciudadano es una persona que como miembro
de una sociedad civil es sujeto de deberes y derechos. Un consumidor es un
individuo que participa en el mercado según las reglas que éste establece. Un
contribuyente está equivocado cuando demanda al Estado porque considera que no
le está dando el servicio que espera; un contribuyente es primeramente un
ciudadano y no un consumidor.
La actividad colectiva se hace necesaria para organizar,
dirigir, gestionar, administrar y controlar las diversas fuerzas requeridas
para crear riqueza, esto es, para transformar materias primas en cosas útiles.
Desde siempre las partidas de caza y las tareas de recolección, a través de las
cuales se obtenía el sustento, eran normalmente empresas colectivas y
participaban en ellas todos los miembros del grupo social de una u otra manera,
siendo el compartir el alimento, sentados a la mesa, una señal de convivencia y
solidaridad. Las artesanías ampliaron el impacto colectivo cuando se
especializaron y lograron mayor productividad, lo que promovió la necesidad por
el intercambio comercial más allá del simple trueque, o del dar y recibir.
La agricultura, como cualquier otra actividad económica, es
una actividad altamente social por cuanto requiere trabajo colectivo,
aprendizaje de tecnologías acerca de siembras, cosechas, riego, etc., protección
de los cultivos y las cosechas, transportes, mercados, seguridad de obtener
beneficios por el trabajo desarrollado en el curso de un largo tiempo. La
economía industrial depende de una estructuración social aún más compleja en
cuanto al uso de capital, materia prima, mano de obra, organización
empresarial, tecnología, infraestructura de energía, transportes y
comunicaciones, mercadeo, comercialización. Además, aquélla incrementa la
tendencia de una economía agrícola para trascender las barreras geográficas y
nacionales, al menos en cuanto a mercados, tecnologías, capitales y empresas.
Esto significa, por otro lado, que, antes y ahora, la mano de obra y muchos
recursos naturales, como la tierra cultivable, los pastizales, el agua, etc.,
pertenecen, por lo general, a una zona geográfica determinada y,
consecuentemente, no son exportables.
Una de las funciones principales de la estructura
socio-política es la actividad económica. A través de ésta los individuos que
la componen pueden sobrevivir y aquélla puede subsistir. De hecho existen
organizaciones sociales cuya función exclusiva es la actividad económica, como
las empresas productivas y comerciales, y no existe prácticamente organización
social en la que la función económica no sea ejercida, lo que no quiere decir
que los seres humanos se relacionen puramente en función de la economía. Un
modo de producción se impone cuando determinadas condiciones de recursos
económicos, tecnologías y mercados son favorables para quienes controlan algún
factor de la economía, y quienes lo controlan lo hacen por estar en condiciones
favorables para el modo de producción que se llega a imponer.
Las necesidades de supervivencia y reproducción individual y
de subsistencia de la sociedad constituyen fuerzas poderosas que gravitan
esencialmente sobre la economía. Puesto que la economía conforma sistemas
particulares y determinados según condiciones ideológicas, tecnológicas y de
recursos humanos y naturales, la mayor o menor adecuación y adaptación a las
condiciones económicas predominantes por parte de un individuo, un grupo
social, una nación o una región del mundo determina su relativo éxito o
fracaso. Una falla en un componente decisivo de la estructura económica puede
hacer colapsar toda la estructura social. Por otra parte, existen actividades
económicas menos frágiles a embates económicos, y que poseen gran autonomía
básica y autarquía, como las de un campesino, un pescador o un recolector a un
nivel de auto-subsistencia.
La actividad económica tiene por finalidad, no el perfecto
funcionamiento de ella misma, ni tampoco el lucro de algunos pocos y la miseria
de los restantes, sino el bienestar de los individuos que componen la sociedad
civil. Todos los individuos dedican gran parte de sus esfuerzos diarios a la
actividad económica, pues de ésta depende su bienestar. Sin embargo, si en la
realidad no ocurre que a similar esfuerzo exista una correlativa retribución,
es por la enorme funcionalidad de los denominados agentes económicos, que son
en último término los seres humanos en la perspectiva de su funcionalidad
económica. Su funcionalidad proviene en gran medida del poder que les otorga el
derecho de posesión, uso y usufructo de bienes materiales, y proviene también
de determinados privilegios que pudieran detentar.
Los agentes se relacionan con el producto de dos maneras:
como productores o como consumidores. Pero esta relación no está en un mismo
plano. Lo que hace esta diferencia en una relación que se supone lineal es el
poder relativo de las partes, la que proviene de dos factores. Primero, del
equilibrio establecido por la cantidad que se ofrece y se demanda. Por ejemplo,
si la oferta por trabajo es mayor que la que se demanda, la remuneración
disminuye. Segundo, del derecho de posesión. Para ser agente económico se debe
poseer algo. El hecho de poseer significa o un derecho otorgado por la
estructura socio-política o una capacidad individual favorable.
Hay agentes que poseen el capital, otros que poseen las
materias primas, otros que poseen sólo su propio trabajo, otros que poseen la
capacidad para administrar una empresa, otros más que poseen los conocimientos
técnicos y tecnológicos. La otorgación de un derecho y la normativa de su
ejercicio dependen en último término de la estructura política. Posesión significa
tanto dominio y sometimiento como una capacidad para ejercer fuerza, pues lo
que se posee son estructuras funcionales que nos proveen energía o que son
extensiones de nosotros mismos. Los tipos distintos de posesión son la fuente
de las principales desigualdades sociales, y un Estado democrático tiene por
función eliminarlas.
Tanto la forma de posesión de un bien como el modo de
relacionarse con un producto determinan algún tipo de poder relativo y de un
interés compartido en una determinada colectividad. Tanto el poder económico
relativo de un individuo o de un grupo como el de una comunidad de intereses
conforman estructuras socioeconómicas funcionales que gravitan sobre el Estado,
en especial, sobre el gobierno, pues éste concentra corrientemente el suficiente
poder como para dirigir, controlar, regular y proteger la estructura económica.
Así, a través del gobierno capitalistas, empresarios, trabajadores organizados,
propietarios y simples ciudadanos persiguen, cada cual por su parte, emplear el
poder político relativo de que disponen para influir en una determinada
estructuración económica que los pueda favorecer mejor.
En consecuencia, el gobierno está determinado en gran medida
por las funciones económicas que los individuos más poderosos y grupos de poder
le asignen. Estas funciones pueden variar desde las requeridas por una economía
centralizada de un Estado totalitario, pasando por sistemas económicos más o
menos planificados y por políticas de control y regulación, hasta los mínimos
controles permitidos por una economía de laissèz
faire. No obstante, incluso aquellas mínimas funciones estatales, como un
estado de derecho que regule los derechos y obligaciones, una policía que
aplique la ley, un poder judicial que sancione los delitos, etc., son esenciales
para el funcionamiento de la estructura económica, pues sin éstas la nación no
sería viable, cayendo en la anarquía. El conjunto de las funciones determinan
los derechos de los agentes económicos, que son todas las personas naturales y
jurídicas, para poseer recursos naturales, materias primas, capital,
tecnologías, empresas, propiedades, productos, rentas, beneficios,
remuneraciones, y disponer de todas aquellas cosas hasta el límite mismo
permitido por las leyes que legitiman la posesión.
Por su parte, la misma estructura económica que se llega a
establecer influye naturalmente sobre la estructura socio-política. Ella
determina relaciones de poder entre los mismos individuos que establecen
quienes, cómo y en qué medida deben realizar los esfuerzos para producir;
quienes, cómo y en qué medida lo producido se puede consumir, lo que implica
muchas veces la posibilidad misma de sobrevivir; y quienes, en último término,
adquieren mayor poder para controlar y dirigir la economía. Todo lo cual produce,
dentro de una sociedad, agrupaciones de los individuos en clases sociales que
se identifican principalmente por sus funciones económicas individuales, más
que por sus ingresos relativos. Son los intereses mantenidos en común el factor
que induce a los individuos a identificarse dentro de una clase social
particular, a adoptar los valores éticos y estéticos de clase y a tratar de
controlar una mayor proporción del poder político total.
En general, aquéllos con poder económico se ubican a la
derecha del espectro político, pues prefieren una estructura económica liberal,
donde el poder del Estado tenga poca injerencia en los asuntos económicos, pero
defienden una estructura política conservadora y autoritaria, pues se le señala
al Estado el doble objetivo del poder necesario para imponer orden y disciplina
al trabajo y la autoridad suficiente para proteger enérgicamente la propiedad
privada. En tanto que aquéllos con poco o nada de poder económico se ubican
naturalmente a la izquierda, que tradicionalmente se identifica con posturas
socialistas. Suponen que si no se tiene el poder que la posesión de capital
confiere, al menos se debe buscar el alero del poder político, que tendría la
capacidad para limitar el poder del capital y la propiedad.
CAPÍTULO 2 – LA PRODUCCION ECONÓMICA
La producción de
bienes y servicios está constituida por unidades discretas llamadas factores de
producción. Uno de éstos es la materia prima, que corresponde a los elementos
en su estado inicial con respecto a un proceso productivo dado. Otro factor es
el trabajo, que es la actividad humana ocupada en producir. La gestión es el
factor ejecutivo encargado de dirigir y administrar la unidad productiva o
empresa. El capital es otro factor y es fundamentalmente trabajo acumulado destinado
a ser invertido en la estructura productiva. Por último está la tecnología, que
es capital invertido en procurar extensiones al trabajo donde la actividad
humana es ineficiente y costosa.
La estructura económica productiva
El interés de los economistas consiste esencialmente en
comprender cómo la economía funciona con el objeto de maximizar su desarrollo y
crecimiento. Para ello, se preguntan acerca de qué fuerzas y estructuras
intervienen, cómo se relacionan, cómo se comportan, cómo generan efectos
positivos, cómo se autorregulan, cómo es posible dominarlas y regularlas, cómo
se puede aprovechar mejor su autonomía y libertad de gestión, cómo evitar
causas y efectos negativos.
La estructura económica está compuesta por unidades
productivas, llamadas empresas, y que pueden ser unipersonales. La empresa es
una subestructura de la economía cuya función es la dirección, control y
desarrollo de una unidad productiva que transforma materia prima en producto. A
su vez, estas subestructuras están constituidas por un tipo no atomizado, sino
orgánico e interactivo, de unidades discretas; aquéllas que los economistas
denominan factores, pero que son en realidad recursos económicos.
Corrientemente se han distinguido cuatro: materia prima, trabajo, capital y gestión
empresarial. Podríamos agregar un quinto factor: la tecnología. Cada uno de
estos factores es característicamente funcional, y el efecto de la acción
combinada de todos, sin excepción, es la producción de bienes y servicios,
pagar los costos de producción y generar una ganancia. Una acción efectiva en
la conducción económica de una empresa consiste en saber mezclar estas unidades
discretas en las proporciones justas de la misma manera como se prepara un
sabroso guiso. Las decisiones del conjunto de agentes económicos establecen los
valores para cada unidad y subunidad de la estructura económica productiva, en
lo que se denomina asignación de recursos.
Importa considerar los factores desde el punto de vista de
su posesión. En este respecto podemos distinguir la posesión privada de la
posesión colectiva o pública. En el fondo, en el primero, el objetivo es
fundamentalmente la supervivencia individual, en tanto que en el segundo, es la
subsistencia del grupo. Considerando el objetivo como función de la posesión,
podemos ver que la posesión privada tratará los factores económicos en forma
distinta que la posesión colectiva. Esto es especialmente cierto en el caso del
capital. Un inversionista buscará siempre que su capital le reporte el máximo
beneficio con el menor riesgo posible, pues el solo beneficio acrecentará su
poder relativo, siendo secundario si el capital se invierte en una industria de
alimentos o en el tráfico de drogas. En cambio, el capital colectivo tiende a
invertirse para beneficiar a la colectividad o acrecentar su poder relativo. Es
la diferencia que existe entre el bien individual y el bien común. Pero también
es la diferencia entre una inversión que busca fundamentalmente la rentabilidad
y una inversión que busca beneficiar la colectividad, aunque sea con propósitos
tan oscuros como mejorar la votación partidaria o prepararse para una guerra.
Por ello, el capital privado resulta ser en general más eficiente en la
utilización de recursos que el capital estatal o colectivo, siendo el despilfarro
y la poca eficacia contrarios al beneficio. Sin embargo, desde el punto de
vista de la sociedad civil, importa más que el capital se invierta en
consonancia del bien común que en garantizar un beneficio a un capitalista en
particular.
En cuanto al trabajo, afortunadamente la esclavitud, que es
el trabajo humano como posesión privada, forma parte de la historia, excepto en
remotos lugares no tocados por la civilización. En la actualidad existe un
amplio reconocimiento de los derechos individuales, lo que no significa no
tratar de explotar el trabajo al máximo, en una especie de esclavitud
encubierta. Veamos a continuación los factores, o unidades discretas de la
estructura económica productiva en forma separada.
La materia prima
La materia prima no es lo mismo que el concepto aristotélico
para referirse a un componente del ser metafísico. Lo que ambas tienen en común
es la característica de estar en potencia. La materia prima económica
corresponde a los elementos en su estado inicial con respecto a un proceso
productivo dado. El término de dicho proceso se llama producto. Las materias
primas son estructuras que se encuentran en estado natural o que ya han sido
parcial e intencionadamente modificadas por los seres humanos en el proceso
productivo. Con la aplicación de fuerzas productivas, se transforman
ulteriormente en bienes funcionalmente útiles. Desde el momento en que una
materia prima sufre una demanda en el mercado, constituye una riqueza, y, por
lo tanto, una mercancía transable y que induce a su oferta y demanda. La
relativa escasez o abundancia de un recurso natural en un momento dado
determina su valor en tanto riqueza. El agua dulce, tan abundante en otras
épocas en ciertos lugares, está cada vez más transformándose en un recurso escaso
en las regiones más pobladas de la
Tierra , y por tanto, está adquiriendo un creciente valor. El
contrario de riqueza es basura, y de eso nuestra Tierra está soportando cada
vez mayor contaminación que no puede reciclar naturalmente.
El origen primero de la materia prima es la naturaleza. Ésta
está constituida por las riquezas naturales tanto físicas como biológicas, y se
habla entonces de recursos naturales. El extraordinario crecimiento de la
economía de la actualidad ha transpuesto el límite de la capacidad de
recuperación neta para muchos de los recursos naturales. Por ello es necesario
introducir el concepto de “desarrollo sustentable” en las economías que
acentúan el concepto de crecimiento. La extraordinaria superexplotación actual
de los recursos naturales está conduciendo a su acelerado agotamiento y
destrucción y, consecuentemente, a limitar nuestras posibilidades de
subsistencia como especie. Así, crecimiento y sustentación son ideas
contradictorias cuando hacen referencia a la realidad actual.
En la economía capitalista la relación existente entre
capital y naturaleza es desequilibrada. El objetivo del capital son los
beneficios que se obtienen de su inversión. El astronómico aumento del capital
después de la Segunda
Guerra Mundial, y que se sigue acumulando, requiere cada vez
mayor espacio económico donde ser invertido. Pero la naturaleza de nuestra
limitada Tierra ya no tiene capacidad para seguir siendo explotada a las
crecientes tasas actuales. Nos estamos ahogando en contaminación, mientras que
lo que va quedando son espantosas cicatrices de basura y páramos estériles,
creciente agotamiento de los recursos naturales y la marginación en la abyecta
miseria de poblaciones cada vez más numerosas. Al no poder explotar la
naturaleza en niveles proporcionales a la magnitud de lo acumulado, el capital
tiende a colocarse en inversiones cada vez más riesgosas, con su consiguiente
pérdida en valor, en un degenerativo proceso de autorregulación.
El trabajo
La fuerza que en primera instancia ocupa la economía es la
actividad humana tanto física como inteligente. Esta fuerza es lo que los
economistas designan como “gestión” y “trabajo”, distinción que se refiere a
una especialización funcional de la actividad económica y no de la actividad
humana misma. No significa que el gestor desarrolla una actividad inteligente y
el trabajador, una física. Ambas funciones implican desarrollar trabajo físico
e intelectual. La falsa idea proviene del hecho de que quien está en posición
de dirigir utiliza corrientemente el poder que dispone para obligar al
subordinado a realizar las tareas más arduas, pesadas y también las menos
rentables. Asimismo, una tarea ardua requiere corrientemente menor capacitación
profesional, pudiendo ser con mayor facilidad reemplazada por máquina, con lo
que su valor relativo disminuye.
El trabajo se refiere a la actividad humana implicada
directamente en la producción. Es el esfuerzo que debe desempeñar el ser humano
para procurarse de los productos que le permiten sobrevivir. Los animales
también consumen energía en la actividad de procurase recursos los que le
permiten sobrevivir y reproducirse. Pero los seres humanos se distinguen del
resto de los animales por varias razones. Entre éstas ellos valoran económica,
social y psicológicamente su actividad de producir; utilizan energía no humana
y medios naturales y artificiales para reemplazar los propios; también ejercen
más actividad en producir que la estrictamente necesaria para sobrevivir y
reproducirse.
El trabajo es multifuncional. Además de procurar los medios
de supervivencia y desarrollo al ser humano, permite indirectamente a cada
individuo relacionarse socialmente, obtener una identidad particular,
satisfacer sus necesidades de creatividad, pasar el tiempo y también adquirir un
relativo dominio sobre su existencia. El ocio, por otra parte, si no es un
descanso entre el trabajo o no constituye una actividad distinta, genera
ansiedad y frustración. El trabajo, al producir riquezas, confiere poder y
prestigio, términos sociológicos que significan una capacidad para ejercer
fuerza (poder) y una estructuración funcional (prestigio) determinados, a quien
se beneficia de él.
El individuo, revestido de su función económica de
trabajador, cambia su esfuerzo y tiempo por una remuneración. Todo trabajador
entra en la escala del trabajo, ocupando un lugar determinado que depende de su
capacidad individual para desempeñar un trabajo particular y de la relación
actual entre la oferta y la demanda para tal trabajo. Considerando que la oferta
de trabajo siempre es grande, la remuneración de un trabajador depende del
lugar que ocupa en la escala, siendo el del peldaño inferior tan mísero que los
medios de supervivencia que obtiene sólo mantienen al trabajador subsistente
hasta su agotamiento físico total y que terminan por producirle su muerte. Lo
paradójico también es la tendencia del capital de reemplazar el trabajo por
tecnología, pues ¿quién llegará a comprar los productos si las remuneraciones
se van suprimiendo, disminuyendo así el número de consumidores?
En una sociedad cada individuo aporta lo suyo para la
colectividad y recibe de ella lo que necesita en una cierta medida de lo que
aporta. Puesto que lo aportado y lo recibido son cualitativamente distintos, el
mercado es usualmente el mecanismo utilizado para determinar el valor de lo
aportado y el valor de lo recibido. De este modo, el valor del trabajo, en
tanto bien o servicio empleado en los procesos de producción, es transado en el
mercado. En una economía socialista, no siempre es evidente que el valor que
adquiere el salario resulta de la oferta y demanda de trabajo, pero en el largo
plazo lo que se paga en salarios tiende a reflejar su incidencia en el producto
según el mercado laboral.
Es claro que el trabajo es una actividad que a todo ser
humano toca en toda su intimidad. De allí que es posible enunciar algunos
contrapuntos que surgen entre las consideraciones racionales y las afectivas.
Así, aunque el trabajador siempre ha sido explotado (esclavos y siervos en la
economía agrícola, peones en la economía artesanal, obreros y empleados en la
economía industrial), siempre han existido utopías que se han basado en la
posibilidad de la equidad y la solidaridad. Incluso en plena era de la utopía
del progreso sin límites de hace algunos decenios se supuso que el trabajo
podía ser reemplazado totalmente por la máquina y los seres humanos podían
vivir en el ocio.
Trabajo y capital
Karl Marx hablaba de “plusvalía” para referirse a aquella
parte de trabajo convertida en producto que el empresario se apropiaba para sí.
Suponía que el trabajo es unívocamente esfuerzo en un tiempo que transforma una
materia en un producto, que toda unidad de trabajo se convierte necesariamente
en producto y que el valor del producto tiene una correspondencia fija con la
cantidad de trabajo empleado en su elaboración. Tenía como modelo para su
pensamiento en esta materia el trabajo del artesano y creía que una fábrica es
un conjunto de artesanos trabajando en una fábrica para un patrón. El patrón
simplemente explota al trabajador por no remunerarle por la totalidad del
esfuerzo puesto en producir. No pensaba que el valor que adquiere el salario es
determinado por otros factores.
De este modo, el valor del salario es en el fondo una
combinación de dos factores: el reemplazo de trabajo por tecnología y la
relación desigual y no equitativa entre trabajo y capital. Así, por una parte,
el trabajo puede ser reemplazado por innovación tecnológica. La tecnología es
una extensión del cuerpo humano que reemplaza el esfuerzo humano. Algunos han
supuesto que la tecnología puede reemplazar completamente el trabajo humano de
modo tal que se podría tener la esperanza de que los seres humanos pudieran
vivir en el ocio. Si fuera posible la utopía de que máquinas automáticas,
operadas por inteligencia artificial, controlaran totalmente el sistema
productivo, no sería posible la existencia del sistema económico liberal, ya
que necesita que la remuneración del trabajador se transforme en demanda
efectiva.
Pero la tecnología no es un bien social, sino que privado.
El capital invierte en tecnología para reemplazar trabajo y, así, disminuir el
costo de producción y el capital invertido volverse más competitivo. El
significado de esta preferencia es doble. En primer lugar, siempre producirá
una proporción de desempleo. En segundo término, esta proporción de desempleo
tirará los salarios hacia abajo, para gran conveniencia del capital que, así,
podrá asegurar un beneficio mayor. Ciertamente, al conferir un menor valor al
trabajo en el mercado, no ayuda a quien sólo dispone de trabajo para
intercambiar por los medios necesarios para satisfacer sus necesidades básicas.
Por la otra, en la relación capital-trabajo de cualquier tipo de actividad
empresarial, se puede observar que siempre habrá gran demanda por el primero y
habrá gran oferta por el segundo. La conclusión lógica es que en la repartición
de los beneficios entre ambos factores el trabajo no resultará precisamente el
más beneficiado.
La cuestión de hasta qué punto el trabajo es la locomotora
del tren de la producción puede ser respondida diciendo que sólo el mercado
para los productos de producción masiva toma en cuenta la masa laboral
remunerada. El nicho de mercado para productos más exclusivos es el de la gente
más adinerada. Es fácil imaginar incluso una actividad económica bullente sólo
de productos exclusivos para gente exquisita, pero que tendría que financiar
fuertemente una buena protección policial, si pensamos en los zares rusos.
También el valor del salario depende de una relación
desigual y no equitativa entre trabajo y capital. La inversión de capital es
esencial en la vida de un país, pues genera trabajo, y altas tasas de empleo
son la condición para la paz social y la estabilidad política. Pero en el curso
del tiempo, el capital privado ha obtenido tan enorme poder político que los
gobiernos, altamente influidos por aquél, han sido complacientes a sus
dictámenes. El Estado neoliberal se ha vuelto sordo al hecho del fundamental
desequilibrio entre los dos factores mencionados: la demanda por capital es
proporcional a la oferta de trabajo, lo que conduce necesariamente a una
repartición de la torta económica absolutamente poco equitativa. Para sostener
el beneficio que el capital demanda para sí a tasas atractivas para su
inversión, el ingreso del trabajo ha sido forzado a mantenerse bajo, de modo
que se puede observar un cada vez mayor distanciamiento entre los sectores
financieros de la sociedad y los asalariados.
Pues bien, el problema que suscita la poca equitativa
remuneración del trabajo es que el excesivo excedente de capital generado ha
sido forzado a ser absorbido por el trabajo a través de un sistema crediticio
(créditos hipotecarios y de consumo) altamente riesgoso, pero muy beneficioso
para el capital. El problema es que estas colocaciones suelen producir burbujas
insostenibles que acaban por colapsar sobre la economía por falta de garantías
suficientes. El problema se agrava en una espiral difícil de detener cuando la
economía (producción-consumo) amenaza detenerse, aumenta el desempleo y la no
cancelación de los créditos se acentúa.
Desde la
Revolución industrial la contraposición entre trabajo y
capital se ha agudizado. Por una parte, el capital es un bien escaso y el
desarrollo económico siempre está en su demanda, lo que determina un mayor
beneficio para sí. Por la otra, no sólo ha aumentado la necesidad por trabajar
para poder acceder a la diversidad de bienes de consumo que resultan
imprescindibles, sino que también el trabajo ha llegado a ser una reducción de
aquella multifuncional actividad humana que ha tenido su expresión en la
diversidad de faenas y tareas desempeñadas desde los remotos tiempos de las
labores de caza, pastoreo, cultivos y artesanías. En comparación con tales
actividades menos civilizadas, el trabajo actual se ha vuelto monótono y gris a
causa de ser ejercido dependiendo del ritmo impuesto por una máquina, un
implemento o un proceso.
La máquina de vapor, como unidad motriz que mediante un
largo eje rotatorio horizontal, cuya longitud abarcaba el largo de la fábrica,
movía las diversas máquinas e imponía el ritmo y el tiempo del trabajo de los
trabajadores. Esta situación no se flexibilizó con el motor eléctrico, que
independizaba el funcionamiento de cada máquina, sino que hizo posible la
introducción de la línea de montaje según parámetros tayloristas, la que
encasilló aún más la actividad humana. El futuro del trabajo está ahora
determinado por el desarrollo y la extensión de la cibernética y la
informática. Gran parte del trabajo del mismo tipo está siendo reemplazada por
la primera, mientras que la segunda está demandando de la actividad humana
mucha especialización y renovación. La línea de montaje está ahora a cargo de
máquinas robóticas. Quien no se adapte a estas nuevas condiciones verá peligrar
su fuente de ingresos para sobrevivir.
Vemos, por tanto, que en la actual economía tecnologizada y
neoliberal el valor relativo del trabajador es bajo, aunque esté bien
capacitado, y su empleador se lo hace saber mediante un trato despótico y muy
poco humano. Y sin embargo, este trabajador puede sentirse afortunado porque
tiene un empleo. Quien es absolutamente prescindible por el sistema son los
miles de millones de seres humanos en el mundo que no están capacitados para un
puesto en demanda, pero que deben buscarse su diario sustento en precarias
tareas, como microempresario, pequeño comerciante, peón temporero, pequeño
campesino sin capital y otras tareas tan marginales como recurridas.
La experiencia de los socialismos reales, que se proponían
el pleno empleo, constituyó un relativo fracaso económico, no tanto por la
pobre productividad del trabajo, sino por la pobre capacidad de gestión
empresarial que no suponía que necesitaba experimentar la dura competencia
donde sobrevivía el más apto, que es la gracia del mercado. Esta experiencia
formaba parte del modelo de planificación central de la economía. Sin embargo,
la pregunta que permanece es si acaso vale más que quien desee trabajar tenga
empleo, aunque con baja remuneración relativa, a que la actividad económica sea
tan eficiente que el empleado arriesgue su permanencia en el mercado por su
ineptitud. En otras palabras, ¿será más conveniente una eficiente asignación de
recursos que la posibilidad que todos tengan la posibilidad de sobrevivir
aportando su esfuerzo a la producción? Una pregunta aún más radical es,
considerando que la persona debe ser el centro de la actividad social, ¿por qué
no adaptar los sistemas de producción a las características del ser humano, en
vez de adaptar al trabajador a las condiciones para una mayor productividad de
la fábrica? Una respuesta humana debería considerar el hecho biológico,
psicológico y cultural de la diversidad de aptitudes y capacidades, frente a la
cual no se debiera discriminar tan tajantemente en función del capital y su
búsqueda del máximo beneficio posible. El sistema educacional debería
considerar esta pregunta y no ser simplemente funcional a la demanda del
capitalismo neoliberal.
El Estado podría usar la política tributaria para lograr un
mayor y mejor empleo. Es posible atenuar el problema de inequidad fundamental y
producir más empleo si se introduce un factor F al porcentaje del impuesto a
las utilidades de las empresas. Este factor es posible determinar para cada
empresa con el conocimiento que el SII tiene en la actualidad del capital y
utilidades de las empresas y las remuneraciones. La fórmula sería la siguiente:
F = a·b/(c·d·e)
donde:
a = capital de inversión de la empresa
b = diferencia entre el sueldo más alto y el sueldo más bajo
de la empresa
c = total del gasto en remuneraciones
d = cantidad de trabajadores
e = años de servicio promedio
Sin necesariamente aumentar ni disminuir el actual ingreso
global a las arcas fiscales por este concepto, la ponderación de estos
parámetros sería parte de esta política. Por ejemplo, el valor de F podría
fluctuar entre 0,3 y 3. Su propósito es premiar a las empresas que producen con
mayor valor agregado, remuneran bien a sus trabajadores, prefieren no
reemplazar trabajo por inversión de capital en tecnología substitutiva, mejoran
salarios mínimos, mantienen a sus trabajadores en el tiempo. Así, la
competitividad no debiera obtenerse a costa del trabajo, sino que en mayor
innovación, capacitación laboral, gestión y tecnología.
El capital
El capital es otra de las unidades discretas de la
estructura económica productiva. En primera instancia, por capital podemos
referirnos al valor o el costo de los bienes y servicios requeridos como medios
para producir. En segundo lugar, es la energía acumulada que se libera en el
proceso de producción y que corresponde al costo que se debe pagar para
desarrollar y diseñar el producto, realizar los estudios de mercado y
determinar el segmento de mercado, confeccionar el proyecto de evaluación
económica, organizar la empresa, adquirir o alquilar el terreno, los elementos
de trabajo y las maquinarias, implementos e instrumentos, cubrir los costos de
la puesta en marcha, promover el producto, adquirir insumos, pagar
remuneraciones, cubrir los costos de almacenaje, pagar fletes, comerciar el
producto, etc. En tercer lugar, el capital se refiere a los derechos sobre
dicha energía acumulada. En este sentido, dichos derechos se expresan a través
de la compra, la venta y la obtención de utilidades de esta energía acumulada
cuando se invierte o cuando se recupera la inversión. En fin, lo que
caracteriza al capital es que llega a ser un factor de la producción
absolutamente desequilibrante y hegemónico, pues si tiene la capacidad para
comprar los restantes factores de la producción, también los puede llegar a
dominar y controlar.
