sábado, 30 de mayo de 2015

Este libro trata el contradictorio esfuerzo humano de supervivencia y reproducción para conquistar y transformar su entorno a través de una asignación desequilibrada de recursos económicos, entre los cuales la tecnología, como creación de la mente humana, es una prolongación del cuerpo para reemplazar su esfuerzo, la demanda por capital es proporcional a la oferta de trabajo, y la naturaleza resulta demasiado limitada para las ilimitadas necesidades humanas que satisfacer.



Patricio Valdés Marín

Registro de propiedad intelectual Nº 169.033, Chile



Prefacio a la colección El universo, sus cosas y el ser humano



El formidable desarrollo que ha experimentado la tecnología relacionada con la computación, la informática y la comunicación electrónicas ha permitido el acceso a un inmenso número de individuos de la cada vez más gigantesca información. Por otra parte, existe bastante irresponsabilidad en parte de esta información sobre su veracidad por parte de algunos de quienes la emiten, tergiversando los hechos. Además, mucha de la información produce alarmas y temores, pues aquella gira en torno a intrigas, conspiraciones, crisis y amenazas. Habría que preguntarse ¿hasta qué punto esta información refleja la compleja realidad? ¿Cuánta de toda esa información es verdadera? ¿En qué nos afecta? Como resultado hemos entrado en una era de desconfianza, relativismo y escepticismo. Sin embargo la raíz de ello debe buscarse más profundamente.

Vivimos en un periodo histórico ya denominado posmodernismo, que se caracteriza por el derrumbe de los dogmas religiosos y sistemas filosóficos tradicionales a consecuencia del enorme progreso que ha tenido la ciencia moderna y su método empírico, contra cuyo descubrimiento de la realidad no pudieron sostenerse. Sin embargo, la antigua sabiduría respondía de alguna manera a las preguntas más vitales de los seres humanos: su existencia, su sentido, el cosmos, el tiempo, el espacio, la vida y la muerte, Dios, la verdad, el pensamiento, el conocimiento, la ética, etc., pero la ciencia, que ocupó su puesto, no ha podido responderlas, ya que no son esas preguntas su objeto de conocimiento. Por la ciencia entramos en una época de enorme conocimiento y certeza, pero si no se es fiel a la verdad que devela, es fácil caer en el  relativismo: ahora todo es opinable y no se respeta ninguna autoridad, en cambio se pide respetar a cualquiera por cualquier sonsera que esté diciendo; existe poca o ninguna crítica; aparecen gurúes, charlatanes y falsos profetas por doquier, mientras la gente permanece desorientada y escéptica; se divulga falsedades por negocio, fama o intereses espurios.

No se trata de revivir los antiguos dogmas religiosos y sistemas filosóficos, sin embargo, 1º las preguntas que responden al ¿qué es? filosófico, más que el ¿cómo es? científico, que éstos intentaban responder están tan plenamente vigentes hoy, ya que sin aquellas nuestra vida sería vacía y que la filosofía emergió como un esfuerzo racional y abstracto para conferir unidad y racionalidad al mundo, y 2º, la ciencia sigue con firmeza develando esta tan misteriosa realidad, puesto que no fue hasta el desarrollo de aquella que el mundo comenzó a ser entendido como sujeto a leyes naturales y universales de relaciones causales. En consecuencia, esta obra requerirá llegar a los grados de abstracción que demanda la filosofía y a partir de justamente la ciencia intentará responder a las preguntas más vitales. El criterio de verdad que la guiará son las ideas universales y necesarias de ‘energía’ para lo cosmológico y la complementariedad ‘estructura-fuerza’ para el universo material.

Nuestras ideas son representaciones subjetivas y abstractas de una realidad objetiva y concreta, pero la realidad es profundamente misteriosa y nuestro intelecto es bastante limitado para aprehenderla. De este modo se intentará  reflexionar en forma sistemática y unificada sobre los temas más trascendentales de la realidad. En este discurrir, deberemos mantenernos críticos, en el sentido de análisis y juicio referido a la realidad, pues dichas ideas no son “claras y distintas”, como supuso Descartes. El filosofar que podemos emprender debe intentar entender tanto el sentido último del universo, sus cosas y los seres humanos como servirles de fundamento racional. Replanteándolo todo hasta querer bosquejar un nuevo sistema filosófico, un nombre apropiado para esta obra de diez libros podría ser simplemente El universo, sus cosas y el ser humano.


EL CONTEXTO CÓSMICO DE LA OBRA

Parafraseando el inicio del Evangelio de s. Juan (Jn. 1, 1), afirmaremos, “En el principio, estaba la infinita energía”. La energía, que no se crea ni se destruye, solo se transforma —según reza el primer principio de la termodinámica—, que no debe ser pensada como un fluido, ya que no tiene ni tiempo ni espacio, que su efectividad está relacionada con su discreta intensidad, que es tanto principio como fundamento de la materia, no puede existir por sí misma y debe, en consecuencia, estar contenida o en dependencia. Y Dios la causó y liberó en un instante, hace unos 13 mil setecientos millones de años atrás, la codificó y la dotó de su infinito poder, creando el universo entero. La cosmología llama “Big Bang” a esta ‘explosión’ y se puede definir como un traspaso instantáneo, irreversible y definitivo de energía infinita a nuestro material universo en el mismo instante de su nacimiento. La energía que este agente suministró al universo, tal como si fuera un sistema, no termina en desorden, sino sirve para generar y estructurar la materia. El Big Bang, que sería el soplo divino, es también el instante del punto del comienzo de la creación y es igualmente el manto que, desde nuestro punto de vista, envuelve todo el universo. En el mismo grado que el objeto que se aleja cercano a la velocidad de la luz del observador, que de acuerdo con la contracción de FitzGerald se acorta en el eje común entre objeto y observador, aseveramos que, con el fin de mantener la simetría, el plano transversal del objeto a este eje se agranda recíprocamente hasta identificarse con la periferia de nuestro universo. Inversamente, la teoría especial diría que para un observador situado justo en el Big Bang, Dios en este caso, el tiempo habría sido tan grande que ni una fracción infinitesimal de segundo habría transcurrido. Una vez más, para este observador la distancia se habría reducido a cero, como si el Big Bang fuese la base de un tronco que sostiene la inmensidad del universo, dándole unidad a través de una inmensa relación causa-efecto. Dado que todo el universo tuvo un origen único y común, entonces las mismas leyes naturales gobiernan todas las relaciones de causa-efecto entre sus cosas. Para la causa del universo entronizada en el Big Bang, a pesar de estar a alrededor de 13,7 mil millones de años de distancia en el pasado, cada parte del universo estaría en su propio tiempo presente, mientras que la manifestación de causalidad estaría recíprocamente presente en todo el universo.

El universo conforma una unidad en la energía que no admite dualismos espíritu-materia, como los postulados por Platón, Aristóteles o Descartes. Así, el universo, en toda su diversidad, está hecho de energía y nada de lo que allí pueda existir puede no estar hecho de energía. Tales de Mileto, considerado el primer filósofo de la historia, postuló al “agua” y sus tres estados como clave para incluir la diversidad del universo; después de él otros sugirieron diversos entes como fundamento de la cosas; tiempo después Parménides inventó el concepto de “ser” para darle unidad a la realidad, concepto que hechizó a toda la filosofía posterior; ahora proponemos la idea de “energía” para este mismo efecto metafísico. Si desde Heráclito la filosofía comenzó a especular sobre el cambio que ocurre en la naturaleza, la ciencia observó por doquier a conjuntos relacionados causalmente como sistemas que se transforman de modo determinista según las leyes naturales que los rigen y ella los reconoció, más que cambios, como procesos. El tiempo y el espacio del universo están relacionados con el proceso. Ambos no son categorías kantianas a priori que residen en nuestra mente. El tiempo proviene de la duración que tiene un proceso y el espacio procede de su extensión. La infinidad de interacciones originadas en el Big Bang constituyen el espacio-tiempo del universo, donde cada ser u observador existe en su tiempo presente y todo lo demás está entre su próximo y lejano pasado, estando el Big Bang a la máxima distancia y siendo lo más joven del universo. La velocidad máxima de las interacciones es la de la luz. La fuerza gravitacional es el producto de la masa que se aleja con energía infinita de su origen en el Big Bang a dicha velocidad y que forzadamente se va separando angularmente del resto de la masa del universo, por lo cual el universo es una enorme máquina que, por causa de su expansión radial (no como un queque en el horno), genera la fuerza de gravedad, teniendo como consecuencia su pérdida asintótica de densidad. Y esta fuerza más el electromagnetismo y las otras dos que ellas causan dentro de la estructura atómica producen la incesante estructuración y decaimiento de las cosas.

Algunos científicos creen observar un completo indeterminismo en el origen del universo, pudiendo éste haber evolucionado indistintamente y al azar en cualquier sentido. No consideran que el universo haya seguido la dirección impresa desde su origen según las propiedades de la energía primordial y la relativa estabilidad de lo que se estructura. De modo que la energía primigenia se convirtió en el universo y fue desarrollándose y evolucionando, auto-regulado por lo posible en cada posible escala estructural. La energía comprende los códigos de la estructuración de las partículas fundamentales de la materia. Estas partículas poseen máxima funcionalidad, ya que adquirieron entonces energía infinita, lo que las llevó a viajar a la máxima velocidad posible (la de la luz) desde el Big Bang. El universo que percibimos es estructuración de energía en materia en dos formas básicas, como masa según la famosa ecuación E = m·c² y como carga eléctrica (positiva y negativa). La conversión en carga eléctrica requirió también mucha energía. La fuerza para vencer la resistencia entre dos cargas eléctricas del mismo signo es enorme. Se calcula que solamente 100.000 cargas (electrones) unipolares reunidas en un punto ejercerían la misma fuerza que la fuerza de gravedad de toda la masa existente de la Tierra. Infinitos y funcionales puntos o centros atemporales y adimensionales de energía generan el espacio-tiempo del universo al interactuar entre sí y relacionarse causalmente mediante también energía, estructurando enlaces relativamente permanentes, generando la diversidad existente, que se rige por el principio complementario de la estructura y la fuerza, y produciendo energía cinética y/o ondulante que podemos sentir, que nos puede afectar y que mediante éstas también podemos afectar a otras cosas.

El mundo aparecía naturalmente a nuestros antepasados como caótico y desordenado, existiendo allí tanto nacimiento, gozo y regeneración como sufrimiento, muerte y destrucción. Ellos se esforzaron en dar explicaciones para dar cuenta de esta arbitraria situación y que resultaron ser mayormente míticas. Ahora, por medio de la ciencia moderna, podemos entender objetivamente este mundo y su evolución y desarrollo. El dominio de la ciencia comprende las relaciones de causa-efecto que producen el cambio en la naturaleza, determinadas según sus leyes naturales, siendo válido para todo el universo, y que es virtualmente todo lo que sabemos con mayor, menor o total certeza. Las hipótesis científicas concluyen en la definición de las leyes naturales que rigen la causalidad del universo a través de la demostración empírica y la observación. La ciencia devela que en el curso de su existencia el universo ha ido evolucionando y se ha ido desarrollando hacia una complejidad cada vez mayor de la materia, la que se ha venido estructurando en escalas incluyentes cada vez más multifuncionales. Desde las estructuras subatómicas, atómicas, moleculares y biológicas, hasta las psicológicas, sociales, económicas y políticas, la estructuración en escalas mayores y más complejas no ha cesado. Las estructuras, que se ordenan desde las partículas fundamentales hasta el mismo universo, son unidades discretas funcionales que componen estructuras de escalas mayores y cada vez más complejas (por ejemplo, solo existe un centenar de tipos de átomos relativamente estables y unos 50.000 tipos de proteínas) y son formadas por unidades discretas funcionales de escalas menores. La estructura más compleja y de mayor funcionalidad es el ser humano, el homo sapiens del orden mamífero de los primates.

Como todo animal con cerebro, que  ha venido adaptativamente a relacionarse con el medio a través del conocimiento, la afectividad y la efectividad y que necesita satisfacer sus instintos primordiales, fijado por la especie, de supervivencia y reproducción, el ser humano es capaz de generar estructuras psíquicas (percepciones e imágenes) a partir de la materialidad biológica y electro-química de este órgano nervioso central y de las sensaciones que proveen los sentidos. Pero a diferencia de todo animal el más evolucionado cerebro humano tiene capacidad de pensamiento racional y abstracto, pudiendo estructurar en su mente todo un mundo lógico y conceptual, a partir de imágenes, y que busca representar el mundo real que experimenta y comprender el significado de las cosas y de sí mismo. Él estructura en su mente relaciones lógicas, ontológicas y hasta metafísicas y también puede comprender las relaciones causales de su entorno. Para ello se ayuda del sistema del lenguaje que emplea primariamente para comunicarse simbólicamente con otros seres humanos y también para acumular información y desarrollar aprendizaje y cultura. La realidad que conoce es la sensible y, por tanto, material. Su accionar más humano en el mundo es intencional y responsable, ya que emana de su libre albedrío, que es producto de su razonar deliberado. En esta misma escala su afectividad, más allá de sensaciones y emociones, se estructura propiamente en sentimientos. Persiguiendo vivir la vida con la mayor plenitud posible, los individuos humanos se organizan en sociedades que buscan la paz, el orden, la defensa, el bienestar y la explotación de los recursos económicos a través de la cooperación y la justicia, pero muy imperfectamente, ya que algunos fuerzan satisfacer necesidades individuales de modo desmedido y otros dominan y explotan al resto. Son objetos (no sujetos) de los derechos reconocidos como fundamentales por la sociedad civil, y resguardados por sus instituciones de poder político.

Cuando el ser humano reflexiona sobre el por qué de sí mismo, llegando a la convicción de su propia y radical singularidad, su multifuncionalidad psíquica es unificada por y en su conciencia, o yo mismo, pero no de modo mecánico, sino transcendente y moral. La transcendencia es el paso desde la energía materializada, que se estructura a sí misma y es funcional, hasta la energía desmaterializada que la persona estructura por sí misma. Si el individuo se estructura a partir de partes que anteriormente pertenecieron a otros individuos y pertenecerán en el futuro a nuevos individuos, la persona se estructura a partir de energía que permanecerá en lo sucesivo estructurada. La conciencia humana es el advertir que el yo (el sujeto) es único y que su existencia transcurre en una realidad objetiva que su intelecto le representa como verdadera. Pero transcendiendo esta materialidad que ella conoce, está lo llamado “espiritual” y viene a ser la estructuración de la energía como producto del intencionar, en lo que llamaremos conciencia profunda, forjándola indeleblemente en sí de un modo desmaterializado. El punto de partida de este tránsito a lo inmaterial es la acción intencional, que depende de la razón y los sentimientos y que se relaciona al otro a través del amor o el odio; ésta se identifica con el ejercicio de la libertad y con la autodeterminación, siendo lo que caracteriza al ser humano. La conciencia profunda reconoce que la realidad, no es solo material, sino que también es transcendente, y la puede conocer con otros “ojos” que ven la experiencia sensible, los cuales podrían abrirse completamente solo tras la muerte fisiológica del individuo. El alma no preexiste en un mundo de las Ideas, al estilo de Platón, para unirse al cuerpo en el momento de la concepción, sino que se fragua en el curso de la vida intencional. Esta metempsicosis transforma lo inmanente de la cambiante materia en lo transcendente de la energía inmaterial. La estructuración de una mismidad singular como reflejo de la actividad psíquica de su particular deliberación es el máximo logro de la evolución que, a partir de materia individual, produce energía estructurada. Así, el ser humano puede definirse, más que como animal racional, como un animal transcendente que transita de lo animal a la energía personal. Desde esta perspectiva el sentido de la vida es doble: vivir plena y conscientemente la vida y estar consciente de la vida eterna y sus demandas. Estas explicaciones son especulativas y no se asientan ciertamente en conocimiento científico alguno, pues están fuera del ámbito de lo material, ya que solo conocemos lo sensible, pero está en sintonía con los sucesos místico y parapsicológico reconocidos y surge de superar el dualismo del ser metafísico por la energía que incluye tanto lo material como lo inmaterial.

Y cuando la muerte, propia de todo organismo biológico, desintegra la estructura del individuo, subsiste la persona, que es propiamente la estructura del yo mismo puramente de energías diferenciadas que se han unificado en la conciencia profunda durante su vida. La muerte supone la destrucción irreversible del vínculo de la energía estructurada del yo mismo, inmortal, con su cuerpo de materia estructurada que la contenía, manifiestamente incapaz ahora de existir. Considerando que ya no resulta necesario satisfacer los instintos biológicos de supervivencia y reproducción, como tampoco estar sujeto a ningún otro instinto, en su nuevo estado de existencia el yo personal se libera del consumo de energía de un medio material y, por tanto, de la entropía, lo que significa también que su acción ya no puede tener efectos sobre la materia. Asimismo, desaparecen nuestros atesorados conocimientos y experiencias de la realidad del universo material que percibimos a través de nuestros sentidos animales como también nuestra forma de pensamiento racional y abstracto y memoria basados en el cerebro biológico. Surgiría una forma nueva, inmaterial, transcendental, de pura energía, pero implícita en la conciencia profunda, incomparablemente más maravillosa para conocer y relacionarnos que corresponde a esa insondable y misteriosa realidad que se presentaría, todavía imposible de conocer en nuestra vida terrena. Pero la persona, ahora reducida a lo esencial de su ser, necesitaría y buscaría afanosamente un contenedor de su propia y estructurada energía para poder manifestarse y expresarse en forma plena de conexión. La esperanza es que quien en su vida ha reconocido de alguna manera a Dios y ha sido justo y bondadoso según, por ejemplo, la enseñanza evangélica, estará finalmente, cuando muere, en condiciones de acceder al Reino de misericordia, amor y bondad, que Jesús conoció (¿a través del fenómeno EFC?) y anunció, y existir colmadamente. De ahí que su condición en la “otra vida” sea un asunto de opción moral personal durante su vida terrena. Al no estar inmerso en la materialidad, ya no se interpone el espacio-tiempo que lo mantiene separado de Dios. Así, la energía liberada originalmente por Dios retorna a Él estructurada en el amor.