El capital es esencialmente un elemento que, como la energía contenida en un
combustible, produce fuerza. Tal como la gasolina hace andar un motor, el
capital hace andar la economía. Pero a diferencia de aquella, cuya energía se
consume por completo cuando hace combustión, éste tiene por función principal
la regeneración de la energía gastada más un incremento. Cuando se invierte en
la actividad económica, se pretende recuperarlo junto con un beneficio. El
capital es intencionalmente invertido con el propósito de recobrarlo en un
plazo indefinido y obtener beneficios en plazos menores. Se invierte para que
al cabo de un cierto tiempo se recupere superando la inversión. Es interesante
advertir que el capital, como toda fuerza, actúa principalmente en el tiempo,
pero excepto cuando está invertido, es independiente de un espacio concreto,
pues traspasa todas las fronteras nacionales.
El mayor o menor beneficio que se espera obtener de una
inversión depende de tres factores. El primero, la oportunidad. El segundo, el
riesgo que se está dispuesto a asumir. El tercero, las expectativas concretas
de la rentabilidad de la inversión. Estas dependen del tiempo para su
recuperación. De este modo, el capital se invierte naturalmente en aquellos
negocios que prometen el mayor beneficio posible, en el menor tiempo posible y
con el menor riesgo posible.
Como toda energía, el capital puede acumularse. La causa de
su acumulación hay que buscarla en un mayor o menor desarrollo tecnológico,
mejor o peor capacidad de la gestión empresarial, mayor o menor productividad
de la mano de obra, mayor o menor disponibilidad de recursos naturales. Estas
condiciones económicas se encuentran de alguna manera relacionadas con la
estabilidad política, la expansión económica, el acceso al mercado. También
relacionadas con las anteriores se encuentran una serie de condiciones
estructurales de la economía liberal: mercado libre, economía abierta, libre
empresa, mercado financiero, propiedad privada, etc. La competitividad de una
economía liberal incentiva la inventiva y la innovación tecnológica. Una
economía en expansión induce a buscar recursos naturales. La disponibilidad de
recursos naturales, obtenidos en mayor cantidad y al menor costo genera una
economía en crecimiento.
El capital también se puede perder o destruir. Puesto que
normalmente no se tiene el control de todas las condiciones que pueden afectar
una inversión, el negocio puede fracasar y el capital invertido puede ser
consumido como la gasolina que se quema al aire libre sin provecho alguno.
También el beneficio del capital, referido a la tasa de interés, puede
reducirse si la economía entra en recesión, se sobrecalienta, produce
inflación, etc., significando que la demanda por capital ha disminuido. Incluso
en un periodo recesivo el valor del capital invertido disminuye, lo que es
reflejado en las bajas generalizadas de los valores netos de los títulos que se
transan en las bolsas de comercio.
La acumulación de capital tiende a generar mayor intensidad
en su inversión. Esta mayor intensidad de capital suele posibilitar mayor
tecnología, mayor productividad y mayor producción. Pero la intensidad de
capital busca principalmente la competitividad más que una reducción de los
costos de producción. Una vez desbancada o controlada la competencia, los
productos no se abaratan necesariamente. Por el contrario, acostumbran a
encarecerse, mientras las utilidades aumentan, que es el objetivo del
inversionista.
Al capital debemos suponerle una modificación en el tiempo
que los economistas denominan interés. El capital, siendo fuerza acumulada,
puede y debe ser utilizado para generar bienes y servicios nuevos. Así, el
capital se puede regenerar, como ciertamente también se puede destruir si lo
que se produce contiene un beneficio negativo. En una economía en expansión la
demanda por capital aumenta y la tasa de interés sube. El capital se torna más
productivo. El capital es, de esta manera, socialmente premiado, y quien presta
o financia sufre menos riesgos que quien produce. Por otra parte, el fracaso de
una inversión produce temor. Una de las principales fuerzas que detiene el
crecimiento de la economía es el temor de no obtener el beneficio esperado, de
perder lo arriesgado, de ser desposeído, pero también es una fuerza que
preserva los equilibrios económicos.
Es interesante observar que el capital puede ser
representado por la misma moneda que la remuneración que recibe el trabajo. Una
remuneración ahorrada puede convertirse en capital. De ahí que la función de la
moneda sea doble y dependa de la estructura en la que se inserte. Dentro de la
estructura productiva se explotan y transforman las riquezas, se transfieren
productos en sus diferentes procesos de elaboración, se invierte en bienes de
capital, en gestión, en publicidad, en mercadeo y promoción, en desarrollo
tecnológico, en tecnología, en capacitación, y se pagan por los insumos
consumidos y la mano de obra empleada. En estas actividades la moneda adquiere
la forma de capital, ya sea para ser invertida o para hacer andar la
producción, tras la cual se recupera. Su circuito corriente es
capital-producción-capital más beneficio.
En cambio, dentro de la estructura distributiva, donde los
bienes de consumo son adquiridos por los consumidores finales, la moneda
utilizada corresponde a la remuneración. Esta no es otra cosa que un derecho
que se adquiere para consumir y que está limitado sólo por la cantidad
percibida. En su circuito de intercambio, la moneda retorna al capitalista a
cambio de bienes de consumo pagados. En este doble circuito, la actividad
económica es retroalimentada por el trabajador-consumidor, de donde el capital
obtiene su beneficio.
Desde los puntos de vistas funcional y ético, no es imprescindible
que el capital sea privado, pero sí lo es que el trabajo obtenga una
remuneración equitativa, correspondiente al esfuerzo desarrollado, a la
productividad efectuada, a la producción realizada, a la relación con la escala
general de remuneraciones, a la utilidad percibida. Por parte del capital, se
hablaba de usura cuando existía un interés, hecho que era considerado
pecaminoso. Sin embargo, lo que resulta éticamente reprobable es que por
favorecer el beneficio no se remunere el trabajo en su valor equitativo.
Antes, cuando Marx escribió El capital, una misma persona era quien gestionaba una empresa y
era dueño de la misma y del capital de producción. Él era tanto un empresario
como un capitalista y, en definitiva, era un explotador. En la actualidad estas
funciones se han separado. Quien gestiona una empresa se ve envuelto en muchos
riesgos que son difíciles de controlar y se mete en otros riesgos en razón de
las oportunidades que se le van presentando. Por el contrario, un capitalista
quiere obtener el máximo de beneficio posible de su capital, pero a costa del
mínimo riesgo posible. Considerando que el capital es siempre escaso en
términos relativos, a un capitalista no le conviene asumir más de los riesgos
que le permiten obtener un buen y asegurado beneficio. Por otra parte, a un
empresario puede convenirle asumir un mayor riesgo si con ello puede obtener
una mayor utilidad. En consecuencia, en la actividad empresarial se puede
observar que las decisiones empresariales corresponden al empresario, quien se
encuentra en mejores condiciones para detectar buenas oportunidades de negocio
para así incrementar sus utilidades, y que el financiamiento corresponde al
capitalista, quien toma todos los resguardos posibles para no perder su capital
y obtener asimismo un beneficio.
Los derechos de uso y usufructo del capital son conferidos
por la estructura socio-política según las conveniencias del interés común.
Esta estructura no es neutral respecto al uso de capital, ya que su inversión
es un factor decisivo de la producción económica y, por tanto, del desarrollo y
crecimiento económico de una nación. Resulta ser aún menos neutral con respecto
a la propiedad del capital, y ello por dos razones. Por una parte, la posesión
de capital genera poder económico, el que trae aparejado poder político. Por la
otra, el usufructo de los beneficios del capital incrementa los privilegios de
su poseedor. En consecuencia, la ideología económica que una estructura
socio-política llegue a adoptar llega a ser muy sensible en la estructuración
social. El derecho conferido a la posesión de capital privado genera
naturalmente desigualdades sociales, siendo en ciertas situaciones éstas muy
profundas, y como consecuencia promueve además diferencias políticas, haciendo
más poderosos a los poseedores de capital, quienes tienden a formar partidos
políticos muy gravitantes en el interés general.
La práctica parece mostrar que un desarrollo y crecimiento
productivo y comercial en la escala empresarial resulta ser más eficiente si la
propiedad de la empresa es privada, y resulta ser indirectamente de beneficio
de la nación siempre que el Estado establezca los resguardos necesarios para
garantizar los derechos ciudadanos. Sin embargo, la práctica también parece
mostrar que la empresa privada no logra encarar con la misma eficiencia los
proyectos de dimensión país o que convengan al bien común. En tal caso, es
razonable que el Estado pueda poseer capital para estos objetivos que van
directamente en beneficio del interés general. Ya sea produciendo directamente
o a través de créditos definidos a empresarios privados, el Estado puede
intervenir en la economía productiva sin menoscabar el libre mercado.
Cuando son los particulares los reclamantes de la posesión
de capital, se esgrime el argumento de la subsidariedad y de la iniciativa
privada como motor eficaz del desarrollo económico, pero ocultan su codicia y
ambición detrás de una actitud altruista. Cuando son los estatistas, se resalta
la capacidad planificadora y realizadora del gobierno, pero se oculta su
pretensión totalitaria. Posiblemente, la posesión colectiva del capital
permitiría obtener las ventajas de ser un motor eficaz y planificado de la
actividad económica y omitir las desventajas, siempre que se encontrara una
forma adecuada para su posesión y el consecuente control sobre la gestión
empresarial. Probablemente, la estructura de las sociedades anónimas entregue
la pauta de cómo organizar una empresa estatal que sea autónoma de los
intereses de la política partidaria y grupos de poder. En una sociedad anónima
el Estado no tiene injerencia en el manejo de las empresas. Este es el papel de
sus socios. La sociedad civil, dueña de sus empresas, elegiría un directorio
del mismo modo como los inversionistas privados eligen a sus representantes. En
este esquema, no se trataría de colectivizar la economía, sino de establecer
empresas nacionales autónomas tan competitivas como las empresas privadas, pero
con capital colectivo.
La tecnología
En el reino animal la fuerza muscular es la única fuerza que
está al servicio del individuo para procurarse directamente los medios de
supervivencia. Desde la aparición del homo sapiens los individuos de nuestra
especie han ido inventando técnicas para controlar el trabajo de las variadas
fuerzas de la naturaleza y reemplazar en forma más efectiva el trabajo muscular
humano directo. Hace unos 130.000 años, poco antes de la última glaciación, los
seres humanos adquirieron la plena capacidad del pensamiento abstracto y lógico
junto con el lenguaje articulado que nos caracteriza y que nos permite inventar
e innovar y acumular el desarrollo tecnológico. De este modo, el grado de
civilización es directamente proporcional a la eficiencia del trabajo humano a
través de la tecnología. El rendimiento del trabajo del ser humano, en su
estado salvaje, es mínimo y apenas alcanza para satisfacer las necesidades
básicas de alimentación, vestuario y vivienda, siendo la tecnología de sus
artefactos muy primitiva. Tal vez no se pueda decir lo mismo respecto a sus probablemente
muy sofisticadas técnicas y aptitudes para cazar y recolectar. El progreso
aparece con el aumento del rendimiento y la disminución del esfuerzo, y eso es
efecto de la tecnología.
La tecnología es aquel conjunto de conocimientos prácticos
que estructuran instrumentos, máquinas, utensilios y procesos de producción que
son funcionales para transformar las cosas en bienes y servicios. Siendo el
fruto de la inteligencia humana, ella constituye verdaderas extensiones del
cuerpo humano hacia objetos donde el cuerpo es ineficiente o no puede alcanzar.
Ella obtiene de la naturaleza los recursos, tanto los materiales como la
energía, para el bienestar de los seres humanos. Así, pues, la tecnología tiene
una doble función: produce extensiones de nuestro cuerpo para hacer más
accesible las riquezas naturales, y sirve tanto para que nos adaptemos mejor al
medio como para adaptar el medio a nosotros. Una tecnología se desarrolla hasta
el límite mismo de la funcionalidad para explotar y utilizar el objeto.
Lo que no deja de sorprender es la forma exponencial que ha
tenido el desarrollo tecnológico. Por unos 2,5 millones de años, a juzgar por
el registro arqueológico de poco más que utensilios de piedra que tenían además
escasas diferencias apreciables, éste apenas progresó en calidad y variedad. A
partir de la aparición del homo sapiens, este desarrollo comenzó a cobrar una
levísima aceleración, según nuestra moderna óptica, pero sin duda tan grande
para aquel entonces que significó más tarde la salida de escena de todos los
competidores homo, como los erectus y los neandertales.
Hace apenas unos diez a ocho mil años atrás muchos pueblos
alrededor de la Tierra
comenzaron la nueva vida sedentaria de la agricultura y la ganadería a través
del ejercicio de la selección artificial y el control de las condiciones para
el desarrollo filogenético de muchas especies vegetales y animales. Esta
revolución tecnológica condujo adicionalmente a la posesión de bienes y a la
acumulación de capital. Hace tan sólo dos siglos, cuando se llegó a dominar el
vapor, comenzó la llamada Revolución industrial. En la actualidad, el
vertiginoso desarrollo tecnológico nos ha acostumbrado al cambio, haciéndonos
creer que el futuro traerá la solución a todos nuestros problemas existenciales.
No obstante, el lento desarrollo y el equilibrio de los otros factores de la
economía imponen un límite al desarrollo tecnológico.
El desarrollo de la ciencia ha posibilitado al conocimiento
tecnológico fundamentarse en el conocimiento teórico del cómo funcionan las
cosas. Esta aplicación de la ciencia a la técnica, junto con la inversión de
cuantioso capital en investigación y desarrollo tecnológico han provocado en
nuestra época una “explosión tecnológica”. Además de máquinas
extraordinariamente más poderosas y sofisticadas que potencian su relativamente
débil fuerza física, e incursionan en espacios nunca antes pensado que fueran
posibles, el ser humano ha fabricado últimamente máquinas que potencian su
habilidad de comunicación en forma instantánea y sin importar las distancias, y
también su actividad inteligente de lógica y computación de modo
extraordinariamente rápido, con enorme capacidad y sin equivocarse.
Pero la explosión tecnológica posee otra faceta. Ha generado
una situación enteramente inédita al presionar en exceso sobre los finitos
recursos de la naturaleza. A pesar de que hasta hace un par de décadas se creía
que el progreso económico que traía la tecnología y el conocimiento científico
permitirían solucionar todos los problemas de la humanidad, actualmente se
percibe que nunca como ahora el ser humano está rompiendo los equilibrios
ecológicos de los que forma íntimamente parte, y este proceso destructivo del
medio ambiente se está llevando a cabo con la misma aceleración exponencial con
que se desarrolla la tecnología. Por ejemplo, la motosierra que está derribando
los bosques del planeta tiene apenas 50 años desde su primera aparición.
Existe una relación íntima entre el capital y la tecnología.
Ya Marx denunciaba que el capital invierte en tecnología, inventando máquinas
sustitutivas de trabajo, para limitar el costo de la mano de obra y mantener
los salarios bajos. Posteriormente, el citado Schumpeter dio otro cariz a esta
relación. La libre competencia entre empresas no existe; lo que existe es la
competencia entre nuevos productos. La aparición de innovaciones en el mercado
aventaja lo conocido. Nuevos bienes, nuevos métodos de producción, nuevos
mercados, nuevas materias primas obtienen mayores beneficios, aun cuando se
vendan a precio de mercado. Estas innovaciones tecnológicas, generadas por la
inversión de capital, resultan competitivas hasta que otras innovaciones las
desbancan de su situación ventajosa.
Si bien el capital invertido en tecnología genera una
diversidad de productos, el desarrollo tecnológico ha permitido a la inversión
de capital liberarse de un lugar definido. La necesidad por capital apareció
con la revolución agropecuaria de hace diez mil años, y la inversión se
mantenía firmemente unida a la tierra o al territorio. La Revolución industrial,
basada en grandes usinas de textiles, hierro, productos químicos, etc., también
ligaba el capital a un lugar determinado, el de aquellas faenas. En la
actualidad las industrias y los mercados son virtualmente móviles y el capital
se invierte donde las condiciones de trabajo y/o de consumo son más favorables.
En consecuencia, el desarrollo tecnológico ha posibilitado la movilidad del
capital y éste se ha hecho internacional, invirtiéndose en cualquier lugar
geográfico que dé el mayor beneficio.
Las unidades discretas de la estructura económica
productiva, en tanto estructuras complejas, no son ciertamente estáticas, sino
que van sufriendo cambios en el tiempo. Podemos observar que el trabajo tiende
a especializarse y a utilizar más la inteligencia que los músculos. La
naturaleza tiende a ser explotada para cubrir mayores aspectos de ella. Pero si
se intensifica su explotación, su riqueza tendería a agotarse y ella misma a
contaminarse. La empresa tiende a ser más eficiente, más impersonal, más
grande. El capital tiende a aumentar, a acumularse y a concentrarse,
adquiriendo cada vez mayor poder político y social, además del económico. En
fin, la tecnología tiende a ser más científica, siendo su desarrollo y el de la
ciencia un caso de simbiosis entre ambas.
CAPÍTULO 3 – BREVE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÓMICO
MODERNO
La economía moderna
trata de crecimiento económico para generar más riqueza. La economía liberal es
uno de los modelos económicos de crecimiento más exitosos, donde la posesión
privada del capital otorga el poder requerido para controlar la economía y, por
ende, la política, y donde el capital que necesita ser invertido para producir
beneficios y acumularse y el emprendimiento privado han hecho crecer exponencialmente
la economía. Este modelo económico ha sido el fruto del pensamiento de
eminentes economistas políticos desde Adam Smith.
El pensamiento económico moderno emergió solamente cuando se
tuvo experiencia concreta de la efectividad del desarrollo económico industrial
en la creación de riqueza, a comienzos de la Revolución industrial.
Con anterioridad las actividades más notables de la economía eran la
agricultura, la artesanía y el comercio, y el pensamiento económico se
desarrolló en torno a cómo obtener mayor provecho a estas actividades. Los
artesanos buscaban satisfacer la demanda que se originaba en los más opulentos,
mientras que los comerciantes y mercaderes sabían de siempre que la riqueza se
obtiene simplemente comprando bienes principalmente en tiempos o lugares cuando
o donde éstos existen en abundancia y son baratos, para luego venderlos cuando
o donde son escasos y caros. Para ello se construían bodegas o graneros o se
efectuaban largos y riesgosos viajes. Consumir especias de la isla Célebes en
torno al siglo XV no era barato, siendo el comercio de este producto el
incentivo que tuvieron los navegantes portugueses, el que tuvo Colón para
descubrir el Nuevo Mundo (1492) y el que tuvo también Magallanes para dar la
vuelta al mundo (1520). Había que quitarle a Venecia el monopolio que poseía. El Príncipe, 1513, de Nicolás Maquiavelo
(1469-1527) no es otra cosa que la descripción del método para mantener el
poder y ganar, en la Italia
renacentista, las guerras que se peleaban en torno a la preeminencia comercial.
El mercantilismo fue la doctrina económica que prevaleció en
los siglos XVI, XVII y primera mitad del XVIII, y se caracterizó por una fuerte
injerencia en el comercio por parte del Estado, que emergía entonces, en torno
a la autoridad encarnada en el rey, cada vez más poderoso, donde su razón de
ser era el predominio del reino. Supuso que el volumen de comercio
internacional se mantenía inalterable, y para acrecentar la riqueza había que
controlar una mayor parte de este comercio. Pero ya a fines del siglo XVIII fue
apareciendo como evidente que la riqueza podía surgir de la producción física
de bienes gracias a las máquinas propulsadas por la energía del vapor,
innovación tecnológica que comenzó a aparecer a mediados de dicho siglo, y que
fue haciéndose cada vez más efectiva y eficiente. Gran cantidad de bienes
podían ser producidos e introducidos en el mercado con una relativamente baja
inversión en capital, y todos podían obtener ganancias. Fue la época de la
naciente burguesía capitalista.
Adam Smith
El pensamiento acerca de cómo se produce el crecimiento
económico, que es la clave del bienestar social y que contradecía radicalmente
al mercantilismo, se apartó de la imagen de relacionar la economía con
riquezas, privilegios y puramente comercio. Este pensamiento apareció en 1776,
cuando el escocés Adam Smith (1723-1790) publicó sus ideas en su muy influyente
libro Investigación sobre la naturaleza y
causas de la riqueza de las naciones. Él vinculó la riqueza con el trabajo
y el capital invertido en producir. Afirmaba que el trabajo anual de cada
nación es el fondo del que se deriva todo el suministro de cosas necesarias y
convenientes para la vida que la nación consume anualmente y concluía: “Todo el
producto anual de la tierra y del trabajo de una nación... naturalmente se
divide, como ya se ha observado, en tres partes; la renta de la tierra, los
salarios del trabajo, y las ganancias del capital, y constituye un ingreso a
tres órdenes diferentes de personas; los que viven de rentas, los que viven de
salarios, y los que viven por la ganancia. Esas son los tres órdenes
originarios, y principales partes componentes de toda sociedad civilizada, de
cuyos ingresos esos de todos los otros órdenes últimamente se derivan” (Libro
I, cap. XI: Conclusión).
Smith fue el primer economista político en analizar las
causas del crecimiento económico. Si la fuente de la riqueza se halla en el
trabajo, se desprende que aumentando la productividad laboral, se aumenta
también la riqueza. Pues bien, la productividad laboral es generada, según
Smith, por la división del trabajo. De este modo, la expansión de la producción
especializada y también la ampliación de los mercados y el comercio
internacional abría posibilidades ilimitadas para que la sociedad aumentara su
riqueza y su bienestar social. En el siglo siguiente estas ideas abrieron el
camino de la industrialización y de la aparición del capitalismo moderno.
Las ideas de Smith no solo buscaron ser un tratado
sistemático de economía, sino también uno de moralidad. En su primer famoso
libro Teoría de los sentimientos morales
(1759), Smith, intentando alejarse del juicio de Thomas Hobbes, que el egoísmo
constituye las bases de todo comportamiento humano, aseguró que esas se
encuentran en el proceso de simpatía, a través del cual un sujeto es capaz de
ponerse en el lugar de otro, aun cuando no obtenga beneficio de ello. No
obstante reconoció años después, en la citada La riqueza de las naciones, un benéfico egoísmo “racional” que
llevaría indirectamente al bienestar general de las sociedades a través del
proceso de una mano invisible. Smith profundizó esta lógica, indicando
que dicho proceso se ve expresado a través de la competencia, un mecanismo que
sería capaz por sí mismo de asignar con eficiencia y equidad tanto los recursos
como el producto de la actividad económica. Al igual que los fisiócratas, Smith
intentaba demostrar la existencia de una Ley de la naturaleza que funcionaría
cuanto menos se la perturbara y ayudó a generalizar la idea de que si existe un
orden natural aplicable a la economía, ese orden exige la no intervención del
Estado, porque las cosas se rigen conforme a una voluntad o mecanismo superior.
Smith infirió que los individuos en el mercado, actuando
según su propio interés, consiguen una asignación mucho más eficaz de los
recursos productivos que cualquier intervención del Estado. El mercado, que se
rige por leyes propias, autónomas e invisibles, a través de la oferta y la
demanda allí generadas, induce o inhibe a los productores a producir o no
determinados productos, en determinadas cantidades y a determinados costos. De
este modo, a través de la oferta y la demanda de productos que se transan en el
mercado, se determina el valor relativo para los mismos, entregando además una
señal sobre la conveniencia o inconveniencia de producirlos o consumirlos. Este
pensamiento conformó el fundamento del pensamiento económico liberal e instaló
a Smith como padre de la economía política contemporánea.
Sin embargo, la tesis de la mano invisible no es capaz de
garantizar la distribución equitativa de la prosperidad económica de acuerdo a
algún criterio moral de recompensa al esfuerzo o la capacidad individual. Una
economía de mercado retribuye a los individuos de acuerdo a su capacidad para
producir cosas que otros están dispuestos a pagar. La mano invisible no guía a
los individuos ni a las empresas, que buscan su propio interés, hacia la
eficiencia económica.
Thomas Robert Malthus
Si relacionamos los conceptos alimentos (medios de
subsistencia) y población, la cantidad de individuos que componen una población
depende de la cantidad de alimentos que es producida. Es en este contexto que
el clérigo inglés Thomas Robert Malthus (1766-1834) afirmaba, preocupado, en su
Ensayo sobre el principio de la población,
1798, que la población humana crece más rápidamente que los alimentos. Según él
calculaba a gran distancia de la objetividad científica aquélla se iría
duplicando cada 25 años, creciendo de período de período, en una progresión
geométrica. Por otra parte, los alimentos, en las circunstancias más
favorables, no aumentarían sino en una progresión aritmética. En consecuencia,
la población estaría limitada necesariamente por los alimentos, de modo que
puede crecer siempre que éstos crezcan. Así, llegará un punto en el que la
población no encontrará alimentos suficientes para su subsistencia. Además,
según él, los alimentos están limitados y, cuando se hayan agotado, la vida
humana desaparecerá. También es de esta relación económica-social, que determina
quien posee, quien trabaja y quien consume, que surgen las estructuras
políticas y éticas.
Tras su visión pesimista de la sociedad se encuentran dos
oscuras concepciones de la realidad. 1º La naturaleza humana está por sí misma
imposibilitada de mejorar, ya que toda virtud proviene de Dios. Percibió
negativamente el drama de la Revolución Francesa, refutando el optimismo de la
Ilustración y su idea de progreso y de la capacidad ilimitada de la mejora de
la sociedad. 2º Sin crítica alguna aceptaba que en la sociedad existen los
propietarios ricos y los pobres que deben trabajar para subsistir. Existen
ricos privilegiados que no necesitan una población excesiva si ésta podía
ocasionarles gastos en forma de impuestos. En cambio, los pobres eran naturalmente irresponsables y su situación de imprevisión
era exclusiva de ellos mismos. Apreciaba que se multiplican presas del instinto
de reproducción, sin obstáculos suficientes y en condiciones de miseria,
liberados de toda restricción moral. Finalmente eran una carga innecesaria para
el Estado en formas de ayuda que suponen costos innecesarios. En un caso de
extremo individualismo y egoísmo Malthus proporcionaba buena conciencia a las
clases dominantes y fortalecía el orden social existente, llegando a aseverar
que un hombre que nace en un mundo ya ocupado, y si sus padres no pueden
alimentarlo y la sociedad no necesita su trabajo, él no tiene derecho alguno a
reclamar ni la más pequeña porción de alimento y está demás en el mundo; en el
gran banquete de la naturaleza no hay cubierto por él; la naturaleza le exige
que se vaya y no tardará de ejecutar ella misma tal orden.
David Ricardo
Las ideas de Malthus influenciaron el pensamiento económico
clásico, sobre todo el del economista político inglés David Ricardo
(1772-1823). Ricardo expuso sus ideas en su libro Principio de economía política y tributación, 1817. En el prefacio,
afirmó que el principal problema de la economía política es determinar las
leyes que regulan la distribución (de la renta). Con este fin, desarrolló una
teoría del valor-trabajo, a la que adhirió más tarde Marx. Ésta considera que
el valor de cambio de las mercancías depende de la cantidad de trabajo
necesaria para su producción. El beneficio es la diferencia entre el precio de
venta y el precio de costo, siendo el precio de costo el importe de salarios,
de modo que los beneficios del capital están incluidos en los precios de las
mercancías. Suponía que el capital invertido en la producción se compone
únicamente de salarios. El valor de una mercadería está determinado por la
cantidad de trabajo incorporado y aumenta cuando aumenta la cantidad de trabajo
necesaria para su fabricación y disminuye en caso contrario.
El precio “natural” del trabajo (salario), que Ricardo
considera una mercancía al igual que Smith, proviene del número de horas
destinadas a la producción y es equivalente al que proporciona al trabajador
los medios de subsistir y perpetuar la especie. Este “salario natural” puede
permitir, o no, mantener al trabajador y a su familia sobre el nivel de
subsistencia, pudiendo coincidir, o no, con el determinado por el mercado a
través de la oferta y demanda de trabajo. Si no coinciden, se produciría
movimientos de crecimiento o descenso de la población, según que el salario de
mercado sea superior o inferior al natural, manteniéndose por tanto entre ellos
una tendencia al equilibrio. Explicaba el proceso de crecimiento de una
economía y su posterior estancamiento. Decía que dicho proceso genera un
aumento de capital. La inversión de capital produce una demanda de la fuerza de
trabajo, trayendo consigo un aumento del salario de mercado por sobre el
“salario de subsistencia”. Pero, en lo que denominó “la ley de hierro de los
salarios”, idea basada en las de Malthus, este excedente hace aumentar la
población, produciendo una mayor oferta de mano de obra que hace que el salario
de mercado vuelva a los niveles del salario de subsistencia, provocando con
ellos una escasez de mano de obra y por consiguiente un aumento en los
salarios. Esta teoría influyó en Marx para afirmar que el obrero nunca
disfrutaría de los beneficios del capitalismo. Como ahora existe mayor
población, los recursos fáciles de explotar se agotan, y el beneficio que
obtiene el capital termina por ser traspasado a los propietarios agrícolas. Al
igual que Malthus, Ricardo se pronuncia contra las leyes de protección de los
pobres y por el control de la natalidad.
Ricardo observaba que los salarios “normales” no aumentaban.
Éstos eran más o menos equivalentes a una canasta de bienes que proporcionaba
los medios de subsistencia a los trabajadores. Lo que aumentaba para él era el
precio de los productos de la tierra y, concretamente, la renta de la tierra, y
consecuentemente la tendencia a la baja de los beneficios. Para él es el rentista quien toma una
fracción del ingreso nacional que debería ir al capitalista y se convierte en
un obstáculo a la acumulación y al progreso. Ricardo propuso que ésta podía ser
contrarrestada con la importación de cereales baratos. Pensaba que todo aquello
que contribuyera a disminuir el valor de los productos agrícolas sería
absolutamente favorable para el desarrollo económico. Planteó la importación
masiva de cereales de países en los cuales la renta de la tierra no fuera tan
elevada como en Inglaterra como forma de impedir que subiera el salario normal,
lo cual facilitaría el aumento de los beneficios y la acumulación necesaria
para el crecimiento. Buscó rediseñar la economía británica en una división
internacional del trabajo donde Gran
Bretaña sería un centro productor de manufacturas que cambiaría por alimentos
producidos en ultramar. Ricardo analizaba el crecimiento económico para una
situación particular de poco dinamismo económico, de pocos actores
diferenciados, como capitalistas, trabajadores, propietarios agrícolas, y con
conceptos muy concretos.
John Stuart Mill
El filósofo, historiador y economista inglés John Stuart
Mill (1806-1873) es considerado como el último economista clásico. Su
pensamiento económico, que expuso en su libro Principios de economía política y algunas de las aplicaciones en la
filosofía social, 1848, sigue en general a Ricardo y Malthus, pero es más
realista en que las motivaciones del actuar humano trascienden la ganancia
pecuniaria y el interés individual. Desafió la pretensión de la escuela clásica
de que salarios, renta y ganancia resultan de leyes inmutables, sino que de
condiciones particulares modificables. Así, consideró que el principio
maltusiano de población no es una barrera al progreso y que deberíamos sacrificar
crecimiento económico en beneficio del medioambiente y limitar la población
para prevenir el riego de la hambruna. También, frente al postulado de Ricardo
de que el salario promedio está determinado por una cantidad fija de capital
dividida por el número de trabajadores, Mill estimó que había otros factores
que determinan los salarios.
En dicha obra Mill identificó tres factores de la
producción: el trabajo, los objetos materiales y el capital. El capital es el
fruto acumulado de los productos del trabajo. También distinguió entre
producción y distribución. Ambas son regidas por leyes distintas. La primera
responde a reglas naturales en su creencia de la superioridad del socialismo,
en que la producción debiera ser impulsada por cooperativas pertenecientes a
trabajadores. La segunda obedece a reglas humanas y políticas, de modo que la
forma que los bienes son distribuidos depende de las reglas de propiedad y de
la voluntad de los poderosos.
Su libro Sobre la
libertad, 1859, se transformó en la fuente filosófica del liberalismo y se
resume en que en las relaciones económicas entre los individuos el Estado no
debe intervenir, ya que las personas son soberanas en sus acciones, apoyando el
laissèz faire defendido por Ricardo y
su padre James Mill. Pensaba que una vez cumplida su función policial de
seguridad y protección, el Estado no sirve para mejorar el estado material de
la gente. Posteriormente mencionó como excepción al laissèz faire el caso de la reducción de las horas de trabajo, la
que debe ordenarse por ley.
Karl Marx y Friedrich
Engels
Un modelo económico de crecimiento exitoso es el de la
economía de planificación central y propiedad estatal del capital, como la que
propulsó la URSS, a partir de 1828, mediante planes quinquenales, permitiéndole
industrializarse. La agencia de gobierno, GOSPLAN, planificaba la economía cada
cinco años. En la actualidad, estos dos poderosos instrumentos de la economía
comunista —la planificación centralizada y el capitalismo de Estado— han
proyectado la economía de China en un desarrollo y crecimiento que en una
creciente cantidad de rubros industriales ha devastado la competencia global.
El gobierno soviético había llevado a la práctica la
ideología marxista que habían elaborado el filósofo alemán Karl Marx (1818-1883)
y su amigo, colaborador y coautor Friedrich Engels (1820-1895). En 1845, Engels
había descrito los horrores de los empobrecidos trabajadores en La condición de la clase trabajadora en
Inglaterra, y Marx adoptó la idea de su amigo que los trabajadores
conducirían una revolución contra la burguesía en la medida que se avanzara
hacia el socialismo. En 1848, ambos redactaron un breve llamado, resumiendo los
principios políticos del nuevo movimiento, con el título El manifiesto comunista. Posteriormente, Marx se propuso analizar
la acción del capital en el crecimiento económico, en una época de
proletarización masiva. Formuló una tesis de que a partir de los modos de
producción, es decir, de la funcionalidad productiva inducida por los medios de
producción, se produce un tipo complementario de relaciones de producción
correspondiente a la contradicción social fundamental de la división de los
hombres entre explotadores y explotados. El análisis histórico de esta
contradicción lo llevó a inquirir sobre el origen y la concentración del
capital para una superación dialéctica de esta lucha de clases cuando los
medios de producción pertenecieran a una sociedad comunista.
Para Marx el origen del capital está en el trabajo ahorrado
y apropiado por el capitalista. No le convencía la ingenua explicación
tradicional de que el capital es sólo el trabajo ahorrado de su poseedor, y que
si alguna persona se esfuerza y ahorra más, tendrá más capital, pues ello
constituía una falacia que servía para legitimar la propiedad privada del
capital. De igual modo ingenuo él observaba que en la relación
empresario-trabajador el producto del trabajo no queda completamente para el
trabajador, sino que el empresario se queda con parte de su trabajo. El salario
no retribuye la totalidad del esfuerzo generado. El saldo, que llamó
“plusvalía”, queda en poder del empresario quien, por apropiación de ese
excedente de trabajo, ahora en calidad de capital o esfuerzo ahorrado, se
transforma en capitalista. Siguiendo a John Locke (1632-1704), quien suponía
que todo lo que se produce es de quien lo produce, Marx consideraba de las
mayores injusticias no pagar por la totalidad del trabajo realizado. En el
fondo, el problema económico se traducía a un problema de derechos. Así visto,
el capitalista estaría usurpando derechos al trabajador.
En su crítica de la economía política Marx expuso muy
elaborada, pero erróneamente, sus conceptos económicos más destacados. Éstos
son la teoría del valor, la explotación como apropiación de plusvalía y la teoría
explicativa sobre las crisis capitalistas. Para su teoría del valor él siguió
principalmente a Adam Smith y David Ricardo al afirmar que el origen de la
riqueza es el trabajo. Smith consideraba que la cantidad de trabajo es la
unidad de medida exacta para cuantificar el valor de un producto. Ricardo
desarrolló posteriormente una teoría valor-trabajo referido a los costos de
producción; éstos son costos laborales que se pagan de una forma directa o
acumulándolos al capital, de modo que los precios dependen de la cantidad de
trabajo incorporado en los bienes y servicios. Para su teoría de explotación
Marx supuso que la plusvalía es la fuente de la ganancia del capitalista y
surge del trabajo no retribuido a los trabajadores en sus salarios, rompiendo
el sistema capitalista en la mercancía-trabajo la ley del valor que se aplica
al resto de mercancías. Por último, la teoría de la concentración del capital,
fenómeno que también lo inquietó, ya que acrecienta la injusticia social,
intensificando el sistema de capitalistas explotadores y proletarios
explotados, parte también de la plusvalía. Para él la concentración de capital
representa el trabajo de muchos a lo largo de mucho tiempo en posesión de
pocos. Para explicar este fenómeno creyó que en las sucesivas crisis económicas
causadas por introducción de tecnologías más competitivas los capitalistas
supervivientes van concentrando el capital de aquellos que se ven forzados a
quebrar.
Si el marxismo pretendió acabar con el capitalismo mediante
la revolución y reemplazarlo por el comunismo como un modelo de crecimiento
industrial más justo y humano, el duro hecho es que derivó en el totalitarismo
más brutal y sanguinario, para acabar completamente desprestigiado. El problema
del planificador central de la economía es que él puede llegar a ser tan
irracional como el mercado y el afán de lucro, contrario al bien común y
opuesto a los derechos humanos. Un planificador central puede ciegamente
producir 50.000 ojivas nucleares para destruir varias veces el planeta, o colectivizar
la tierra y dejar millones de muertos por violencia y hambre. Hasta ahora, a
este planificador no se le ha dotado de un control político democrático. El
esfuerzo revolucionario para una sociedad sin clases subyugó el ideal
republicano y democrático. El hecho de que los “socialismos reales” se hubieran
convertido en dictaduras no desvirtúa que la planificación centralizada y la
propiedad estatal del capital puedan surgir en una sociedad democrática que
tenga al bien común y los derechos humanos de las personas como el centro de la
acción política.
Alfred Marshall
Haciendo caso omiso de la teoría marxista de que el capital
pudiera ser estatal y pudiera haber planificación estatal en vez de mercado,
pero fiel a la legitimidad del derecho de propiedad privada expuesto por John
Locke (ver http://unihum9locke.blogspot.com),
Alfred Marshall (1842-1924) se basó en muchas de las ideas de Adam Smith, David
Ricardo, John Stuart Mill y Thomas Robert Malthus. A diferencia de los
clásicos, él estaba convencido, no obstante, de que la economía tenía la tarea
principal de eliminar la pobreza, la que tras la Revolución industrial se había
paradójicamente expandido e intensificado a pesar del sostenido crecimiento de
la riqueza. Desarrolló en un todo coherente las ideas de oferta y demanda, la
determinación de los costos de producción y precios de venta, la elasticidad de
los precios, el funcionamiento de los mercados y la utilidad marginal. En un
sentido amplio Marshall esperaba reconciliar las teorías clásicas y modernas
del valor. John Stuart Mill había examinado la relación existente entre el
valor de las mercaderías y sus costos de producción, en la teoría de que el
valor depende del esfuerzo gastado en su manufactura. Por otra parte, los
teóricos de la utilidad marginal habían elaborado la teoría del valor basada en
la idea de maximización de la utilidad, sosteniendo que el valor depende de la
demanda. Marshall usó ambas teorías, pero se centró más en los costos,
desarrollando la idea para diferenciar costos fijos y costos variables.
La escuela neoclásica es un enfoque económico basado en el
análisis marginalista y el equilibrio de oferta y demanda, en la que la
utilidad marginal es una idealización del valor de un bien definido por su
relativa abundancia o escasez. En su libro más importante, Principios de economía, 1890, Marshall destacó que el precio y el
volumen producido de un bien están determinados por tanto la oferta como la
demanda. Ambas curvas son como las dos hojas de una tijera que se interceptan
en el punto de equilibrio. Observó que el precio es el mismo para cada unidad
de un bien que un consumidor compra, pero que el valor de cada unidad adicional
disminuye, de modo que un consumidor comprará unidades hasta un punto donde el
valor marginal se iguala al precio. En consecuencia, de todas las unidades
previas a la última el consumidor obtiene un beneficio al pagar menos que el
valor del bien para él mismo. El tamaño del beneficio es igual a la diferencia
entre el valor para el consumidor de todas estas unidades y la cantidad pagada
por éstas. Esta diferencia es llamada la oferta del consumidor. Marshall
también introdujo el concepto de la oferta del productor, referida a la
cantidad pagada al productor menos la cantidad que éste voluntariamente
aceptaría. El análisis de las tijeras superó la teoría del valor desde el
centro del análisis y la reemplazó con la teoría del precio. Además, los
precios pasaron a ser existenciales, dependientes de la relación entre la
oferta y la demanda.
Para Marshall el crecimiento económico depende de la
cantidad de bienes producidos, estando determinados por cualquier relación dada
entre capital y trabajo. La remuneración de ambos es la “productividad
marginal”, entendida en el caso del capital como la utilidad marginal, que es
el incremento de la producción superior al tipo de interés de mercado que el
capital paga. En el caso del trabajo la productividad marginal se refiere al
incremento en el valor de la producción generado por la última cantidad de
trabajo aplicada. Finalmente, en su Principios
de economía, Marshall agrega la organización industrial a los factores de
la producción económica conocidos: tierra, capital y trabajo. Supone entre
otras cosas que los factores productivos siempre estarán plenamente empleados,
aun cuando los salarios sean menores que los de subsistencia. Para eliminar la
pobreza es necesario aumentar la productividad, entendida como el incremento de
la producción y la eficiencia; y la eficiencia es cualificación del trabajo.
Para seguir siendo rentable, toda empresa, que es el motor para elevar salarios
y el nivel de vida, debe ser competitiva, lo que la obliga a ser más rentable.
Joseph A. Schumpeter
Vimos que Marshall se centró en la eficiencia o
cualificación (capacitación) laboral del trabajador como medio para incrementar
la productividad y, de esta manera, elevar el nivel de salarios. Para el
economista austro-estadounidense, Joseph A. Schumpeter (1883-1950), el
crecimiento económico tiene por protagonista el espíritu emprendedor del
empresario, pues depende de esta acción que asume riesgos y beneficios en un
medio competitivo para estimular la inversión y la innovación, ambas causas
para que aumente o disminuya el progreso económico. Su obra tiene como clave
una forma de concebir el sistema capitalista en contraposición con la economía
neoclásica tradicional, la que transforma los datos fundamentales en parámetros
constantes que explican el simple proceso de incremento o crecimiento acumulativo.
Para Schumpeter el capitalismo es por naturaleza una situación de cambio
económico y nunca puede ser estacionario. Es discontinuidad, alteración,
novedad, reducción constante de todos los parámetros variables. Aspiraba a
crear una teoría general del capitalismo que pudiese explicar el funcionamiento
de esta condición de cambio económico. Buscaba comprender el fundamento de los
que él denominaba “el ventarrón de la destrucción creativa,” mediante el cual
el capitalismo revoluciona constantemente sus propias condiciones de
existencia. El proceso de destrucción creadora es el hecho esencial del
capitalismo. Describe el proceso de innovación que tiene lugar en una economía
de mercado en el que los nuevos productos destruyen viejas empresas y modelos
de negocios.
Su protagonista central y héroe es el emprendedor innovador.
Las innovaciones de los emprendedores son la fuerza que hay detrás de un
crecimiento económico sostenido a largo plazo, pese a que puedan destruir en el
camino el valor de compañías bien establecidas. La posibilidad de generar
ganancias, que pueden llegar a ser excepcionalmente grandes, es el señuelo que
atrae a la actividad económica a este tipo particular de individuo. Su acción
estaría regida por lo que Schumpeter llamó “espíritu emprendedor”, es decir,
por la voluntad de transformar las condiciones existentes, de superar
obstáculos y romper con las rutinas, de ir contra la corriente, crear cosas
nuevas y llevar a la práctica nuevas posibilidades económicas.
Los cambios económicos que surgen de la misma dinámica
económica del sistema capitalista constituyen el desarrollo propiamente tal.
Schumpeter distingue el proceso de desarrollo del mero crecimiento de la
economía, pues éste no representa fenómenos cualitativamente diferentes. Aún reconociendo
la importancia del crecimiento económico, estaba interesado en el proceso de
crecimiento que se relaciona con la introducción de novedades cualitativas que
alteran radicalmente el funcionamiento mismo del sistema que desplazan para
siempre el estado de equilibrio existente con anterioridad. Su estudio del
crecimiento es precisamente de este fenómeno y de los procesos que lo
acompañan. Está caracterizado por procesos que imposibilitan constantemente la
competencia perfecta, basada en la transparencia del sistema y en el libre
ingreso a todas las esferas productivas.
La teoría neoclásica reconoce estos hechos como
imperfecciones que conducen a un uso no óptimo de los recursos, afectando
negativamente la eficacia de los sistemas de precios y distribución.
Schumpeter, por el contrario, reconoce en este fenómeno el motor mismo que
propulsa el excepcional progreso tecnológico-productivo que distingue al
sistema capitalista. Concluye que la introducción de nuevos métodos de
producción y de nuevas mercaderías difícilmente podría concebirse en una
situación de competencia perfecta. La posibilidad de establecer posiciones
temporales de monopolio determina el desarrollo o progreso económico y las
rentas o beneficios del emprendedor son las únicas que él define como ganancia.
De este modo, las ganancias provienen de las actividades desestabilizadoras de
los emprendedores cuando consiguen, mediante la innovación, abaratar
decisivamente sus costos de producción o introducir nuevas mercancías y
comprenden nuevos productos, nuevos métodos, nuevas formas de organización
empresarial, nuevos mercados y nuevas fuentes de materia prima. Schumpeter
afirmaba que sin desarrollo no hay ganancia y sin ésta no hay desarrollo. Pero
este crecimiento es irregular, pues obedece a ciclos económicos, donde una
expansión que destruye el equilibrio económico es seguida por una recesión que
vuelve a restablecerlo.
John Maynard Keynes
El economista británico John Maynard Keynes (1883-1946),
padre de la economía moderna y fundador de la macroeconomía moderna, fue el
mayor crítico de la economía clásica. Cuando, en 1929, el sistema económico
liberal hizo crisis sin posibilidad de ser restablecido según el libre mercado
y, a partir de 1930, se instaló la “Gran Depresión”, él tuvo la genialidad de
explicar el paro que se produjo. En 1991, la revista Time incluyó a Keynes en
la lista de las 100 personas más influyentes del siglo XX, comentando que: “Su
radical idea que el gobierno debe gastar el dinero que no tiene pudo haber
salvado el capitalismo.” En el más famoso de sus numerosos libros, Teoría general del empleo, el interés y el
dinero, 1936, expresó su principal teoría de que el paro del trabajo es una
consecuencia de una caída en la demanda agregada (la “demanda agregada” es la
suma del consumo, la inversión y el gasto gubernamental) y, por lo
tanto, para lograr el pleno empleo sería necesaria la intervención del Estado,
a través de la inversión, para reactivar la economía. En una situación de
desempleo y capacidad productiva no utilizada, sólo puede aumentarse el empleo
y el ingreso total incrementando primero los gastos, sea en consumo o
inversión. El sistema económico liberal no era capaz por sí mismo de salir del
paro, pues éste se produce porque el trabajo, controlado por sindicatos, no
acepta salarios más bajos que un determinado nivel, prefiriendo el paro y el
desempleo. De este modo, puede haber equilibrio de los otros factores y, al
mismo tiempo, haber desempleo, no utilización de materias primas y medios de
producción. En estos casos la economía debe depender para su salvación, no del
mercado, sino del Estado.
La principal novedad de su pensamiento fue la posibilidad de
controlar el ciclo económico mediante la estabilización de los precios. Para
eso era necesario entender el mecanismo de este ciclo. Cuando la inversión
supera el ahorro, el resultado es la inflación. Cuando sucede lo contrario, el
resultado es el descenso del nivel de precios, la caída de la producción y el
aumento del desempleo, es decir, una recesión. La razón es que el sistema
capitalista no tiende al pleno empleo ni al equilibrio de los factores
productivos, sino hacia un equilibrio que solo de forma accidental coincidirá
con el pleno empleo. Las decisiones de ahorro las toman unos individuos en
función de sus ingresos, mientras que las decisiones de inversión las toman los
empresarios en función de sus expectativas. No hay ninguna razón por la que
ahorro e inversión deban coincidir. Cuando las expectativas de los empresarios
son favorables, grandes volúmenes de inversión provocan una fase expansiva.
Cuando las expectativas son desfavorables, la contracción de la demanda puede
provocar una depresión. Adicionalmente, el tipo de interés, que tiene efectos
sobre el ahorro, que es inversamente proporcional a la inversión, nunca baja de
un determinado límite, aun cuando se produzca gran liquidez. Cuando el interés
es bajo, mayores bajas no influyen sobre el total de la inversión. Debido a la inestabilidad de la demanda
agregada a causa de los shocks ocurridos en mercados privados, como
consecuencia de los altibajos en la confianza de los inversores, la principal
conclusión de su análisis fue una apuesta por la intervención pública directa
en materia de gasto público que permite cubrir la brecha o déficit de la demanda
agregada. Así, una depresión puede solucionarse fomentando el gasto y
desalentando el ahorro.
La teoría económica neoclásica sostenía que en el corto o
mediano plazo los mercados libres podrían automáticamente proveer pleno empleo.
Keynes argumentó que la demanda agregada determina el nivel general de la
actividad económica, y que una demanda agregada inadecuada podría llevar a
prolongados periodos de desempleo. El Estado debía intervenir activamente para
moderar los ciclos recesivos y depresivos de la actividad económica, impidiendo
la caída de la demanda mediante el aumento de sus propios gastos. Debía
estimular la demanda, generando una demanda adicional que tirase la producción
mediante el desarrollo de políticas de inversión pública, poner en circulación
abundante dinero, incrementar los salarios, e intervenir en todos los sectores
de la economía. A través de medidas fiscales y monetarias, la política de
gobierno debería originar una demanda adicional, agregada, capaz de cubrir el
déficit entre la demanda efectiva privada y la producción total a fin de
alcanzar los objetivos de empleo y producción.
El contexto más general de la nueva economía de Keynes era
ciertamente el mismo que el de la economía neoclásica, que dividía a la
sociedad entre propietarios y trabajadores, como si fuera efecto de un orden
natural incuestionable e inmutable. Este contexto se sostenía en una
legitimidad del derecho de propiedad tan débil como fuerte era su imposición
legal y en el generalizado e inconfesable prejuicio aristocrático-burgués, tan
característico de Europa, de considerar al trabajador como un ser inferior,
ordinario, limitado y carente de refinamientos, debiéndose sentir afortunado
por acceder a los medios de subsistencia. Tras más de 16 generaciones, en Hispanoamérica,
en la clase blanca, se perpetúa la impronta étnica de la conquista, que es
dominar, poseer y ser servido. El discurso democrático no ha logrado producir
mella. En ninguna parte se ha querido comprender la inequidad fundamental de
que mediante la economía liberal y el libre mercado la remuneración siempre
será inferior a la participación del capital, ya que el trabajo siempre está
tan ofertado como demandado es el capital.
Las teorías de Keynes fueron tan influyentes que la
macroeconomía continúa en la actualidad desarrollando y discutiendo sus teorías
y sus aplicaciones. El periodo que va desde el término de la Segunda Guerra
Mundial hasta 1973 se caracterizó porque las políticas keynesianas fueron
adoptadas por todo el mundo, dando lugar a un periodo de prosperidad y
crecimiento económicos. Por entonces, el keynesianismo constituía la principal
enseñanza universitaria del mundo. Sin embargo, hacia el final del periodo, al
tiempo de observarse una gran acumulación de capital, aumentó el desempleo y la
inflación. En la década de 1980, en contra la tendencia social demócrata y la
planificación centralizada la teoría (que pasó a llamarse neoliberalismo) que
abogaba por liberar el poder empresarial, restablecer la libertad de mercado y
crear un sistema económico global lideró la reforma económica. No obstante, la
llegada de la crisis financiera mundial de 2007-08 ha producido un cierto
renacimiento del pensamiento keynesiano.
Friedrich Hayek
Friedrich Hayek (1899-1992) se distinguió del conjunto de economistas
políticos por sus raíces culturales. Provenía de una familia de intelectuales
austriacos que estaba inmersa en el racionalismo continental y muy ajeno del
positivismo anglosajón. Tenía la tendencia de erigir principios axiomáticos
indemostrables, entes de razón, de los cuales deducir sus modelos teóricos. Un
punto de partida de su construcción conceptual económica es el “orden
espontáneo”. Vio que la solución natural para el problema de coordinar las
acciones de los individuos estaba en el sistema de precios del libre mercado,
encontrando que detrás de esta coordinación no hay intencionalidad alguna. La
competencia en el mercado genera un tipo de orden que es el producto de “la
acción humana, pero no de diseño humano” (una frase que Hayek tomó del mentor
de Adam Smith, Adam Ferguson). Este orden espontáneo es un sistema que resulta
de la acción independiente de muchos individuos, y produce beneficios
generalizados, no intencionados y mayormente no previstos por quienes sus
acciones lo generan. Los precios de mercado son los transmisores de
informaciones económicas tácitas y dispersas y sirven para compartir y
sincronizar muchos conocimientos individuales y resolver problemas de cálculo
económico. Suponiendo concurrencia libre, gran número de participantes y
productos idénticos, Hayek dedujo que el mercado es un juego en el cual no
existe la valoración de justo o injusto, por lo que la justicia social en una
frase sin sentido, del mismo modo como la distribución de ingresos. La
redistribución del ingreso por parte del gobierno es una intrusión inaceptable
sobre la libertad individual. Toda interferencia racional y consciente a la
acción individual espontánea, como imponer diseños racionales, es una amenaza
para la civilización. El surgimiento y el crecimiento de sociedades extensas
han sido el producto de un azar evolutivo aún en curso. La propiedad privada
está en el nacimiento de la civilización. (Ref. Derecho, legislación y libertad, 1973, 1976, 1979; La fatal arrogancia, 1988).
Hayek sostuvo que el socialismo no es factible, ya que un
cálculo planificador es imposible por la carencia de precios de mercado. Argüía
que un planificador no podía funcionar, pues no disponía de datos que
simplemente no podían existir. La razón es que solo el mercado genera los
datos, que son los precios. Hayek escribió posteriormente muchos artículos
sobre el tema y que reunió en su libro Planificación
económica colectivista: estudios críticos sobre las posibilidades del
socialismo (1935). Suponía que una economía socialista, ante la
inexistencia de mercado, necesita una institución que elabore un plan central
que determine todo lo que se debe producir. El problema aparecería ante la
inexistencia de alguna guía o referencia, como los precios de mercado, que
indicara lo que se debe producir. Sin embargo este argumento fue refutado por
Oskar Lange, Fred Taylor y Abba Lerner, quienes propusieron un procedimiento
iterativo de dos reglas (a partir de la intervención de una junta central de
planificación) por el cual una economía planificada podía alcanzar la misma
solución que el libre mercado.
Otro principio axiomático de Hayek fue suponer que el
socialismo y el comunismo implementados por el Estado son incompatibles con la
libertad individual, conduciendo necesariamente al establecimiento de regímenes
totalitarios. En general estas críticas iban dirigidas hacia cualquier
intervención del Estado en la economía. Argumentaba en su inveterado
racionalismo que sin propiedad privada, se crea una dependencia tan grande del
Estado que nos convierte prácticamente en esclavos. Para imponer unos objetivos
comunes a una sociedad, aunque se quiera hacer de manera bienintencionada, se
debe coaccionar y tomar medidas represivas a quienes no acepten a la autoridad
central. En consecuencia, quienes llegaran al poder serían siempre los peores
elementos de la sociedad, como asesinos y criminales, puesto que estarían
dispuestos a tomar estas medidas. (Ref. Camino de servidumbre, 1944, y Los fundamentos de la libertad, 1960).
La llamada “teoría austriaca del ciclo económico”, la teoría
del capital y la teoría monetaria se consideran la contribución de Hayek más
importante a la economía, y la hizo durante su juventud, entre 1931 y 1941.
Tomó las bases para su teoría de Teoría
del dinero y el crédito (1912) de Ludwig von Mises (1899-1992), su mentor,
e hizo su propia interpretación. Mostraba cómo las fluctuaciones de producción
y empleo en una secuencia temporal de producción están relacionadas a la
estructura del capital. Explicaba en Precios
y producción (1931) el origen del ciclo económico a partir del crédito
concedido por el banco central y los tipos de interés artificialmente bajos,
que estimulaba a mal invertir, provocan una mala coordinación entre producción,
consumo e inflación. Hayek argüía que el banco central no tiene la información
relevante para controlar la oferta de dinero ni tiene la habilidad para usarla
correctamente. El problema macroeconómico central es uno de coordinación
inter-temporal de cómo los recursos entre capital y bienes de consumo pueden
ajustarse a las preferencias entre consumo presente y futuro.
En los primeros años de la década de 1930 Hayek y Keynes
estaban cada uno construyendo su propio modelo del mundo al mismo tiempo. Cada
uno estaba familiarizado con las ideas del otro. Sin embargo, la mayoría de los
economistas creyeron que la Teoría
general del empleo, el interés y el dinero (1936) de Keynes explicaba mejor
el fenómeno de la Gran Depresión y cómo solucionar el grave problema. Después
de esto, Hayek dejó las cuestiones técnicas para dedicarse a temas más
filosóficos. Más tarde, en 1947, creó
junto a otros un foro internacional, llamado Mont Pèlerin Society, para
difundir sus ideas y oponerse al socialismo. Estaba enseñando en Friburgo,
cuando, en 1968, se retiró. Sin embargo, en 1974, recibió el Premio Nobel de
Economía, lo que inesperadamente hizo revivir tanto su obra como su persona,
volviéndose extraordinariamente popular y prolífico en el ambiente
ultraconservador de la época.
Milton Friedman
Milton Friedman (1912-2006) (este texto ha sido extraído del
ensayo de Paul Krugman, “¿Quién era Milton Friedman?”, 2008) tuvo como guía de
su vida intelectual la economía clásica de libre mercado de Adam Smith. Esta
vida se desdobló en tres intereses. 1. La economía teórica de análisis técnicos
sobre el comportamiento de los consumidores y la inflación. 2. La política
monetarista. 3. Su interés ideológico de divulgar la doctrina del libre
mercado. El rigor científico estuvo solo en su primer interés, que le dio la
fama sobre la que divulgaron a la masa sus otros dos intereses, de bases
ambivalentes y dudosas.
Respecto a su economía teórica, Friedman estuvo interesado
en el comportamiento que podían tener los consumidores en el mercado. En el
pasado, se suponía que el consumidor sabe lo que quiere basado en la utilidad
marginal. Idealmente regía la utilidad y la sensatez. Para obtener un cierto
orden, se debe simplificar la diversidad en forma abstracta según un
comportamiento racional. Friedman sostenía que las teorías económicas deberían
juzgarse, no por su realismo psicológico, sino por su capacidad para predecir
el comportamiento, y este comportamiento es racional. Ya en 1957, en su libro Una teoría de la función del consumo, él
había sostenido que el mejor modo de entender el ahorro y el gasto era pensando
que los individuos hacen planes racionales sobre cómo gastar lo que tienen a lo
largo de su vida. La relación entre renta y gasto se fundamentan en su
hipótesis de la renta permanente y en el “modelo del ciclo vital” de Ando y
Modigliani. La fama de Friedman se
multiplicó cuando aplicó la teoría del consumidor a la inflación. En 1958, A.