Los libros de esta obra se enumeran y titulan como sigue:

Libro I, La materia y la energía (ref. http://unihum1.blogspot.com/), es una indagación filosófica sobre algunos de los principales problemas de la física, tales como la materia, la energía, el cambio, las partículas fundamentales, el espacio-tiempo, el big bang, la forma y el tamaño del universo, la causa de la gravitación, agujeros negros, y llega a conclusiones inéditas.

Libro II, El fundamento de la filosofía (ref. http://unihum2.blogspot.com/), analiza lo que relaciona y lo que separa a la filosofía y a la ciencia; expone la concepción histórica de la relación entre la idea y la realidad, la razón y el caos; critica a la filosofía tradicional en lo referente a la dualidad espíritu y materia que proviene de la antigua antinomia de lo uno y lo múltiple, y sienta nuevas bases para una metafísica a partir del conocimiento científico.

Libro III, La clave del universo (ref. http://unihum3.blogspot.com), expone la esencia de la complementariedad de la estructura y la fuerza como el fundamento del universo y sus cosas, que es coextensiva del ser y que es el tema tanto de la ciencia como de la filosofía, con lo que se supera toda contradicción entre ambas ramas del saber objetivo.

Libro IV, La llama de la mente (ref. http://unihum4.blogspot.com/), se remite a una teoría del conocimiento que identifica las funciones psicológicas del cerebro, en tanto estructura fisiológica, con generadores de estructuras psíquicas, siendo ambas estructuras propias de nuestro universo de materia y energía, y descubre que las imágenes y las ideas son estructuraciones en escalas superiores que parten de las sensaciones y las percepciones de nuestra experiencia.

Libro V, El pensamiento humano (ref. http://unihum5.blogspot.com), desarrolla una nueva epistemología que busca descubrir los fundamentos del pensamiento abstracto y racional en las relaciones ontológicas y lógicas que efectúa la mente humana a partir de las cosas y sus relaciones causales.

Libro VI, La esencia de la vida (ref. http://unihum6.blogspot.com/), se refiere principalmente al reino animal, del cual el ser humano es un miembro pleno, en cuanto es una estructuración de la materia en una escala superior.

Libro VII, La decisión de ser (ref. http://unihum7.blogspot.com/), trata de una de las funciones de los animales, la efectividad, que específicamente en el ser humano se estructura como voluntad, que proviene de su actividad racional, que se manifiesta en su acción intencional, que es juzgada por la moral, la ética y la norma jurídica, y que confiere sustancia y sentido a su vida.

Libro VIII, La flecha de la vida (ref. http://unihum8.blogspot.com/), en las fronteras de la reflexión filosófica y aún más allá, intenta explicar la relación de lo humano con lo divino, la que comienza por la capacidad natural del ser humano para reconocer y alabar la existencia de lo divino, y la que termina en una invitación divina a una existencia en su gloria.

Libro IX, La forja del pueblo (ref. http://unihum9.blogspot.com/), analiza una filosofía política que parte del ser humano como un ser tanto social como excluyente, tanto generoso como indigente, para indicar que la máxima organización social debe estar en función de los superiores intereses de la persona, finalidad que se ve entorpecida por anteponer artificiosamente el derecho al goce individual a los derechos de la vida y la libertad.

Libro X, El dominio sobre la naturaleza (ref. http://unihum10.blogspot.com/), estudia el contradictorio esfuerzo humano de supervivencia y reproducción para conquistar y transformar su entorno a través de una asignación desequilibrada de recursos económicos, entre los cuales la tecnología, como creación de la mente humana, es una prolongación del cuerpo para reemplazar su esfuerzo, la demanda por capital es proporcional a la oferta de trabajo, y la naturaleza resulta demasiado limitada para las ilimitadas necesidades humanas que satisfacer.


Deseo expresar mi reconocimiento y mis más vivos agradecimientos a mi esposa Isabel Tardío de Valdés. Sin su paciencia, apoyo moral y cariño esta obra no habría sido posible.

Patricio Valdés Marín



CONTENIDO



Prólogo


Capítulo 1. Detrás de economía

Los mitos bíblicos que sustentan la economía moderna
Reflexiones sobre la economía
Economía, sociedad y Estado

Capítulo 2. La producción económica

La estructura económica productiva
La materia prima
El trabajo
El capital
La tecnología

Capítulo 3. La economía de crecimiento

Pensamiento del crecimiento económico
El paradigma de la economía contemporánea

Capítulo 4. La economía de mercado

El mercado
La planificación y el mercado

Capítulo 5. La economía capitalista

Privatización, acumulación y concentración del capitalismo
La ideología liberal
El neoliberalismo
La democracia republicana y el capitalismo
La economía de mercado
La eficiencia
La inequitativa relación trabajo-capital
La tecnología

Capítulo 6. La economía globalizada

El fenómeno de la globalización
El trabajo
El Estado
La empresa
Los privilegios de una nación

Capítulo 7. La economía sustentable

Los límites del crecimiento
El capitalismo y la ecología
Desarrollo sustentable



PRÓLOGO



La economía trata de la explotación de los recursos naturales para transformarlos en bienes y servicios para satisfacer las múltiples necesidades de la población humana. Es un arte más que una ciencia, y se refiere a la actividad colectiva donde la sociedad entera participa en sus procesos de producción, intercambio, distribución y consumo. Esencialmente, la economía consiste, por una parte, en la producción de bienes y servicios a través del dominio, control, gestión, organización y administración de los factores de producción y, por la otra, en el establecimiento de un mercado para la distribución y la comercialización de dichos bienes y servicios. Puesto que el control de la economía demanda poder y también confiere poder, genera un permanente conflicto entre las clases sociales, el que suele subir de tono. En la economía neoliberal la posesión privada del capital otorga el poder requerido al capitalista para controlar la economía y, por ende, la política.

Desarrollo y crecimiento económicos son los conceptos claves que aparecen en el pensamiento y la teoría económica. El interés de los economistas consiste esencialmente en comprender cómo la economía funciona en la realidad con el objeto de intervenir políticamente para maximizar su desarrollo y crecimiento. En este sentido, la economía es una ciencia que estudia lo que sucede en la escala de la sociedad civil y entre naciones, y discute la acción política más conveniente a ejecutar según el objetivo nacional. Si un individuo trabaja para satisfacer sus necesidades, mejorar su existencia y asegurar su futuro, una nación, en búsqueda del orden y la paz, del la estabilidad y el poder, persigue el desarrollo y el crecimiento.

El valor de los productos puede ser determinado por una autoridad central, por un productor o un consumidor monopólico, por un acuerdo entre los productores, o puede ser el que resulte de la libre oferta y demanda que en el mercado se produzca por los bienes y servicios. La estructura del mercado está compuesta por dos subestructuras: el mercado como órgano sensible y regulador del sistema, y los agentes económicos libres que venden y compran. Una economía de mercado es incompatible con una economía dominada por el capital –pues el excesivo poder del capital rompe el equilibrio del mercado–, pero no lo es con una economía planificada; ambas se complementan. La planificación es necesaria tanto en la escala nacional que busca el bien común como en la escala empresarial que persigue una utilidad.

En la economía moderna, más que los seres humanos individuales y el Estado, las empresas son las unidades discretas de la estructura económica productiva y distributiva. La producción está constituida por unidades discretas llamadas factores de producción. Uno de éstos es la materia prima, que corresponde a los elementos en su estado inicial con respecto a un proceso productivo dado. Otro factor es el trabajo, que es la actividad humana ocupada en producir. La gestión es el factor encargado de dirigir y administrar la empresa. El capital es otro factor y es fundamentalmente trabajo acumulado destinado a financiar la empresa y su proceso productivo. Por último está la tecnología, que es capital invertido en procurar extensiones al trabajo donde la actividad humana es ineficiente y costosa.

El capitalismo, nombre dado a una economía donde la propiedad del capital es privada, ha sido el motor del gigantesco desarrollo de la economía que caracteriza nuestra época desde la Revolución Industrial, probando ser un sistema económico que funciona exitosamente para producir y distribuir enormes cantidades y variedades de bienes y servicios. Sin embargo, la ética humanista lo critica por ser la antítesis de la igualdad natural y la equidad moral de los seres humanos. Parte importante del problema es, por un lado, que el capital privado tiende a concentrarse y acumularse, llegando a adquirir un poder excesivo que avasalla el poder político, y, por el otro, su ética que se basa en el egoísmo, contraponiéndose al hecho antropológico que subraya la solidaridad. Pero lo fundamental del problema es que en el mercado, mientras siempre existe gran demanda por capital, existe también gran oferta de trabajo, lo que genera un desequilibrio primordial beneficiando al capital y castigando al trabajo.

El orden económico capitalista es ahora global. La globalización de la economía no es otra cosa que la extensión del capitalismo fuera de las fronteras nacionales y su acceso a todo el mundo. Llegó a su plenitud con el término de la Guerra Fría. Con sus enormes recursos políticos, militares y económicos el capitalismo resultó vencedor sobre alternativas socialistas que descansaban sobre economías estatistas y planificadas centralmente. Lo que ganó fue el comercio mundial y la posibilidad de que el capital pueda ser invertido en cualquier lugar del planeta con garantías plenas de que no será expropiado. Lo contradictorio del capitalismo es que para ser efectivo precisamente como modelo de desarrollo nacional, necesita desenvolverse en espacios sin fronteras nacionales.

La economía de desarrollo y crecimiento se nutre de la explotación acelerada de la naturaleza del planeta. Necesita incesantemente nuevos recursos naturales que explotar. Mientras éstos existan, el sistema capitalista y su cultura basada en el exitismo y el consumismo seguirán impulsando la expansión económica. Sin embargo, los recursos naturales son finitos. De proseguir esta tendencia, se produciría una crisis de insospechadas consecuencias. El desarrollo sustentable aparece como una salida a este ominoso futuro. El problema es que el desarrollo sustentable es incompatible con el capitalismo.



CAPÍTULO 1 – DETRÁS DE LA ECONOMÍA



La economía trata de la explotación de los recursos naturales para transformarlos en bienes y servicios con el objeto de satisfacer las múltiples necesidades de la población humana. Es un arte más que una ciencia, y se refiere a la actividad colectiva donde la sociedad entera participa en sus procesos de producción, intercambio, distribución y consumo a través del dominio, control, gestión, organización y administración de los factores de producción. También la sociedad participa en el establecimiento de un mercado para la comercialización de dichos bienes y servicios. Puesto que el control de la economía demanda poder y también confiere poder, genera un permanente conflicto entre las clases sociales, el que suele subir de tono.


Los mitos bíblicos que sustentan la economía moderna 


Los mitos nos sirven para explicarnos los fundamentos de la misteriosa realidad en una forma tan significativa que nos aparecen cercana a nuestra cotidiana experiencia. Aunque ellos son necesariamente interpretaciones parciales de la realidad, sirven para que podamos acercarnos a su comprensión, permitiéndonos actuar en consonancia. Por consiguiente, los mitos en los que llegamos a creer llegan a determinar en último término nuestra acción. En la cultura occidental la economía es una actividad humana que está especialmente sustentada en los mitos del paraíso relatados en el libro del Génesis y que han tenido enorme influencia en moldear nuestras creencias y valores. Allí existen mitos acerca de la relación del ser humano con la naturaleza, del trabajo y de la posibilidad de recuperar el paraíso perdido a través de la actividad económica. 

En relación a la naturaleza, es potente el mito del libro del Génesis: “Y creó Dios al hombre a imagen suya, a imagen de Dios los creó, y los creó macho y hembra; y los bendijo Dios, diciéndoles: «Procread y multiplicaos, y henchid la tierra; sometedla y dominad sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo y sobre los ganados y sobre todo cuanto vive y se mueve sobre la tierra»” (Gen 1, 27-28). Desde el punto de vista económico, este mito supone desde luego que la naturaleza es distinta de Dios ―a diferencia de la concepción que se tiene de ella por parte de pueblos primitivos que la consideran sagrada por contener en sí múltiples divinidades― pero, además, que ha sido entregada al ser humano para disponer de ella en su propio beneficio, y que su explotación no tiene límites, pues es una donación divina.

Adicionalmente, el mérito que tiene este mito es comprender exactamente la esencia de la economía. En efecto, la economía se define en términos de sometimiento y dominio. De este modo, el “someted y dominad” describe propiamente el ámbito de la economía. La economía es dominio sobre los recursos naturales, sobre el trabajo que los transforma en bienes y servicios, sobre el conocimiento para explotarlos y transformarlos, sobre el mercado donde éstos se distribuyen para el consumo y la satisfacción de la multiplicidad de necesidades humanas, todo ello con el objeto de ejercer irrestrictamente el poder que tanto individuos como colectividades logran capitalizar sin mayores consideraciones de tipo ético o social, como un derecho natural dado por Dios. A regañadientes se acepta la legislación restrictiva a la actividad económica.

El mismo libro del Génesis es fuente del mito que para comer se debe trabajar y que el trabajo es esfuerzo y sufrimiento. “Al hombre (Dios) le dijo: «Por haber escuchado a tu mujer, comiendo del árbol de que te prohibí comer, diciéndote: no comas de él, por ti será maldita la tierra; con trabajo comerás de ella todo el tiempo de tu vida; te daré espinas y abrojos y comerás de las hierbas del campo. Con el sudor de tu frente comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, pues de ella has sido tomado; ya que eres polvo, y al polvo volverás»” (Gen 3, 17-19). Aunque probablemente no única, la identificación de trabajo con sufrimiento es propia de la cultura occidental. El esfuerzo que demanda el trabajo se considera doloroso. Probablemente, otras culturas podrían suponer que se trata más bien de un juego o de un medio de reconocimiento social. De este modo, el someted y dominad bíblico es recíprocamente esfuerzo y dolor. Un venado pasta, un lobo caza, un ave anida, y ejecutan estas acciones con gusto. Pero sólo el ser humano trabaja. Se supone que sólo mediante un trabajo esforzado y duro es posible transformar las cosas naturales en cosas artificiales que permitan satisfacer mejor las necesidades humanas. La cultura occidental enfatiza la disciplina laboral, y desde la infancia los niños aprenden hábitos de trabajo, siendo su deber asistir a largas y aburridas clases, hacer tareas y reducir el juego natural de la infancia a una pequeña porción del tiempo disponible.

Sin embargo, desde la revolución industrial, que ha demandado el trabajo de millones de seres humanos, pero que ha posibilitado innumerables formas de trabajo, ha emergido la idea de que el trabajo es también algo, no sólo gratificador, sino que realizador. Muchos profesionales dedican su vida a perseguir metas difíciles y laboriosas por una cierta “vocación” que los impulsa a este esfuerzo que procura muchas compensaciones de orden existencial. Desde la Primera guerra mundial la mujer aprendió que podía desempeñar trabajos reservados para hombres, permitiéndole no sólo su propia realización vocacional, sino que también su independencia económica.

También en el libro del Génesis se encuentra otro mito, el referido a la descripción del Paraíso. Podemos leer: “Plantó luego Yahvé un jardín en Edén, al oriente, y allí puso al hombre a quien formara. Hizo Yahvé brotar en él de la tierra toda clase de árboles hermosos a la vista y sabrosos al paladar... Salía de Edén un río que regaba el jardín y de allí se partía en cuatro brazos... Tomó pues, Yahvé al hombre, y lo puso en el jardín de Edén para que lo cultivase y guardase” (Gen 2, 28-15). Pero más adelante en el relato, nos enteramos que la primera pareja fue castigada con la pérdida del Paraíso por desobedecer a Dios. Este mito no sólo intenta explicar nuestra condición humana de sufrimiento, dolor y muerte, sino que también apunta a un destino que supera tales males y que había sido perdido por la desobediencia de origen.