W. Phillips había señalado que históricamente ha existido una relación inversa
entre desempleo e inflación, lo que condujo a debatir sobre qué punto de la
curva de inflación el gobierno debería escoger para conseguir una tasa de
desempleo baja. En 1967, Friedman sostuvo que la correlación entre inflación y
desempleo no funciona a largo plazo. Para llegar a esta conclusión, había aplicado,
como en el caso sobre el comportamiento de los consumidores, la idea del
comportamiento racional. Así, después de un periodo de inflación sostenido, las
personas introducirían las expectativas de inflación futura a sus decisiones,
lo cual anularía cualquier efecto positivo de la inflación sobre el empleo. El
gran triunfo de Friedman fue predecir el
fenómeno de la estanflación.
Durante décadas, la imagen pública y la fama de Friedman se
definieron en gran medida por sus pronunciamientos sobre política monetaria y
su creación de la doctrina conocida como monetarismo. El monetarismo enfatiza
el rol del gobierno para controlar la cantidad de dinero en circulación y
asegura que variaciones de la oferta monetaria tiene grandes influencias en el
producto nacional en el corto plazo y en el nivel de precio en plazos mayores.
La política monetaria tiene por objetivo la tasa de crecimiento de la oferta de
dinero. Ahora, sin embargo, el monetarismo se considera un fracaso y sus
aseveraciones son engañosas. Veamos. Keynes había sostenido que en condiciones
de depresión (cuando los tipos de interés son muy bajos), los cambios en la
oferta monetaria tienen pocas consecuencias sobre la economía. Por eso, creía
que hacía falta una política presupuestaria (aumento del gasto público) para
sacar a los países de la Gran Depresión. La política presupuestaria supone una
intervención más profunda del sector público en la economía que la política
monetaria. Los economistas de libre mercado suponen que la política monetaria
es suficiente. Friedman hizo una cruzada a favor de la política monetaria que
culminó con la publicación en 1963 de A
Monetary History of the United States, 1867-1960, en colaboración con Anna
Schwartz. Su parte más controvertida fue el relativo a la Gran Depresión,
declarando que “La contracción de la economía es de hecho un trágico testimonio
de las fuerzas monetarias”. El hecho fue que la base monetaria (dinero más
reservas bancarias) que la Reserva Federal controlaba aumentó durante los
primeros años de la Gran Depresión, pero la oferta monetaria (dinero más
depósitos bancarios) cayó drásticamente. La explicación estaba en una caída de
confianza tras una oleada de quiebras que hizo disminuir los préstamos,
haciendo desplomar el gasto, que fue la causa próxima de la depresión. Por su
parte Friedman y Schwartz sostenían que la caída de la oferta monetaria había
convertido lo que podría haber sido una recesión ordinaria en una depresión
catastrófica, vale decir, la Reserva Federal habría provocado la caída de la oferta
monetaria total, causando la Gran Depresión. Estaba claro que la intención de
Friedman y Schwartz era demostrar la superioridad del mercado libre sobre el
sector público, al que despreciaban. Haber traído los debates históricos de la
década de 1930 a la de 1960 formaba parte de la defensa que hacía Friedman al
monetarismo. De modo que, según él, la Reserva Federal debió haber seguido la
norma monetarista de haber mantenido el crecimiento de la oferta monetaria en
una tasa baja y constante (3% anual) y de no desviarse de ese objetivo, con
independencia de lo que ocurriese en la economía. Afirmaba que las variaciones
a la curva de crecimiento de la economía hubieran sido suficientemente pequeñas
para ser tolerables. El monetarismo fue una fuerza poderosa en el debate
económico durante tres décadas, a partir de 1959, pero quedó desvirtuado cuando
se lo intentó poner en práctica.
Friedman quería llevar las ideas del libre mercado a sus
límites lógicos. Ni la idea de que los mercados son medios eficientes de
asignar bienes escasos ni la propuesta de que los controles de precios crean
escaseces e ineficacias eran nuevas. Lo nuevo fue que Friedman pedía una y otra
vez soluciones de mercado a problemas como educación, atención sanitaria,
tráfico de drogas ilegales, que en opinión de casi todos los demás exigían una
intervención estatal extensa. Friedman era un excelente divulgador, estilo que
marcaría la celebrada serie televisiva Free
to Choose, en la década de 1980. Su campaña a favor de los libres mercados a
partir de 1976 ayudó a acelerar el proceso. Proteccionismo frente a libre
comercio; reglamentación frente a liberalización; salarios establecidos por
negociación y salarios mínimos frente a salarios establecidos por el mercado.
Llegó a convencer al público que el cambio de políticas económicas promovido
por él ha sido una fuerza positiva. Sin embargo, ello no ha resultado verdadero
por una gran cantidad de sonados fracasos. El comedido Friedman de la economía
teórica se transformó en un eufórico propulsor del libre mercado y sus dotes
teatrales, unidas a su habilidad para organizar datos objetivos, lo
convirtieron en el mejor portavoz de las virtudes del libre mercado desde Adam
Smith.
PARA CONSIDERAR
1. Como toda ciencia, la economía política conforma un
cuerpo de conocimientos, fruto de innumerables observaciones, investigaciones,
hipótesis, experimentaciones, modelos y teorías, que se ha ido desarrollando
progresiva y acumulativamente con el aporte de muchos, en un medio en constante
desarrollo. Esta contribución experimental, analítica y especulativa de
aportes que van sumando y mejorando la comprensión que se tiene de la realidad
económica, hasta dominarla, ha transformado profundamente la civilización. Los
economistas políticos son científicos en todo el sentido de la palabra. No han
buscado transformar la realidad tras alguna representación idealizada, sino
que, observando el fenómeno económico —tal como aparece, desprovisto de
dimensiones éticas—, han ido cada uno descubriendo alguna relación de
causa-efecto escondida allí que explicaba algún comportamiento según alguna ley
natural hasta entonces desconocida y que hasta podía ser manipulada en algún
sentido deseable. Han conseguido la estrecha relación entre la observación y la
experimentación, y las hipótesis y las teorías. Han formulado una idea en forma
teórica antes de que pueda ser aplicada en forma práctica. También, como seres
humanos, no han dejado de mezclar
conclusiones puramente científicas con ideologías y creencias, como vimos, por
ejemplo, en Hayek y Friedman. A continuación podemos ver un resumen ilustrativo
de los aportes de los economistas políticos en el curso del tiempo.
Adam Smith fue el primero en analizar las causas del
crecimiento económico cuando vinculó la riqueza con el trabajo y el capital
invertido en producir y descubrió que los individuos en el mercado, actuando
según su propio interés, consiguen una asignación mucho más eficaz de los
recursos productivos que cualquier intervención del Estado. Malthus descubrió
la relación causal entre la cantidad de alimentos que es producida y la
cantidad de individuos que componen una población. David Ricardo buscaba
descubrir las leyes que regulan la distribución en la cantidad de trabajo
necesaria para la producción. Mill identificó tres factores de la producción:
el trabajo, los objetos materiales y el capital, siendo el capital trabajo
acumulado. Marx y Engels formularon una hipótesis de que a partir de los modos
de producción se produce un tipo complementario de relaciones de producción
correspondiente a la contradicción social fundamental de la división de los
hombres entre explotadores y explotados. Marshall relacionó causalmente la
oferta y la demanda para determinar costos de producción, precios de venta,
elasticidad de los precios, funcionamiento de los mercados y utilidad marginal.
Schumpeter descubrió que el crecimiento económico tiene por protagonista el
espíritu emprendedor e innovador del empresario, quien asume riesgos y
beneficios en un medio de permanente cambio económico. Keynes apuntó a la
intervención, no del mercado, sino que del Estado, a través de la inversión
para reactivar la economía, para conseguir el pleno empleo, tras una recesión
severa. Para explicar el libre mercado Hayek procedía más como filósofo racionalista
que como científico, pero volvía a ser científico para mostrar cómo las
fluctuaciones de producción y empleo en una secuencia temporal de producción
están relacionadas a la estructura del capital. Friedman fue un riguroso
científico para analizar el comportamiento racional del consumidor y para
aplicar la teoría del consumidor a la inflación y explicar la estanflación,
pero fue un descomedido para imponer la política monetarista y divulgar la
doctrina del libre mercado.
2. Un modelo económico es instrumental al grupo de poder que
lo origina y surge según objetivos preciados por dicho grupo. El crecimiento
económico (del PIB) es el objetivo obvio desde la Revolución industrial. La
economía liberal busca el crecimiento económico a través de la inversión del
capital privado. En oposición, en la actualidad, China comunista ha
desarrollado exitosamente una economía de planificación central y propiedad
estatal del capital para desarrollar el país en base a monopolizar el comercio
industrial internacional.
3. Un modelo económico es una mezcla de teoría económica,
institucionalidad política, sistema de valores, ethos cultural y conocimiento
práctico acumulativo. El modelo económico que domina en la actualidad es el
liberalismo, basado en el ethos cultural anglosajón, y se puede resumir como
sigue: La base del crecimiento económico de una sociedad es la persecución del
lucro individual, que se expresa como iniciativa privada y que se realiza en la
libre empresa. Existe una oposición tajante entre capital y trabajo. El
trabajador no debe tener iniciativa y debe hacer lo que se le ordena. La
dinámica del libre mercado orienta la libre empresa para producir según la
demanda y al precio que aquél genera. La competitividad en el mercado está en
relación directa con la productividad y la innovación. Desde el punto de vista
social, la libre empresa produce bienes y servicios y origina empleo, de modo
que la búsqueda de lucro personal termina por beneficiar a la sociedad. El
neoliberalismo adiciona la idea de
subsidiariedad, por el cual el Estado tiene la función de proteger la libre
empresa, asegurar el libre mercado y eximirse de las actividades de producción
y distribución. Además, el Estado debe facilitar el emprendimiento privado en
todo lo referente a infraestructura económica, seguridad pública, enseñanza
pública y disciplina laboral, creando un ambiente económico propicio para las
inversiones de capital. Las inversiones están en relación directa con el
empleo, y el empleo es la condición que persigue el Estado para mantener la paz
y el orden social, asegurando su prevalencia y repeliendo la anarquía.
4. La historia es un proceso que nunca termina. Algunos ya
visualizan nuevos fenómenos económicos que están surgiendo en el horizonte del
tiempo. Uno de ellos es la creciente
acumulación y concentración del capital a niveles inimaginables y las
increíbles diferencias sociales. Otro es el modelo capitalista que requiere el
continuo crecimiento de la economía, no necesariamente para producir mayor
riqueza, sino forzado por la necesidad del capital de ser reinvertido. Se
genera una espiral de acumulación de cada vez mayor capital que busca obtener
beneficios en nuevas inversiones. Pero el capital, al ser invertido, está
comprometiendo los otros factores de la producción, en especial la naturaleza.
Cada nueva inversión muestra a ritmo acelerado la finitud de ésta. Este hecho
se está viendo con crudeza creciente en las últimas décadas. Se están agotando
a pasos agigantados recursos vitales, como la energía, el agua, los terrenos
cultivables, mientras el ambiente se contamina y se produce el calentamiento
global de insospechables efectos meteorológicos y ambientales. ¿Estaremos
presenciando el término de paradigma económico basado en el crecimiento?
¿Vendrá el paradigma del desarrollo económico sustentable y sin crecimiento?
Para que cualquier nuevo paradigma económico logre surgir mucha turbulenta agua
deberá probablemente pasar aún bajo el puente.
5. Aunque la ciencia es una actividad humana que analiza el
fenómeno tal cual aparece al observador, la economía política no se agota en su
pura formulación teórica y su aplicación práctica según algún modelo económico.
Existe un ámbito complementario que ha sido poco desarrollado y que corresponde
más propiamente a la filosofía política. Temas como justicia social, dignidad
del trabajo, relación capital-trabajo en términos que ambos pertenecen a
acciones humanas y generan distancias y cercanías dentro de la sociedad civil,
naturaleza de la propiedad privada, injerencia del poder económico en el poder
político, democracia y modelo económico, están en demanda de necesaria
elaboración filosófica.
CAPÍTULO 4 – LA ECONOMÍA DE MERCADO
La estructura del
mercado está compuesta por dos subestructuras: el mercado como órgano sensible
y regulador del sistema, y los agentes económicos libres que venden y compran.
En el mercado el valor de un producto alcanza un equilibrio entre su demanda y
su oferta. Lo que resulta claro es que el productor, a través del mercadeo,
procura inducir al consumo para minimizar los riesgos de fracaso. Una economía
de mercado no es incompatible con una economía planificada. Ambas se
complementan según la escala económica de que se trate. La planificación es
necesaria tanto en la escala nacional como en la escala empresarial.
El mercado
La estructura de la economía de mercado está constituida por
dos subestructuras o unidades funcionales. La primera corresponde al mercado
mismo como lugar espacial, que es donde se transan las mercancías, siendo el
centro que funciona como órgano sensible y regulador del sistema. La otra
subestructura está constituida por el conjunto de los agentes económicos libres
que concurren al mercado en su calidad funcional de productores y consumidores,
o más genéricamente de vendedores y compradores. El mercado es el lugar físico
o virtual donde las mercancías cambian de dueño, transfiriéndose su propiedad,
mediante el pago de un valor monetario –acordado allí o previamente
establecido– o simplemente a través del trueque de las mismas mercancías.
En el libre mercado las cosas adquieren un valor de acuerdo
a las leyes de la oferta y la demanda. A través del funcionamiento de su misma
estructura, a los agentes económicos se les imparte información para la
decisión que más les convenga a sus intereses individuales. La información
tanto para quien compra como para quien vende viene resumida en el mismo precio
en que se valora y se transa la mercancía y sus fluctuaciones en el tiempo. El
precio relaciona una mercancía con el conjunto, otorgándole un valor relativo
respecto al todo. El precio señala, en consecuencia, la conveniencia o
inconveniencia de producirla o consumirla. La multiplicidad de decisiones se
unifica en la escala superior del mercado, determinando los niveles de precios y
proyectando las necesidades de producir o consumir según las posibilidades y
oportunidades.
Una mercancía negociable en el mercado es toda riqueza que
puede servir para satisfacer indistintamente las necesidades de producción y
consumo, y que sea además relativamente escasa. Una mercancía es tanto un bien
de consumo como una tecnología o un derecho, o cosas bastante más intangibles,
pero igualmente apreciadas. También el trabajo y el dinero son mercancías y,
por tanto, son negociables en el mercado, por lo que adquieren un valor. Todo
llega a tener un valor relativo, determinable por el mercado. Nada tiene
referencia a algo objetivo y estable, ni siquiera al costo real de producción.
El valor de una mercancía es el resultado del equilibrio de
dos fuerzas, el poder del consumidor y la capacidad de producción. Está
determinado por la relación entre la oferta y la demanda, y no por la suma de
los esfuerzos empleados en su producción. John Locke (1632-1704), que no era
economista, estaba equivocado cuando afirmó: “el trabajo es el que establece la
diferencia de valor en todas las cosas”, idea que fue retomada posteriormente
por Marx. En la economía de mercado la medida del valor la establece la
cantidad de esfuerzo que tanto quien produce como quien consume están
dispuestos a realizar, en una comparación del tipo costo-beneficio. Desde
luego, el costo puede ser muy relativo, dependiendo más de la eficiencia que
del tiempo que demanda el esfuerzo.
También el valor de uso es relativo. El individuo, que
valora el beneficio existente en una mercancía, no sólo se encuentra ante una
variedad de cosas que le permiten satisfacer sus múltiples necesidades
objetivas de supervivencia y reproducción, también valora subjetivamente esta
oferta según parámetros no siempre evidentes, como el polvo de colmillo del
rinoceronte o un par de zapatillas deportivas por su marca comercial más que
por su belleza o su calidad.
En consecuencia, el valor de cambio de una mercancía tampoco
es algo objetivo, como el costo real requerido para producir una riqueza
traducida a cantidad de trabajo, sino lo acordado entre los dos agentes de la
transacción dentro del marco del mercado. Puesto que una transacción establece
un precio muy subjetivo, según el valor acordado por los dos sujetos de la
transacción, no constituye una medida objetiva y estable hasta mientras no
exista un número considerable de unidades y agentes económicos. El precio del
bien transado llega a ser entonces un valor estadístico. Pero también este
precio llega a ser más que un valor promedio. Basta que existan más de dos
agentes en una transacción, es decir, más de un comprador y/o más de un
vendedor, para que la competencia surgida influya en el precio según la ley de
la oferta y la demanda. Y mientras mayor sea la cantidad de agentes económicos
compitiendo por ofrecer y demandar productos, su valor de mercado tiende a
reflejar el valor que surge de la suma de trabajo empleado en su producción,
con el mérito adicional de que los esfuerzos tienden a ser más eficientes y a
alcanzar una mayor productividad.
El mercado, en cuanto mecanismo autónomo, es similar a la
evolución biológica. Mientras ésta regula la aptitud de los organismos
biológicos para sobrevivir y reproducirse según la selección natural, aquél
regula la producción y el consumo según la oferta y la demanda de productos. En
ambos sistemas existe competencia y los recursos de los que dependen son
limitados.
Por lo anterior, la condición determinante para el éxito de
un particular producto en el mercado es la competitividad. Pero para que un
producto sea competitivo en relación a otro, es necesario que haya sido
producido en forma eficiente. En primera instancia, la fuerza (humana) empleada
en producir bienes y servicios debe ser inferior a la fuerza aprovechable (por
los seres humanos) que de éstos se puede obtener. De otro modo, la actividad no
aportaría un beneficio por sobre lo consumido, no conseguiría una diferencia
energética positiva. Así, mientras mayor sea la diferencia positiva de energías
obtenida, tanto más eficiente será la actividad económica.
En segundo término, en la comparación entre dos actividades
económicas alternativas, aquélla más eficiente será más competitiva. Un
eficiente empleo de los recursos hará más ventajosa esa actividad particular
frente a otra similar menos eficiente. Los recursos naturales convertidos en
riquezas por la producción deben aportar mayor energía que la destinada a su
explotación. En consecuencia, en el mercado la eficiencia de la actividad
económica resulta ser una medida comparativa determinante para el éxito de un
producto que entra en competencia con otros y que puede, por lo tanto, generar
mayor beneficio.
El mercado define estructuras limitando las alternativas de
escalas superiores. Por ejemplo, una vez definido el emplazamiento de un
puente, o la tecnología para conducir electricidad, o un procedimiento para
preservar alimentos, se limitan las alternativas a lo definido, pero se abren
simultáneamente nuevas y numerosas posibilidades para las decisiones en escalas
superiores de mercado.
La oferta y la demanda no tienen fuerzas equivalentes desde
el punto de vista del desarrollo de la economía. Ya Jean Baptiste Say
(1767-1832) enunció un principio, conocido como la ley de Say, que dice que la
oferta crea su propia demanda, probablemente siguiendo la falsa teoría
evolucionista de su coterráneo, Jean Baptiste Lamarck (1744-1829), de que la
necesidad crea el órgano. En realidad es más probable que ocurra lo contrario,
es decir, que la demanda determine la oferta por estar antes que ésta. Sin
demanda no existe actividad de la oferta. Si se produjera un aumento de la
demanda, la oferta no tardaría en ponerse a la par, pues el circunstancial
aumento del precio la incentiva para alcanzar este aumento, aunque sea a costa
de cualquier cosa. Por satisfacer una demanda la historia ha sido testigo de
hacer la guerra, esclavizar naciones, explotar recursos hasta la extinción,
contaminar el medio ambiente. En cambio, ante un aumento de la oferta, los
precios sólo caen hasta que la oferta pierde el nivel de ganancia que la
incentiva. En consecuencia, la palabra clave de la relación oferta-demanda para
el desarrollo económico es el incentivo que mueve a la oferta a emprender y
gastar energía frente a la existencia o aparición de una demanda.
Sin embargo, la planificación para producir una cantidad de
un producto que asegure utilidades exige, a pesar de la argumentación anterior,
que la oferta produzca su propia demanda, como indica la ley de Say. Tal como
señalaba el keynesiano John Kenneth Galbraith (1908-2006) en su libro American Capitalism, 1952, los
productos, como los modelos de automóvil, tardan años desde que son
primeramente diseñados y producidos hasta que llegan al mercado, mientras se ha
hecho una enorme inversión en desarrollarlos. Una empresa no puede correr el
riesgo que no los pueda vender una vez que haya invertido tanto y haya
fabricado los vehículos. La empresa debe emplear todas las artimañas de la
mercadotecnia para crear una demanda por su producto, imponiéndolo en el
mercado, induciendo al consumidor a comprar, anulando su libertad personal, a
adquirir el producto hasta vender la producción que ha sido programada para
pagar los costos de desarrollo y producción y obtener utilidades. El problema
de fondo al que apunta Galbraith es que las señales instantáneas del mercado
tienen una validez muy disminuida para una oferta que está obligada a
planificar su producción con una antelación de años.
La conclusión de este argumento es que el mercado no es tan
libre como se supone y , aunque la competencia esté garantizada, puede ser
manipulado por un apropiado mercadeo. Una consecuencia que se puede derivar de
lo anterior es que el problema socioeconómico actual no es el consumismo, sino
que el productivismo. La tecnología industrial ha permitido una producción en
masa tan prolífica que el productor debe inducir al consumidor a consumir. El
productivismo está tras el agotamiento de los recursos naturales, la
contaminación, la sobrepoblación, el armamentismo, el calentamiento global,
etc. Y el productivismo es generado por la enorme acumulación y concentración
del capital.
Para que el mercado funcione bien en su función de regulador
de los precios, requiere tres condiciones: 1. estar libre de interferencia de
factores externos, tales como la acción estatal en la fijación de precios y en
el otorgamiento de privilegios, la existencia de monopolios y cárteles, la
manipulación publicitaria; 2. un número importante de agentes oferentes y
demandantes, económicamente libres, informados y relativamente homogéneos, y 3.
preferentemente, una economía en expansión.
Como es de suponer, todas estas condiciones ideales no se
dan plenamente en la realidad, y menos en la actualidad, cuando el capital,
ahora virtualmente en su totalidad privado, se ha vuelto tan
desproporcionadamente importante e influyente. La economía de mercado, que
depende de la existencia de un mercado libre, queda viciada por contener entre
sus agentes más conspicuos a capitales relativamente poderosos que llegan a dominar
el mercado e imponer sus precios y condiciones con la finalidad de mejorar su
participación y obtener mayores ganancias.
Los nichos de mercados tienden a ser ocupados por
monopolios. Éstos surgen como resultado de una dura competencia en la que el capital
se intensifica para desarrollar tecnologías exclusivas, protegidas y más
competitivas, y tienden a abarcar cada vez más extensión del enorme mercado
global hasta cubrirlo en su totalidad. Esta capacidad económica la pueden
ejercer sólo las empresas supervivientes en la lucha sin cuartel de la
competencia y que se han constituido en unas gigantescas corporaciones
transnacionales. La tendencia de cada una de estas corporaciones es volverse
monopólica a escala global, obstaculizando el ingreso de competidores, con lo
que se destruye o queda mermado el idealizado mercado libre.
Una cosa es el mecanismo descrito del funcionamiento del
mercado y otra muy distinta es la ideología liberal que pretende explicar las
cosas por el mercado y sus leyes. El mercado puede existir y funcionar
perfectamente bien sin necesidad de estar apoyado por esta ideología. Por el
contrario, el liberalismo económico y en particular el neoliberalismo llegan a
conclusiones aberrantes por el reduccionismo de someter el funcionamiento de
todas las cosas a la oferta y la demanda. De este modo, supone que los agentes
económicos, los seres humanos, son, en último término, individuos que siempre
actúan en forma egoísta según sus mezquinos intereses, teniendo como meta la
felicidad propia entendida como la satisfacción de sus pasiones, donde, además,
si el individuo llega a alcanzar dicha meta, es exitoso. Cree además que la
máxima capacidad de la autodeterminación del individuo es la de decidir
“libremente” entre comprar o no comprar, o comprar tal o cual mercancía. Y por
mercancía se entiende todo lo que puede satisfacer apetitos, desde el pan hasta
el obrero, desde el par de zapatos hasta la esposa, desde la lavadora hasta el
político, desde el lápiz hasta las ideas.
[En esta perspectiva, lo que
determinaría la libre decisión mercantil del individuo son sus vísceras y no su
razón, sentimientos, proyectos o moral. La razón queda relegada a la función de
determinar qué mercancía puede satisfacer mejor a sus apetitos. Desde luego,
los cultores de esta ideología tienen una cierta incapacidad para comprender a
quienes desean una vida simple, buscan la justicia social, trabajan por el bien
común, quieren preservar el medio-ambiente o anhelan la libertad personal y el
autogobierno. Más aún, es aberrante la aseveración de Friedrich von Hayek
(1899-1992) y Milton Friedman (1912-2006) que la libertad económica es la
condición necesaria para la libertad política.
La planificación y el mercado
Tres antinomias aparecen en la estructura ideológica y
artesanal de la economía contemporánea que generan profundas divisiones
respecto a las políticas económicas que debe adoptar la estructura
socio-política. Estas son: 1. el Estado planificador versus la libre empresa en
la asignación de recursos; 2. el mercado controlado versus el libre mercado; 3.
la propiedad colectiva o estatal del capital versus su propiedad privada. De
este modo, mientras la economía liberal, en una postura extrema, sostiene que
la economía debe basarse exclusivamente en la libre empresa, el libre mercado y
el capital privado, al tiempo de procurar disminuir las funciones económicas
del Estado a un mínimo meramente regulativo, la economía netamente socialista,
en el extremo opuesto, privilegia en esencia la economía planificada, el mercado
controlado y el capital estatal o colectivo. Considerando la importancia
natural que se otorgan a estas antinomias, conviene analizar a continuación las
dos primeras (la tercera fue analizada en mi ensayo El derecho de propiedad privada, en http://unihum9.blogspot.com). Los
criterios que se usan son, entre otros, la eficiencia, la libertad individual,
la equidad, el bien común, el riesgo, la subsidiariedad, el beneficio, la
utilidad.
La economía de mercado se distingue porque depende de
condiciones estructurales determinadas. Entre éstas pueden destacarse la
cantidad de agentes económicos, su poder relativo o su capacidad y
diferenciación funcional productiva o de consumo de cada uno de ellos. De este
modo, si los agentes y los productos son relativamente pocos, no puede haber
mercado y el trueque llega a ser la forma predominante de relación comercial.
Si la diferencia de poder relativo entre los individuos es grande y la energía
predominante es el trabajo humano, la esclavitud llega a ser determinante como
manera de transformar una relación causal inducida en una relación causal
obligada.
Además, si el poder económico lo monopoliza el Estado, la
sutil estructura de intereses diversos es organizada en forma homogénea por una
ruda “planificación centralizada”, la que tiene la característica de dirigir la
diversidad de esfuerzos hacia una meta propuesta por la dirección política.
Esta puede variar desde el esfuerzo bélico para ganar una guerra y el fortalecimiento
del Estado hasta la satisfacción de las necesidades básicas de vivienda, salud,
educación y trabajo de la gente. Pero el hecho de construir un Estado tan
poderoso lo hace aparecer al pueblo más importante que la persona, pasando el
individuo a ser funcional al mismo Estado.
En cambio, si el poder económico lo detenta el capital
privado, la riqueza creada va principalmente en beneficio de los poseedores del
capital, acrecentando su poder e influyendo sustancialmente en la estructura
política, de modo que los trabajadores se mantienen en un nivel prácticamente
de subsistencia. El capitalista utiliza la economía de mercado para sus propios
fines. Al determinar dónde, cómo, cuando y cuanto invertir influye
decisivamente en las remuneraciones, los productos y hasta en sus precios. A
través de la estructura de la economía de mercado, el capital consigue un poder
tan extraordinario que la modifica hasta el punto de estructurar monopolios y
cárteles, verdaderos destructores de la economía de mercado y su libre
competencia.
La libertad que proclama la economía capitalista se reduce a
la libertad para comprar y vender y la limitada libertad para emplearse, ya
que, en la medida que el capital se concentra, la tercera libertad económica,
la de emprendimiento, alcanza solo para una influyente y acaudalada minoría.
Virtualmente, los trabajadores quedan reducidos a una especie de esclavitud. En
consecuencia, hasta ahora no se ha logrado el ideal de la repartición de la
riqueza en forma más homogénea a la totalidad de los individuos, conseguir el
pleno empleo, y respetar y asegurar los derechos fundamentales de cada uno.
La estructura económica se relaciona con la estructura
política de diversos modos, pero según la funcionalidad propia de cada cual. En
el curso del siglo XX la economía centralmente planificada por el Estado logró
enormes éxitos en el desarrollo económico de países muy subdesarrollados (URSS,
China) a través de la acumulación de capital por ahorro forzoso, la dirección
de la inversión para desarrollar empresas claves de la economía y el
sometimiento de la mano de obra. También ha tenido mucho éxito en los grandes
esfuerzos colectivos demandados por la horrenda guerra total en los conflictos
bélicos del pasado siglo. La experiencia histórica señala, no obstante, que
este desarrollo forzado pisotea, en nombre de la igualdad y la modernidad,
hasta las libertades más fundamentales, causando grandes sufrimientos humanos.
Ello ocurre de esta manera por privilegiar la chauvinista grandeza de la nación
por sobre los derechos humanos en un nacionalismo inhumano.
Cuando la estructuración económica se hace más compleja y
los productos son más variados y sofisticados, en comparación con la economía
de mercado la economía planificada por el Estado se torna ineficiente para una
mejor asignación de recursos y un desarrollo tecnológico y, por tanto, menos
competitiva en el mercado globalizado. Además, como concentra en sí enorme
poder político y económico, permite poca libertad para invertir capital con
máximo beneficio.
Por el contrario, la virtud de una economía de mercado
frente a una economía planificada centralmente radica en asegurar la libertad
del mercado para asignar recursos de manera más eficiente a través de una
estructura de precios que refleja con mayor realismo los costos de los
productos. Siempre que se combata el monopolio, en este tipo de economía la ley
de la oferta y la demanda logra funcionar apropiadamente, pues permite un
máximo aprovechamiento y eficiencia en la utilización de los recursos al determinar
la medida precisa de las posibilidades y las necesidades. Esto no quiere decir
que la función de la economía de mercado sea conseguir la equidad y lograr que
cada cual produzca según sus capacidades y consuma según sus necesidades. Más
bien es perfectamente válido extrapolar, como una analogía, la competitiva
lucha darwiniana a la economía de mercado, pues los agentes económicos
primarios son los individuos humanos que persiguen su propia supervivencia en
la jungla del mercado según las posibilidades y necesidades de cada uno,
mientras que en el camino queda un reguero de miseria y sufrimiento.
En una comparación entre una economía planificada en un
régimen estatista y una economía de mercado en un régimen neoliberal con
predominio del capitalismo, la primera resulta ser más competitiva, a pesar de
que ambas logran que el trabajo sea disciplinado y subsista en un nivel de vida
austero. Mientras la primera logra sus objetivos económicos sin ambages, la
segunda debe moverse necesariamente en forma ambigua para sortear las
veleidades del mercado y las excentricidades de los capitalistas. Las crisis
económicas de la segunda no tiene como causa la capacidad de crédito del
sistema bancario, y por mucho que se apoye al sistema financiero cuando entra
rojo, los proyectos de desarrollo son inviables justamente por faltas en
competitividad.
La economía de mercado se desarrolla dentro de condiciones
estructurales muy determinadas y que constituyen el marco económico dentro del
cual se desenvuelve. Estas condiciones son naturalmente de una escala superior,
y muchas pueden ser determinadas en escalas mayores mediante la regulación, la
orientación, la planificación, la programación, el control. Las empresas y
corporaciones transnacionales, por ejemplo, determinan muchas condiciones desde
esas escalas. Un Estado democrático puede intervenir regulando la
planificación, la programación y el control económico de dicho marco económico
sin menoscabar para nada el positivo efecto de asignación de recursos del libre
mercado. Y al hacerlo consigue subsanar los defectos de una actividad económica
si se la dejara completamente a su arbitrio.
Si bien una economía de mercado es eficiente en la
asignación de recursos para el crecimiento económico, no lo es para decidir la
dirección u orientación del crecimiento, ni de su conveniencia. Esta segunda
función pertenece no a las ciegas leyes del mercado, sino a una política
razonada y consensuada que persiga el bien común antes que el beneficio
económico de algún individuo en particular. De este modo, como observamos
anteriormente, mientras el capital privado es normalmente invertido en forma
selectiva según el mayor beneficio posible para el interés individual, el
capital público es normalmente invertido según el bien común. El primero no
está en función de la equidad, en tanto que el segundo se preocupa
principalmente por el interés de todos los individuos de la sociedad civil.
Es fácilmente comprensible que una economía planificada, que
puede coexistir con la libre empresa, es contraria de una economía de mercado
cuando ambas se miden en una misma escala. Sin embargo, no conviene
enceguecerse por las ideologías predominantes que obligan a tomar una opción en
la alternativa planificación versus mercado o, para simplificar, Estado versus
mercado, sin considerar diferencias de escalas. Una economía planificada y una
economía de mercado no son necesariamente contradictorias, sino que son hasta
complementarias cuando se las consideran en escalas distintas, puesto que la
escala del Estado contiene como una de sus partes al mercado. En la escala de
la empresa, por ejemplo, es indispensable la planificación de la producción
para que los bienes y servicios producidos lleguen a ser más competitivos en la
escala del mercado. Similarmente, es necesaria la planificación de la economía
en la escala de la economía de una nación, principalmente para determinar
prioridades y dar orientación al desarrollo, y también para un mejor
aprovechamiento de los recursos humanos y naturales, una apropiada preservación
del medio ambiente, una distribución más equitativa de los esfuerzos y del
consumo, e incluso una mejor estructuración de los mercados.
La conclusión que ha quedado de manifiesto tras la
experiencia negativa de los socialismos reales es que el principio de
subsidiariedad, aquél que respeta la funcionalidad de las unidades discretas,
ha sido negado. Tanto como el solo mercado no consigue ajustarse
automáticamente a los recursos disponibles, satisfacer en forma equitativa las
necesidades de los seres humanos, ni preservar el medio ambiente, una
planificación de la economía en cualquier escala considerada no es eficiente si
no interviene el mercado cuando los productos necesitan transarse. Si bien el
mercado indica la demanda y la oferta por bienes y servicios a través de los
precios, señalando la conveniencia o no de producirlos, no es un factor
determinante para la satisfacción más beneficiosa de las múltiples necesidades
de los seres humanos que componen un grupo social y que consiga además la preservación
del medio ambiente.
En el fondo de las diferencias entre una economía de mercado
y una economía planificada es que en la primera confluyen los intereses
dispares de los individuos y en la segunda los intereses están centralmente
organizados, ya sea concertados (como en una democracia) o dirigidos (como en
un totalitarismo). En el primer caso, existe disparidad de intereses, que es lo
que ocurre habitualmente con la productividad individual y la satisfacción de
necesidades individuales. Entonces se recurre a la transacción y a la
negociación, y el mercado resulta ser el mecanismo más eficiente para
realizarlas con un máximo beneficio posible para las partes.
En el segundo caso los intereses se estructuran en torno a
un objetivo común, como, por ejemplo, la generación de un producto, el tipo de
educación, el abastecimiento de energía, la fluidez del tránsito, la defensa
contra un enemigo, el transporte público. Entonces la acción se organiza, se
planifica, se concierta. Este segundo tipo de acción es propio de las
estructuras que tienen por objetivo no el interés individual, subjetivo, sino
el bien común y el interés en regular cosas objetivas, como las estructuras
productivas y administrativas. De ahí que sea indispensable la coexistencia de
ambos tipos de economías, siempre que se distingan las escalas de cada cual, y,
por tanto, sus planos particulares de acción, pues toda necesidad individual
subjetiva es satisfecha por algún bien objetivo.
Desde el punto de vista del riesgo y el desarrollo económico,
existe una diferencia entre la economía planificada y la libre empresa. Existen
ocasiones cuando la sociedad civil, a través del Estado, persigue directa o
indirectamente objetivos económicos que no son de interés para los empresarios
ya sea porque los beneficios son de muy largo plazo, son menores a los del
mercado, los riesgos son muy altos, se trata de una actividad monopólica, o son
emprendimientos que sólo la magnitud del Estado es capaz de efectuar. Entonces
la entidad que planifica y produce queda dependiente del Estado, o es el mismo
Estado. Existen otras ocasiones cuando se valoriza más el libre emprendimiento.
Entonces el riesgo es asumido por los particulares.
Pero lo más decisivo en la distinción entre una economía de
mercado y una planificada es que las decisiones en la primera son válidas para
el presente o, máximo, para el corto plazo, en tanto que la planificación
involucra decisiones para el largo plazo. Siendo que desde el punto de vista
del desarrollo económico aquellas decisiones económicas que son necesariamente
de largo plazo, la planificación económica, ya sea hecha por el Estado o por la
empresa, es fundamental. También una economía planificada nacional es
justificada por la estrategia económica que puede generar la estructura socio-política.
Por último, no debe olvidarse que los éxitos colectivos
mayores que ha visto la historia se debe a una planificación centralizada
efectiva. Los enormes emprendimientos de la Segunda Guerra
Mundial, por ejemplo, fueron el fruto de la planificación. Las gigantescas
batallas, en las que intervinieron millones de soldados, hubieran sido
imposibles sin una planificación centralizada de la economía en cada bando para
producir el armamento, transportarlo a los campos de batallas, movilizar y entrenar
a los combatientes, organizar los ejércitos, abastecerlos en el frente y todo
esto, mientras se hacía funcionar la nación, como en tiempos de paz, en medio
de la creciente destrucción.
CAPÍTULO 5 – LA ECONOMÍA CAPITALISTA
El capitalismo es el nombre
dado a un modelo económico de crecimiento donde la propiedad del capital es
privada. Ha sido el motor del gigantesco desarrollo de la economía que
caracteriza nuestra época desde la Revolución Industrial ,
probando ser un sistema económico que funciona exitosamente para producir y
distribuir enormes cantidades y variedades de bienes y servicios. Sin embargo,
el capital privado tiende a concentrarse y acumularse, llegando a adquirir un
poder excesivo que avasalla el poder político, mientras su ética se basa en el
egoísmo, contraponiéndose al hecho antropológico que subraya la solidaridad.
Capitalismo es el nombre dado a un sistema económico donde
la propiedad del capital, que es uno de los factores de la producción, es
privada. Los capitalistas son los poseedores del capital y conforman una clase
social conocida como burguesía. El moderno neologismo “neoliberal” indica que
es el Estado el que promueve activamente este orden económico-social. Es
ampliamente reconocido que esta economía ha sido el motor del gigantesco
desarrollo de la economía que caracteriza nuestra época desde la Revolución Industrial ,
probando que funciona exitosamente para crear, producir y distribuir enormes
cantidades y variedades de bienes y servicios. A pesar de que la economía capitalista
se ha ido desarrollando desde mucho antes de 1776, cuando Adam Smith
(1723-1790) publicó La riqueza de las
naciones, con la caída del muro de Berlín y el término de la Guerra fría ella ha ido
extendiéndose por todo el mundo.
El éxito del capitalismo es debido a que ha aumentado la
riqueza, generado más productos, aumentado el empleo, expandido los mercados y,
en no menor medida, publicitado este éxito, como nunca había ocurrido en toda
la historia humana. El capitalismo ha sido el motor para mover los capitales
que gestan nuevas tecnologías, establecen empresas más dinámicas, reclutan mano
de obra productiva, capacitan trabajadores, explotan nuevos recursos y generan
mayores mercados. Este brillo del capitalismo ha beneficiado, en contra de los
pronósticos socialistas, a grandes masas de trabajadores que usufructúan de
beneficios como nunca sus más enconados adversarios creyeron posible. No
obstante ocultar la miseria en la que la mayor parte de los seres humanos se
encuentra sumida por no ser suficientemente productivos ni asimilar su ética,
les da la esperanza de participar algún día de aquél si logran ser incorporados
a las legiones de trabajadores y empresarios. En el pasado se quedaron las
críticas que ponían el dedo en la deshumanizada llaga del capitalismo,
acalladas por el fracaso de los sistemas alternativos, y opacadas por su enorme
dinamismo interno.
Sin embargo, en contra de este brillante éxito, las críticas
al capitalismo se han ido apilando desde sus inicios y ha provenido de diversos
cuarteles. No quiere esto decir que sin capitalismo los problemas humanos
quedarían superados.
Privatización, acumulación y concentración del
capitalismo
En el curso de la historia de la economía capitalista se han
observado tres fenómenos: la privatización, la acumulación y la concentración
del capital. Por una parte, en las últimas décadas, el capital se ha hecho
mayoritariamente privado. La ideología neoliberal ha supuesto que la empresa
privada es más eficiente que la empresa estatal. Explica que una inversión con
capital público resulta menos rentable y competitivo que si el capital fuera
privado, pues el interés colectivo tiende al bien común, en tanto el interés
privado buscará el mayor beneficio posible. En segundo lugar, la acumulación de
capital, que se había venido ocurriendo sostenidamente desde la aparición de la
agricultura y el pastoreo, en la actualidad es exponencial y ha llegado a
niveles nunca antes alcanzados; y ahora se ha venido acelerando a falta de
guerras y catástrofes y a causa de las garantías conseguidas de parte de la
legislación de los países para aminorar los riesgos de su inversión. Tercero,
la competencia y la necesidad por ser más competitivo ha tendido a que el
capital se haya concentrado a tal punto que unos cuantos grandes capitalistas
poseen la mitad de la propiedad del mundo.
Considerando el trabajo en la perspectiva del capitalismo,
las riquezas no pertenecen necesariamente a quien interviene directamente con
el propio esfuerzo en su producción, como Locke hubiera supuesto, y quien ni
siquiera posee el poder de su propia fuerza muscular arriesga no poder
satisfacer incluso sus necesidades elementales de supervivencia. Para el
capitalismo, las funciones del trabajo no son precisamente la identificación
del trabajador con su actividad, ni su asociación con otros seres humanos a
través de su actividad. Tampoco es su dignificación mediante su trabajo, ni el
gozo intenso que le puede producir desempeñar una actividad útil y apreciar su
producto. Puesto que estas valoraciones, propias de las antiguas artesanías, no
maximizan el beneficio del capital, no les son útiles. En cambio, lo que el
capitalista ve en el trabajo es un desmesurado salario a cambio de ineficiencia
y poca productividad. Además, algunos capitalistas se enorgullecen imaginando
que son benefactores sociales cuando suponen que el capital da trabajo. Esta
idea sería verdadera si el capital tuviera un origen extra-social y su posesión
fuera por derecho natural. Sin embargo, el derecho de posesión lo otorga la
misma sociedad a la que también pertenecen los trabajadores, siendo más que
todo un privilegio que un derecho natural.
Una explicación acerca del origen del capital se puede
encontrar cuando se incorporan los mercados a la discusión, no como una única entidad
abstracta, sino que como entidades concretas y plurales. Los mercados son
naturalmente desequilibrados. Además sus equilibrios son distintos entre
aquellos que tienen el mismo nicho económico. Es posible que en un mercado
particular pudiera existir equilibrio, y entonces por cada unidad ofertada
habría una unidad demandada, con lo cual el precio alcanzado sería exactamente
el costo que requirió producirla. Pero en el conjunto de los mercados existen
espléndidas oportunidades tanto para quien compra como para quien vende.
De hecho, un buen comerciante es aquél que compra mercancías
en un mercado de mucha oferta y las vende en otro mercado de mucha demanda,
siendo lógicamente la distancia entre ambos mercados ya sea espacial o
temporal. El capitalismo, para sacar una mayor ventaja de la transacción
comercial, desequilibra aún más la natural imperfección del mercado cuando
monopoliza uno de los términos de la transacción (o la oferta o la demanda), o
induce un modo de comportamiento adecuado del término opuesto mediante la
publicidad. Las utilidades generadas incrementan sustancialmente el capital
inicial.
También, el capital proviene de situaciones más fortuitas
que las oportunidades que se producen corrientemente en los mercados. El
descubrimiento de una mina de oro, la invención de una tecnología, la creación
de una obra de arte y la posterior especulación de su valor, el paso de una
nueva carretera por la cercanía de un terreno, la habilitación de terrenos al
cultivo son ejemplos de obtención de riquezas que constituyen capital. En fin,
la energía contenida en los recursos naturales es una de las principales
fuentes del capital; y quien posee la tecnología apropiada, el capital para
explotarlas y los derechos de explotación, queda en condiciones muy favorables
para acumular capital. En este sentido, el capital es la posesión de
estructuras muy energéticas que pueden ser utilizadas para producir riquezas o
que son riquezas en sí mismas.
Por su parte, en una economía capitalista la concentración
del capital surge por la necesidad de ser más competitivo, induciendo el
crecimiento de la empresa para ocupar todo el nicho de mercado posible, la
diversificación de sus productos y la intensidad de capital para ahorrar en
trabajo. También se produce naturalmente debido al enorme poder que su posesión
trae aparejada, incluido el militar. No es necesario buscar explicaciones en
las crisis económicas. Por el contrario, la acumulación mayor ocurre en
ausencia de crisis, en especial bélicas. Simplemente, el poder del capital es
tan grande que puede hasta determinar el beneficio que le corresponde.
La ideología liberal
El capitalismo desarrolló una ideología, la liberal, cuyo
origen se encuentra en la filosofía positivista inglesa. Ésta se puede resumir
en las siguientes proposiciones: Primero, el ser humano es un individuo egoísta
que tiene por finalidad perseguir ciegamente su propia felicidad, concebida
como gozo, omitiendo su disposición solidaria. Segundo, para conseguir este
objetivo, debe afanarse en producir riqueza material, que es lo único que puede
satisfacer todas sus necesidades humanas; así, el planeta Tierra debe sostener
multitudes millonarias trabajando de sol a sol, disciplinadamente, con
creciente tecnología y productividad, a costa de sus limitados recursos.
Tercero, en este afán egoísta, se consigue supuestamente, como subproducto
secundario y políticamente deseable, el interés general, el que proviene por
rebalse de la sobreabundancia de una minoría; el afán de lucro es tan antiguo
como la historia, lo nuevo a partir de Adam Smith es el pensamiento que
sostiene que a través de este afán individual es posible alcanzar el bienestar
social y la felicidad de todos; lo original fue sostener que a través de la
acción de fuerzas puramente egoístas y centrípetas dentro de un orden
espontáneo, pero enmarcadas por las leyes del mercado, se obtiene el mayor
beneficio económico posible para la mayoría, generando enormes riquezas para la
satisfacción de las necesidades de todos. Cuarto, lo anterior implica que todo
(incluido las personas) es una mercancía (tiene dueño y es útil) que se transa
en un libre mercado. Quinto, subrayando el principio de subsidiariedad, la
propiedad de los medios de producción, incluyendo el capital, debe ser privada,
pues se conjetura que al ojo del amo engorda el caballo y el Estado, sujeto a
intereses partidarios, es un mal empresario. Sexto, el capitalista invierte
siempre calculando conseguir el máximo de beneficio, con el mínimo de riesgo, y
en el menor plazo posible. Séptimo, aquello que hace digno al ser humano es el
libre emprendimiento, sin considerar que se emprende libremente a costa del
trabajo obligado y mal remunerado de la inmensa mayoría.
El pensamiento liberal acerca de cómo se produce el
crecimiento económico, que es la clave del bienestar social, contradecía
radicalmente al mercantilismo y se apartaba de la imagen de relacionar la
economía con riquezas, privilegios y puramente comercio. Había vinculado el
comercio con la producción y el capital invertido en producir. El crecimiento
económico se potencia a través de la división del trabajo, que se profundiza a
medida que se amplía la extensión de los mercados y la especialización. Infirió
que los individuos en el mercado, actuando según su propio interés, consiguen
una asignación mucho más eficaz de los recursos productivos que cualquier
intervención del Estado. El mercado, que se rige por leyes propias, autónomas e
invisibles, a través de la oferta y la demanda allí generadas, induce o inhibe
a los productores a producir o no determinados productos y en determinadas
cantidades. De este modo, a través de la oferta y la demanda de productos que
se transan en el mercado, se determina el valor relativo para los mismos,
entregando además una señal sobre la conveniencia o inconveniencia de
producirlos o consumirlos. Además Smith dedujo que el mercado llega al
equilibrio económico, es decir, cuando la oferta se iguala a la demanda, sin
necesidad de que el Estado intervenga. Este pensamiento conformó el fundamento
del pensamiento económico liberal e instaló a Smith como padre de la economía
política contemporánea.
En contra de la ideología liberal del individualismo se
puede afirmar que no responde a los hechos antropológicos. En primer lugar, el
ser humano es una criatura que, como todo ser viviente, está tras su propia
supervivencia y reproducción, pero, como homo
sapiens, es una criatura que ha evolucionado genéticamente a lo largo de
centenas de miles de años por el esfuerzo colectivo y comunitario, siendo su
psicología social, no individualista, sino que principalmente cooperadora y
solidaria. Adicionalmente, su condición de sapiens le permite proyectar
intencionalmente su vida, más que a la pura satisfacción de sus necesidades
inmediatas, hacia incluso la posibilidad de lo transcendente, lo que lo hace un
ser eminentemente moral. Puesto que la naturaleza humana no se explica
únicamente por el egoísmo, sino que también por la solidaridad, el capitalismo
tiene, ideológicamente hablando, una enorme contradicción. Quienes lo defienden
desde esta perspectiva son personajes que tienen más intereses personales que
proteger que excedentes que regalar. Lo que realmente ha ocurrido es que se ha
forzado a sostener, mediante una ideología persistente y poderosa, que las
fuerzas centrípetas del individuo producen indirectamente un encuentro
solidario de fuerzas centrífugas que se juntan en virtud del mercado. El
liberalismo es la ideología del egoísmo y de un individualismo que desvaloriza
lo social y la democracia.
Tal es su poder que la burguesía llega a elaborar ideologías
que ensalzan el sistema económico capitalista y la difunden a través de los
medios de comunicación social de los que ella es propietaria en su mayoría.
Impone los mitos que todos llegamos a aceptar como verdaderos: el crecimiento
económico como finalidad de la acción política, la autorrealización como
propósito de la acción personal, el gozo como objetivo de la existencia
individual, el dinero como condición de la felicidad, la participación en el
mercado como la expresión de la libertad, y la iniciativa privada como su
expresión máxima, mientras el gran capital se apodera del mundo.
Asimismo, a través de la propaganda electoral la burguesía
logra mayorías representativas más allá de sus números. El efecto de la interacción
política-capital es doble: la propiedad privada del capital es celosamente
protegida por el poder político, poder que el mismo capital contribuye a
establecer y controlar; segundo, el capital, que tiende a concentrarse
generando las enormes diferencias económicas entre los individuos, produce
recíprocamente el dominio de muchos por pocos en muchos ámbitos de la vida,
además del económico.
La ética humanista critica al capitalismo por su ética que
se basa en el egoísmo y la codicia, contraponiéndose al hecho antropológico que
subraya relaciones sociales más equitativas y cooperadoras y por ser la
antítesis de la solidaridad y la igualdad natural e ideal de los seres humanos.
Ha elevado el pecado capital de la codicia a la categoría de una virtud
cardinal, comparable a la virtud teologal de la caridad. El humanismo afirma
que la economía capitalista deshumaniza la estructura social al interponer el
dinero como principal vínculo en las relaciones humanas. Origina individuos
egoístas al enfatizar el lucro individual como motor y fin de la actividad
humana. Impone el valor de la competencia individualista a nuestra natural
psicología de cooperación social. Trastoca el carácter de creatividad y
contribución del trabajo por mera mercancía impersonal. Genera un consumismo y
un exitismo desenfrenado. Propone modelos para el deber ser que son
estereotipos irreales e irrealizables, provocando angustias generalizadas.
Adicionalmente reprocha al capitalismo porque se sustenta en
un aspecto limitado de la múltiple funcionalidad del ser humano (el egoísmo y
la codicia) y deja la función altruista y solidaria sin expresión posible y
limitada al estrecho ámbito de las relaciones familiares y la filantropía. El
problema de este desequilibrio de tendencias individuales tiene no sólo graves
repercusiones psicológicas, sino también los tiene sobre la estabilidad social.
La ideología capitalista siempre repugnará a la conciencia solidaria que
sostiene que la subsistencia social depende de la acción altruista y que cualquier
otra cosa es la legitimación del abuso y el privilegio. Incluso muchos
humanistas preferirían una sociedad más solidaria que rica y poderosa.
El neoliberalismo
El neoliberalismo se basa idealmente en el concepto de la
“libertad para elegir”. Tal es precisamente el título de uno de los libros
(1980) más populares de unos de los propulsores principales de esta ideología,
Milton Friedman (1912-2006). El neoliberalismo supone que el individuo es libre
porque, siguiendo a David Hume (1711-1776), “tiene la capacidad para actuar o
no actuar de acuerdo a las determinaciones de la voluntad”, pudiendo elegir
entre una multiplicidad de medios para obtener un fin deseado. La libertad es
una capacidad que tendría el ser humano para optar por alternativas. Precisamente,
dicha capacidad la pueden ejercer además todos los organismos vivientes con
sistema nervioso central con mayor o menor habilidad. Además, si reemplazamos
la determinación de la voluntad de Hume por la concepción de Thomas Hobbes
(1588-1679) de una pasión que instrumentaliza la razón para conseguir la
autosatisfacción, llegamos al hedonismo de nuestro tiempo como sinónimo de
felicidad.
Siguiendo con esta capacidad, como mejor se expresa el
neoliberalismo es en la economía, y así Friedman sostiene que la libertad se
puede ejercer en su plenitud en el libre mercado. De este modo es posible la
coexistencia del libre mercado con una política autoritaria, donde la libertad
humana se vuelca puramente hacia la actividad económica del mercado. La ideología
neoliberal asegura una máxima libertad individual en materias económicas.
Cualquier individuo puede comprar lo que desea según su disponibilidad de
efectivo o de crédito, y vender lo que tenga, incluido su propia fuerza de
trabajo, según las leyes del mercado. La libertad económica ha suplantado la
libertad política, que es exclusivamente humana. Las condiciones que
posibilitan la inversión de capital que asegura el empleo no pueden ser
alteradas, aunque éstas sean de máxima explotación y expoliación.
En contra del concepto unívoco y minimalista de ‘libertad’
del neoliberalismo, ésta no es únicamente un asunto de elección entre productos
que ofrece el mercado. La acción humana es libre en cuanto se dan dos factores:
primero, la existencia de una deliberación razonada antes de la acción que
determina la voluntad, independiente de compulsiones, como aquellas inducidas
por la publicidad; segundo, la existencia de condiciones objetivas para
llevarla a cabo. La teoría republicana realizó una verdadera revolución en la
práctica política al erigir a la persona y su acción libre como la razón de ser
de la acción política, y que se resume en dos aspectos: 1º el reconocimiento y
la defensa de los derechos de las personas y 2º la acción política para
determinar y alcanzar el bien común o el interés general. Anteriormente, la
acción política del monarca se desenvolvía gravosa y autoritariamente en los
amplios espacios que permitían los derechos de pueblos y estamentos
particulares. Actualmente, el Estado neoliberal percibe en los ciudadanos su
capacidad para actuar libremente sólo en el ámbito del mercado, cuando la ley
no lo prohíbe y cuando hay elecciones.
Además, por el imperativo de la empresa libre y su interés
particular un régimen neoliberal necesita debilitar la participación ciudadana
en el poder político y generar simultáneamente una clase política aún más
desvinculada de la ciudadanía. La actividad política del ciudadano queda
reducida a votar por el candidato impuesto por la clase política. La democracia
neoliberal adquiere a una estructura puramente formal, y no logra ser el
gobierno del pueblo. Supone que todas las posibles relaciones humanas se
reducen al intercambio mercantilista y transaccional. Así, el trabajador y el
empleador intercambian trabajo por salario, el productor y el consumidor
intercambian producto por dinero, el médico y el paciente intercambian salud
por honorarios, incluso los esposos intercambian amor por protección.
El neoliberalismo adhiere a la ideología del individualismo,
que expresa que el individuo existe para sí mismo, independientemente del grupo
social, y el Estado no puede interferir con su acción. Esta ideología surgió de
la tendencia exagerada a suponer que la identidad consigo misma es igual a ser
objeto de su propia actividad. Por ella se sostiene que la psicología de los
individuos está hecha para perseguir su propio bienestar e interés particular,
sin reparar necesariamente en el interés general ni en la acción colectiva
hacia cada uno. Más bien, Adam Smith supuso que existe una relación causal
entre el afán de lucro individual y su efecto en el bienestar colectivo si se
deja que las leyes del mercado operen libremente. El individualismo es en
realidad una abstracción de la naturaleza de la persona para explicar, según las
escuelas inglesas de pensamiento –empirismo, positivismo y utilitarismo–, la
relación entre los seres humanos y la de éstos con las estructuras social y
política. Naturalmente, al ser una abstracción, se omite la complejidad del ser
humano.
La idea individualista de que el objetivo de la acción
individual es su propio bienestar es contraria al hecho antropológico de la
solidaridad, la equidad y la cooperación. Aquella idea está detrás de la
práctica política de la no participación ciudadana, concibiéndose como
suficiente la representación de los intereses individuales y la participación
en el mercado. El hecho antropológico es duro y son los cientos de miles de
años de vida tribal que han impreso indeleblemente en nuestro genoma la
solidaridad y la participación en la sociedad. Este hecho ha permitido al ser
humano ser la especie más exitosa del planeta. La república es el régimen
político que hace suya estas características antropológicas cuando la tribu
deviene en nación.
El neoliberalismo quisiera, en cambio, que las funciones del
Estado se redujeran a administrar eficientemente la macroeconomía y a mantener
los servicios públicos mínimos, como el judicial y el policial, de modo que
permitiera la estabilidad económica que posibilite la máxima seguridad para los
negocios. No desearía que el Estado se responsabilice por generar las
condiciones que permitan a todos los individuos tener las mismas oportunidades,
sino que aspira más bien a que tenga la suficiente autoridad para imponer
disciplina a quienes pudieran obstaculizar el libre mercado, pues para aquél
éste es la fuente de todas las oportunidades. A diferencia del antiguo
liberalismo, que se fundaba en la libertad individual y en el autogobierno de
cada individuo, exigiendo plenas libertades políticas, el neoliberalismo anhela
que el Estado posibilite al máximo las libertades económicas y limite
recíprocamente a un mínimo las libertades civiles, como si el individuo fuera
sólo un ser que busca satisfacer sus apetitos más elementales, aunque sean infinitamente
variados. En el fondo, constatando las enormes diferencias de posesión que
existen en la población, el neoliberalismo está más preocupado por la
protección de la propiedad privada y teme que los desposeídos se rebelen.
El problema se suscita cuando el capitalismo inherente al
neoliberalismo, y no el mercado, determina la desigual proporción en que la
torta se reparte, siendo el capital el más beneficiado. El problema ocurre
cuando sólo al puñado de grandes capitalistas la globalización, que borra las
fronteras nacionales, les ofrece la posibilidad de buscar las mejores
oportunidades, quedando el resto imposibilitado para desplazarse libremente por
el mundo tras mejores condiciones de vida y trabajo, si no es como turista. El
problema viene cuando el Estado debe hacerse cargo de las necesidades de los
habitantes, en especial cuando no son laboralmente útiles. El problema consiste
en que el Estado permanece a cargo de los desprotegidos del sistema, mientras
quienes profitan de éste procuran manejar al Estado para su propio beneficio.
El problema consiste en que se está generando un Estado cada vez más policial y
represor para proteger al gran capital.