Recogiendo este perenne anhelo, el mito milenarista concibe la posibilidad de retornar al paraíso perdido. El paraíso se concibe como un estado de paz y armonía donde la vida transcurre llena de felicidad y abundancia. El mito decimonónico ha hecho suyo el mito milenarista, agregándole que a través del trabajo y la mecanización se conseguirá la abundancia y la satisfacción de las necesidades materiales para todos. Incluso en pleno siglo veinte se llegó a pensar que la tecnología y la automatización podrían hasta reemplazar el esfuerzo humano y obtener los productos necesarios para toda la humanidad. El mito socialista le había agregado por mano de Lenin: “de cada uno de acuerdo a su capacidad, a cada uno de acuerdo a su necesidad”. De este modo, en el socialismo ha surgido la creencia que es posible el esfuerzo solidario y compartir lo producido según las necesidades individuales.

El mito del dominio y el mito del Paraíso, que se contradicen en cuanto la economía engloba fuerzas sociales tanto centrípetas como centrífugas, deben convivir forzadamente. La economía es fuente tanto de esfuerzo solidario como de la más vil explotación.

Si la economía era una materia escasamente desarrollada en el mundo tribal primitivo, reduciéndose a actividades colectivas de caza y recolección, en la actualidad de la economía neoliberal y de la economía globalizada, hay quienes creen que ella podría superar los antagonismos humanos siempre que se pudiera establecer el libre mercado y la total apertura económica. Sin embargo, de modo similar al fascismo, el comunismo o el nazismo, esta utopía está condenada a fracasar en este intento. El neoliberalismo impone una concepción del ser humano que parte del positivismo inglés de un individuo egoísta, quien, persiguiendo su propia satisfacción, consigue sin siquiera buscarlo la satisfacción de todos.

Pero olvida que el capitalismo, que está detrás de él, privilegia a los poseedores del capital en desmedro del trabajado, generando inconmensurables diferencias entre ricos y pobres. Omite además la tendencia centrípeta del afán por la supervivencia y la reproducción, que en un medio tribal se hacía de modo solidario y cooperativo, es potenciada en el medio completamente individualista de la economía neoliberal. Además deforma el pensamiento político al sostener que la economía es una actividad individual que es ajena a la sociedad civil y es independiente del Estado. Por último supone, sin crítica alguna, que crea las condiciones de libertad para que cada cual pueda trabajar y, a través de su esfuerzo, obtener los medios para satisfacer sus necesidades, en circunstancias que quien realiza el trabajo sólo obtiene una participación muy menguada de la riqueza que produce.


Reflexiones sobre la economía


La primera reflexión que cabría hacer sobre la economía es que ésta es una actividad humana que intenta liberarnos del determinismo biológico de la supervivencia, que es común a todos los seres vivientes. Este determinismo lleva a los seres vivos a satisfacer sus necesidades vitales en un medio que necesariamente contiene algunos recursos vitales escasos, cumpliéndose el principio evolutivo de la supervivencia del más apto en un ambiente de competencia. Si los recursos fueran más abundantes, el número de comensales aumentaría, con lo que se volvería al nivel de escasez inicial y a la competencia, indicando que la economía libera, pero a costa de conflictos.

Desde el punto de vista puramente fisiológico, el ser humano pertenece a la especie de seres vivos menos adaptada de todas a un medio particular. Sin embargo, su inteligencia abstracta y racional, que lo distingue de todas las otras especies, le permite ser la especie más flexible y dúctil para vivir en distintos ambientes. Crea tecnologías, que no son otra cosa que extensiones de su cuerpo, y se empeña trabajando para explotar distintos nichos ecológicos, es decir, distintos recursos naturales, resultando ser usualmente más eficiente que los competidores de otras especies en el nicho que elige para depredar o, que es lo mismo, utilizar.

Además, la inteligencia humana, a diferencia de la de los animales, que viven exclusivamente en el presente, es capaz de desarrollar proyectos de futuro en base a la experiencia obtenida y la experimentación. La economía es entonces la actividad humana dedicada a explotar racionalmente los recursos naturales, no sólo para satisfacer las necesidades de una población humana en forma inmediata (como es el caso de los animales), sino también para asegurar que estas necesidades serán satisfechas en el futuro.

La actividad económica, aunque es social y colectiva, no es necesariamente fraternal. Los sistemas económicos son socialmente injustos, favoreciendo a algunos más que a otros. Los bienes y servicios son relativamente escasos y no alcanzan para todos, quedando algunos con abundancias y muchos con carencias. La producción requiere trabajo, que es una actividad humana que implica esfuerzo, sacrificio y sufrimiento, y debe ser forzada de alguna u otra manera, pero que se resume en el adagio paulino “quien no trabaja, no come”. En el origen de las guerras y los peores sufrimientos humanos está la economía. Los pueblos más civilizados se caracterizan por la búsqueda de la justicia, la equidad y la fraternidad, y tratan de dar solución a los siete pecados capitales (lujuria, gula, avaricia, pereza, ira, envidia y soberbia) que contiene la economía en su búsqueda del bien común.

Una serie de preguntas están detrás de la economía: ¿Cómo utilizar recursos? ¿Cómo explotarlos mejor? ¿Cómo hacer trabajar a los seres humanos, quienes son más dados a la indolencia y al juego? ¿Cómo organizar el trabajo para que sea más productivo? ¿Cómo obtener mayores beneficios de lo que se produce? ¿Cómo establecer mercados? ¿Cómo acceder a los mercados? ¿Cómo no sólo mantenerse allí, sino que incrementarlos y mejorar su posicionamiento? Y últimamente, ¿cómo producir más sin dañar a la naturaleza?

Todas estas preguntas pueden englobarse en una sola: ¿cómo desarrollar la economía y hacerla crecer?, pues, “crecimiento” aparece como la palabra clave de la economía moderna. La economía no es una actividad estática relativa a la producción y distribución de bienes y servicios, sino que se trata del dominio, control, gestión, organización y administración creciente de los factores de la producción de mayores y más variados bienes y servicios a partir de recursos naturales y humanos, y también de establecer mejores y distintos mercados donde distribuir y comercializar lo producido.

Sin duda, entre las fuerzas que intervienen en la economía la principal proviene de la misma actividad humana. Ésta actúa ya sea directamente, como fuerza muscular, ya sea dirigiendo y controlando las fuerzas tanto naturales como humanas que son utilizadas en los procesos de obtención, elaboración y distribución de productos, ya sea inventando técnicas y creando tecnologías para obtener productos nuevos, mejores y más económicos. Aunque la actividad laboral es fuente de gran gozo cuando se domina el arte de transformar las cosas, se aprecia el producto terminado, se colabora en un esfuerzo común y se obtiene la retribución por el esfuerzo comprometido, la industrialización impone una desagradable carga y rutina al trabajador, siendo el ritmo de la máquina la que marca la cadencia a su actividad, pues está más interesada en producir más al menor costo posible, relegando a la trastienda los elementos que hacen grato el trabajo.

Lo producido por la actividad económica son cosas y acciones, estructuras y fuerzas, que los economistas llaman “bienes” y “servicios”. Lo que distingue a estas cosas del resto es que, en primer lugar, son productos de la actividad humana y, en segundo término, son utilitarias, es decir, sirven para satisfacer necesidades concretas de los seres humanos. En este segundo respecto toda cosa que, en último término, sirve para satisfacer necesidades humanas constituye una riqueza, concepto sobre el que se volverá más adelante. Las necesidades humanas conforman el motor de la actividad económica, pues inducen a producir los bienes y servicios que permiten satisfacerlas.

La economía tiene numerosos actores humanos. Estos comandan los recursos, están tras la producción y distribución de los bienes y servicios y también están en el consumo o ahorro de lo que se produce. De ahí podemos distinguir a trabajadores, inversionistas, terratenientes, gestores, productores, profesionales, inventores, policías, planificadores, comerciantes, consumidores, ahorrantes, burócratas, etc. También podemos distinguir entre la fábrica, la oficina y el mercado. En la fábrica las materias primas son transformadas en bienes. En la oficina el conocimiento se convierte en servicios. En el mercado, que es el lugar donde los distintos recursos y la variedad de los bienes y servicios que se produce se convierten en mercancías, el conjunto de actores económicos se reúnen en compradores y vendedores de mercancías. Usualmente, el lugar donde opera el mercado no es físico, sino que virtual. Allí los productores se relacionan con los consumidores a través de los bienes y servicios.

Todo lo expresado más arriba puede ser encontrado en textos introductorios de economía. Pero habría que ser terriblemente ingenuo si supusiéramos que la economía tratara simplemente de la organización social y tecnológica destinada a la satisfacción de las necesidades materiales de los seres humanos. Los humanos somos seres terriblemente complejos. A diferencia de los animales, estamos conscientes de que somos mortales y de que algún día moriremos, dando bruscamente término a todo el esfuerzo desempeñado durante toda una vida con el único objetivo de sobrevivir.

Desde luego, no nos conformamos de ninguna manera con el hecho aterrador de que la muerte representa el fracaso más rotundo de todos los esfuerzos desplegados para nuestra supervivencia individual. Muchos harán lo indecible para impugnar y hasta negar al manifiesto destino inscrito en nuestro genoma biológico. Buscaremos toda forma que nos asegure de alguna manera u otra la eternidad. El poder, la gloria y la riqueza han sido los recursos favoritos que los seres humanos han buscado en sus vanos intentos por conseguir la vida inmortal. De allí que el concepto “necesidad humana” sea tan amplio que abarca desde la indigencia más total hasta la pequeñísima privación que existe para la superabundancia, desde la miseria más abyecta hasta la mínima carencia que falta para abarcar toda la infinita gama de la diversidad posible. Para quien, siendo fatalmente limitado y mortal, pretende la gloria y la inmortalidad a través de la posesión de riquezas, las necesidades son imposibles de satisfacer.

Por consiguiente, un hecho que muy pocos estarían dispuestos a reconocer es que la economía, más que vincularse objetivamente con la producción y distribución de bienes y servicios, contiene una carga de irracionalidad y egoísmo que se manifiesta, por ejemplo, en fundarse sobre el concepto netamente burgués del derecho inalienable sobre la propiedad privada, aunque degrade valores antropológicos vitales, como la solidaridad. Detrás de la defensa absurda de este pretendido derecho se encuentra el pavor a la muerte y el ansia irracional por la inmortalidad. Si los bienes materiales son así definidos porque sirven para que los seres humanos puedan sobrevivir y proyectarse, no existe justificación ética alguna para que aquellos se destinen para asegurar una supuesta inmortalidad.

Si las riquezas son limitadas en razón de su escasez o su costo, las necesidades satisfechas en demasía relativa de un individuo significa la insatisfacción relativa de las necesidades de otro individuo. Los mismos productos, que son en sí mismos relativamente escasos, sirven para satisfacer alternativamente las necesidades de distintos consumidores. Un producto se consume en el mismo acto de satisfacer una necesidad, y no puede, por tanto, satisfacer otra necesidad simultáneamente. Por otra parte, todo producto tiene una determinada vida útil; ésta se acorta o se acaba cuando es consumida. 

La economía se vincula con la política para resolver el problema de quien, en último término, será el consumidor privilegiado que logrará satisfacer alguna necesidad en particular. El Estado, que tiene el poder para dirigir, controlar y regular la actividad económica, es visto por grupos de poder como el medio para mejorar su relativa condición económica y obtener algún privilegio. Si el Estado se funda en la democracia, que es el único régimen político que está en función de los derechos humanos, entonces la guía para su accionar político es el bien común; en cambio, si se funda en, digamos, el neoliberalismo, entonces no debemos escandalizarnos que sea el beneficio del capital privado el principio de su ordenamiento político.

No corresponde a la función del pensamiento económico analizar cuáles son las necesidades humanas que deben ser satisfechas, cuáles son prioritarias o cuáles constituyen derechos inalienables de las personas, dejando estos tópicos sin tocar, pues pertenecen, desde el punto de vista teórico, a la ética y, desde el punto de vista práctico, a la política. Desde sus respectivas perspectivas, ambos intervienen en el ámbito de los intereses individuales de supervivencia y reproducción y de los intereses colectivos de subsistencia que comprenden el bien común. No obstante, cuando el poder político aplica algún modelo económico, se producen fuerzas tan poderosas que intervienen directamente sobre estos intereses, muchas veces desequilibrándolos y distorsionándolos, y generando incluso injusticias, despilfarros, carestías, daños ecológicos y hasta guerras.


Economía, sociedad y Estado


Una característica esencial de la economía en general es la de ser una actividad colectiva. Son los individuos las unidades discretas últimas que conforman la fuerza laboral, que constituyen la empresa, que la gestionan con mayor o menor eficiencia, que poseen los conocimientos técnicos, que desarrollan e innovan en tecnologías, que adquieren los derechos de explotación de las riquezas naturales, que arriesgan su capital, que distribuyen, comercian y publicitan los productos y que, por último, consumen los productos finales. En este sentido, la estructura económica depende de la estructura social por estar constituida por las mismas unidades discretas, los seres humanos. Se debe agregar que la sociedad organizada políticamente conforma una estructura socio-política de la que el Estado es el que regula la actividad económica, cobra impuestos y efectúa gastos significativos.

En una economía de mercado los agentes económicos que venden y compran concurren en un mercado que supuestamente debe estar libre de toda presión, en especial la del Estado. Es decir, no debe existir otra presión más que el interés individual de dichos agentes, de modo que el mercado pueda operar según la oferta y la demanda que allí se genera, y que termina por establecer la escala de precios, los que sirven también como señales para regular los volúmenes que se ofrecen y demandan. Sin embargo, la dicotomía Estado-mercado es simbólica, pues los dos conceptos no son equivalentes y se refieren a entidades que existen en escalas distintas, estando el Estado en una escala que comprende el mercado. En efecto, el Estado tiene como referencia los seres humanos en tanto individuos sociales, políticos y económicos, mientras que el mercado tiene como referencia los agentes económicos en tanto productores y consumidores de bienes y servicios. En este sentido, un ciudadano no es equiparable a un consumidor. Un ciudadano es una persona que como miembro de una sociedad civil es sujeto de deberes y derechos. Un consumidor es un individuo que participa en el mercado según las reglas que éste establece. Un contribuyente está equivocado cuando demanda al Estado porque considera que no le está dando el servicio que espera; un contribuyente es primeramente un ciudadano y no un consumidor.

La actividad colectiva se hace necesaria para organizar, dirigir, gestionar, administrar y controlar las diversas fuerzas requeridas para crear riqueza, esto es, para transformar materias primas en cosas útiles. Desde siempre las partidas de caza y las tareas de recolección, a través de las cuales se obtenía el sustento, eran normalmente empresas colectivas y participaban en ellas todos los miembros del grupo social de una u otra manera, siendo el compartir el alimento, sentados a la mesa, una señal de convivencia y solidaridad. Las artesanías ampliaron el impacto colectivo cuando se especializaron y lograron mayor productividad, lo que promovió la necesidad por el intercambio comercial más allá del simple trueque, o del dar y recibir.

La agricultura, como cualquier otra actividad económica, es una actividad altamente social por cuanto requiere trabajo colectivo, aprendizaje de tecnologías acerca de siembras, cosechas, riego, etc., protección de los cultivos y las cosechas, transportes, mercados, seguridad de obtener beneficios por el trabajo desarrollado en el curso de un largo tiempo. La economía industrial depende de una estructuración social aún más compleja en cuanto al uso de capital, materia prima, mano de obra, organización empresarial, tecnología, infraestructura de energía, transportes y comunicaciones, mercadeo, comercialización. Además, aquélla incrementa la tendencia de una economía agrícola para trascender las barreras geográficas y nacionales, al menos en cuanto a mercados, tecnologías, capitales y empresas. Esto significa, por otro lado, que, antes y ahora, la mano de obra y muchos recursos naturales, como la tierra cultivable, los pastizales, el agua, etc., pertenecen, por lo general, a una zona geográfica determinada y, consecuentemente, no son exportables.

Una de las funciones principales de la estructura socio-política es la actividad económica. A través de ésta los individuos que la componen pueden sobrevivir y aquélla puede subsistir. De hecho existen organizaciones sociales cuya función exclusiva es la actividad económica, como las empresas productivas y comerciales, y no existe prácticamente organización social en la que la función económica no sea ejercida, lo que no quiere decir que los seres humanos se relacionen puramente en función de la economía. Un modo de producción se impone cuando determinadas condiciones de recursos económicos, tecnologías y mercados son favorables para quienes controlan algún factor de la economía, y quienes lo controlan lo hacen por estar en condiciones favorables para el modo de producción que se llega a imponer.

Las necesidades de supervivencia y reproducción individual y de subsistencia de la sociedad constituyen fuerzas poderosas que gravitan esencialmente sobre la economía. Puesto que la economía conforma sistemas particulares y determinados según condiciones ideológicas, tecnológicas y de recursos humanos y naturales, la mayor o menor adecuación y adaptación a las condiciones económicas predominantes por parte de un individuo, un grupo social, una nación o una región del mundo determina su relativo éxito o fracaso. Una falla en un componente decisivo de la estructura económica puede hacer colapsar toda la estructura social. Por otra parte, existen actividades económicas menos frágiles a embates económicos, y que poseen gran autonomía básica y autarquía, como las de un campesino, un pescador o un recolector a un nivel de auto-subsistencia.