La democracia republicana y el capitalismo
La democracia es un régimen político que reconoce que los
individuos, si bien son partes de un todo como la sociedad civil (que
es heredera directa de la primitiva tribu y la antigua polis
griega), poseen derechos naturales (a la vida y la libertad)
anteriores a aquella por tener objetivos, como personas, que le
son propios, que la trascienden y que deben ser reconocidos por aquella misma
sociedad civil y por el ente regulador y dirigente (el Estado) que ésta erige
soberanamente. El Estado rige con plena potestad y autoridad
sobre aquella parte de la persona que se relaciona con la sociedad civil
referente al bien común, la convivencia, el orden y la paz social. Su
relación con el neoliberalismo es embarazosa. Es reiterativa aquella evaluación
que señala que el problema socio-económico más importante actual es la magnitud
y el crecimiento de la pobreza en una sociedad cuya burguesía es cada vez más
rica y poderosa.
En efecto, el capitalismo engendra diferencias sociales
profundas al producir bolsones de gran miseria que quedan marginados del
sistema. Remunera al trabajo según una escala que en su extremo inferior cuenta
con una proporción significativa de cesantes y subempleados dispuestos a
cualquier salario y denigración para mejorar su precaria realidad. Sostiene a
través del esfuerzo de muchos la opulencia y el poder más inverosímil de pocos.
Crea riquezas que son despilfarradas en suntuosos lujos. Un régimen no puede
considerarse democrático cuando por proteger un derecho civil, como el derecho
de propiedad privada, viola derechos naturales (de mayor jerarquía), como los
derecho a la vida y la libertad.
Desde el punto de vista socio-político, al régimen
democrático le repugna que los individuos puedan ser considerados como
consumidores y la sociedad civil como un mercado. Un ciudadano no debe suponerse
a sí mismo sólo como un consumidor de productos que tiene derecho a votar sus
propios representantes que le proveen los bienes y servicios apropiados, pues
para eso paga impuestos. Por el contrario, si en una democracia la misión de un
representante es velar por el interés general, entonces la misión política de
un ciudadano no se remite a entregar su voto en el día de las elecciones, sino
que su acción política se refiere a su participación en la construcción de este
interés general, siendo que éste podría contradecir en ocasiones el interés
particular del ciudadano en cuestión.
Por su parte, el republicanismo critica al capitalismo
porque el capital privado tiende a acumularse y concentrarse de modo exagerado,
llegando la burguesía a adquirir un poder desmesurado que logra dominar y
someter al poder político. En este sentido el capitalismo es caracterizado por
dos aspectos. Uno es el carácter jurídico que establece la condición inviolable
de la propiedad privada del capital. El otro es de carácter de la ideología
individualista, y consiste en la disposición y el usufructo exclusivamente
individuales de la propiedad.
El aspecto jurídico del capitalismo surgió en Inglaterra,
cuando, por la influencia del individualismo de los siglos XVII y XVIII,
heredero del pensamiento centrado en el hombre iniciado en el Renacimiento, se
consagró el derecho de propiedad. Los agricultores medianos de aquella época
pretendían resguardarse de los privilegios y arbitrariedades de los grandes
propietarios de la nobleza y el alto clero. John Locke contribuyó a dar al
dominio jurídico los fundamentos filosóficos y éticos. Uno de sus
racionamientos básicos, que pretende demostrar que la propiedad privada
pertenece al derecho natural, es la afirmación de que el producto del esfuerzo
pertenece a quien lo realiza, en la suposición de que nadie podría
legítimamente apropiarse de ese producto. Dicho producto pasaría a ser
propiedad de quien puso el esfuerzo en producirlo, pudiendo disponer de aquél
como estimase conveniente. La realidad es que esta tesis santifica únicamente a
quien posee las riquezas y establece que la finalidad del Estado es preservar
la propiedad privada. Lógicamente, este principio está muy acorde con la
ideología burguesa, interesada por sobre todo en defender los privilegios de su
clase social. Al parecer, Locke, en contra de su natural sensatez, escribía
para sus aduladores burgueses. Él nunca sospechó que el derecho de propiedad
que proponía como derecho natural, junto con el derecho a la vida y el derecho
a la libertad, es el débil respaldo jurídico y ético de la propiedad privada
sobre el capital y que iba amparar a los capitalistas industriales del siglo
siguiente y el gran capital de los siglos posteriores.
Por el contrario, J. J. Rousseau (1712-1778) había afirmado
que el derecho a la propiedad no proviene de la ley natural, tal como los
derechos a la vida y la libertad, sino que siguió al hecho de la toma de
posesión cuando decía con cierto cinismo: “el primer hombre que, después de
proclamar «esto es mío» y encontró gente lo suficientemente simple como para
creerle, fue el verdadero fundador de la sociedad civil”. Se puede concluir que
la sociedad civil, investida de tanto poder podría sin duda dar vuelta este
argumento para apropiarse de esta propiedad y legitimar además esa acción en
función de la equidad y el bien común. En efecto, es la sociedad civil la que
otorga al individuo derechos para poseer y no una supuesta ley natural.
El derecho de propiedad, que surgió de vincular la posesión
de tierras e implementos de trabajo con quien la trabaja y de identificar el
producto del trabajo con el derecho a poseerlo, ha sido defendido con todo el
imperio de la ley, aún cuando es sabido que su acumulación proviene, cuando no
del robo, de la audacia, la habilidad financiera y la fortuna de estar en el
lugar y el tiempo oportuno. La historia nos enseña que quienes poseen el
capital, los burgueses, adquieren, por el mismo hecho de poseerlo, un poder
político correlativo tan poderoso que pocas dificultades han tenido para
legitimar y hacer valer el derecho de propiedad privada, y quienes han querido
oponerse a este dictamen han sido violentamente eliminados mediante guerras,
gobiernos autoritarios y la misma ley. Ocurre que en una sociedad capitalista,
las instituciones políticas han tenido que adaptarse al imperio del capital
privado. Harold J. Laski (1893-1950) ya señaló en Reflections on the Revolution of Our Time, 1933, que, considerando
que el Estado pertenece a los poseedores del poder económico, las reformas alcanzan
al límite que las clases acaudaladas consentirían sin llegar a las armas. Así
las cosas, resulta muy difícil defender las prerrogativas de la república
frente al poder de la burguesía, como históricamente está demostrado.
La economía de mercado
No debemos confundir la economía de mercado con la economía
capitalista. Esto que parece de Perogrullo es normalmente olvidado, pero es
decisivo para comprender la economía contemporánea. Las funciones de ambas son
muy distintas y pertenecen a escalas diferentes. La función de la economía de
mercado es determinar el valor de las mercancías y, a través del precio que
adquieren en el mercado, conocer su relativa demanda u oferta, lo que sirve
para señalar la dirección del desplazamiento de la economía y principalmente de
la producción. Por el contrario, la función de la economía capitalista es
justamente controlar dicho desplazamiento a través del predominio del capital
privado, el que persigue la maximización del beneficio. La fuerza de ambos
tipos de economías es ciega, a pesar de tener en su origen la intencionalidad
humana individual, pues responde a distintas reglas de juego convenidas
socialmente. Estructuralmente hablando, la economía de mercado es un simple
pero eficiente mecanismo de intercambio de mercancías y servicios que entrega
información sobre precios para una adecuada asignación de recursos. Por su
parte, en la economía capitalista el capital privado predomina por sobre los
demás factores de la producción económica para explotar aquellos recursos que
otorguen el mayor beneficio posible a su poseedor.
De ahí que la economía de mercado sea avasallada por la
economía capitalista. Ello es posible a causa del enorme poder que adquiere el
capital al poseer la capacidad para determinar los modos de los otros factores
de producción y de manejar además la voluntad del consumidor a través de la
inversión en publicidad y en ideologías que le favorecen. La publicidad es una
inversión de capital que procura revertir la natural relación causal que se produce
cuando una necesidad induce la producción de un bien o de un servicio que la
satisfaga; incluso llega a imponer la moda, o mejor dicho, la ética de su
consumo indicando cómo, dónde, cuándo, hasta cuándo y en qué cantidad es
permitido consumirlo.
La relación del capitalismo con la economía de mercado es
que se cree que la iniciativa privada se desarrolla mejor sin la interferencia
del Estado, suponiendo que la iniciativa privada –esto es, la iniciativa de los
capitalistas dónde invertir– es un valor superior y absoluto. En esta
concepción el interés general ya no aparece como efecto de una acción
políticamente concertada, sino como efecto de la acción en el mercado de una
multiplicidad de individuos que buscan su propio interés. La riqueza deja de
tener un sentido social y se transforma en una posesión individual para ser
utilizada por su poseedor y dar rienda suelta a todas sus ambiciones y sueños
de poder, con la mínima coerción social y política posible.
La economía capitalista utiliza la economía de mercado para
sus propios fines. Al determinar dónde, cómo, cuando y cuanto invertir influye
decisivamente en las remuneraciones, los productos y hasta en sus precios. En
la economía de mercado el capital consigue un poder tan extraordinario que la
modifica hasta el punto de estructurar monopolios y cárteles para manipular la
libre competencia. La subordinación que la economía capitalista efectúa sobre
la economía de mercado, que está en la base de las polémicas económicas,
subsistirá mientras se perpetúe el reconocimiento del derecho absoluto de
propiedad de capital privado y existan recursos que explotar y ambiciones que
satisfacer. Así las cosas, resulta de la mayor ingenuidad pretender que el
mercado es libre porque legalmente se penaliza el monopolio.
La eficiencia
Se asevera que el capital privado es más eficiente que otro
tipo de propiedad de capital, lo que algunos explican por el antiguo proverbio
“al ojo del amo engorda el caballo”. Pero esta afirmación es en realidad
equívoca. Lo que efectivamente explica este adagio es que el amo, en procura de
engordar al caballo, está dispuesto a utilizar cualquier recurso, aunque sea
mucho más eficiente empleado en otras finalidades, o aunque sea éticamente
reprobable.
Desde el punto de vista social, el capitalismo aparece como
un sistema verdaderamente ineficiente en la utilización de recursos. A pesar de
utilizarlos hasta el derroche, el capitalismo no ha logrado solucionar el
problema económico fundamental que es el pleno empleo y la satisfacción de las
necesidades básicas de alimentación, vivienda, salud, educación y
entretenimiento para toda la población, mientras genera una enorme inequidad en
la repartición de las riquezas. Asimismo, el capitalismo no es eficiente en la
preservación del medio ambiente. Por la necesidad del capital de invertir,
presiona sobre el débil entramado de la naturaleza en busca de cada vez mayores
beneficios, agotando los recursos naturales y contaminando el medio ambiente.
Ciertamente, este mal también se puede hacer extensivo a economías centralmente
planificadas que por mantenerse vigentes y en antagonismo con el capitalismo
han devastado el medio ambiente de manera similar o peor.
Igualmente, se ha construido el mito de la eficiencia de la
libre empresa. Este mito es sustentado por el deseo de algunos de ejercer el
poder sin traba alguna, y en la libre empresa el propietario corrientemente
disfruta el ejercicio del poder como Lenin jamás lo pudo soñar, aunque la
eficiencia deje mucho que desear. La libre empresa está más preocupada por
mantenerse en el mercado que por producir bienes y servicios que tengan
verdadera utilidad y que hayan sido producidos empleando concienzudamente los
recursos. En realidad, si existiera un mecanismo asignador ideal que no fuera
avasallado por el poder del capital, se podría satisfacer con los mismos
recursos económicos existentes las necesidades de todos los seres humanos del
mundo y sin deteriorar el medio ambiente.
Si se analizara cuál es verdaderamente la fuerza que impulsa
una empresa a ser más eficiente, crecer y desarrollarse, conquistar mercados e
innovar, veríamos que no está en la decisión del capitalista para invertir o no
en dicha empresa. La perspectiva que tiene el capitalista, que determina si
invierte o no, es si la empresa en cuestión tiene capacidad para generar
utilidades que aseguren el interés que busca y acreciente su capital. La
verdadera fuerza detrás de la empresa está en la calidad de su gestión, en su
espíritu innovador y productivo y en la demanda real que exista por lo que
produce. En otras palabras, esta fuerza no proviene de quien sea su
propietario. Todas estas condiciones levantan las preguntas, ¿por qué se
privilegia entonces al capital?, ¿por qué debe existir exclusivamente capital
privado y no también capital estatal?, ¿cuál es entonces el mérito del
capitalismo para que lo aceptemos con tanta obsecuencia?, ¿no será que los
capitalistas nos han hecho creer que son nuestros salvadores?
No se puede dejar de indicar que el capitalista y el
empresario, que para Marx eran la misma persona explotadora, se disociaron hace
tiempo. El nuevo capitalista comprendió que no necesita correr los riesgos del
empresario, permitiendo que sea el sistema financiero el que califique el
riesgo de la inversión. En cambio, es el empresario quien debe correr el riesgo
anteriormente reservado al capitalista. Mientras el empresario debe sufrir el
estrés por el éxito o el fracaso de su empresa, la inversión hecha por el
capitalista ha sido debidamente garantizada. No es una casualidad que la banca
encabece la lista de los sectores económicos con mayores utilidades anuales.
La inequitativa relación trabajo-capital
Considerando el trabajo en la perspectiva del capitalismo,
las riquezas no pertenecen necesariamente a quien interviene directamente con
el propio esfuerzo en su producción, como Locke y Smith hubieran supuesto, y
quien ni siquiera posee el poder de su propia fuerza muscular arriesga no poder
satisfacer incluso sus necesidades elementales de supervivencia. Para el
capitalismo, las funciones del trabajo no son precisamente la identificación
afectiva del trabajador con su actividad laboral, ni su asociación con otros
seres humanos a través de su actividad. Tampoco es su dignificación mediante su
trabajo, ni el gozo intenso que le puede producir desempeñar una actividad útil
y apreciar su producto. Puesto que estas valoraciones, propias de las antiguas
artesanías, no maximizan el beneficio del capital, no les son útiles. En
cambio, lo que el capitalista ve en el trabajo es un desmesurado salario a
cambio de ineficiencia y poca productividad del trabajador.
Algunos capitalistas se enorgullecen imaginando que son
benefactores sociales cuando suponen que dan trabajo. Esta idea sería verdadera
si el capital tuviera un origen extra-social y su posesión fuera por derecho
natural. Sin embargo, el derecho de posesión lo otorga la misma sociedad a la
que también pertenecen los trabajadores y que tiene por finalidad el interés
general.
La causa profunda de la desigualdad social es que en el
medio económico del libre mercado el trabajo naturalmente abunda, mientras el
capital es siempre escaso. Entonces, en el mercado se produce una sobreoferta
de trabajo al tiempo que existe una sobre demanda por capital, de modo que la
participación de los beneficios de la actividad económica resulta bastante
desigual y muy poco equitativa, siendo la participación del beneficio en
cualquier emprendimiento productivo mucho mayor para quien posee el capital.
Este factor es más desequilibrante cuando el trabajo no es calificado y el
capital es intensivo en tecnología. De hecho, el trabajo debe ser efectuado a
cualquier precio, pues quien lo ejecuta está forzado primeramente a sobrevivir.
En cambio, el capital, que está siempre en gran demanda, es cómodamente
invertido en la actividad que ofrezca el mayor beneficio dable y en el menor
plazo posible, al tiempo de obtener la garantía que podrá ser recuperado.
Incluso si la calidad del trabajo mejorara en cuanto una mayor productividad
del trabajo como resultado de una mayor capacitación, disciplina y dedicación,
y si estas características pertenecieran en forma generalizada a toda la fuerza
laboral, el nivel de remuneraciones se mantendría necesariamente baja, lo
suficiente para permitir que los trabajadores sostuvieran dicha calidad que
está en relación directa con la productividad general.
El capitalismo, que busca la maximización de beneficios,
logra conseguir automáticamente una cierta tasa de desempleo a través de
intensificar la inversión en bienes de capital y/o desarrollar tecnologías
sustitutivas de mano de obra y, por tanto, de mayor oferta de trabajo, lo que
se traduce en miseria para los cesantes y pobreza para una mayoría de
trabajadores. En su búsqueda por disminuir los costos en mano de obra el capitalismo
no ha dudado históricamente en invertir en regiones de abundancia de mano de
obra, explotar mano de obra infantil, incorporar la mujer al trabajo, extender
el horario de trabajo hasta límites insostenibles.
La tecnología
El capital puede ser invertido en bienes de capital,
materias primas y trabajo, y generar, por lo tanto, mayor cantidad de
productos. También puede ser invertido, desde luego, en tecnología apropiada ―
específicamente, en investigación y desarrollo tecnológico ― la que pasará a
formar parte de las exclusividades de una empresa particular. Una nueva
tecnología puede generar mayor expansión económica al conseguir los recursos y
su transformación en producto con menor costo, optimizando el beneficio.
La acumulación de capital ha traído aparejado el desarrollo
tecnológico. La tecnología, que consiste en extensiones extremadamente
eficientes del cuerpo humano para dominar mejor a la naturaleza, no es otra
cosa que el reemplazo más efectivo y económico de su esfuerzo, tanto intelectual
como físico. Puesto que lo que obtiene son máquinas, productos, procesos y
materiales para extraer recursos y acelerar y abaratar el trabajo, es también
una forma de acumulación y concentración de capital.
La tecnología es inversión de capital y sigue los propósitos
de éste: el beneficio privado. El capital puede ser invertido en tecnología con
un doble propósito: explotar mejor la naturaleza y reducir los costos en
trabajo. Una nueva tecnología puede optimizar el beneficio del capital al
conseguir productos más competitivos. El crecimiento económico es
principalmente fruto de la tecnología. Puesto que la tecnología crece en forma
exponencial, el crecimiento económico es también exponencial. En realidad, como
se ha podido comprobar con fuerza desde al menos la Revolución industrial,
la combinación de capital y tecnología produce una aceleración del desarrollo
económico semejante a la aceleración de la reacción nuclear de una pila
atómica, donde la adición de material radiactivo acelera el número de reacciones
hasta un punto que sobrepasa el límite de la auto-sustentación.
Siguiendo esta analogía, podríamos suponer que, pasado ese
punto, se debe cuidar no llegar a juntar mayor cantidad de material que supere
lo que se denomina masa crítica, para que la reacción no se acelere tanto que
llegue al punto de explosión. El problema de nuestros tiempos es el producido
por los límites naturales impuestos a un desarrollo económico basado en el
desarrollo tecnológico. También esta analogía es descriptiva en otra materia,
la de desechos nucleares. Toda actividad económica tiene un cierto impacto en
el medio ambiente, el que se intensifica y se prolonga en el tiempo con un
desarrollo mayor.
La tecnología puede desarrollarse en diferentes direcciones,
magnitudes e intensidades. Mientras ello implique ejercicio de fuerza, su
desarrollo seguirá por las direcciones y alcanzará las intensidades y
magnitudes que logren aportar mayores beneficios a quienes la poseen,
independientemente de las alternativas que puedan resultar más beneficiosas
para los más necesitados o para los distintos ecosistemas, y para la biosfera
en general. Se puede comprender entonces que la tecnología, en la cual se
cifraron tantas esperanzas, no pueda dar respuesta a los problemas más vitales de
una mayoría cada vez más grande de la humanidad, como la indigencia, la
ignorancia, la falta de libertad.
Por lo anterior la tecnología no es una fuerza ni económica
ni socialmente neutra. Ciertamente, quien posee tecnología está en condiciones
económicas más favorables, y quien dispone de la tecnología de punta está en
posición aún más ventajosa. No en vano el acceso a una buena educación, que es
inversión de capital en conocimiento tecnológico, es en la actualidad tan
codiciado, no importando que las exigencias sean cada vez mayores. La demanda
por la educación en tecnologías es directamente proporcional al desarrollo
tecnológico y a la complejidad que éste trae consigo.
La tecnología es un factor de la producción puesto en cómo
maximizar y explotar óptimamente los recursos económicos. Es conocimiento
acumulado, a menudo celosamente guardado. Es capital invertido en costosa
investigación, innovación y desarrollo. Es propiedad de alguien que busca
beneficiarse. Vemos entonces que el desarrollo y crecimiento económico es
principalmente fruto de la tecnología. Ésta es un recurso puesto en cómo
maximizar y explotar óptimamente los demás recursos económicos. Es una poderosa
fuerza que tiene decisivos y profundos efectos sobre la estructura social y
económica. Mientras mayor sea la fuerza, como resultado de la combinación del
capital y la tecnología, tanto mayor será el poder capaz de ser ejercido sobre
la naturaleza y principalmente sobre la misma sociedad.
Un producto es competitivo siempre que tenga ventajas
comparativas. Y lo que en nuestro mundo altamente tecnológico permite que un
producto las tenga es principalmente una tecnología exclusiva. Una tecnología
no exclusiva no hace que el producto posea una ventaja comparativa. No basta
con copiar tecnologías por todos conocidas para conseguir un producto aún más
competitivo. Si una empresa no usa la tecnología de punta, simplemente no podrá
estar en el mercado; pero si esta tecnología de punta es además exclusiva, es
decir, que sólo dicha empresa la pueda utilizar por poseer derechos sobre
aquella, será comparativamente muy ventajosa. La exclusividad la otorga una
patente de invención y, consecuentemente, se trata de un privilegio que
destruye el libre mercado al conformar un monopolio. Ciertamente, este privilegio
es la compensación por el capital invertido en investigación y desarrollo que
pocas veces consigue el pleno éxito.
El origen de la alta tecnología se puede trazar a las
potencias económicas y militares, las que han perseguido el poder hasta la misma
hegemonía geopolítica. Buscando el prestigio internacional y la superioridad
bélica, no han reparado en gastos para desarrollar hasta las complejas
tecnologías que les permite otorgar el poder militar incontestable y evitar
―con un cierto sentido de paranoia― cualquier amenaza contra su seguridad
nacional. Sin duda, todos reconocen no sólo que la superioridad bélica está al
servicio de los esfuerzos hegemónicos de las potencias para dominar los
mercados, sino que también el costo para erigir estos gigantescos
establecimientos militares se paga largamente con los beneficios de dominar de
hecho los mercados.
Las poderosas instituciones estatales aeroespaciales y de
defensa, financiadas con el aporte ciudadano, costean empresas privadas para
desarrollar productos de sofisticada tecnología para uso bélico. Con el tiempo,
en la medida que los costos de los productos se reducen a causa de un mayor
desarrollo, las aplicaciones civiles aumentan en áreas como la cibernética, las
comunicaciones, la aviónica y muchas más. Las empresas se fortalecen con una
tecnología exclusiva y un producto muy competitivo y de gran demanda, dominando
el mercado internacional y enriqueciendo de paso la nación donde están
establecidas.
La antigua educación universitaria, en el sentido literal de
conocimiento universal por el saber, ha quedado obsoleta, pues era impartida a
ciertos grupos más o menos aristocráticas, los que debían ocupar su ocio en
cuestiones dignificantes. En cambio, una sociedad tecnológica requiere
especialistas. La educación universitaria actual, que no pretende ser
literalmente universitaria en el sentido de conocimiento universal, sino
educación superior, ha quedado en manos de institutos profesionales altamente
especializados que en rigor no deberían llamarse “universidades”. Una educación
acerca del conocimiento de los diversos aspectos del universo es demasiado
onerosa para las legiones de estudiantes que buscan una profesión o un oficio
que les permita valerse económicamente y sobrevivir en nuestro mundo tan
poblado y competitivo. Pero sería una tragedia cultural negarles el
conocimiento universal.
La tecnología en combinación con el capital privado tiene
básicamente como efecto el consumismo y el despilfarro de una minoría, la
expoliación de los recursos naturales, una explosión demográfica generadora de
seres humanos condenados a la miseria y la concentración de poder en manos de
unos pocos. Se puede comprender entonces que la tecnología, en la cual se
cifraron tantas esperanzas, no pueda dar respuesta en forma directa a los
problemas más vitales de una mayoría cada vez más grande de la humanidad, como
la indigencia, la ignorancia, la falta de libertad.
CAPÍTULO 6 – LA ECONOMIA GLOBALIZADA
El orden económico
capitalista es ahora global. La globalización de la economía no es otra cosa
que la extensión del capitalismo fuera de las fronteras nacionales y su acceso
a todo el mundo. Llegó a su plenitud con el término de la Guerra Fría. Con sus
enormes recursos políticos, militares y económicos el capitalismo resultó
vencedor sobre alternativas socialistas que descansaban sobre economías
estatistas y planificadas centralmente. Lo que ganó fue el libre comercio
mundial y la posibilidad de que el capital pueda ser invertido en cualquier
lugar del planeta con garantías plenas de que no será expropiado. Sin embargo,
en este mismo juego una potente economía centralmente planificada se erige como
peligroso competidor, amenazando este orden global.
El fenómeno de la globalización
En contra del nacionalismo, uno de los objetivos del
capitalismo ha sido establecer un sistema de economía abierta globalizada. A
través de su enorme influencia en el poder de los estados de las naciones más
desarrolladas, guiadas por los países anglosajones, los capitalistas han manejado
la política externa y militar para promover sus intereses y explotar los
recursos de las naciones débiles con fabulosas ganancias. La expansión de los
negocios a nivel mundial ha posibilitado acceder a mayores recursos y entrar en
ingentes mercados. La
Guerra Fría , en la segunda mitad del siglo XX, no fue otra
cosa que el exitoso proyecto del capitalismo para establecer su hegemonía
mundial. Incluso los movimientos obreros de países subdesarrollados que
buscaban mejores condiciones laborales dentro del sistema liberal fueron
tachados de comunistas y reprimidos, en muchos casos, brutalmente. Se da el
caso obvio de que los países más desarrollados tienen entre su población un
mayor y más acaudalado número de capitalistas. Los distintos gobiernos estadounidenses,
obsecuentes a su poderoso establecimiento industrial y militar, junto con sus
aliados europeos y asiáticos, sirvieron de puente de plata para los intereses
de las grandes corporaciones para imponerse en todo el mundo.
Algunas condiciones técnicas debieron darse para que la
globalización económica pudiera ocurrir. La globalización ha sido posible
porque se ha desarrollado una red de información y comunicación planetaria, se
ha construido una red bancaria y financiera mundial a través de la cual se pueden
realizar transacciones comerciales instantáneas y seguras con cualquier lugar
del globo, y se puede transportar cualquier tipo de mercadería entre
cualesquier dos puntos del mundo a un costo irrisorio. Lo último fue el
resultado de que previa o simultáneamente hubo ciertos desarrollos muy
importantes, como el invento de los contenedores, la mecanización de los
puertos, los buques de gran tonelaje, los enormes aviones de carga, la
expedición en las aduanas y una caída de los aranceles. Ello permitió el
comercio de cualquier producto sin importar las distancias, antigua
condicionante que enriquecía a los comerciantes que la sabían aprovechar, que
hacía que variara tanto la relación oferta-demanda entre un lugar y otro y que
posibilitaba los desarrollos económicos nacionales casi autárquicos y sin tanta
interferencia externa.
En consecuencia, la manifestación de mayor impacto mundial
del capitalismo en su historia ha sido su globalización. El capital privado se
ha hecho internacional en el fenómeno denominado globalización de la economía.
La inversión de capital privado donde más le reporte beneficios y con mayores
garantías ha determinado el nuevo orden económico. El capital globalizado tiene
una doble característica particular: es privado y es apátrida. Es invertido
dondequiera en el planeta que existan las mayores posibilidades de los mejores
beneficios: más grandes, más rápidos, más seguros. Se ha requerido de los
estados que la inversión de capital tenga plena seguridad que no vaya a ser
expropiado. El expediente ha sido sencillo: cualquier país, usualmente
subdesarrollado y avasallado por el gran capital, que se atreva a semejante
aventura es castigada por los países poderosos, incluso marginándolo del
sistema internacional.
Si para Marx y su época el fenómeno económico más
perceptible fue la concentración del capital, para nosotros el principal
fenómeno económico en la actualidad es además la gigantesca acumulación del
capital. Nunca antes en la historia ha habido mayor acumulación de capital ni tampoco
éste se ha tornado mayoritariamente privado. Por otra parte, las tendencias de
concentración del capital se han intensificado, acentuando tanto la diferencia
entre ricos y pobres como la distancia entre países desarrollados y países
subdesarrollados. Si la concentración del capital construye grandes y poderosas
empresas, la concentración del capital en el ámbito internacional construye
poderosísimas corporaciones transnacionales y fabulosos imperios económicos,
contra las cuales el poder popular queda inerme. A finales del siglo XX, el 47%
de la riqueza mundial pertenecía a sólo 250 individuos.
En resumen, una economía globalizada supone una gran
acumulación y privatización del capital, con un alto grado de concentración,
una total garantía para su inversión, grandes recursos naturales que explotar,
una gran masa laboral (se ha inducido a las mujeres abandonar sus labores
domésticas para integrarse al trabajo remunerado), altamente disciplinada,
capacitada y productiva, radicada en los distintos países y que es además
consumista, medios de comunicación expeditos, medios de transporte rápidos y
económicos, y disminución de las barreras proteccionistas.
La apertura económica y la libertad de comercio entre países
generan recíprocamente especializaciones y distinciones económicas entre éstos.
En una primera fase se pueden distinguir los países industrializados de los
puramente proveedores de materias primas. Posteriormente, cuando el capital
privado se puede mover libremente, las distinciones se relacionan con países
que tienen grandes ganancias por la mayor concentración del capital y por la
mano de obra capacitada y especializada, y con países que subsisten del escaso
valor agregado aportado por el trabajo no calificado y por el trabajo
calificado pero subempleado de sus grandes masas laborales, las que, además, en
una buena proporción, se mantiene desempleada como una condición de para
abaratar costos del trabajo.
Mientras los recursos humanos y naturales entran dentro del
inventario de un país, el capital y la tecnología trascienden sus fronteras
nacionales. Los individuos, poblaciones o naciones que no comprenden o no
comparten valores tales como el individualismo, el exitismo, la competencia, el
afán de lucro, el consumismo, el egoísmo, propios del capitalismo, quedan
marginados del sistema y sumidos en la miseria. De este modo, el capitalismo se
ha constituido en una fuerza homogenizadora de las culturas y en la principal
fuerza destructora de la diversidad cultural. Mientras los productos para el consumo
masivo pasan a ser inaccesibles para una creciente masa de desempleados, se
produce derroche en quienes viven de los beneficios del capital. El mito del
“chorreo” es sólo eso: un puro mito.