La actividad económica tiene por finalidad, no el perfecto funcionamiento de ella misma, ni tampoco el lucro de algunos pocos y la miseria de los restantes, sino el bienestar de los individuos que componen la sociedad civil. Todos los individuos dedican gran parte de sus esfuerzos diarios a la actividad económica, pues de ésta depende su bienestar. Sin embargo, si en la realidad no ocurre que a similar esfuerzo exista una correlativa retribución, es por la enorme funcionalidad de los denominados agentes económicos, que son en último término los seres humanos en la perspectiva de su funcionalidad económica. Su funcionalidad proviene en gran medida del poder que les otorga el derecho de posesión, uso y usufructo de bienes materiales, y proviene también de determinados privilegios que pudieran detentar.

Los agentes se relacionan con el producto de dos maneras: como productores o como consumidores. Pero esta relación no está en un mismo plano. Lo que hace esta diferencia en una relación que se supone lineal es el poder relativo de las partes, la que proviene de dos factores. Primero, del equilibrio establecido por la cantidad que se ofrece y se demanda. Por ejemplo, si la oferta por trabajo es mayor que la que se demanda, la remuneración disminuye. Segundo, del derecho de posesión. Para ser agente económico se debe poseer algo. El hecho de poseer significa o un derecho otorgado por la estructura socio-política o una capacidad individual favorable.

Hay agentes que poseen el capital, otros que poseen las materias primas, otros que poseen sólo su propio trabajo, otros que poseen la capacidad para administrar una empresa, otros más que poseen los conocimientos técnicos y tecnológicos. La otorgación de un derecho y la normativa de su ejercicio dependen en último término de la estructura política. Posesión significa tanto dominio y sometimiento como una capacidad para ejercer fuerza, pues lo que se posee son estructuras funcionales que nos proveen energía o que son extensiones de nosotros mismos. Los tipos distintos de posesión son la fuente de las principales desigualdades sociales, y un Estado democrático tiene por función eliminarlas.

Tanto la forma de posesión de un bien como el modo de relacionarse con un producto determinan algún tipo de poder relativo y de un interés compartido en una determinada colectividad. Tanto el poder económico relativo de un individuo o de un grupo como el de una comunidad de intereses conforman estructuras socioeconómicas funcionales que gravitan sobre el Estado, en especial, sobre el gobierno, pues éste concentra corrientemente el suficiente poder como para dirigir, controlar, regular y proteger la estructura económica. Así, a través del gobierno capitalistas, empresarios, trabajadores organizados, propietarios y simples ciudadanos persiguen, cada cual por su parte, emplear el poder político relativo de que disponen para influir en una determinada estructuración económica que los pueda favorecer mejor.

En consecuencia, el gobierno está determinado en gran medida por las funciones económicas que los individuos más poderosos y grupos de poder le asignen. Estas funciones pueden variar desde las requeridas por una economía centralizada de un Estado totalitario, pasando por sistemas económicos más o menos planificados y por políticas de control y regulación, hasta los mínimos controles permitidos por una economía de laissèz faire. No obstante, incluso aquellas mínimas funciones estatales, como un estado de derecho que regule los derechos y obligaciones, una policía que aplique la ley, un poder judicial que sancione los delitos, etc., son esenciales para el funcionamiento de la estructura económica, pues sin éstas la nación no sería viable, cayendo en la anarquía. El conjunto de las funciones determinan los derechos de los agentes económicos, que son todas las personas naturales y jurídicas, para poseer recursos naturales, materias primas, capital, tecnologías, empresas, propiedades, productos, rentas, beneficios, remuneraciones, y disponer de todas aquellas cosas hasta el límite mismo permitido por las leyes que legitiman la posesión.

Por su parte, la misma estructura económica que se llega a establecer influye naturalmente sobre la estructura socio-política. Ella determina relaciones de poder entre los mismos individuos que establecen quienes, cómo y en qué medida deben realizar los esfuerzos para producir; quienes, cómo y en qué medida lo producido se puede consumir, lo que implica muchas veces la posibilidad misma de sobrevivir; y quienes, en último término, adquieren mayor poder para controlar y dirigir la economía. Todo lo cual produce, dentro de una sociedad, agrupaciones de los individuos en clases sociales que se identifican principalmente por sus funciones económicas individuales, más que por sus ingresos relativos. Son los intereses mantenidos en común el factor que induce a los individuos a identificarse dentro de una clase social particular, a adoptar los valores éticos y estéticos de clase y a tratar de controlar una mayor proporción del poder político total.

En general, aquéllos con poder económico se ubican a la derecha del espectro político, pues prefieren una estructura económica liberal, donde el poder del Estado tenga poca injerencia en los asuntos económicos, pero defienden una estructura política conservadora y autoritaria, pues se le señala al Estado el doble objetivo del poder necesario para imponer orden y disciplina al trabajo y la autoridad suficiente para proteger enérgicamente la propiedad privada. En tanto que aquéllos con poco o nada de poder económico se ubican naturalmente a la izquierda, que tradicionalmente se identifica con posturas socialistas. Suponen que si no se tiene el poder que la posesión de capital confiere, al menos se debe buscar el alero del poder político, que tendría la capacidad para limitar el poder del capital y la propiedad.



CAPÍTULO 2 – LA PRODUCCION ECONÓMICA



La producción de bienes y servicios está constituida por unidades discretas llamadas factores de producción. Uno de éstos es la materia prima, que corresponde a los elementos en su estado inicial con respecto a un proceso productivo dado. Otro factor es el trabajo, que es la actividad humana ocupada en producir. La gestión es el factor ejecutivo encargado de dirigir y administrar la unidad productiva o empresa. El capital es otro factor y es fundamentalmente trabajo acumulado destinado a ser invertido en la estructura productiva. Por último está la tecnología, que es capital invertido en procurar extensiones al trabajo donde la actividad humana es ineficiente y costosa.


La estructura económica productiva


El interés de los economistas consiste esencialmente en comprender cómo la economía funciona con el objeto de maximizar su desarrollo y crecimiento. Para ello, se preguntan acerca de qué fuerzas y estructuras intervienen, cómo se relacionan, cómo se comportan, cómo generan efectos positivos, cómo se autorregulan, cómo es posible dominarlas y regularlas, cómo se puede aprovechar mejor su autonomía y libertad de gestión, cómo evitar causas y efectos negativos. 

La estructura económica está compuesta por unidades productivas, llamadas empresas, y que pueden ser unipersonales. La empresa es una subestructura de la economía cuya función es la dirección, control y desarrollo de una unidad productiva que transforma materia prima en producto. A su vez, estas subestructuras están constituidas por un tipo no atomizado, sino orgánico e interactivo, de unidades discretas; aquéllas que los economistas denominan factores, pero que son en realidad recursos económicos. Corrientemente se han distinguido cuatro: materia prima, trabajo, capital y gestión empresarial. Podríamos agregar un quinto factor: la tecnología. Cada uno de estos factores es característicamente funcional, y el efecto de la acción combinada de todos, sin excepción, es la producción de bienes y servicios, pagar los costos de producción y generar una ganancia. Una acción efectiva en la conducción económica de una empresa consiste en saber mezclar estas unidades discretas en las proporciones justas de la misma manera como se prepara un sabroso guiso. Las decisiones del conjunto de agentes económicos establecen los valores para cada unidad y subunidad de la estructura económica productiva, en lo que se denomina asignación de recursos.

Importa considerar los factores desde el punto de vista de su posesión. En este respecto podemos distinguir la posesión privada de la posesión colectiva o pública. En el fondo, en el primero, el objetivo es fundamentalmente la supervivencia individual, en tanto que en el segundo, es la subsistencia del grupo. Considerando el objetivo como función de la posesión, podemos ver que la posesión privada tratará los factores económicos en forma distinta que la posesión colectiva. Esto es especialmente cierto en el caso del capital. Un inversionista buscará siempre que su capital le reporte el máximo beneficio con el menor riesgo posible, pues el solo beneficio acrecentará su poder relativo, siendo secundario si el capital se invierte en una industria de alimentos o en el tráfico de drogas. En cambio, el capital colectivo tiende a invertirse para beneficiar a la colectividad o acrecentar su poder relativo. Es la diferencia que existe entre el bien individual y el bien común. Pero también es la diferencia entre una inversión que busca fundamentalmente la rentabilidad y una inversión que busca beneficiar la colectividad, aunque sea con propósitos tan oscuros como mejorar la votación partidaria o prepararse para una guerra. Por ello, el capital privado resulta ser en general más eficiente en la utilización de recursos que el capital estatal o colectivo, siendo el despilfarro y la poca eficacia contrarios al beneficio. Sin embargo, desde el punto de vista de la sociedad civil, importa más que el capital se invierta en consonancia del bien común que en garantizar un beneficio a un capitalista en particular.

En cuanto al trabajo, afortunadamente la esclavitud, que es el trabajo humano como posesión privada, forma parte de la historia, excepto en remotos lugares no tocados por la civilización. En la actualidad existe un amplio reconocimiento de los derechos individuales, lo que no significa no tratar de explotar el trabajo al máximo, en una especie de esclavitud encubierta. Veamos a continuación los factores, o unidades discretas de la estructura económica productiva en forma separada.


La materia prima


La materia prima no es lo mismo que el concepto aristotélico para referirse a un componente del ser metafísico. Lo que ambas tienen en común es la característica de estar en potencia. La materia prima económica corresponde a los elementos en su estado inicial con respecto a un proceso productivo dado. El término de dicho proceso se llama producto. Las materias primas son estructuras que se encuentran en estado natural o que ya han sido parcial e intencionadamente modificadas por los seres humanos en el proceso productivo. Con la aplicación de fuerzas productivas, se transforman ulteriormente en bienes funcionalmente útiles. Desde el momento en que una materia prima sufre una demanda en el mercado, constituye una riqueza, y, por lo tanto, una mercancía transable y que induce a su oferta y demanda. La relativa escasez o abundancia de un recurso natural en un momento dado determina su valor en tanto riqueza. El agua dulce, tan abundante en otras épocas en ciertos lugares, está cada vez más transformándose en un recurso escaso en las regiones más pobladas de la Tierra, y por tanto, está adquiriendo un creciente valor. El contrario de riqueza es basura, y de eso nuestra Tierra está soportando cada vez mayor contaminación que no puede reciclar naturalmente.

El origen primero de la materia prima es la naturaleza. Ésta está constituida por las riquezas naturales tanto físicas como biológicas, y se habla entonces de recursos naturales. El extraordinario crecimiento de la economía de la actualidad ha transpuesto el límite de la capacidad de recuperación neta para muchos de los recursos naturales. Por ello es necesario introducir el concepto de “desarrollo sustentable” en las economías que acentúan el concepto de crecimiento. La extraordinaria superexplotación actual de los recursos naturales está conduciendo a su acelerado agotamiento y destrucción y, consecuentemente, a limitar nuestras posibilidades de subsistencia como especie. Así, crecimiento y sustentación son ideas contradictorias cuando hacen referencia a la realidad actual.

En la economía capitalista la relación existente entre capital y naturaleza es desequilibrada. El objetivo del capital son los beneficios que se obtienen de su inversión. El astronómico aumento del capital después de la Segunda Guerra Mundial, y que se sigue acumulando, requiere cada vez mayor espacio económico donde ser invertido. Pero la naturaleza de nuestra limitada Tierra ya no tiene capacidad para seguir siendo explotada a las crecientes tasas actuales. Nos estamos ahogando en contaminación, mientras que lo que va quedando son espantosas cicatrices de basura y páramos estériles, creciente agotamiento de los recursos naturales y la marginación en la abyecta miseria de poblaciones cada vez más numerosas. Al no poder explotar la naturaleza en niveles proporcionales a la magnitud de lo acumulado, el capital tiende a colocarse en inversiones cada vez más riesgosas, con su consiguiente pérdida en valor, en un degenerativo proceso de autorregulación.


El trabajo


La fuerza que en primera instancia ocupa la economía es la actividad humana tanto física como inteligente. Esta fuerza es lo que los economistas designan como “gestión” y “trabajo”, distinción que se refiere a una especialización funcional de la actividad económica y no de la actividad humana misma. No significa que el gestor desarrolla una actividad inteligente y el trabajador, una física. Ambas funciones implican desarrollar trabajo físico e intelectual. La falsa idea proviene del hecho de que quien está en posición de dirigir utiliza corrientemente el poder que dispone para obligar al subordinado a realizar las tareas más arduas, pesadas y también las menos rentables. Asimismo, una tarea ardua requiere corrientemente menor capacitación profesional, pudiendo ser con mayor facilidad reemplazada por máquina, con lo que su valor relativo disminuye.

El trabajo se refiere a la actividad humana implicada directamente en la producción. Es el esfuerzo que debe desempeñar el ser humano para procurarse de los productos que le permiten sobrevivir. Los animales también consumen energía en la actividad de procurase recursos los que le permiten sobrevivir y reproducirse. Pero los seres humanos se distinguen del resto de los animales por varias razones. Entre éstas ellos valoran económica, social y psicológicamente su actividad de producir; utilizan energía no humana y medios naturales y artificiales para reemplazar los propios; también ejercen más actividad en producir que la estrictamente necesaria para sobrevivir y reproducirse.

El trabajo es multifuncional. Además de procurar los medios de supervivencia y desarrollo al ser humano, permite indirectamente a cada individuo relacionarse socialmente, obtener una identidad particular, satisfacer sus necesidades de creatividad, pasar el tiempo y también adquirir un relativo dominio sobre su existencia. El ocio, por otra parte, si no es un descanso entre el trabajo o no constituye una actividad distinta, genera ansiedad y frustración. El trabajo, al producir riquezas, confiere poder y prestigio, términos sociológicos que significan una capacidad para ejercer fuerza (poder) y una estructuración funcional (prestigio) determinados, a quien se beneficia de él.

El individuo, revestido de su función económica de trabajador, cambia su esfuerzo y tiempo por una remuneración. Todo trabajador entra en la escala del trabajo, ocupando un lugar determinado que depende de su capacidad individual para desempeñar un trabajo particular y de la relación actual entre la oferta y la demanda para tal trabajo. Considerando que la oferta de trabajo siempre es grande, la remuneración de un trabajador depende del lugar que ocupa en la escala, siendo el del peldaño inferior tan mísero que los medios de supervivencia que obtiene sólo mantienen al trabajador subsistente hasta su agotamiento físico total y que terminan por producirle su muerte. Lo paradójico también es la tendencia del capital de reemplazar el trabajo por tecnología, pues ¿quién llegará a comprar los productos si las remuneraciones se van suprimiendo, disminuyendo así el número de consumidores?

En una sociedad cada individuo aporta lo suyo para la colectividad y recibe de ella lo que necesita en una cierta medida de lo que aporta. Puesto que lo aportado y lo recibido son cualitativamente distintos, el mercado es usualmente el mecanismo utilizado para determinar el valor de lo aportado y el valor de lo recibido. De este modo, el valor del trabajo, en tanto bien o servicio empleado en los procesos de producción, es transado en el mercado. En una economía socialista, no siempre es evidente que el valor que adquiere el salario resulta de la oferta y demanda de trabajo, pero en el largo plazo lo que se paga en salarios tiende a reflejar su incidencia en el producto según el mercado laboral.

Es claro que el trabajo es una actividad que a todo ser humano toca en toda su intimidad. De allí que es posible enunciar algunos contrapuntos que surgen entre las consideraciones racionales y las afectivas. Así, aunque el trabajador siempre ha sido explotado (esclavos y siervos en la economía agrícola, peones en la economía artesanal, obreros y empleados en la economía industrial), siempre han existido utopías que se han basado en la posibilidad de la equidad y la solidaridad. Incluso en plena era de la utopía del progreso sin límites de hace algunos decenios se supuso que el trabajo podía ser reemplazado totalmente por la máquina y los seres humanos podían vivir en el ocio. 


Trabajo y capital


Karl Marx hablaba de “plusvalía” para referirse a aquella parte de trabajo convertida en producto que el empresario se apropiaba para sí. Suponía que el trabajo es unívocamente esfuerzo en un tiempo que transforma una materia en un producto, que toda unidad de trabajo se convierte necesariamente en producto y que el valor del producto tiene una correspondencia fija con la cantidad de trabajo empleado en su elaboración. Tenía como modelo para su pensamiento en esta materia el trabajo del artesano y creía que una fábrica es un conjunto de artesanos trabajando en una fábrica para un patrón. El patrón simplemente explota al trabajador por no remunerarle por la totalidad del esfuerzo puesto en producir. No pensaba que el valor que adquiere el salario es determinado por otros factores.

De este modo, el valor del salario es en el fondo una combinación de dos factores: el reemplazo de trabajo por tecnología y la relación desigual y no equitativa entre trabajo y capital. Así, por una parte, el trabajo puede ser reemplazado por innovación tecnológica. La tecnología es una extensión del cuerpo humano que reemplaza el esfuerzo humano. Algunos han supuesto que la tecnología puede reemplazar completamente el trabajo humano de modo tal que se podría tener la esperanza de que los seres humanos pudieran vivir en el ocio. Si fuera posible la utopía de que máquinas automáticas, operadas por inteligencia artificial, controlaran totalmente el sistema productivo, no sería posible la existencia del sistema económico liberal, ya que necesita que la remuneración del trabajador se transforme en demanda efectiva.

Pero la tecnología no es un bien social, sino que privado. El capital invierte en tecnología para reemplazar trabajo y, así, disminuir el costo de producción y el capital invertido volverse más competitivo. El significado de esta preferencia es doble. En primer lugar, siempre producirá una proporción de desempleo. En segundo término, esta proporción de desempleo tirará los salarios hacia abajo, para gran conveniencia del capital que, así, podrá asegurar un beneficio mayor. Ciertamente, al conferir un menor valor al trabajo en el mercado, no ayuda a quien sólo dispone de trabajo para intercambiar por los medios necesarios para satisfacer sus necesidades básicas. Por la otra, en la relación capital-trabajo de cualquier tipo de actividad empresarial, se puede observar que siempre habrá gran demanda por el primero y habrá gran oferta por el segundo. La conclusión lógica es que en la repartición de los beneficios entre ambos factores el trabajo no resultará precisamente el más beneficiado.

La cuestión de hasta qué punto el trabajo es la locomotora del tren de la producción puede ser respondida diciendo que sólo el mercado para los productos de producción masiva toma en cuenta la masa laboral remunerada. El nicho de mercado para productos más exclusivos es el de la gente más adinerada. Es fácil imaginar incluso una actividad económica bullente sólo de productos exclusivos para gente exquisita, pero que tendría que financiar fuertemente una buena protección policial, si pensamos en los zares rusos.

También el valor del salario depende de una relación desigual y no equitativa entre trabajo y capital. La inversión de capital es esencial en la vida de un país, pues genera trabajo, y altas tasas de empleo son la condición para la paz social y la estabilidad política. Pero en el curso del tiempo, el capital privado ha obtenido tan enorme poder político que los gobiernos, altamente influidos por aquél, han sido complacientes a sus dictámenes. El Estado neoliberal se ha vuelto sordo al hecho del fundamental desequilibrio entre los dos factores mencionados: la demanda por capital es proporcional a la oferta de trabajo, lo que conduce necesariamente a una repartición de la torta económica absolutamente poco equitativa. Para sostener el beneficio que el capital demanda para sí a tasas atractivas para su inversión, el ingreso del trabajo ha sido forzado a mantenerse bajo, de modo que se puede observar un cada vez mayor distanciamiento entre los sectores financieros de la sociedad y los asalariados.

Pues bien, el problema que suscita la poca equitativa remuneración del trabajo es que el excesivo excedente de capital generado ha sido forzado a ser absorbido por el trabajo a través de un sistema crediticio (créditos hipotecarios y de consumo) altamente riesgoso, pero muy beneficioso para el capital. El problema es que estas colocaciones suelen producir burbujas insostenibles que acaban por colapsar sobre la economía por falta de garantías suficientes. El problema se agrava en una espiral difícil de detener cuando la economía (producción-consumo) amenaza detenerse, aumenta el desempleo y la no cancelación de los créditos se acentúa.

Desde la Revolución industrial la contraposición entre trabajo y capital se ha agudizado. Por una parte, el capital es un bien escaso y el desarrollo económico siempre está en su demanda, lo que determina un mayor beneficio para sí. Por la otra, no sólo ha aumentado la necesidad por trabajar para poder acceder a la diversidad de bienes de consumo que resultan imprescindibles, sino que también el trabajo ha llegado a ser una reducción de aquella multifuncional actividad humana que ha tenido su expresión en la diversidad de faenas y tareas desempeñadas desde los remotos tiempos de las labores de caza, pastoreo, cultivos y artesanías. En comparación con tales actividades menos civilizadas, el trabajo actual se ha vuelto monótono y gris a causa de ser ejercido dependiendo del ritmo impuesto por una máquina, un implemento o un proceso.

La máquina de vapor, como unidad motriz que mediante un largo eje rotatorio horizontal, cuya longitud abarcaba el largo de la fábrica, movía las diversas máquinas e imponía el ritmo y el tiempo del trabajo de los trabajadores. Esta situación no se flexibilizó con el motor eléctrico, que independizaba el funcionamiento de cada máquina, sino que hizo posible la introducción de la línea de montaje según parámetros tayloristas, la que encasilló aún más la actividad humana. El futuro del trabajo está ahora determinado por el desarrollo y la extensión de la cibernética y la informática. Gran parte del trabajo del mismo tipo está siendo reemplazada por la primera, mientras que la segunda está demandando de la actividad humana mucha especialización y renovación. La línea de montaje está ahora a cargo de máquinas robóticas. Quien no se adapte a estas nuevas condiciones verá peligrar su fuente de ingresos para sobrevivir.

Vemos, por tanto, que en la actual economía tecnologizada y neoliberal el valor relativo del trabajador es bajo, aunque esté bien capacitado, y su empleador se lo hace saber mediante un trato despótico y muy poco humano. Y sin embargo, este trabajador puede sentirse afortunado porque tiene un empleo. Quien es absolutamente prescindible por el sistema son los miles de millones de seres humanos en el mundo que no están capacitados para un puesto en demanda, pero que deben buscarse su diario sustento en precarias tareas, como microempresario, pequeño comerciante, peón temporero, pequeño campesino sin capital y otras tareas tan marginales como recurridas.

La experiencia de los socialismos reales, que se proponían el pleno empleo, constituyó un relativo fracaso económico, no tanto por la pobre productividad del trabajo, sino por la pobre capacidad de gestión empresarial que no suponía que necesitaba experimentar la dura competencia donde sobrevivía el más apto, que es la gracia del mercado. Esta experiencia formaba parte del modelo de planificación central de la economía. Sin embargo, la pregunta que permanece es si acaso vale más que quien desee trabajar tenga empleo, aunque con baja remuneración relativa, a que la actividad económica sea tan eficiente que el empleado arriesgue su permanencia en el mercado por su ineptitud. En otras palabras, ¿será más conveniente una eficiente asignación de recursos que la posibilidad que todos tengan la posibilidad de sobrevivir aportando su esfuerzo a la producción? Una pregunta aún más radical es, considerando que la persona debe ser el centro de la actividad social, ¿por qué no adaptar los sistemas de producción a las características del ser humano, en vez de adaptar al trabajador a las condiciones para una mayor productividad de la fábrica? Una respuesta humana debería considerar el hecho biológico, psicológico y cultural de la diversidad de aptitudes y capacidades, frente a la cual no se debiera discriminar tan tajantemente en función del capital y su búsqueda del máximo beneficio posible. El sistema educacional debería considerar esta pregunta y no ser simplemente funcional a la demanda del capitalismo neoliberal.

El Estado podría usar la política tributaria para lograr un mayor y mejor empleo. Es posible atenuar el problema de inequidad fundamental y producir más empleo si se introduce un factor F al porcentaje del impuesto a las utilidades de las empresas. Este factor es posible determinar para cada empresa con el conocimiento que el SII tiene en la actualidad del capital y utilidades de las empresas y las remuneraciones. La fórmula sería la siguiente:

F = a·b/(c·d·e)

donde:
a = capital de inversión de la empresa
b = diferencia entre el sueldo más alto y el sueldo más bajo de la empresa
c = total del gasto en remuneraciones
d = cantidad de trabajadores
e = años de servicio promedio

Sin necesariamente aumentar ni disminuir el actual ingreso global a las arcas fiscales por este concepto, la ponderación de estos parámetros sería parte de esta política. Por ejemplo, el valor de F podría fluctuar entre 0,3 y 3. Su propósito es premiar a las empresas que producen con mayor valor agregado, remuneran bien a sus trabajadores, prefieren no reemplazar trabajo por inversión de capital en tecnología substitutiva, mejoran salarios mínimos, mantienen a sus trabajadores en el tiempo. Así, la competitividad no debiera obtenerse a costa del trabajo, sino que en mayor innovación, capacitación laboral, gestión y tecnología.


El capital


El capital es otra de las unidades discretas de la estructura económica productiva. En primera instancia, por capital podemos referirnos al valor o el costo de los bienes y servicios requeridos como medios para producir. En segundo lugar, es la energía acumulada que se libera en el proceso de producción y que corresponde al costo que se debe pagar para desarrollar y diseñar el producto, realizar los estudios de mercado y determinar el segmento de mercado, confeccionar el proyecto de evaluación económica, organizar la empresa, adquirir o alquilar el terreno, los elementos de trabajo y las maquinarias, implementos e instrumentos, cubrir los costos de la puesta en marcha, promover el producto, adquirir insumos, pagar remuneraciones, cubrir los costos de almacenaje, pagar fletes, comerciar el producto, etc. En tercer lugar, el capital se refiere a los derechos sobre dicha energía acumulada. En este sentido, dichos derechos se expresan a través de la compra, la venta y la obtención de utilidades de esta energía acumulada cuando se invierte o cuando se recupera la inversión. En fin, lo que caracteriza al capital es que llega a ser un factor de la producción absolutamente desequilibrante y hegemónico, pues si tiene la capacidad para comprar los restantes factores de la producción, también los puede llegar a dominar y controlar.

El capital es esencialmente un elemento  que, como la energía contenida en un combustible, produce fuerza. Tal como la gasolina hace andar un motor, el capital hace andar la economía. Pero a diferencia de aquella, cuya energía se consume por completo cuando hace combustión, éste tiene por función principal la regeneración de la energía gastada más un incremento. Cuando se invierte en la actividad económica, se pretende recuperarlo junto con un beneficio. El capital es intencionalmente invertido con el propósito de recobrarlo en un plazo indefinido y obtener beneficios en plazos menores. Se invierte para que al cabo de un cierto tiempo se recupere superando la inversión. Es interesante advertir que el capital, como toda fuerza, actúa principalmente en el tiempo, pero excepto cuando está invertido, es independiente de un espacio concreto, pues traspasa todas las fronteras nacionales.

El mayor o menor beneficio que se espera obtener de una inversión depende de tres factores. El primero, la oportunidad. El segundo, el riesgo que se está dispuesto a asumir. El tercero, las expectativas concretas de la rentabilidad de la inversión. Estas dependen del tiempo para su recuperación. De este modo, el capital se invierte naturalmente en aquellos negocios que prometen el mayor beneficio posible, en el menor tiempo posible y con el menor riesgo posible.

Como toda energía, el capital puede acumularse. La causa de su acumulación hay que buscarla en un mayor o menor desarrollo tecnológico, mejor o peor capacidad de la gestión empresarial, mayor o menor productividad de la mano de obra, mayor o menor disponibilidad de recursos naturales. Estas condiciones económicas se encuentran de alguna manera relacionadas con la estabilidad política, la expansión económica, el acceso al mercado. También relacionadas con las anteriores se encuentran una serie de condiciones estructurales de la economía liberal: mercado libre, economía abierta, libre empresa, mercado financiero, propiedad privada, etc. La competitividad de una economía liberal incentiva la inventiva y la innovación tecnológica. Una economía en expansión induce a buscar recursos naturales. La disponibilidad de recursos naturales, obtenidos en mayor cantidad y al menor costo genera una economía en crecimiento.

El capital también se puede perder o destruir. Puesto que normalmente no se tiene el control de todas las condiciones que pueden afectar una inversión, el negocio puede fracasar y el capital invertido puede ser consumido como la gasolina que se quema al aire libre sin provecho alguno. También el beneficio del capital, referido a la tasa de interés, puede reducirse si la economía entra en recesión, se sobrecalienta, produce inflación, etc., significando que la demanda por capital ha disminuido. Incluso en un periodo recesivo el valor del capital invertido disminuye, lo que es reflejado en las bajas generalizadas de los valores netos de los títulos que se transan en las bolsas de comercio. 

La acumulación de capital tiende a generar mayor intensidad en su inversión. Esta mayor intensidad de capital suele posibilitar mayor tecnología, mayor productividad y mayor producción. Pero la intensidad de capital busca principalmente la competitividad más que una reducción de los costos de producción. Una vez desbancada o controlada la competencia, los productos no se abaratan necesariamente. Por el contrario, acostumbran a encarecerse, mientras las utilidades aumentan, que es el objetivo del inversionista.

Al capital debemos suponerle una modificación en el tiempo que los economistas denominan interés. El capital, siendo fuerza acumulada, puede y debe ser utilizado para generar bienes y servicios nuevos. Así, el capital se puede regenerar, como ciertamente también se puede destruir si lo que se produce contiene un beneficio negativo. En una economía en expansión la demanda por capital aumenta y la tasa de interés sube. El capital se torna más productivo. El capital es, de esta manera, socialmente premiado, y quien presta o financia sufre menos riesgos que quien produce. Por otra parte, el fracaso de una inversión produce temor. Una de las principales fuerzas que detiene el crecimiento de la economía es el temor de no obtener el beneficio esperado, de perder lo arriesgado, de ser desposeído, pero también es una fuerza que preserva los equilibrios económicos.

Es interesante observar que el capital puede ser representado por la misma moneda que la remuneración que recibe el trabajo. Una remuneración ahorrada puede convertirse en capital. De ahí que la función de la moneda sea doble y dependa de la estructura en la que se inserte. Dentro de la estructura productiva se explotan y transforman las riquezas, se transfieren productos en sus diferentes procesos de elaboración, se invierte en bienes de capital, en gestión, en publicidad, en mercadeo y promoción, en desarrollo tecnológico, en tecnología, en capacitación, y se pagan por los insumos consumidos y la mano de obra empleada. En estas actividades la moneda adquiere la forma de capital, ya sea para ser invertida o para hacer andar la producción, tras la cual se recupera. Su circuito corriente es capital-producción-capital más beneficio.

En cambio, dentro de la estructura distributiva, donde los bienes de consumo son adquiridos por los consumidores finales, la moneda utilizada corresponde a la remuneración. Esta no es otra cosa que un derecho que se adquiere para consumir y que está limitado sólo por la cantidad percibida. En su circuito de intercambio, la moneda retorna al capitalista a cambio de bienes de consumo pagados. En este doble circuito, la actividad económica es retroalimentada por el trabajador-consumidor, de donde el capital obtiene su beneficio.

Desde los puntos de vistas funcional y ético, no es imprescindible que el capital sea privado, pero sí lo es que el trabajo obtenga una remuneración equitativa, correspondiente al esfuerzo desarrollado, a la productividad efectuada, a la producción realizada, a la relación con la escala general de remuneraciones, a la utilidad percibida. Por parte del capital, se hablaba de usura cuando existía un interés, hecho que era considerado pecaminoso. Sin embargo, lo que resulta éticamente reprobable es que por favorecer el beneficio no se remunere el trabajo en su valor equitativo.

Antes, cuando Marx escribió El capital, una misma persona era quien gestionaba una empresa y era dueño de la misma y del capital de producción. Él era tanto un empresario como un capitalista y, en definitiva, era un explotador. En la actualidad estas funciones se han separado. Quien gestiona una empresa se ve envuelto en muchos riesgos que son difíciles de controlar y se mete en otros riesgos en razón de las oportunidades que se le van presentando. Por el contrario, un capitalista quiere obtener el máximo de beneficio posible de su capital, pero a costa del mínimo riesgo posible. Considerando que el capital es siempre escaso en términos relativos, a un capitalista no le conviene asumir más de los riesgos que le permiten obtener un buen y asegurado beneficio. Por otra parte, a un empresario puede convenirle asumir un mayor riesgo si con ello puede obtener una mayor utilidad. En consecuencia, en la actividad empresarial se puede observar que las decisiones empresariales corresponden al empresario, quien se encuentra en mejores condiciones para detectar buenas oportunidades de negocio para así incrementar sus utilidades, y que el financiamiento corresponde al capitalista, quien toma todos los resguardos posibles para no perder su capital y obtener asimismo un beneficio.

Los derechos de uso y usufructo del capital son conferidos por la estructura socio-política según las conveniencias del interés común. Esta estructura no es neutral respecto al uso de capital, ya que su inversión es un factor decisivo de la producción económica y, por tanto, del desarrollo y crecimiento económico de una nación. Resulta ser aún menos neutral con respecto a la propiedad del capital, y ello por dos razones. Por una parte, la posesión de capital genera poder económico, el que trae aparejado poder político. Por la otra, el usufructo de los beneficios del capital incrementa los privilegios de su poseedor. En consecuencia, la ideología económica que una estructura socio-política llegue a adoptar llega a ser muy sensible en la estructuración social. El derecho conferido a la posesión de capital privado genera naturalmente desigualdades sociales, siendo en ciertas situaciones éstas muy profundas, y como consecuencia promueve además diferencias políticas, haciendo más poderosos a los poseedores de capital, quienes tienden a formar partidos políticos muy gravitantes en el interés general.

La práctica parece mostrar que un desarrollo y crecimiento productivo y comercial en la escala empresarial resulta ser más eficiente si la propiedad de la empresa es privada, y resulta ser indirectamente de beneficio de la nación siempre que el Estado establezca los resguardos necesarios para garantizar los derechos ciudadanos. Sin embargo, la práctica también parece mostrar que la empresa privada no logra encarar con la misma eficiencia los proyectos de dimensión país o que convengan al bien común. En tal caso, es razonable que el Estado pueda poseer capital para estos objetivos que van directamente en beneficio del interés general. Ya sea produciendo directamente o a través de créditos definidos a empresarios privados, el Estado puede intervenir en la economía productiva sin menoscabar el libre mercado.