La hipocresía del modelo neoliberal, que supone que existen
únicamente agentes económicos libres compitiendo entre sí en un mercado libre
que determina la supervivencia de los más aptos, es doble: por una parte, no
toma en cuenta el enorme poder que ejerce el capital en las estructuras
política y económica; por la otra, tampoco toma en cuenta la decisiva
interferencia de los estados poderosos no sólo para imponer por la fuerza
policial y militar lo que conviene a los intereses que controlan estos estados,
sino para financiar el desarrollo de la tecnología que genera productos
altamente competitivos. Ya en 1960, el presidente estadounidense Dwight D.
Eisenhower había denunciado el enorme poder del “complejo industrial militar”
de EE.UU.
Adicionalmente, después de la Guerra Fría , el
inmenso establecimiento dedicado al espionaje bélico, consistente en cientos de
satélites espías, miles de funcionarios especialistas en analizar información y
millonarios presupuestos, se ha volcado al espionaje industrial en favor de sus
empresas nacionales. En esta competencia las naciones subdesarrolladas siguen
ingenuamente el juego del modelo neoliberal tal como las agencias
internacionales de crédito dictaminan y que son manejadas por las potencias
económicas según sus propios intereses. Estas naciones solo consiguen proveer
la mano de obra barata y los recursos naturales no renovables, mientras siguen
sumidas en el subdesarrollo, deteriorando su medio ambiente y experimentando
una explosión demográfica que consume cualquier incremento que pudieran generar
sus débiles economías.
Los economistas neoliberales tienden a creer además que con
la globalización de la economía, que ha destruido barreras políticas y ha
acercado la geografía, el mercado libre nacional se ha extendido a todo el
planeta y sirve de lugar de encuentro para toda la humanidad en sus funciones
de vendedores y compradores libres para intercambiar con plena transparencia la
enorme variedad de bienes y servicios que satisfacen las infinitas necesidades
humanas. Ahora, este mundo feliz comprende los miles de millones de seres
humanos que pueden comprar lo que necesitan, siempre que puedan vender lo que
tienen. Lamentablemente, para la mayoría de la humanidad lo que tienen se
cotiza muy bajo.
La inversión de capital sirve en último término para
explotar los recursos naturales y transformarlos en cosas útiles para los seres
humanos. En consecuencia, considerando la insaciabilidad humana y la
acumulación actual de capital, el único límite para el crecimiento económico es
la capacidad de la naturaleza, la que de por sí es finita. Existen recursos ya
agotados y otros en vías de extinción. Llegará probablemente algún día que se
cumpla la profecía de Malthus.
El trabajo
Sin duda, la economía globalizada ha acentuado la desmedrada
posición que el trabajo ha tenido en la economía capitalista y neoliberal. La
relación capital-trabajo en la economía de mercado es absolutamente
desequilibrada, ya que allí se da tanta demanda por capital como oferta de
trabajo. En esta relación, el capital tiene asegurado un beneficio cada vez mayor,
mientras el trabajo es cada vez menos remunerado. Una tasa de cesantía mayor
del 4% garantiza que el trabajador no pueda ser muy exigente, pues, aunque el
sindicalismo proteja un nivel mínimo de salarios, éste puede ser fácilmente
echado de su trabajo y reemplazado por un cesante que anda buscando salir de su
lamentable estado y aceptando cualquier salario. Por su parte, una retribución
muy alta del trabajo es reemplazada por inversión en tecnología que sustituya
el trabajo. En la economía globalizada, el trabajador debe competir con los
trabajadores de todo el mundo, realidad ya completamente lejana al de la época
del Manifiesto comunista (1848), de
Marx y Engel, que llamaba a los trabajadores a unirse.
Pero lo primero que debe destacarse es que el significado de
la globalización de la economía respecto el trabajo se refiere, no a que los
trabajadores tengan la libertad para desplazarse hacia aquellas naciones donde
existan mejores condiciones de trabajo, sino a que, a causa de la disminución
del costo del transporte, los procesos de producción que requieren de mano de
obra se pueden realizar en aquellas regiones del globo donde la mano de obra
sea más capacitada, productiva, disciplinada, organizada y, sobre todo,
económica. Fuera de los turistas y las aves migratorias, lo único que tiene
plena libertad para desplazarse a través del mundo son las mercancías y el
capital. El trabajo permanece anclado a su país, pudiéndose desplazar con
libertad únicamente dentro de las fronteras nacionales.
Aún no existen asociaciones previsionales que sean tan
transnacionales como los bancos ni cuentas previsionales que funcionen como las
bancarias. No hay interés en ello, pues las políticas migratorias se han hecho
cada vez más estrictas y restrictivas por parte de países con mayores
oportunidades y con poblaciones cada vez más consumidoras y exigentes de sus
derechos en relación con las poblaciones de países cada vez más superpobladas y
pobres. Ciertamente, este fenómeno es justamente lo contrario a la afirmación que
Marx hizo en el citado Manifiesto que
“los proletarios no tienen patria”. En realidad es lo único que les queda.
Además, el Estado, siempre que no esté secuestrado por la plutocracia, tiene
como una de sus funciones el velar por los ciudadanos-trabajadores,
habiéndosele restado no obstante la posibilidad de participar activamente en la
economía de la nación.
Dentro del ámbito de un país, en la economía capitalista,
para el trabajo la pura inversión de capital es ambivalente. Por una parte,
aquella produce mayores posibilidades de empleo al aumentar las posibilidades
de explotación de la naturaleza y la obtención de materias primas, desarrollar
más los sectores secundarios y terciarios de la economía, construir
infraestructura, implementar servicios, etc. Pero por la otra, una mayor
inversión, que persigue mayor producción, productividad y disminución de
costos, tiende a reemplazar el trabajo por tecnología al incorporar maquinaria
de última generación, introducir mayor automatización y robotización. En consecuencia,
el valor del trabajo nunca será muy alto ni tampoco se puede lograr el pleno
empleo.
La ambivalencia de la inversión de capital es que aunque, por una parte, abarata los costos de producción, haciendo bajar los precios de los productos, aumentando su accesibilidad, por la otra, tiende a generar desempleo. Ya en 1811, en Nottinghamshire, Inglaterra, los obreros ludditas, movimiento inspirado en un místico, Ned Ludd, destruyeron la maquinaria de una fábrica textil en el inútil intento de que su trabajo no fuera remplazado por maquinaria. Anteriormente, en 1776, Adam Smith reconocía que el desarrollo del maquinismo, además de la división del trabajo, embrutecía a los obreros. Los ludditas recalcaban que la llegada de máquinas significa para los trabajadores la cesantía.
La ambivalencia de la inversión de capital es que aunque, por una parte, abarata los costos de producción, haciendo bajar los precios de los productos, aumentando su accesibilidad, por la otra, tiende a generar desempleo. Ya en 1811, en Nottinghamshire, Inglaterra, los obreros ludditas, movimiento inspirado en un místico, Ned Ludd, destruyeron la maquinaria de una fábrica textil en el inútil intento de que su trabajo no fuera remplazado por maquinaria. Anteriormente, en 1776, Adam Smith reconocía que el desarrollo del maquinismo, además de la división del trabajo, embrutecía a los obreros. Los ludditas recalcaban que la llegada de máquinas significa para los trabajadores la cesantía.
Así, el reemplazo de capital en su forma tecnológica por
trabajo genera disminución de la participación del trabajo en la producción e
incrementa la masa desempleada o subempleada, la que se mantiene total o
parcialmente fuera del mercado. En degradadas regiones del globo el consumidor
pasa a ser miembro de una especie en extinción, mientras la brecha ricos-pobres
aumenta aceleradamente. La mejor opción para el trabajo es su capacitación para
las nuevas tecnologías y actividades económicas que van apareciendo. El costo
de esta capacitación es asumido crecientemente por el Estado. El problema se
acentúa en una economía globalizada. Mientras las mercancías y productos en
cualquier fase de su producción pueden ser fácilmente transportados a cualquier
punto de la Tierra ,
los trabajadores permanecen por lo general atados a su lugar. El trabajador
debe competir por el puesto de trabajo no sólo con su con-nacional, sino que
con los trabajadores del mundo.
El papel de los sindicatos llega a ser irrelevante cuando,
para no quedar cesantes, los trabajadores deben competir con sus pares de todo
el mundo. Esta nueva característica obliga a los sindicatos locales, ya no sólo
a presionar al patrón por ventajas, sino a competir internacionalmente con
otros sindicatos para mantener e incrementar lugares de trabajo. Tal es la
política del sindicalismo norteamericano que se opone tanto a la inmigración de
latinoamericanos como a convenios internacionales de libre comercio. En una
economía globalizada los sindicatos nacionales ya no pueden presionar por el
establecimiento de las condiciones mínimas de trabajo, lo que constituye otro
triunfo para el capital. Ahora la función de los sindicatos es presionar para
que las inversiones se realicen en función del empleo, aunque manteniendo la
productividad y la competitividad del producto. A lo máximo que pueden aspirar
un sindicato es que el trabajador obtenga un beneficio por su mayor
productividad.
Las crisis económicas de la época anterior a la globalización
se debían principalmente a que una mayor productividad no tenía como
contrapartida un incremento de la demanda agregada, con lo que se producía una
sobre oferta de bienes y servicios. Con la globalización, no se hace necesario
el aumento de las remuneraciones del trabajo ante una mayor productividad,
siempre que exista demanda para estos bienes en cualquier otra parte del globo.
El Estado
Sin probablemente exagerar mucho, el efecto político más
importante de la globalización de la economía ha sido debilitar el sistema
republicano que había sido forjado por las revoluciones norteamericana y
francesa durante el siglo XVIII. Este debilitamiento ha sido proporcional al
poder que ha asumido el capital privado, que se ha hecho paradójicamente cada
vez más independiente del control estatal en la medida que las otrora poderosas
empresas estatales son privatizadas. Simultáneamente, el neoliberalismo está
forzando al Estado a comprender que el control económico lo detentan las
voluntades de incontables propietarios de capital en el mundo entero que andan
tras la búsqueda de las mejores oportunidades de inversión. Anteriormente,
persiguiendo la autonomía, el poder y el prestigio nacional, el Estado había
propulsado el desarrollo nacional cimentado en el desarrollo económico que la
industrialización había hecho posible. Precisamente, este desarrollo había sido
la justificación de estados poderosos y del uso de drásticas ingenierías
políticas que en muchas naciones habían llevado al totalitarismo más completo
tras la Revolución
bolchevique, en 1918, el fascismo en Italia, en 1922, y el nazismo en Alemania
tras el ascenso de Adolfo Hitler al poder, en 1933.
Con la globalización de la economía el Estado ha sufrido
importantes transformaciones. Su papel económico, que buscaba anteriormente el
prestigio y la supremacía nacionales, se ha reducido a solo posibilitar el
máximo empleo y a mostrar una cara ordenada y proactiva al inversionista. Ya no
es un agente económicamente activo del desarrollo nacional, sino que apelando a
un cierto principio de subsidiariedad (“lo que la parte puede hacer, la parte
debe hacerlo”), el neoliberalismo lo ha limitado a posibilitar las condiciones
jurídicas y de infraestructura material para facilitar el desarrollo del libre
mercado, la libre empresa, la apertura económica y, por sobre todo, la
inversión de un capital escurridizo, pero vital factor de desarrollo económico.
El énfasis fue puesto en la libre empresa y el libre mercado, en contraposición a una economía controlada por el Estado a través de estancos, concesiones monopólicas, empresas estatales, control de precios y planificación centralizada. El liberalismo económico tuvo más fuerza que el nacionalismo centrado en el poder estatal y el estatismo. Naturalmente, quienes poseen el capital dominan la política. Ahora, el manejo del Estado es cada vez más prerrogativa de los capitalistas, quienes controlan además los medios de comunicación de masas e imparten su ideología liberal-burguesa, influyendo profundamente en los valores (exitismo e individualismo) y hábitos de consumo (consumismo) de las gentes en todo el mundo.
El capital no sólo se ha hecho cada vez más independiente
del control estatal, sino que le impone condiciones. El hecho de que el capital
haya adquirido un carácter cada vez más internacional, permitiéndole ser
invertido en cualquier punto del planeta según el mayor beneficio buscado por
quien es su poseedor, constituye una verdadera extorsión a los distintos
países. Cada gobierno se ve forzado a crear las condiciones estructurales
necesarias como requisito para atraer capital para desarrollar su propia
economía. A cambio de invertir en un lugar, lo que permite indudablemente
propulsar el empleo, el desarrollo económico y, consecuentemente, la paz y el
orden social nacionales, los capitalistas exigen del Estado protección de la
propiedad privada, disciplina y capacitación laboral, burocracia eficiente,
infraestructuras vial, portuaria, comunicacional y energética, y políticas
tributarias y arancelarias convenientes y estables. Las teorías conspirativas,
tan en boga, parecieran que fueran financiadas por los capitalistas para lanzar
cortinas de humo sobre la verdadera causa del problema principal del mundo.
El gobierno de un país emergente hará todo lo imposible por
atraer el capital, pues comprende que su inversión genera trabajo. El círculo
de oro es el siguiente: el nivel de empleo es directamente proporcional a la
estabilidad (un país estable es más atractivo a la inversión de capital)
socio-política una mayor inversión
permite más empleo. El país que se sale del círculo queda fuera del sistema y
cae en el caos y la anarquía. Si una nación subdesarrollada no realiza el
esfuerzo requerido para ingresar a la economía globalizada, simplemente queda
al margen del circuito económico y muy limitada para solucionar sus diversos
problemas. Lo irónico del caso es que aunque un Estado haga todo lo que el
manual editado por el FMI y el BM indique para atraer capital, el capital no
invertirá necesariamente allí. Ocurre que ambas agencias financieras no
persiguen el interés de los países que contratan créditos, sino que obedecen a
los intereses de los gobiernos hegemónicos ligados a los capitalistas
metropolitanos.
Esta actitud es un pálido reflejo de las aspiraciones
nacionalistas, pregonadas hasta hace apenas un par de décadas atrás, de los
países subdesarrollados para implementar una economía nacional moderna bajo la
dirección estatal. Ahora, por el provecho aportado por el capital, éstos están
dispuestos a que las materias primas se agoten, se contamine su medio ambiente,
se destruyan sus características culturales, se atropelle la dignidad de las
personas, se controle su estructura económica, se pierdan libertades civiles.
Cualquier cosa es válida con tal de asegurar el empleo suficiente que
posibilite la paz social y el orden político, mientras el capital obtiene
beneficios garantizados.
La alternativa a no mantener esta disposición favorable a la
inversión del capital transnacional es quedar fuera de sus rutas y permanecer
en el subdesarrollo, con altas tasas de desempleo y bajo ingreso per capita,
pues si un país no es obsecuente a tales exigencias, garantizando la
recuperación total de la inversión y del beneficio, el capital simplemente
invierte en otro lugar que le sea más favorable. El único beneficio real que un
país ávido de capital espera actualmente de la inversión es que provea
suficiente trabajo para que sus habitantes puedan tener una mejor calidad de
vida. La razón es muy simple para que un país haga lo posible por pertenecer al
sistema económico mundial: sólo los productos que pertenecen a este sistema son
comerciables; el resto de los productos no ingresan a un mercado controlado por
dicho sistema. La
Organización Mundial del Comercio (OMC) y las legislaciones de
los países que pertenecen al sistema hacen imposible el comercio de productos
de países que no le pertenecen.
Una disyuntiva que tiene en la actualidad un gobierno, cuyo
papel se ha reducido a prácticamente fomentar el empleo, es o bien asegurar
todo tipo de derechos y beneficios al trabajo, como proponía una política de
corte socialista, o bien procurar aumentar indirectamente el empleo y mejorar
sus condiciones a través de fomentar e incentivar las inversiones de capital.
La primera posibilidad es propia de una situación donde la inversión del
capital acumulado –privado o estatal– no tendría alternativas de inversión
fuera del país. Pero esta primera situación es actualmente irreal. En el mundo
de economía globalizada garantizar o promover derechos laborales más allá de la
mínima equidad conduce el suicidio, pues los capitales emigran adonde se den
las mejores oportunidades para explotar el trabajo. En cambio, en la segunda
situación el objetivo de gobierno es generar el mayor número de empleo y su mejor
calidad a través de incentivar la inversión, estando entonces el acento puesto
en la defensa de los derechos y beneficios del capital.
Se podría suponer que la globalización de la economía
tendría el beneficio parcial de terminar con la maquinaria militar estatal, la
que ha estado tradicionalmente ligada a los intereses económicos de los
poseedores de capital, pues si el capital puede ser invertido en cualquier
lugar de la Tierra
en tanto produzca beneficios a su dueño, siendo por tanto sus dueños eventualmente
ciudadanos de cualquier nación, entonces el aparato militar no tendría sentido.
Sin embargo, el capital en sí estaría protegido por las fuerzas militares
nacionales en razón de la seguridad que debe otorgar un Estado a la inversión y
al sistema financiero. En consecuencia, igualmente el Estado debe contar con
fuerzas armadas, ahora no solo para proteger el capital contra una amenaza
externa, también para proteger la inversión contra la amenaza interna.
Ya los países se están cuidando de no tener conflictos entre
ellos, considerando que no tienen nada que ganar de una guerra, y están
arreglando los problemas bilaterales que podrían dar motivo a conflictos
bélicos. Pero cualquier conflicto interno que se generara produciría una
paralización de la inversión y un término del desarrollo y crecimiento
económico de dicha nación. Más que las fuerzas militares, el capital estaría
promoviendo indirectamente su acción policial para las buenas relaciones
intranacionales, sin descuidar las internacionales.
Sin embargo, en virtud del aumento de la miseria que la
economía globalizada genera en los países subdesarrollados, y de bolsones de
marginados dentro de un país, las reivindicaciones económicas se manifiestan a
escala global según las identidades culturales y nacionalismos, y se expresan
más bien en la forma de terrorismo internacional. De este modo, la función de
las fuerzas armadas de los países que pertenecen al sistema de la economía
globalizada es asumir una especie de papel de policía internacional, mientras
que las fuerzas armadas de los países en desventaja económica asumirían también
la función policíaca, pero para mantener su propio orden interno, el que se ve
violentado a causa del mayor desempleo y por el excesivo deterioro de su propio
medio ambiente debido a su superexplotación por parte del capital.
Por último, es necesario señalar que la vulnerabilidad de
las economías nacionales –y, por consiguiente, de la economía familiar– ha
aumentado enormemente, pues están dependientes de lo que pueda ocurrir en
cualquier otro lugar del globo. El hecho de que sólo los productos que tienen
ventajas comparativas son competitivos posibilita que sólo éstos puedan ser
producidos y comercializados en el mercado global por una nación, mientras que
la nación deba importar la gran mayoría que conforma el resto de los productos
que su población consume habitualmente. En la medida que el comercio
internacional crece, una recesión mundial, aunque sea suave, hace disminuir la
propia producción, limitando las posibilidades de importar el resto de los
productos habituales de consumo.
La empresa
La globalización de la economía trata esencialmente de
capitales y mercados. En el caso de los mercados, como es lógico, se ha
globalizado también la competencia. De este modo, si un productor logra vender
su producto a su vecino, quien está expuesto a toda la gama de productos
similares provenientes de todo el mundo, significa que también lo podrá vender
en cualquier otro lugar del mundo.
Todo productor puede acceder al mercado global, que es el
único que existe realmente en la actualidad. Sin embargo, el reverso de la
medalla es que también allí concurren todos los productores del mundo, siendo
la subsistencia en un medio tan extraordinariamente competitivo materia de poseer
una decisiva ventaja comparativa. Tal como en la economía de una nación, cuyos
agentes económicos libres buscan soslayar la libre competencia según la oferta
y la demanda para obtener ventajas sobre los demás, es ilusorio suponer que el
mercado global sea tan abierto y libre que admita a cualquiera que quiera allí
vender. La libre competencia pertenece a los más competitivos, aquellos que
tienen manifiestas ventajas comparativas.
El estar vigente en el mercado demuestra que se es
competitivo. El obtener mayores utilidades significa que se es muy competitivo.
La competitividad la confiere alguna ventaja comparativa. En un mundo
globalizado, donde ni las distancias ni los aranceles (que son bajos) tienen
una influencia decisiva, una ventaja comparativa, suponiendo similares costos
de trabajo, gestión empresarial, tecnología, intereses del capital, etc., es
algún factor físico, como un territorio con buenos accesos a los mercados y a
las materias primas, una superficie de cultivo con buen suelo, clima y agua,
etc., o, lo que tal vez es significativamente más decisivo, alguna innovación
tecnológica protegida por derechos de exclusividad para su explotación.
Este nuevo orden económico mundial se caracteriza por
algunas condiciones particulares. Así, un producto que es competitivo en algún
lugar del mundo lo es para todo el globo, pues ya no está virtualmente aislado
por la barrera geográfica ni está protegido por la arancelaria. Un producto
competitivo es el fruto de una empresa que por este hecho está vigente en el
mercado. Para esta empresa, es indiferente quien sea su dueño, pudiendo ser su
propietario el mismo Estado. Su propiedad suele cambiar de manos de la misma
manera como las personas que laboran en ella ingresan y salen. Incluso, para
permanecer vigente la tecnología que emplea debe ser actualizada continuamente,
desplazando a la que va quedando obsoleta. Su emplazamiento geográfico va
dependiendo de los países más convenientes en cuanto costo y calificación de
mano de obra, políticas tributaria y arancelaria, etc. Así, pues, pareciera que
lo único estable de una empresa es la marca, la que en función de su
permanencia en el mercado se debe hacer el esfuerzo para garantizar la calidad
del producto que ofrece, y la empresa se cuidará mucho para mantener la marca
muy prestigiada, ofreciendo en consecuencia productos de la calidad que espera
el consumidor.
El efecto de la competencia globalizada ha traído tanto
beneficios como problemas a la empresa. Es claro que el provecho más importante
para ella es la posibilidad de acceder a enormes mercados, los que se han
abierto gracias a la economía globalizada. Sin embargo, el negro reverso de la
moneda es que la empresa debe competir con múltiples empresas, las que son
también tan ágiles, desarrolladas y eficientes como se puede ser. En una
economía globalizada, es demasiado fácil para una empresa perder competitividad
y estar obligada a cerrar sus puertas.
Para atraer el capital necesario que le permita, no tanto
sólo subsistir, como crecer y desarrollarse, la empresa debe probar que hace
buen negocio y obtiene buenas utilidades. Un buen negocio significa, no sólo
realizar una buena gestión, lo que se da por descontado, sino tener ventajas
comparativas. Una empresa que no crece ni se actualiza es eliminada por la
competencia. Recíprocamente, la tendencia de toda empresa es eliminar la
competencia no sólo para mejorar sus utilidades, sino que sólo para poder
subsistir. En cualquier ecosistema cada nicho biológico termina por ser ocupado
por una sola especie, la que por la competencia llega a desbancar a las
especies menos dotadas. Lo mismo ocurre entre las empresas cuando la
subsistencia depende de la competencia. La forma de eliminar la competencia es
creciendo tanto como para ocupar por sí sola el nicho particular.
Para mantener la competitividad, se requiere un esfuerzo
permanente de desarrollo tecnológico, lo que obliga a una permanente
reinversión de una importante proporción de las utilidades. Para mantenerse
competitiva toda empresa exitosa necesita gastar, invirtiendo en la última
tecnología y principalmente desarrollando nueva tecnología. Como contrapartida,
la empresa exitosa es la que tiende a ofrecer menos empleo, mientras produce
más bienes más económicos para el consumo masivo.
La competencia entre las empresas por mantenerse vigentes y
dominar el mercado termina no tanto en la destrucción de las empresas menos
competitivas, sino en la absorción de estas empresas por las empresas más
dominantes o simplemente uniones para formar entes corporativos cada vez
mayores y controlar nichos de mercados afines. No sólo se consigue desbancar la
competencia y controlar el mercado, también se logra disminuir los gastos. Las
empresas se consolidan en grandes corporaciones y éstas se hacen
transnacionales. Toda empresa busca ser monopólica en su propio nicho
económico. La competencia tiende al monopolio, con lo que el libre mercado se
va limitando para llegar a constituir un ideal imposible de concretar de la
historia de la economía liberal. La búsqueda natural de toda empresa a ser
monopólica, eliminando la competencia, termina en gigantescos consorcios que
dominan mercados y precios.
La tendencia de una empresa nacional exitosa es hacerse
transnacional cuando a causa de sus propias ventajas ella encuentra buenas
oportunidades fuera de las fronteras. Además, su línea de producción aprovecha
las ventajas comparativas geográficas. Instala sus faenas extractivas donde
existan mayores y más económicos recursos naturales, sus procesadoras y
maquiladoras donde el trabajo esté bien organizado y sea barato, sus talleres
de diseño y desarrollo tecnológico donde exista la mejor capacidad de
ingeniería, sus distribuidoras donde el mercado sea grande. Se podría suponer
que las condiciones estructurales de las distintas naciones tenderían a
homogeneizarse y a adoptar los estándares que posibilitan la operación de
dichas empresas. Pero estas empresas sólo llegan a ampliar la brecha entre
naciones ricas y pobres al intensificar el modo de explotación de recursos
naturales y mano de obra barata de los países subdesarrollados.
Si el camino más expedito que tiene una empresa para
mantenerse competitiva o ganar aún más en competividad es invirtiendo en
tecnología de punta, ya sea conocida o innovativa, el resultado neto es el
remplazo del trabajo por la nueva inversión, pues éste puede ser muy incidente
en el costo final. En consecuencia, uno de los problemas que enfrenta la
globalización de la economía es que, frente a su creciente capacidad de
producción, el poder consumidor va disminuyendo al aumentar el desempleo y
disminuir la remuneración neta.
Los privilegios de una nación
Sucede que los países del mundo están divididos entre países
ricos industrializados y países pobres abastecedores de materias primas. Tal
vez una economía globalizada podría funcionar con cierta equidad si hubiera una
cierta igualdad entre los países. Por el contrario, como en el juego del
“monopolio”, tal vez ocurra que algún país termine acaparando el capital de
todos, pero tal situación no puede pasar, pues el capital es privado y
apátrida. Difícilmente se hubiera desarrollado un tipo de economía como el
mencionado juego, a pesar del pensamiento económico de la segunda mitad del
siglo XIX, forjado por el colonialismo de las potencias europeas. Probablemente,
este pensamiento fue el que estuvo detrás de la política internacional de EE.
UU del siglo XX. De este modo, lo más probable es que la globalización de la
economía haya sido el fruto del poder y del deseo de dominio de una sola
nación, los Estados Unidos de Norteamérica, y más precisamente de su oligarquía
capitalista. Como consecuencia de ello, la economía globalizada converge toda
hacia un centro geográfico: EE. UU. En esta convergencia existen países muy
cercanos a dicho centro, confundiéndose en una amalgama de intereses. Éstos son
los más desarrollados, mientras existen otros países tan lejanos en desarrollo
que parecen estar totalmente marginados, viviendo virtualmente en la edad de
piedra, y que son los más pobres del mundo. En la actualidad, la única
referencia de la globalización es el monopolio señalado. Veremos, entonces, qué
hace que EE.UU. sea tan privilegiado como para ocupar el centro de la
globalización de la economía.
El relato de los privilegios de una nación hubiera podido
empezar en una fecha muy anterior, como cuando nació el capitalismo
estadounidense entre los siglos XVII y XIX, época en que los navíos de su
marina mercante partían de Nueva Inglaterra con un cargamento de ron para
trocar por esclavos en la costa occidental africana, y con ese nuevo cargamento
se dirigían a las Antillas para intercambiar estos esclavos por melaza;
terminaban el periplo triangular nuevamente en Nueva Inglaterra, donde las
numerosas destilerías transformaban la melaza importada en una nueva partida de
ron. Pero una fecha más significativa es 1944, cuando se realizó la famosa
conferencia de Bretton Woods. Allí, los Aliados que combatían a nazis y
japoneses durante la
Segunda Guerra Mundial establecieron el modelo económico que
funcionaría después de la guerra. Además de fundar el BM y el FMI bajo el alero
estadounidense, se decidió que tanto el dólar norteamericano como la libra
esterlina servirían de moneda internacional, siempre que tuvieran respaldo oro.
Sólo EE.UU. pudo cumplir con tal requisito, pues había salido enriquecido de la
guerra, mientras el Reino Unido se había empobrecido. Desde entonces, el dólar
ha servido de divisa y de moneda de reserva en todos los países.
Mientras el dólar tuviera respaldo de oro, cumplía con los
principios económicos establecidos en la mencionada conferencia. Sin embargo,
el fortalecimiento de las economías europeas y de Japón comenzaron a presionar
tanto sobre el oro de Fort Knox que éste comenzó a disminuir desde 19 millardos
a 13 millardos, y en 1962, el gobierno del presidente Kennedy se vio obligado a
decretar que ya no se lo podía vender más oro so pena de quedar con las arcas
vacías. Una decena de años después, en 1971, el gobierno del presidente Nixon,
al tiempo que el comercio mundial seguía creciendo, suspendió unilateralmente
su convertibilidad en oro, transformándose desde ese momento en un papel
rectangular de color verde que nominalmente fue aceptado en las transacciones
comerciales gracias únicamente a la confianza que otorgaba la fortaleza de la economía
estadounidense. Lo que había sido una práctica tácita fue oficializada. De ahí
en adelante las naciones deberían confiar en la estabilidad económica de los
EE. UU., a pesar de que esta nación no había hecho esfuerzo alguno por elevar
sus reservas de oro para respaldar el circulante existente.