Cuando son los particulares los reclamantes de la posesión de capital, se esgrime el argumento de la subsidariedad y de la iniciativa privada como motor eficaz del desarrollo económico, pero ocultan su codicia y ambición detrás de una actitud altruista. Cuando son los estatistas, se resalta la capacidad planificadora y realizadora del gobierno, pero se oculta su pretensión totalitaria. Posiblemente, la posesión colectiva del capital permitiría obtener las ventajas de ser un motor eficaz y planificado de la actividad económica y omitir las desventajas, siempre que se encontrara una forma adecuada para su posesión y el consecuente control sobre la gestión empresarial. Probablemente, la estructura de las sociedades anónimas entregue la pauta de cómo organizar una empresa estatal que sea autónoma de los intereses de la política partidaria y grupos de poder. En una sociedad anónima el Estado no tiene injerencia en el manejo de las empresas. Este es el papel de sus socios. La sociedad civil, dueña de sus empresas, elegiría un directorio del mismo modo como los inversionistas privados eligen a sus representantes. En este esquema, no se trataría de colectivizar la economía, sino de establecer empresas nacionales autónomas tan competitivas como las empresas privadas, pero con capital colectivo.


La tecnología


En el reino animal la fuerza muscular es la única fuerza que está al servicio del individuo para procurarse directamente los medios de supervivencia. Desde la aparición del homo sapiens los individuos de nuestra especie han ido inventando técnicas para controlar el trabajo de las variadas fuerzas de la naturaleza y reemplazar en forma más efectiva el trabajo muscular humano directo. Hace unos 130.000 años, poco antes de la última glaciación, los seres humanos adquirieron la plena capacidad del pensamiento abstracto y lógico junto con el lenguaje articulado que nos caracteriza y que nos permite inventar e innovar y acumular el desarrollo tecnológico. De este modo, el grado de civilización es directamente proporcional a la eficiencia del trabajo humano a través de la tecnología. El rendimiento del trabajo del ser humano, en su estado salvaje, es mínimo y apenas alcanza para satisfacer las necesidades básicas de alimentación, vestuario y vivienda, siendo la tecnología de sus artefactos muy primitiva. Tal vez no se pueda decir lo mismo respecto a sus probablemente muy sofisticadas técnicas y aptitudes para cazar y recolectar. El progreso aparece con el aumento del rendimiento y la disminución del esfuerzo, y eso es efecto de la tecnología.

La tecnología es aquel conjunto de conocimientos prácticos que estructuran instrumentos, máquinas, utensilios y procesos de producción que son funcionales para transformar las cosas en bienes y servicios. Siendo el fruto de la inteligencia humana, ella constituye verdaderas extensiones del cuerpo humano hacia objetos donde el cuerpo es ineficiente o no puede alcanzar. Ella obtiene de la naturaleza los recursos, tanto los materiales como la energía, para el bienestar de los seres humanos. Así, pues, la tecnología tiene una doble función: produce extensiones de nuestro cuerpo para hacer más accesible las riquezas naturales, y sirve tanto para que nos adaptemos mejor al medio como para adaptar el medio a nosotros. Una tecnología se desarrolla hasta el límite mismo de la funcionalidad para explotar y utilizar el objeto.

Lo que no deja de sorprender es la forma exponencial que ha tenido el desarrollo tecnológico. Por unos 2,5 millones de años, a juzgar por el registro arqueológico de poco más que utensilios de piedra que tenían además escasas diferencias apreciables, éste apenas progresó en calidad y variedad. A partir de la aparición del homo sapiens, este desarrollo comenzó a cobrar una levísima aceleración, según nuestra moderna óptica, pero sin duda tan grande para aquel entonces que significó más tarde la salida de escena de todos los competidores homo, como los erectus y los neandertales.

Hace apenas unos diez a ocho mil años atrás muchos pueblos alrededor de la Tierra comenzaron la nueva vida sedentaria de la agricultura y la ganadería a través del ejercicio de la selección artificial y el control de las condiciones para el desarrollo filogenético de muchas especies vegetales y animales. Esta revolución tecnológica condujo adicionalmente a la posesión de bienes y a la acumulación de capital. Hace tan sólo dos siglos, cuando se llegó a dominar el vapor, comenzó la llamada Revolución industrial. En la actualidad, el vertiginoso desarrollo tecnológico nos ha acostumbrado al cambio, haciéndonos creer que el futuro traerá la solución a todos nuestros problemas existenciales. No obstante, el lento desarrollo y el equilibrio de los otros factores de la economía imponen un límite al desarrollo tecnológico.

El desarrollo de la ciencia ha posibilitado al conocimiento tecnológico fundamentarse en el conocimiento teórico del cómo funcionan las cosas. Esta aplicación de la ciencia a la técnica, junto con la inversión de cuantioso capital en investigación y desarrollo tecnológico han provocado en nuestra época una “explosión tecnológica”. Además de máquinas extraordinariamente más poderosas y sofisticadas que potencian su relativamente débil fuerza física, e incursionan en espacios nunca antes pensado que fueran posibles, el ser humano ha fabricado últimamente máquinas que potencian su habilidad de comunicación en forma instantánea y sin importar las distancias, y también su actividad inteligente de lógica y computación de modo extraordinariamente rápido, con enorme capacidad y sin equivocarse.

Pero la explosión tecnológica posee otra faceta. Ha generado una situación enteramente inédita al presionar en exceso sobre los finitos recursos de la naturaleza. A pesar de que hasta hace un par de décadas se creía que el progreso económico que traía la tecnología y el conocimiento científico permitirían solucionar todos los problemas de la humanidad, actualmente se percibe que nunca como ahora el ser humano está rompiendo los equilibrios ecológicos de los que forma íntimamente parte, y este proceso destructivo del medio ambiente se está llevando a cabo con la misma aceleración exponencial con que se desarrolla la tecnología. Por ejemplo, la motosierra que está derribando los bosques del planeta tiene apenas 50 años desde su primera aparición.

Existe una relación íntima entre el capital y la tecnología. Ya Marx denunciaba que el capital invierte en tecnología, inventando máquinas sustitutivas de trabajo, para limitar el costo de la mano de obra y mantener los salarios bajos. Posteriormente, el citado Schumpeter dio otro cariz a esta relación. La libre competencia entre empresas no existe; lo que existe es la competencia entre nuevos productos. La aparición de innovaciones en el mercado aventaja lo conocido. Nuevos bienes, nuevos métodos de producción, nuevos mercados, nuevas materias primas obtienen mayores beneficios, aun cuando se vendan a precio de mercado. Estas innovaciones tecnológicas, generadas por la inversión de capital, resultan competitivas hasta que otras innovaciones las desbancan de su situación ventajosa.

Si bien el capital invertido en tecnología genera una diversidad de productos, el desarrollo tecnológico ha permitido a la inversión de capital liberarse de un lugar definido. La necesidad por capital apareció con la revolución agropecuaria de hace diez mil años, y la inversión se mantenía firmemente unida a la tierra o al territorio. La Revolución industrial, basada en grandes usinas de textiles, hierro, productos químicos, etc., también ligaba el capital a un lugar determinado, el de aquellas faenas. En la actualidad las industrias y los mercados son virtualmente móviles y el capital se invierte donde las condiciones de trabajo y/o de consumo son más favorables. En consecuencia, el desarrollo tecnológico ha posibilitado la movilidad del capital y éste se ha hecho internacional, invirtiéndose en cualquier lugar geográfico que dé el mayor beneficio.

Las unidades discretas de la estructura económica productiva, en tanto estructuras complejas, no son ciertamente estáticas, sino que van sufriendo cambios en el tiempo. Podemos observar que el trabajo tiende a especializarse y a utilizar más la inteligencia que los músculos. La naturaleza tiende a ser explotada para cubrir mayores aspectos de ella. Pero si se intensifica su explotación, su riqueza tendería a agotarse y ella misma a contaminarse. La empresa tiende a ser más eficiente, más impersonal, más grande. El capital tiende a aumentar, a acumularse y a concentrarse, adquiriendo cada vez mayor poder político y social, además del económico. En fin, la tecnología tiende a ser más científica, siendo su desarrollo y el de la ciencia un caso de simbiosis entre ambas.



CAPÍTULO 3 – BREVE HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÓMICO MODERNO


La economía moderna trata de crecimiento económico para generar más riqueza. La economía liberal es uno de los modelos económicos de crecimiento más exitosos, donde la posesión privada del capital otorga el poder requerido para controlar la economía y, por ende, la política, y donde el capital que necesita ser invertido para producir beneficios y acumularse y el emprendimiento privado han hecho crecer exponencialmente la economía. Este modelo económico ha sido el fruto del pensamiento de eminentes economistas políticos desde Adam Smith.


El pensamiento económico moderno emergió solamente cuando se tuvo experiencia concreta de la efectividad del desarrollo económico industrial en la creación de riqueza, a comienzos de la Revolución industrial. Con anterioridad las actividades más notables de la economía eran la agricultura, la artesanía y el comercio, y el pensamiento económico se desarrolló en torno a cómo obtener mayor provecho a estas actividades. Los artesanos buscaban satisfacer la demanda que se originaba en los más opulentos, mientras que los comerciantes y mercaderes sabían de siempre que la riqueza se obtiene simplemente comprando bienes principalmente en tiempos o lugares cuando o donde éstos existen en abundancia y son baratos, para luego venderlos cuando o donde son escasos y caros. Para ello se construían bodegas o graneros o se efectuaban largos y riesgosos viajes. Consumir especias de la isla Célebes en torno al siglo XV no era barato, siendo el comercio de este producto el incentivo que tuvieron los navegantes portugueses, el que tuvo Colón para descubrir el Nuevo Mundo (1492) y el que tuvo también Magallanes para dar la vuelta al mundo (1520). Había que quitarle a Venecia el monopolio que poseía. El Príncipe, 1513, de Nicolás Maquiavelo (1469-1527) no es otra cosa que la descripción del método para mantener el poder y ganar, en la Italia renacentista, las guerras que se peleaban en torno a la preeminencia comercial.

El mercantilismo fue la doctrina económica que prevaleció en los siglos XVI, XVII y primera mitad del XVIII, y se caracterizó por una fuerte injerencia en el comercio por parte del Estado, que emergía entonces, en torno a la autoridad encarnada en el rey, cada vez más poderoso, donde su razón de ser era el predominio del reino. Supuso que el volumen de comercio internacional se mantenía inalterable, y para acrecentar la riqueza había que controlar una mayor parte de este comercio. Pero ya a fines del siglo XVIII fue apareciendo como evidente que la riqueza podía surgir de la producción física de bienes gracias a las máquinas propulsadas por la energía del vapor, innovación tecnológica que comenzó a aparecer a mediados de dicho siglo, y que fue haciéndose cada vez más efectiva y eficiente. Gran cantidad de bienes podían ser producidos e introducidos en el mercado con una relativamente baja inversión en capital, y todos podían obtener ganancias. Fue la época de la naciente burguesía capitalista.

Adam Smith

El pensamiento acerca de cómo se produce el crecimiento económico, que es la clave del bienestar social y que contradecía radicalmente al mercantilismo, se apartó de la imagen de relacionar la economía con riquezas, privilegios y puramente comercio. Este pensamiento apareció en 1776, cuando el escocés Adam Smith (1723-1790) publicó sus ideas en su muy influyente libro Investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones. Él vinculó la riqueza con el trabajo y el capital invertido en producir. Afirmaba que el trabajo anual de cada nación es el fondo del que se deriva todo el suministro de cosas necesarias y convenientes para la vida que la nación consume anualmente y concluía: “Todo el producto anual de la tierra y del trabajo de una nación... naturalmente se divide, como ya se ha observado, en tres partes; la renta de la tierra, los salarios del trabajo, y las ganancias del capital, y constituye un ingreso a tres órdenes diferentes de personas; los que viven de rentas, los que viven de salarios, y los que viven por la ganancia. Esas son los tres órdenes originarios, y principales partes componentes de toda sociedad civilizada, de cuyos ingresos esos de todos los otros órdenes últimamente se derivan” (Libro I, cap. XI: Conclusión).

Smith fue el primer economista político en analizar las causas del crecimiento económico. Si la fuente de la riqueza se halla en el trabajo, se desprende que aumentando la productividad laboral, se aumenta también la riqueza. Pues bien, la productividad laboral es generada, según Smith, por la división del trabajo. De este modo, la expansión de la producción especializada y también la ampliación de los mercados y el comercio internacional abría posibilidades ilimitadas para que la sociedad aumentara su riqueza y su bienestar social. En el siglo siguiente estas ideas abrieron el camino de la industrialización y de la aparición del capitalismo moderno.

Las ideas de Smith no solo buscaron ser un tratado sistemático de economía, sino también uno de moralidad. En su primer famoso libro Teoría de los sentimientos morales (1759), Smith, intentando alejarse del juicio de Thomas Hobbes, que el egoísmo constituye las bases de todo comportamiento humano, aseguró que esas se encuentran en el proceso de simpatía, a través del cual un sujeto es capaz de ponerse en el lugar de otro, aun cuando no obtenga beneficio de ello. No obstante reconoció años después, en la citada La riqueza de las naciones, un benéfico egoísmo “racional” que llevaría indirectamente al bienestar general de las sociedades a través del proceso de una mano invisible. Smith profundizó esta lógica, indicando que dicho proceso se ve expresado a través de la competencia, un mecanismo que sería capaz por sí mismo de asignar con eficiencia y equidad tanto los recursos como el producto de la actividad económica. Al igual que los fisiócratas, Smith intentaba demostrar la existencia de una Ley de la naturaleza que funcionaría cuanto menos se la perturbara y ayudó a generalizar la idea de que si existe un orden natural aplicable a la economía, ese orden exige la no intervención del Estado, porque las cosas se rigen conforme a una voluntad o mecanismo superior.

Smith infirió que los individuos en el mercado, actuando según su propio interés, consiguen una asignación mucho más eficaz de los recursos productivos que cualquier intervención del Estado. El mercado, que se rige por leyes propias, autónomas e invisibles, a través de la oferta y la demanda allí generadas, induce o inhibe a los productores a producir o no determinados productos, en determinadas cantidades y a determinados costos. De este modo, a través de la oferta y la demanda de productos que se transan en el mercado, se determina el valor relativo para los mismos, entregando además una señal sobre la conveniencia o inconveniencia de producirlos o consumirlos. Este pensamiento conformó el fundamento del pensamiento económico liberal e instaló a Smith como padre de la economía política contemporánea.

Sin embargo, la tesis de la mano invisible no es capaz de garantizar la distribución equitativa de la prosperidad económica de acuerdo a algún criterio moral de recompensa al esfuerzo o la capacidad individual. Una economía de mercado retribuye a los individuos de acuerdo a su capacidad para producir cosas que otros están dispuestos a pagar. La mano invisible no guía a los individuos ni a las empresas, que buscan su propio interés, hacia la eficiencia económica.

Thomas Robert Malthus

Si relacionamos los conceptos alimentos (medios de subsistencia) y población, la cantidad de individuos que componen una población depende de la cantidad de alimentos que es producida. Es en este contexto que el clérigo inglés Thomas Robert Malthus (1766-1834) afirmaba, preocupado, en su Ensayo sobre el principio de la población, 1798, que la población humana crece más rápidamente que los alimentos. Según él calculaba a gran distancia de la objetividad científica aquélla se iría duplicando cada 25 años, creciendo de período de período, en una progresión geométrica. Por otra parte, los alimentos, en las circunstancias más favorables, no aumentarían sino en una progresión aritmética. En consecuencia, la población estaría limitada necesariamente por los alimentos, de modo que puede crecer siempre que éstos crezcan. Así, llegará un punto en el que la población no encontrará alimentos suficientes para su subsistencia. Además, según él, los alimentos están limitados y, cuando se hayan agotado, la vida humana desaparecerá. También es de esta relación económica-social, que determina quien posee, quien trabaja y quien consume, que surgen las estructuras políticas y éticas.

Tras su visión pesimista de la sociedad se encuentran dos oscuras concepciones de la realidad. 1º La naturaleza humana está por sí misma imposibilitada de mejorar, ya que toda virtud proviene de Dios. Percibió negativamente el drama de la Revolución Francesa, refutando el optimismo de la Ilustración y su idea de progreso y de la capacidad ilimitada de la mejora de la sociedad. 2º Sin crítica alguna aceptaba que en la sociedad existen los propietarios ricos y los pobres que deben trabajar para subsistir. Existen ricos privilegiados que no necesitan una población excesiva si ésta podía ocasionarles gastos en forma de impuestos. En cambio, los pobres eran naturalmente  irresponsables y su situación de imprevisión era exclusiva de ellos mismos. Apreciaba que se multiplican presas del instinto de reproducción, sin obstáculos suficientes y en condiciones de miseria, liberados de toda restricción moral. Finalmente eran una carga innecesaria para el Estado en formas de ayuda que suponen costos innecesarios. En un caso de extremo individualismo y egoísmo Malthus proporcionaba buena conciencia a las clases dominantes y fortalecía el orden social existente, llegando a aseverar que un hombre que nace en un mundo ya ocupado, y si sus padres no pueden alimentarlo y la sociedad no necesita su trabajo, él no tiene derecho alguno a reclamar ni la más pequeña porción de alimento y está demás en el mundo; en el gran banquete de la naturaleza no hay cubierto por él; la naturaleza le exige que se vaya y no tardará de ejecutar ella misma tal orden.

David Ricardo

Las ideas de Malthus influenciaron el pensamiento económico clásico, sobre todo el del economista político inglés David Ricardo (1772-1823). Ricardo expuso sus ideas en su libro Principio de economía política y tributación, 1817. En el prefacio, afirmó que el principal problema de la economía política es determinar las leyes que regulan la distribución (de la renta). Con este fin, desarrolló una teoría del valor-trabajo, a la que adhirió más tarde Marx. Ésta considera que el valor de cambio de las mercancías depende de la cantidad de trabajo necesaria para su producción. El beneficio es la diferencia entre el precio de venta y el precio de costo, siendo el precio de costo el importe de salarios, de modo que los beneficios del capital están incluidos en los precios de las mercancías. Suponía que el capital invertido en la producción se compone únicamente de salarios. El valor de una mercadería está determinado por la cantidad de trabajo incorporado y aumenta cuando aumenta la cantidad de trabajo necesaria para su fabricación y disminuye en caso contrario.

El precio “natural” del trabajo (salario), que Ricardo considera una mercancía al igual que Smith, proviene del número de horas destinadas a la producción y es equivalente al que proporciona al trabajador los medios de subsistir y perpetuar la especie. Este “salario natural” puede permitir, o no, mantener al trabajador y a su familia sobre el nivel de subsistencia, pudiendo coincidir, o no, con el determinado por el mercado a través de la oferta y demanda de trabajo. Si no coinciden, se produciría movimientos de crecimiento o descenso de la población, según que el salario de mercado sea superior o inferior al natural, manteniéndose por tanto entre ellos una tendencia al equilibrio. Explicaba el proceso de crecimiento de una economía y su posterior estancamiento. Decía que dicho proceso genera un aumento de capital. La inversión de capital produce una demanda de la fuerza de trabajo, trayendo consigo un aumento del salario de mercado por sobre el “salario de subsistencia”. Pero, en lo que denominó “la ley de hierro de los salarios”, idea basada en las de Malthus, este excedente hace aumentar la población, produciendo una mayor oferta de mano de obra que hace que el salario de mercado vuelva a los niveles del salario de subsistencia, provocando con ellos una escasez de mano de obra y por consiguiente un aumento en los salarios. Esta teoría influyó en Marx para afirmar que el obrero nunca disfrutaría de los beneficios del capitalismo. Como ahora existe mayor población, los recursos fáciles de explotar se agotan, y el beneficio que obtiene el capital termina por ser traspasado a los propietarios agrícolas. Al igual que Malthus, Ricardo se pronuncia contra las leyes de protección de los pobres y por el control de la natalidad.

Ricardo observaba que los salarios “normales” no aumentaban. Éstos eran más o menos equivalentes a una canasta de bienes que proporcionaba los medios de subsistencia a los trabajadores. Lo que aumentaba para él era el precio de los productos de la tierra y, concretamente, la renta de la tierra, y consecuentemente la tendencia a la baja de los beneficios.  Para él es el rentista quien toma una fracción del ingreso nacional que debería ir al capitalista y se convierte en un obstáculo a la acumulación y al progreso. Ricardo propuso que ésta podía ser contrarrestada con la importación de cereales baratos. Pensaba que todo aquello que contribuyera a disminuir el valor de los productos agrícolas sería absolutamente favorable para el desarrollo económico. Planteó la importación masiva de cereales de países en los cuales la renta de la tierra no fuera tan elevada como en Inglaterra como forma de impedir que subiera el salario normal, lo cual facilitaría el aumento de los beneficios y la acumulación necesaria para el crecimiento. Buscó rediseñar la economía británica en una división internacional del trabajo  donde Gran Bretaña sería un centro productor de manufacturas que cambiaría por alimentos producidos en ultramar. Ricardo analizaba el crecimiento económico para una situación particular de poco dinamismo económico, de pocos actores diferenciados, como capitalistas, trabajadores, propietarios agrícolas, y con conceptos muy concretos.

John Stuart Mill

El filósofo, historiador y economista inglés John Stuart Mill (1806-1873) es considerado como el último economista clásico. Su pensamiento económico, que expuso en su libro Principios de economía política y algunas de las aplicaciones en la filosofía social, 1848, sigue en general a Ricardo y Malthus, pero es más realista en que las motivaciones del actuar humano trascienden la ganancia pecuniaria y el interés individual. Desafió la pretensión de la escuela clásica de que salarios, renta y ganancia resultan de leyes inmutables, sino que de condiciones particulares modificables. Así, consideró que el principio maltusiano de población no es una barrera al progreso y que deberíamos sacrificar crecimiento económico en beneficio del medioambiente y limitar la población para prevenir el riego de la hambruna. También, frente al postulado de Ricardo de que el salario promedio está determinado por una cantidad fija de capital dividida por el número de trabajadores, Mill estimó que había otros factores que determinan los salarios.

En dicha obra Mill identificó tres factores de la producción: el trabajo, los objetos materiales y el capital. El capital es el fruto acumulado de los productos del trabajo. También distinguió entre producción y distribución. Ambas son regidas por leyes distintas. La primera responde a reglas naturales en su creencia de la superioridad del socialismo, en que la producción debiera ser impulsada por cooperativas pertenecientes a trabajadores. La segunda obedece a reglas humanas y políticas, de modo que la forma que los bienes son distribuidos depende de las reglas de propiedad y de la voluntad de los poderosos.

Su libro Sobre la libertad, 1859, se transformó en la fuente filosófica del liberalismo y se resume en que en las relaciones económicas entre los individuos el Estado no debe intervenir, ya que las personas son soberanas en sus acciones, apoyando el laissèz faire defendido por Ricardo y su padre James Mill. Pensaba que una vez cumplida su función policial de seguridad y protección, el Estado no sirve para mejorar el estado material de la gente. Posteriormente mencionó como excepción al laissèz faire el caso de la reducción de las horas de trabajo, la que debe ordenarse por ley.

Karl Marx y Friedrich Engels

Un modelo económico de crecimiento exitoso es el de la economía de planificación central y propiedad estatal del capital, como la que propulsó la URSS, a partir de 1828, mediante planes quinquenales, permitiéndole industrializarse. La agencia de gobierno, GOSPLAN, planificaba la economía cada cinco años. En la actualidad, estos dos poderosos instrumentos de la economía comunista —la planificación centralizada y el capitalismo de Estado— han proyectado la economía de China en un desarrollo y crecimiento que en una creciente cantidad de rubros industriales ha devastado la competencia global.

El gobierno soviético había llevado a la práctica la ideología marxista que habían elaborado el filósofo alemán Karl Marx (1818-1883) y su amigo, colaborador y coautor Friedrich Engels (1820-1895). En 1845, Engels había descrito los horrores de los empobrecidos trabajadores en La condición de la clase trabajadora en Inglaterra, y Marx adoptó la idea de su amigo que los trabajadores conducirían una revolución contra la burguesía en la medida que se avanzara hacia el socialismo. En 1848, ambos redactaron un breve llamado, resumiendo los principios políticos del nuevo movimiento, con el título El manifiesto comunista. Posteriormente, Marx se propuso analizar la acción del capital en el crecimiento económico, en una época de proletarización masiva. Formuló una tesis de que a partir de los modos de producción, es decir, de la funcionalidad productiva inducida por los medios de producción, se produce un tipo complementario de relaciones de producción correspondiente a la contradicción social fundamental de la división de los hombres entre explotadores y explotados. El análisis histórico de esta contradicción lo llevó a inquirir sobre el origen y la concentración del capital para una superación dialéctica de esta lucha de clases cuando los medios de producción pertenecieran a una sociedad comunista.

Para Marx el origen del capital está en el trabajo ahorrado y apropiado por el capitalista. No le convencía la ingenua explicación tradicional de que el capital es sólo el trabajo ahorrado de su poseedor, y que si alguna persona se esfuerza y ahorra más, tendrá más capital, pues ello constituía una falacia que servía para legitimar la propiedad privada del capital. De igual modo ingenuo él observaba que en la relación empresario-trabajador el producto del trabajo no queda completamente para el trabajador, sino que el empresario se queda con parte de su trabajo. El salario no retribuye la totalidad del esfuerzo generado. El saldo, que llamó “plusvalía”, queda en poder del empresario quien, por apropiación de ese excedente de trabajo, ahora en calidad de capital o esfuerzo ahorrado, se transforma en capitalista. Siguiendo a John Locke (1632-1704), quien suponía que todo lo que se produce es de quien lo produce, Marx consideraba de las mayores injusticias no pagar por la totalidad del trabajo realizado. En el fondo, el problema económico se traducía a un problema de derechos. Así visto, el capitalista estaría usurpando derechos al trabajador.

En su crítica de la economía política Marx expuso muy elaborada, pero erróneamente, sus conceptos económicos más destacados. Éstos son la teoría del valor, la explotación como apropiación de plusvalía y la teoría explicativa sobre las crisis capitalistas. Para su teoría del valor él siguió principalmente a Adam Smith y David Ricardo al afirmar que el origen de la riqueza es el trabajo. Smith consideraba que la cantidad de trabajo es la unidad de medida exacta para cuantificar el valor de un producto. Ricardo desarrolló posteriormente una teoría valor-trabajo referido a los costos de producción; éstos son costos laborales que se pagan de una forma directa o acumulándolos al capital, de modo que los precios dependen de la cantidad de trabajo incorporado en los bienes y servicios. Para su teoría de explotación Marx supuso que la plusvalía es la fuente de la ganancia del capitalista y surge del trabajo no retribuido a los trabajadores en sus salarios, rompiendo el sistema capitalista en la mercancía-trabajo la ley del valor que se aplica al resto de mercancías. Por último, la teoría de la concentración del capital, fenómeno que también lo inquietó, ya que acrecienta la injusticia social, intensificando el sistema de capitalistas explotadores y proletarios explotados, parte también de la plusvalía. Para él la concentración de capital representa el trabajo de muchos a lo largo de mucho tiempo en posesión de pocos. Para explicar este fenómeno creyó que en las sucesivas crisis económicas causadas por introducción de tecnologías más competitivas los capitalistas supervivientes van concentrando el capital de aquellos que se ven forzados a quebrar.

Si el marxismo pretendió acabar con el capitalismo mediante la revolución y reemplazarlo por el comunismo como un modelo de crecimiento industrial más justo y humano, el duro hecho es que derivó en el totalitarismo más brutal y sanguinario, para acabar completamente desprestigiado. El problema del planificador central de la economía es que él puede llegar a ser tan irracional como el mercado y el afán de lucro, contrario al bien común y opuesto a los derechos humanos. Un planificador central puede ciegamente producir 50.000 ojivas nucleares para destruir varias veces el planeta, o colectivizar la tierra y dejar millones de muertos por violencia y hambre. Hasta ahora, a este planificador no se le ha dotado de un control político democrático. El esfuerzo revolucionario para una sociedad sin clases subyugó el ideal republicano y democrático. El hecho de que los “socialismos reales” se hubieran convertido en dictaduras no desvirtúa que la planificación centralizada y la propiedad estatal del capital puedan surgir en una sociedad democrática que tenga al bien común y los derechos humanos de las personas como el centro de la acción política.

Alfred Marshall

Haciendo caso omiso de la teoría marxista de que el capital pudiera ser estatal y pudiera haber planificación estatal en vez de mercado, pero fiel a la legitimidad del derecho de propiedad privada expuesto por John Locke (ver http://unihum9locke.blogspot.com), Alfred Marshall (1842-1924) se basó en muchas de las ideas de Adam Smith, David Ricardo, John Stuart Mill y Thomas Robert Malthus. A diferencia de los clásicos, él estaba convencido, no obstante, de que la economía tenía la tarea principal de eliminar la pobreza, la que tras la Revolución industrial se había paradójicamente expandido e intensificado a pesar del sostenido crecimiento de la riqueza. Desarrolló en un todo coherente las ideas de oferta y demanda, la determinación de los costos de producción y precios de venta, la elasticidad de los precios, el funcionamiento de los mercados y la utilidad marginal. En un sentido amplio Marshall esperaba reconciliar las teorías clásicas y modernas del valor. John Stuart Mill había examinado la relación existente entre el valor de las mercaderías y sus costos de producción, en la teoría de que el valor depende del esfuerzo gastado en su manufactura. Por otra parte, los teóricos de la utilidad marginal habían elaborado la teoría del valor basada en la idea de maximización de la utilidad, sosteniendo que el valor depende de la demanda. Marshall usó ambas teorías, pero se centró más en los costos, desarrollando la idea para diferenciar costos fijos y costos variables.

La escuela neoclásica es un enfoque económico basado en el análisis marginalista y el equilibrio de oferta y demanda, en la que la utilidad marginal es una idealización del valor de un bien definido por su relativa abundancia o escasez. En su libro más importante, Principios de economía, 1890, Marshall destacó que el precio y el volumen producido de un bien están determinados por tanto la oferta como la demanda. Ambas curvas son como las dos hojas de una tijera que se interceptan en el punto de equilibrio. Observó que el precio es el mismo para cada unidad de un bien que un consumidor compra, pero que el valor de cada unidad adicional disminuye, de modo que un consumidor comprará unidades hasta un punto donde el valor marginal se iguala al precio. En consecuencia, de todas las unidades previas a la última el consumidor obtiene un beneficio al pagar menos que el valor del bien para él mismo. El tamaño del beneficio es igual a la diferencia entre el valor para el consumidor de todas estas unidades y la cantidad pagada por éstas. Esta diferencia es llamada la oferta del consumidor. Marshall también introdujo el concepto de la oferta del productor, referida a la cantidad pagada al productor menos la cantidad que éste voluntariamente aceptaría. El análisis de las tijeras superó la teoría del valor desde el centro del análisis y la reemplazó con la teoría del precio. Además, los precios pasaron a ser existenciales, dependientes de la relación entre la oferta y la demanda.

Para Marshall el crecimiento económico depende de la cantidad de bienes producidos, estando determinados por cualquier relación dada entre capital y trabajo. La remuneración de ambos es la “productividad marginal”, entendida en el caso del capital como la utilidad marginal, que es el incremento de la producción superior al tipo de interés de mercado que el capital paga. En el caso del trabajo la productividad marginal se refiere al incremento en el valor de la producción generado por la última cantidad de trabajo aplicada. Finalmente, en su Principios de economía, Marshall agrega la organización industrial a los factores de la producción económica conocidos: tierra, capital y trabajo. Supone entre otras cosas que los factores productivos siempre estarán plenamente empleados, aun cuando los salarios sean menores que los de subsistencia. Para eliminar la pobreza es necesario aumentar la productividad, entendida como el incremento de la producción y la eficiencia; y la eficiencia es cualificación del trabajo. Para seguir siendo rentable, toda empresa, que es el motor para elevar salarios y el nivel de vida, debe ser competitiva, lo que la obliga a ser más rentable.

Joseph A. Schumpeter

Vimos que Marshall se centró en la eficiencia o cualificación (capacitación) laboral del trabajador como medio para incrementar la productividad y, de esta manera, elevar el nivel de salarios. Para el economista austro-estadounidense, Joseph A. Schumpeter (1883-1950), el crecimiento económico tiene por protagonista el espíritu emprendedor del empresario, pues depende de esta acción que asume riesgos y beneficios en un medio competitivo para estimular la inversión y la innovación, ambas causas para que aumente o disminuya el progreso económico. Su obra tiene como clave una forma de concebir el sistema capitalista en contraposición con la economía neoclásica tradicional, la que transforma los datos fundamentales en parámetros constantes que explican el simple proceso de incremento o crecimiento acumulativo. Para Schumpeter el capitalismo es por naturaleza una situación de cambio económico y nunca puede ser estacionario. Es discontinuidad, alteración, novedad, reducción constante de todos los parámetros variables. Aspiraba a crear una teoría general del capitalismo que pudiese explicar el funcionamiento de esta condición de cambio económico. Buscaba comprender el fundamento de los que él denominaba “el ventarrón de la destrucción creativa,” mediante el cual el capitalismo revoluciona constantemente sus propias condiciones de existencia. El proceso de destrucción creadora es el hecho esencial del capitalismo. Describe el proceso de innovación que tiene lugar en una economía de mercado en el que los nuevos productos destruyen viejas empresas y modelos de negocios.

Su protagonista central y héroe es el emprendedor innovador. Las innovaciones de los emprendedores son la fuerza que hay detrás de un crecimiento económico sostenido a largo plazo, pese a que puedan destruir en el camino el valor de compañías bien establecidas. La posibilidad de generar ganancias, que pueden llegar a ser excepcionalmente grandes, es el señuelo que atrae a la actividad económica a este tipo particular de individuo. Su acción estaría regida por lo que Schumpeter llamó “espíritu emprendedor”, es decir, por la voluntad de transformar las condiciones existentes, de superar obstáculos y romper con las rutinas, de ir contra la corriente, crear cosas nuevas y llevar a la práctica nuevas posibilidades económicas.