La realidad es que mientras todos los países del mundo
mantienen el dólar en sus reservas para respaldar sus propias monedas y lo
utilizan en sus transacciones comerciales internacionales, en la suposición de
que su valor será respetado por EE. UU., en el fondo éste es sólo papel. Pero
ocurre que por cada dólar papel circulando en el mundo y que ha salido de las
fronteras de los EE. UU., este país hace usufructo con un bien muy real por ese
mismo valor nominal que necesariamente ha debido ingresar a cambio. En la
actualidad un billete de cien dólares puede adquirir 1 barril de petróleo, 100 kg de frutas de primera
ó 40 lbs
de cobre fino, a cambio del par de centavos que costó su impresión. Con este
expediente el resto del mundo financia no solo el envidiable sistema de vida
norteamericano, sino que su agresiva política exterior. Ciertamente, esta
desigual relación monetaria resulta ser más favorable para este país que
cualquier crédito de ayuda externa que llegara a conceder, pues no paga
intereses, ni desvalorización de la moneda por su propia devaluación, ni
tampoco la usual pérdida física por desgaste o destrucción del papel. Además,
con el creciente crecimiento de la economía mundial, los EE.UU. colocan cada vez
más papel dólar en el mercado internacional, al tiempo que se beneficia de los
bienes que importa por el valor nominal de esos billetes.
A pesar del gigantesco gasto en armamentos, guerras y
programas espaciales, la acumulación de capital en EE.UU. se incrementa. En
realidad, el gobierno norteamericano, que no tiene nada de liberal, en cuanto a
que no deja a cada empresa librada a su propia suerte, financia el desarrollo
de sus programas espaciales y de armamentos no sólo para mantener el poder y el
prestigio, sino que para desarrollar alta tecnología. Este dinero financia el
desarrollo tecnológico de sus empresas privadas nacionales para producir
avanzados aparatos, ingenios y armamentos que demandan sofisticados y novedosos
materiales, químicos, procesos y complejos sistemas de comunicación,
computación e informática.
Las empresas estadounidenses no sólo no gastan su propio
capital en este tipo de desarrollo, el que es pagado directamente por el Tesoro
de la nación, sino que a través de las innovaciones tecnológicas que van
surgiendo, se benefician al mantenerse extraordinariamente competitivas y
vigentes en el mercado globalizado, mientras desbancan las empresas de otras
naciones. Cada innovación tecnológica no sólo es debidamente registrada y patentada
por la empresa adjudicataria, sino que es celosamente ocultada fuera de miradas
curiosas. Más que cualquier otro factor, el know-how exclusivo es lo que
permite a una empresa ser competitiva. Cuando el desarrollo de estas
tecnologías llega a permitir la producción de bienes a precios que pueden ser
adquiridos por civiles, las empresas que poseen dichas tecnologías se erigen en
punteros monopólicos en los nichos de mercado correspondientes. Además, el
establecimiento de inteligencia desarrollado durante la Guerra fría, en especial la NSA , monitorea mediante sus
numerosos satélites espías y sus aparatos detectores la información empresarial
que se genera en el mundo para favorecer a las empresas estadounidenses.
En el libre mercado, ahora globalizado, no sólo se transan
bienes y servicios, sino que también capital y trabajo. Sin embargo, la
relación capital-trabajo es absolutamente desigual: mientras siempre existe
demanda por capital, siempre existe oferta por trabajo. Así, la proporción que
se adjudica el capital siempre será muy superior a la que queda para remunerar
el trabajo, dando como resultado un ingreso injustificadamente superior al que
coloca el capital frente al que coloca el trabajo en cualquier emprendimiento
productivo. Además, el capital invertido en tecnología se emplea justamente
para eliminar trabajo, con lo que la creciente tasa de cesantía ayuda a
mantener los sueldos aún más bajos. También el capital estadounidense se vale
de este mecanismo para seguir acumulándose y acrecentar su poder, pero a escala
global.
El capital estadounidense, cada vez más extraordinariamente
poderoso, determina desde su centro más conspicuo de Wall Street tanto el
destino de naciones como la política de Estado. Esta política estuvo tras la Guerra Fría con el
objeto de extender la influencia del capitalismo estadounidense por todo el
mundo. Su meta fue globalizar el modelo neoliberal por todos los medios,
especialmente el militar y la encubierta para intervenir en la libre
determinación de otras naciones. Sólo ciertas políticas de algunos gobiernos
demócratas estadounidenses han mostrado algo de humanidad.
La globalización de la economía no es otra cosa que la
posibilidad de invertir en cualquier parte del mundo con plenas garantías de
que tanto la inversión como sus beneficios podrán ser recuperados íntegramente.
El mundo globalizado no es otra cosa que un puñado que países muy ricos que
hacen estupendos negocios frente a una creciente depauperada mayoría de países
pobres, muchos de las cuales van perdiendo cualquier oportunidad de
supervivencia al hacerse cada vez menos competitivos. Irónicamente, la falta de
trabajo impulsa a millones de latinoamericanos y asiáticos a emigrar a los
EE.UU. y Europa, transformado la composición cultural y étnica de aquellas regiones,
al tiempo que sufren un aumento demográfico importante junto con las tensiones
sociales consecuentes.
La fortaleza, la solidez y la estabilidad de la economía de
EE. UU. atraen como un poderoso imán una importante proporción de los ahorros
duramente obtenidos de todas las naciones, incluidas las más pobres, para ser
invertida en este coloso y aumentar consecuentemente su dominio global.
Instituciones, como las administradoras de fondos mutuos, se encargan
automáticamente de este movimiento de capitales. El desplazamiento de los
capitales hacia esta nación privilegiada contribuye a mantener a estas menos
favorecidas naciones en el subdesarrollo, reforzando la distancia entre los
países ricos y los pobres.
Tres amenazas pueden no obstante terminar con este
privilegio. 1. El enorme endeudamiento, que crece aceleradamente a causa del
despilfarro de sus ciudadanos y las onerosas guerras, que puede terminar con la
confianza del mundo en la economía de EE.UU. 2. La competencia que esta
economía sufre en manos de naciones de economía planificada y masas laborales
muy disciplinadas y productivas. 3. Y ciertamente del agotamiento de recursos
naturales vitales para un crecimiento sostenido que permita el mantenimiento
del modelo económico, como la energía barata y el agua dulce.
CAPÍTULO 7 – LA ECONOMIA SUSTENTABLE
La economía de
crecimiento, capitalista o no, se nutre de la naturaleza del planeta,
necesitando incesantemente nuevos recursos naturales que explotar. Mientras
éstos existan, la acumulación de capital del sistema capitalista y su cultura
basada en el exitismo y el consumismo seguirán impulsando la expansión
económica. Sin embargo, la misma prosperidad del capitalismo será
previsiblemente su perdición, pues la naturaleza, que provee los recursos para
su expansión, es finita y está actualmente mostrando signos de agotamiento, y
de proseguir esta tendencia, se produciría una crisis de insospechadas
consecuencias. El desarrollo sustentable, que es incompatible con el
capitalismo, aparece como una salida a este ominoso futuro.
Los límites del crecimiento
Los pensadores de la Ilustración , desde fines del siglo XVII hasta la Revolución francesa,
habían querido iluminar con la luz de la razón la cultura, que estaba aún
sumida en la oscuridad medieval, para combatir la ignorancia, la superstición y
la tiranía, y construir un mundo mejor. Poco después, se creyó que la Revolución industrial
permitiría el sueño del mundo feliz anunciado por la Ilustración para poner
fin a las carencias materiales y la esclavitud del trabajo y transformar la
triste heredad humana. Surgió la idea de progreso. En efecto, la máquina motriz
que emergió, al tiempo de reemplazar el esfuerzo humano, fue capaz de producir
masivamente, cada vez más, todo tipo de artículos para la satisfacción de
nuestras necesidades y de vehículos para transportar mercaderías y personas
donde se quisiera. La energía de los abundantes y baratos combustibles fósiles
fue el propulsor de esta transformación. El bombeo de agua dulce permitió
extraer los minerales del suelo, mover la industria y revolucionar la
agricultura. Para expandir la superficie cultivable, se talaron los bosques. Se
explotaron los recursos de los océanos.
Junto con estas maravillas tecnológicas emergió el
pensamiento económico sobre cómo producir riquezas y distribuirlas. Desde hace
dos siglos y medio la economía moderna se ha ido constituyendo más en una
tecnología que en una ciencia, y su propósito expreso ha sido la creación de
riqueza material para todos. Se elaboraron e impusieron totalitarias
ingenierías sociales. Desde entonces, en pos de sus intereses y cosmovisiones
particulares todos los modelos económicos --mercantilistas, imperialistas,
socialistas, cooperativistas, comunistas, capitalistas-- han pugnado por
imponer sus propios modelos de crecimiento y desarrollo económico con mayor o
menor éxito, pero también con indecible sufrimiento humano.
Desde el punto de vista económico, el ser humano se
distingue de las otras especies biológicas, no sólo porque trasciende la barrera
de los nichos biológicos. Sus necesidades son ilimitadas y siempre vivirá
disconforme e insatisfecho con lo que tiene, por mucho que sus necesidades
“básicas” estén colmadas. En su ansia por la supervivencia el ser humano no
tiene límites para rodearse de cosas que puedan otorgarle seguridad y
prestigio, términos sociológicos para designar lo que antiguamente se entendía
por la fortuna y la gloria. En un desesperado afán por la estima y la
aceptación que oculten su realidad mortal, necesita alcanzar un reconocimiento
social. La publicidad le promete todo lo necesario para dicho reconocimiento, y
de aquella se vale el productor para vender más.
Esta insatisfacción existencial de búsqueda de identidad
nació probablemente, junto con la posesión de cosas y orfandad tribal, a partir
de la revolución agrícola. La estructura social se dividió en clases según la
división del trabajo. En la actualidad, esta insatisfacción ha sido reforzada
con el advenimiento de las modernas sociedades despersonalizadas y de gran
movilidad social dentro de una homogénea cultura de clase media. Junto con la
posibilidad de poseer cosas, la identidad debe ser conquistada por cada
individuo de modo permanente.
Si antes la gloria por actos heroicos era una forma de
reconocimiento, actualmente, y no de modo casual, se ha generalizado el afán
por la realización personal que fuerza al individuo a obtener éxito en poseer
“cosas” y muchas veces entendiendo por realización personal la capacidad para
consumir bienes y servicios socialmente aceptables. Probablemente, en culturas
tribales el rico tejido de relaciones sociales, donde cada individuo era
estimado y querido con cariño, lo mantenía lejano de las actuales ansias de
reconocimiento. Se comprende entonces que la tecnología presione sobre los
recursos naturales hasta el extremo mismo de sus posibilidades.
El crecimiento económico está trayendo efectos colaterales
de consecuencias críticas para el futuro no sólo de la humanidad, sino de toda
la biosfera terrestre. La necesidad de subsistencia de las distintas naciones
en nuestra estrecha Tierra fuerza la creación de economías altamente
competitivas que tienen como efecto necesario la destrucción del medio
ambiente. Además, esta competencia no sólo es inmisericorde, sino que relega a la
mayoría marginada a la miseria. Este crecimiento está afectando gravemente los
equilibrios de los sistemas ecológicos, los que han resultado ser frágiles para
los embates de la economía de crecimiento, acelerados por la explosión
tecnológica y la acumulación de capital. El enorme consumo de recursos
naturales no renovables y de recursos renovables a tasas mayores que su
capacidad de renovación está generando su acelerado agotamiento. Los distintos
ecosistemas son incapaces de absorber y neutralizar los desechos producidos,
deteriorando vastas extensiones del planeta y degradando la totalidad del medio
ambiente.
Es impensable que la actual población mundial consiga
superar su actual estado de miseria y subdesarrollo a causa de que simplemente
no existen los recursos naturales suficientes. Nos estamos ahogando en
contaminación, mientras que lo que va quedando son espantosas cicatrices de
basura y páramos estériles, creciente agotamiento de los recursos naturales y
la marginación en la abyecta miseria de poblaciones cada vez más numerosas. Los
objetivos políticos han venido verificando un desplazamiento. Atrás quedaron
las utopías milenaristas por irrealizables. El espacio dejado por ellas está
siendo ocupado por políticas netamente pragmáticas y cortoplacistas de
supervivencia nacional e incluso local. Mientras tanto, asistimos a un diálogo
de sordos entre ecologistas fundamentalistas del tipo conservacionista,
aterrados por las probables consecuencias del crecimiento, y economistas
neoliberales que siguen creyendo en la capacidad del capitalismo para
solucionar los problemas de la humanidad, mientras son ciegos a las ominosas
señales de la naturaleza.
Nuestra Tierra, la
Gea de los griegos, es, después de todo, demasiado pequeña
para el voraz poder de expoliación de la economía de crecimiento. Cada vez más,
ella nos resulta más delicada y pobre para la insaciable voracidad y la
ilimitada codicia del gran capital y de las sociedades consumistas que éste
promueve, o de las colosales guerras de destrucción y muerte de las economías
de crecimiento en pugna. La curva de crecimiento se cruza con la curva de
recursos. Lo que queda entre ambas es marginación. El crecimiento económico
genera miseria cuando sobrepasa los límites que impone la naturaleza.
Contraviniendo los poderosos intereses de las compañías
petroleras, desde hacía algún tiempo algunos estudiosos estaban advirtiendo que
en alguna fecha próxima el consumo de energía iba a llegar al punto de la curva
de producción de energía cuando el petróleo que había sido consumido
históricamente fuera mayor que las reservas conocidas. Esta fecha llegó
probablemente en septiembre de 2008 en la forma de precios que superaron los
US$ 140 el barril de crudo. Pero este precio era insostenible, pues encareció
los alimentos, el transporte y los productos, provocando en primer lugar la
crisis financiera que sigue repercutiendo en los mercados financieros. Los
ingresos de los consumidores se volvieron insuficientes para pagar a la vez por
productos más caros y por las hipotecas de sus bienes ahora devaluados. El
desarrollo y el crecimiento económicos se detuvieron y la economía de la
mayoría de los países entró en recesión.
Es probable que esta crisis económica no corresponda a otro
ciclo recesivo más de la economía. El desarrollo y el crecimiento económico
tienen ahora una estrecha camisa de fuerza. De este modo, en la medida que la
economía logra alguna recuperación, sube proporcionalmente el precio del
petróleo, anulando este logro, y la economía retorna a su estado deprimido. Es
ilusorio creer que en algún tiempo más la economía recobrará su vigor y volverá
a los índices de actividad que existían antes de la crisis financiera. El nuevo
equilibrio --entre la tendencia del capital a crecer y la escasez de energía
que frena el crecimiento logrado-- imposibilita la efectividad del mecanismo
creado para el sostenido desarrollo y crecimiento económico nacional, que es el
capitalismo, o cualquier otro modelo de desarrollo y crecimiento económico
alternativo. Por tanto, su vigencia es tan precaria como los privilegios
concedidos a sus gestores por la sociedad. La permanencia del capitalismo está
en riesgo.
En 2009, para la
ONU destacados científicos identificaron diez fronteras
planetarias seguras que el impacto humano no debiera traspasar so pena de la
autodestrucción. Estas son: la contaminación por aerosol, la pérdida de
biodiversidad, la contaminación química, el cambio climático, el uso del agua
dulce, los cambios de uso de suelo, el ciclo del nitrógeno, el ciclo del
fósforo, la acidez de los océanos, y el agujero de ozono. Para subrayar esto un
científico calculó que si el crecimiento de la economía fuera globalmente de un
5% anual en forma sostenida, por el solo hecho del consumo de energía,
independientemente de su origen si renovable o no, la temperatura de la
atmósfera terrestre aumentaría a 400º C en los próximos 150 años.
Si acaso hasta hace poco el fantasma del holocausto nuclear
se cernía con patético realismo sobre la Tierra , ahora lo está siendo el del hambre y la
miseria para una vasta mayoría de la población. Pareciera que el tercer jinete
del Apocalipsis está cabalgando con mayor prestancia que el segundo. Pareciera
que la tesis maltusiana está de alguna manera relacionada con el cuento de
Pedrito y el lobo. Probablemente, Malthus estuvo equivocado cuando diagnosticó
que mientras la población crece en progresión geométrica, los alimentos lo
hacen únicamente en progresión aritmética. Pero no se equivocó en cuanto al
pronóstico acerca de que los alimentos no alcanzarán para todas las bocas que
también hablan y ríen. Tal vez no es un problema ni matemático ni geométrico,
sino que de capacidad natural.
El capitalismo y la ecología
Tras la
Guerra fría, entre capitalismo y comunismo el vencedor
absoluto resultó ser el primero. El premio de la victoria fue poder extenderse
por todo el mundo. El mentor del capitalismo había sido Adam Smith, quien, en
1776, publicó La riqueza de las naciones. Basado en la propiedad privada de los
medios de producción y del capital, en el libre mercado tanto de mercancías
como del trabajo, en el lucro personal y en la empresa privada, el capitalismo
demostró su eficacia para generar riquezas, o al menos para convencernos a
todos -desde su propia posición de enorme poder- que es el modelo más eficaz y
libertario para darnos la oportunidad de usufructuar de los bienes materiales,
aunque fuera por chorreo. Los beneficios fueron tan evidentes -o tan aparentes-
que la sociedad concedió a la clase propietaria una cantidad de privilegios,
tales como ejercer enorme influencia en la vida política, adjudicarse una
sabrosa tajada de la torta, administrar la economía nacional según sus propios
intereses, actuar a veces como verdaderos déspotas en sus propias empresas. El
precio que la sociedad debió también
pagar fue supervalorar la codicia y el individualismo por sobre la solidaridad
y la equidad.
La crítica contra la economía capitalista y globalizada, que
desde hace un tiempo se ha estado perfilando con cada vez mayor fuerza, viene
de un cuartel menos tradicional que el humanismo. La ética humanista en
materias económicas está basada en la solidaridad, la que se opone a la
explotación del trabajo, y la no aceptación ciega del determinismo de las leyes
del mercado que justifica el homo oeconomicus por su actitud netamente
centrípeta y egoísta. Actualmente, la crítica más severa contra el capitalismo
está partiendo de los ecologistas ante la evidencia puramente práctica acerca
de los límites mismos del crecimiento: la destrucción de la naturaleza.
El éxito de la economía capitalista depende de que existan
suficientes riquezas naturales que aporten a la inversión de capital un
beneficio mayor que el costo requerido en su explotación. La crítica ecologista
apunta a que en su desarrollo el capitalismo está supeditado a la codicia
humana sobre los recursos naturales. Globalizado como está en la actualidad, el
capitalismo los está destruyendo irreversible y aceleradamente mientras el
planeta está desnudando su dramática finitud. La acumulación de capital que la
actividad económica genera aumenta en forma exponencial, de la misma manera
como aumenta la explotación de los recursos naturales y la contaminación de la
naturaleza hasta el extremo mismo de sus posibilidades.
Esta crítica sostiene que el capitalismo se fundamenta en la
utopía del tecnologicismo, que asegura la provisión de bienes y servicios sin
límite de esfuerzo ni de explotación de recursos alguno para satisfacer todas
las necesidades de la humanidad. Pero principalmente la crítica al capitalismo
sostiene que es un sistema económico que necesita en forma creciente explotar
la naturaleza para su propia preservación. El capital necesita ser invertido en
alguna actividad económica con el objeto de obtener una ganancia, y este
beneficio o interés, que no es consumido, pasa a incrementar el volumen neto de
capital, de modo que éste es un factor de la producción que se acumula
exponencialmente.
En el curso del tiempo el capitalismo ha logrado generar un
crecientemente gigantesco volumen de capital. Sin embargo, la inversión de
capital significa siempre la explotación de recursos naturales; toda actividad
económica se apoya en última instancia en la explotación de recursos naturales
y en el consumo de energía. Así, en el tiempo el capitalismo degrada la naturaleza
en forma también exponencial. El duro hecho de que la existencia de la
posibilidad de desarrollo del capitalismo depende de que se produzca más y de
que se consuma lo que se produce, incide fuertemente en los recursos físicos de
la naturaleza. En fin, los ecologistas critican también la globalización del
capitalismo por ser el intento para acceder a la explotación de todas las
riquezas naturales de la Tierra ,
sin reserva alguna.
En la economía capitalista la relación existente entre
capital y naturaleza es desequilibrada. Las valoraciones culturales que ponen
el énfasis en el individualismo, el exitismo, la competencia, el crecimiento y
desarrollo económico, la expansión de mercados y el consumismo, previsiblemente
están conduciendo a la humanidad hacia un descalabro ecológico en un futuro
relativamente cercano. Tras estas valoraciones se encuentra el poder del gran
capital, que persigue el máximo beneficio en la explotación de los recursos,
pero no necesariamente la eficiencia, tampoco la racionalidad, y menos aún la
equidad y la solidaridad. Son los mismos capitalistas, que por no estar
dispuestos de alguna manera a perder el poder económico que disponen, que
mantienen este sistema funcionando a como dé lugar y se oponen tenazmente a
cualquier reforma al sistema que los pudiera perjudicar en lo más mínimo. Los
capitalistas han participado en el juego político y militar y siempre han
triunfado para mantenerse en el poder gracias a sus enormes recursos y su
propia codicia. Ahora este mismo éxito podría ser su perdición y la de todos.
La crítica de la ecología apunta a que el capitalismo es
ciego en su desarrollo y termina preguntándose, ¿qué ocurriría a la humanidad
si apareciera un límite severo a la mayor explotación, como por ejemplo, el
agotamiento de ciertos recursos naturales vitales, como el agua dulce o el
petróleo, o la contaminación atmosférica? Los efectos de estas acciones son que
sin nuevos recursos que explotar en un futuro mediato, la economía capitalista
colapsará, arrastrando consigo la civilización que creó. La subsistencia de la
economía capitalista, basada en la competencia, y ésta en incrementar la
competitividad y la productividad, depende, para alimentarla, de que existan
suficientes riquezas naturales que aporten un beneficio mayor que el costo
requerido en su obtención. Si el capitalismo no puede crecer al no obtener
beneficios positivos por la inversión efectuada, entonces debería colapsar.
Aunque para absorber los mayores costos la menor oferta encareciera los
precios, no se mantendría una demanda para estos precios más elevados. Más aún,
el capital acumulado disminuiría hasta llegar a generar inmensas pérdidas. Son
inimaginables las profundas y espantosas consecuencias de una crisis semejante.
Es posible que seamos testigos del fin del capitalismo. Cabe esperar que no sea
Haití, Bangla Desh o Somalia los posibles modelos del Brave New World que
podrían materializarse.
Desarrollo sustentable
La cultura es a la sociedad lo que el conocimiento y el
sentimiento es al ser humano. Aquella no sólo constituye el modo creativo de
adaptación del grupo social a un medio en permanente cambio, también contiene
normas éticas y valoraciones sobre las cosas, las que han emergido en el duro y
constante embate por la subsistencia de la estructura socio-política y la
supervivencia de los individuos que la componen. La dificultad y el éxito que
una norma ética o un valor cultural tiene para estructurarse en la cultura son
directamente proporcionales a su estabilidad. El exitismo y el consumismo, como
metas individuales, y el crecimiento y la expansión económica, como metas
sociopolíticas, son manifestaciones muy enraizadas en nuestra cultura
contemporánea. Ellos no sólo se expresan plenamente en una economía de mercado
y aperturista, sino que son la expresión más acabada de este tipo de economía.
Del mismo modo como la cultura occidental produjo, en el
pasado, monjes, filósofos, conquistadores, misioneros, exploradores,
colonizadores, imperialistas, la cultura contemporánea ahora engendra capitalistas,
trabajadores y consumidores. Los países con una vigorosa economía de mercado
así lo han demostrado, pues se han vuelto más poderosos. Ello constituye un
atractivo modelo para copiar en las economías de países pobres, las que si no
se “modernizan”, sucumben.
Sin embargo, los ecólogos están desde hace unas tres o más
décadas (por ejemplo, el Club de Roma, 1968) advirtiendo y alertando sobre los
peligros que entraña para la biosfera y para la humanidad misma la actual
tendencia cultural promovida por la idea de progreso de un crecimiento
económico ilimitado y hasta exponencial. Consideremos, primero, que el caudal
del conocimiento tecnológico ha venido experimentando un enorme crecimiento
acumulativo desde un comienzo que coincide con el principio de la edad
neolítica, hace unos cien mil años atrás, hasta hace casi un siglo atrás. Como
contraste se puede observar en las últimas décadas un desarrollo tecnológico
explosivo acaecido en términos del progreso material y dominio sobre las cosas.
Segundo, que íntimamente relacionado con el desarrollo tecnológico, el capital
ha experimentado una acumulación también exponencial; y tercero, que las
riquezas naturales están sufriendo, por el contrario, un agotamiento en la
misma medida que los otros factores crecen exponencialmente.
Mientras se creyó en el progreso económico indefinido, sin
pensar que los recursos naturales son limitados, surgieron muchas ideologías
políticas y económicas (nacionalismos, liberalismos, socialismos, comunismos,
etc.) que profetizaban el término de la miseria. En la actualidad podemos
observar que la curva de crecimiento del desarrollo se cruza con la curva de la
disminución de recursos. Lo que queda entre ambas es justamente marginación. El
desarrollo económico genera miseria cuando sobrepasa los límites que impone la
naturaleza.
El problema es que un desarrollo sustentable que impone
limitaciones radicales al desarrollo es incompatible con un capitalismo que es
competitivo y que persigue el máximo beneficio si acaso no existe por parte de
todos los gobiernos una voluntad para condicionar la inversión según los
requerimientos del ambiente. Ciertamente, estas limitaciones gravitarían
negativamente sobre la tasa de interés y el beneficio buscado por la inversión.
No obstante, es el pago mínimo que debe hacer el capital para no destruir por
completo la naturaleza y no terminar por destruirse a sí mismo. Dado el hecho
que existe una carencia jurídica que sea imperativa para todos los estados,
está en manos de éstos, que gobiernan dentro de sus respectivos territorios,
concertar una acción común. Este condicionamiento haría posible la inversión de
capital en tecnologías alternativas: aquélla que posibilita precisamente un
desarrollo sustentable. Si el capital privado no encuentra de interés este
desafío, el Estado deberá asumir esta tarea de una economía de desarrollo
sustentable.
Adicionalmente, la presente encrucijada requiere un radical
cambio de actitud frente a la naturaleza y al ser humano. Nuevas normas éticas
y valoraciones deberán ser estructuradas en nuestra cultura, probablemente a la
fuerza y después de que ocurran severos conflictos, desajustes y destrucción.
La ecología impone un límite a nuestro salvaje crecimiento y consumo basado en
una economía capitalista que es por esencia puramente desarrollista y de la que
el poder económico basado en el capital y en la tecnología a su servicio es su
unidad discreta más conspicua y funcional. Otras subestructuras funcionales
deberán ser integradas a la estructura económica para que nuestras necesidades
de energía y riquezas naturales puedan ser compatibles con la existencia de la
biosfera y de nosotros mismos.
Si la anarquía total no se apodera del mundo o de partes
importantes de éste (cuando se compruebe que los recursos explotables se
acaban), el tipo de economía que debiera entrar en vigencia es, como un nuevo
paradigma de la economía, la del desarrollo sustentable. Una economía de este
tipo, que se adapta a la explotación de recursos renovables de la naturaleza,
obtendría escaso o nulo crecimiento, no pudiendo generar la riqueza que el
capitalismo nos tenía acostumbrado. El capitalismo, que necesita siempre
crecer, es incompatible con una economía de este tipo. Sería un freno que lo
ahogaría. El desarrollo sustentable sería propio de la era postindustrial, ya
que al adaptarse a la explotación de recursos renovables de la naturaleza,
obtendría escaso o nulo crecimiento, no pudiendo generar la riqueza que el
capitalismo de la era industrial demanda.
Los efectos de esta nueva economía de no crecimiento podrían
ser muchos. Es de suponer que difícilmente podría ser tolerado el incontrolado
crecimiento demográfico, las destructivas guerras, el masivo derroche. Las
nuevas y restringidas condiciones de producción tendrían que priorizar la satisfacción
de las innumerables necesidades humanas. Un nuevo orden económico compatible
con las libertades y derechos humanos debería emerger. La esperanza deberá ser
puesta en la capacidad que tienen los seres humanos para adaptarse a estas
nuevas condiciones y crear nuevos instrumentos y modelos económicos.
Probablemente, un progreso económico compatible con la
existencia de recursos consista en un desarrollo sustentable. Para que funcione
el desarrollo sustentable debe reunir dos condiciones: primero, utilizar
recursos renovables dentro del límite de su capacidad de regeneración, y
segundo, desechar contaminantes dentro del límite de la capacidad de absorción
del sistema ecológico. Indudablemente, el desarrollo sustentable implica un
severo control a escala mundial del capital en cuanto a los límites de la
inversión; la inversión de capital no podría regirse únicamente por el
beneficio particular, sino que por el interés general, y debería ser
compatibilizada con su impacto ambiental. Al parecer, el desarrollo sustentable
no haría sustentable la actual población mundial; el fin de la era industrial y
el capitalismo traerían probablemente indecibles penurias y mortandad.
En la nueva era que se avecinaría mayor valor tendría para
los seres humanos la preservación del medioambiente que el consumismo si se
garantiza no solo la supervivencia, sino también los derechos humanos. La
presente encrucijada requiere un radical cambio de actitud frente a la
naturaleza y el ser humano. Nuevos valores y normas jurídicas y éticas deberán
ser estructurados en la futura cultura. La personas deberán volverse
probablemente más responsables, solidarias y austeras. El exitismo, el
consumismo, la competencia, el individualismo, el lucro individual, que el
capitalismo nos había hecho apreciar, ya no serían valores aceptables. Del
mismo modo como la era preindustrial produjo en el pasado labriegos, pastores,
artesanos y comerciantes y la actual era industrial engendra capitalistas,
gestores, trabajadores, profesionales y consumidores, en la era postindustrial
aparecerán otras actividades para los inquietos seres humanos.
Santiago de Chile
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