Los cambios económicos que surgen de la misma dinámica económica del sistema capitalista constituyen el desarrollo propiamente tal. Schumpeter distingue el proceso de desarrollo del mero crecimiento de la economía, pues éste no representa fenómenos cualitativamente diferentes. Aún reconociendo la importancia del crecimiento económico, estaba interesado en el proceso de crecimiento que se relaciona con la introducción de novedades cualitativas que alteran radicalmente el funcionamiento mismo del sistema que desplazan para siempre el estado de equilibrio existente con anterioridad. Su estudio del crecimiento es precisamente de este fenómeno y de los procesos que lo acompañan. Está caracterizado por procesos que imposibilitan constantemente la competencia perfecta, basada en la transparencia del sistema y en el libre ingreso a todas las esferas productivas.

La teoría neoclásica reconoce estos hechos como imperfecciones que conducen a un uso no óptimo de los recursos, afectando negativamente la eficacia de los sistemas de precios y distribución. Schumpeter, por el contrario, reconoce en este fenómeno el motor mismo que propulsa el excepcional progreso tecnológico-productivo que distingue al sistema capitalista. Concluye que la introducción de nuevos métodos de producción y de nuevas mercaderías difícilmente podría concebirse en una situación de competencia perfecta. La posibilidad de establecer posiciones temporales de monopolio determina el desarrollo o progreso económico y las rentas o beneficios del emprendedor son las únicas que él define como ganancia. De este modo, las ganancias provienen de las actividades desestabilizadoras de los emprendedores cuando consiguen, mediante la innovación, abaratar decisivamente sus costos de producción o introducir nuevas mercancías y comprenden nuevos productos, nuevos métodos, nuevas formas de organización empresarial, nuevos mercados y nuevas fuentes de materia prima. Schumpeter afirmaba que sin desarrollo no hay ganancia y sin ésta no hay desarrollo. Pero este crecimiento es irregular, pues obedece a ciclos económicos, donde una expansión que destruye el equilibrio económico es seguida por una recesión que vuelve a restablecerlo.

John Maynard Keynes

El economista británico John Maynard Keynes (1883-1946), padre de la economía moderna y fundador de la macroeconomía moderna, fue el mayor crítico de la economía clásica. Cuando, en 1929, el sistema económico liberal hizo crisis sin posibilidad de ser restablecido según el libre mercado y, a partir de 1930, se instaló la “Gran Depresión”, él tuvo la genialidad de explicar el paro que se produjo. En 1991, la revista Time incluyó a Keynes en la lista de las 100 personas más influyentes del siglo XX, comentando que: “Su radical idea que el gobierno debe gastar el dinero que no tiene pudo haber salvado el capitalismo.” En el más famoso de sus numerosos libros, Teoría general del empleo, el interés y el dinero, 1936, expresó su principal teoría de que el paro del trabajo es una consecuencia de una caída en la demanda agregada (la “demanda agregada” es la suma del consumo, la inversión y el gasto gubernamental) y, por lo tanto, para lograr el pleno empleo sería necesaria la intervención del Estado, a través de la inversión, para reactivar la economía. En una situación de desempleo y capacidad productiva no utilizada, sólo puede aumentarse el empleo y el ingreso total incrementando primero los gastos, sea en consumo o inversión. El sistema económico liberal no era capaz por sí mismo de salir del paro, pues éste se produce porque el trabajo, controlado por sindicatos, no acepta salarios más bajos que un determinado nivel, prefiriendo el paro y el desempleo. De este modo, puede haber equilibrio de los otros factores y, al mismo tiempo, haber desempleo, no utilización de materias primas y medios de producción. En estos casos la economía debe depender para su salvación, no del mercado, sino del Estado.

La principal novedad de su pensamiento fue la posibilidad de controlar el ciclo económico mediante la estabilización de los precios. Para eso era necesario entender el mecanismo de este ciclo. Cuando la inversión supera el ahorro, el resultado es la inflación. Cuando sucede lo contrario, el resultado es el descenso del nivel de precios, la caída de la producción y el aumento del desempleo, es decir, una recesión. La razón es que el sistema capitalista no tiende al pleno empleo ni al equilibrio de los factores productivos, sino hacia un equilibrio que solo de forma accidental coincidirá con el pleno empleo. Las decisiones de ahorro las toman unos individuos en función de sus ingresos, mientras que las decisiones de inversión las toman los empresarios en función de sus expectativas. No hay ninguna razón por la que ahorro e inversión deban coincidir. Cuando las expectativas de los empresarios son favorables, grandes volúmenes de inversión provocan una fase expansiva. Cuando las expectativas son desfavorables, la contracción de la demanda puede provocar una depresión. Adicionalmente, el tipo de interés, que tiene efectos sobre el ahorro, que es inversamente proporcional a la inversión, nunca baja de un determinado límite, aun cuando se produzca gran liquidez. Cuando el interés es bajo, mayores bajas no influyen sobre el total de la inversión.  Debido a la inestabilidad de la demanda agregada a causa de los shocks ocurridos en mercados privados, como consecuencia de los altibajos en la confianza de los inversores, la principal conclusión de su análisis fue una apuesta por la intervención pública directa en materia de gasto público que permite cubrir la brecha o déficit de la demanda agregada. Así, una depresión puede solucionarse fomentando el gasto y desalentando el ahorro.

La teoría económica neoclásica sostenía que en el corto o mediano plazo los mercados libres podrían automáticamente proveer pleno empleo. Keynes argumentó que la demanda agregada determina el nivel general de la actividad económica, y que una demanda agregada inadecuada podría llevar a prolongados periodos de desempleo. El Estado debía intervenir activamente para moderar los ciclos recesivos y depresivos de la actividad económica, impidiendo la caída de la demanda mediante el aumento de sus propios gastos. Debía estimular la demanda, generando una demanda adicional que tirase la producción mediante el desarrollo de políticas de inversión pública, poner en circulación abundante dinero, incrementar los salarios, e intervenir en todos los sectores de la economía. A través de medidas fiscales y monetarias, la política de gobierno debería originar una demanda adicional, agregada, capaz de cubrir el déficit entre la demanda efectiva privada y la producción total a fin de alcanzar los objetivos de empleo y producción.

El contexto más general de la nueva economía de Keynes era ciertamente el mismo que el de la economía neoclásica, que dividía a la sociedad entre propietarios y trabajadores, como si fuera efecto de un orden natural incuestionable e inmutable. Este contexto se sostenía en una legitimidad del derecho de propiedad tan débil como fuerte era su imposición legal y en el generalizado e inconfesable prejuicio aristocrático-burgués, tan característico de Europa, de considerar al trabajador como un ser inferior, ordinario, limitado y carente de refinamientos, debiéndose sentir afortunado por acceder a los medios de subsistencia. Tras más de 16 generaciones, en Hispanoamérica, en la clase blanca, se perpetúa la impronta étnica de la conquista, que es dominar, poseer y ser servido. El discurso democrático no ha logrado producir mella. En ninguna parte se ha querido comprender la inequidad fundamental de que mediante la economía liberal y el libre mercado la remuneración siempre será inferior a la participación del capital, ya que el trabajo siempre está tan ofertado como demandado es el capital.

Las teorías de Keynes fueron tan influyentes que la macroeconomía continúa en la actualidad desarrollando y discutiendo sus teorías y sus aplicaciones. El periodo que va desde el término de la Segunda Guerra Mundial hasta 1973 se caracterizó porque las políticas keynesianas fueron adoptadas por todo el mundo, dando lugar a un periodo de prosperidad y crecimiento económicos. Por entonces, el keynesianismo constituía la principal enseñanza universitaria del mundo. Sin embargo, hacia el final del periodo, al tiempo de observarse una gran acumulación de capital, aumentó el desempleo y la inflación. En la década de 1980, en contra la tendencia social demócrata y la planificación centralizada la teoría (que pasó a llamarse neoliberalismo) que abogaba por liberar el poder empresarial, restablecer la libertad de mercado y crear un sistema económico global lideró la reforma económica. No obstante, la llegada de la crisis financiera mundial de 2007-08 ha producido un cierto renacimiento del pensamiento keynesiano.

Friedrich Hayek

Friedrich Hayek (1899-1992) se distinguió del conjunto de economistas políticos por sus raíces culturales. Provenía de una familia de intelectuales austriacos que estaba inmersa en el racionalismo continental y muy ajeno del positivismo anglosajón. Tenía la tendencia de erigir principios axiomáticos indemostrables, entes de razón, de los cuales deducir sus modelos teóricos. Un punto de partida de su construcción conceptual económica es el “orden espontáneo”. Vio que la solución natural para el problema de coordinar las acciones de los individuos estaba en el sistema de precios del libre mercado, encontrando que detrás de esta coordinación no hay intencionalidad alguna. La competencia en el mercado genera un tipo de orden que es el producto de “la acción humana, pero no de diseño humano” (una frase que Hayek tomó del mentor de Adam Smith, Adam Ferguson). Este orden espontáneo es un sistema que resulta de la acción independiente de muchos individuos, y produce beneficios generalizados, no intencionados y mayormente no previstos por quienes sus acciones lo generan. Los precios de mercado son los transmisores de informaciones económicas tácitas y dispersas y sirven para compartir y sincronizar muchos conocimientos individuales y resolver problemas de cálculo económico. Suponiendo concurrencia libre, gran número de participantes y productos idénticos, Hayek dedujo que el mercado es un juego en el cual no existe la valoración de justo o injusto, por lo que la justicia social en una frase sin sentido, del mismo modo como la distribución de ingresos. La redistribución del ingreso por parte del gobierno es una intrusión inaceptable sobre la libertad individual. Toda interferencia racional y consciente a la acción individual espontánea, como imponer diseños racionales, es una amenaza para la civilización. El surgimiento y el crecimiento de sociedades extensas han sido el producto de un azar evolutivo aún en curso. La propiedad privada está en el nacimiento de la civilización. (Ref. Derecho, legislación y libertad, 1973, 1976, 1979; La fatal arrogancia, 1988).

Hayek sostuvo que el socialismo no es factible, ya que un cálculo planificador es imposible por la carencia de precios de mercado. Argüía que un planificador no podía funcionar, pues no disponía de datos que simplemente no podían existir. La razón es que solo el mercado genera los datos, que son los precios. Hayek escribió posteriormente muchos artículos sobre el tema y que reunió en su libro Planificación económica colectivista: estudios críticos sobre las posibilidades del socialismo (1935). Suponía que una economía socialista, ante la inexistencia de mercado, necesita una institución que elabore un plan central que determine todo lo que se debe producir. El problema aparecería ante la inexistencia de alguna guía o referencia, como los precios de mercado, que indicara lo que se debe producir. Sin embargo este argumento fue refutado por Oskar Lange, Fred Taylor y Abba Lerner, quienes propusieron un procedimiento iterativo de dos reglas (a partir de la intervención de una junta central de planificación) por el cual una economía planificada podía alcanzar la misma solución que el libre mercado.

Otro principio axiomático de Hayek fue suponer que el socialismo y el comunismo implementados por el Estado son incompatibles con la libertad individual, conduciendo necesariamente al establecimiento de regímenes totalitarios. En general estas críticas iban dirigidas hacia cualquier intervención del Estado en la economía. Argumentaba en su inveterado racionalismo que sin propiedad privada, se crea una dependencia tan grande del Estado que nos convierte prácticamente en esclavos. Para imponer unos objetivos comunes a una sociedad, aunque se quiera hacer de manera bienintencionada, se debe coaccionar y tomar medidas represivas a quienes no acepten a la autoridad central. En consecuencia, quienes llegaran al poder serían siempre los peores elementos de la sociedad, como asesinos y criminales, puesto que estarían dispuestos a tomar estas medidas. (Ref.  Camino de servidumbre, 1944, y Los fundamentos de la libertad, 1960).

La llamada “teoría austriaca del ciclo económico”, la teoría del capital y la teoría monetaria se consideran la contribución de Hayek más importante a la economía, y la hizo durante su juventud, entre 1931 y 1941. Tomó las bases para su teoría de Teoría del dinero y el crédito (1912) de Ludwig von Mises (1899-1992), su mentor, e hizo su propia interpretación. Mostraba cómo las fluctuaciones de producción y empleo en una secuencia temporal de producción están relacionadas a la estructura del capital. Explicaba en Precios y producción (1931) el origen del ciclo económico a partir del crédito concedido por el banco central y los tipos de interés artificialmente bajos, que estimulaba a mal invertir, provocan una mala coordinación entre producción, consumo e inflación. Hayek argüía que el banco central no tiene la información relevante para controlar la oferta de dinero ni tiene la habilidad para usarla correctamente. El problema macroeconómico central es uno de coordinación inter-temporal de cómo los recursos entre capital y bienes de consumo pueden ajustarse a las preferencias entre consumo presente y futuro.

En los primeros años de la década de 1930 Hayek y Keynes estaban cada uno construyendo su propio modelo del mundo al mismo tiempo. Cada uno estaba familiarizado con las ideas del otro. Sin embargo, la mayoría de los economistas creyeron que la Teoría general del empleo, el interés y el dinero (1936) de Keynes explicaba mejor el fenómeno de la Gran Depresión y cómo solucionar el grave problema. Después de esto, Hayek dejó las cuestiones técnicas para dedicarse a temas más filosóficos.  Más tarde, en 1947, creó junto a otros un foro internacional, llamado Mont Pèlerin Society, para difundir sus ideas y oponerse al socialismo. Estaba enseñando en Friburgo, cuando, en 1968, se retiró. Sin embargo, en 1974, recibió el Premio Nobel de Economía, lo que inesperadamente hizo revivir tanto su obra como su persona, volviéndose extraordinariamente popular y prolífico en el ambiente ultraconservador de la época.

Milton Friedman

Milton Friedman (1912-2006) (este texto ha sido extraído del ensayo de Paul Krugman, “¿Quién era Milton Friedman?”, 2008) tuvo como guía de su vida intelectual la economía clásica de libre mercado de Adam Smith. Esta vida se desdobló en tres intereses. 1. La economía teórica de análisis técnicos sobre el comportamiento de los consumidores y la inflación. 2. La política monetarista. 3. Su interés ideológico de divulgar la doctrina del libre mercado. El rigor científico estuvo solo en su primer interés, que le dio la fama sobre la que divulgaron a la masa sus otros dos intereses, de bases ambivalentes y dudosas.

Respecto a su economía teórica, Friedman estuvo interesado en el comportamiento que podían tener los consumidores en el mercado. En el pasado, se suponía que el consumidor sabe lo que quiere basado en la utilidad marginal. Idealmente regía la utilidad y la sensatez. Para obtener un cierto orden, se debe simplificar la diversidad en forma abstracta según un comportamiento racional. Friedman sostenía que las teorías económicas deberían juzgarse, no por su realismo psicológico, sino por su capacidad para predecir el comportamiento, y este comportamiento es racional. Ya en 1957, en su libro Una teoría de la función del consumo, él había sostenido que el mejor modo de entender el ahorro y el gasto era pensando que los individuos hacen planes racionales sobre cómo gastar lo que tienen a lo largo de su vida. La relación entre renta y gasto se fundamentan en su hipótesis de la renta permanente y en el “modelo del ciclo vital” de Ando y Modigliani. La fama de  Friedman se multiplicó cuando aplicó la teoría del consumidor a la inflación. En 1958, A. W. Phillips había señalado que históricamente ha existido una relación inversa entre desempleo e inflación, lo que condujo a debatir sobre qué punto de la curva de inflación el gobierno debería escoger para conseguir una tasa de desempleo baja. En 1967, Friedman sostuvo que la correlación entre inflación y desempleo no funciona a largo plazo. Para llegar a esta conclusión, había aplicado, como en el caso sobre el comportamiento de los consumidores, la idea del comportamiento racional. Así, después de un periodo de inflación sostenido, las personas introducirían las expectativas de inflación futura a sus decisiones, lo cual anularía cualquier efecto positivo de la inflación sobre el empleo. El gran triunfo de Friedman  fue predecir el fenómeno de la estanflación.

Durante décadas, la imagen pública y la fama de Friedman se definieron en gran medida por sus pronunciamientos sobre política monetaria y su creación de la doctrina conocida como monetarismo. El monetarismo enfatiza el rol del gobierno para controlar la cantidad de dinero en circulación y asegura que variaciones de la oferta monetaria tiene grandes influencias en el producto nacional en el corto plazo y en el nivel de precio en plazos mayores. La política monetaria tiene por objetivo la tasa de crecimiento de la oferta de dinero. Ahora, sin embargo, el monetarismo se considera un fracaso y sus aseveraciones son engañosas. Veamos. Keynes había sostenido que en condiciones de depresión (cuando los tipos de interés son muy bajos), los cambios en la oferta monetaria tienen pocas consecuencias sobre la economía. Por eso, creía que hacía falta una política presupuestaria (aumento del gasto público) para sacar a los países de la Gran Depresión. La política presupuestaria supone una intervención más profunda del sector público en la economía que la política monetaria. Los economistas de libre mercado suponen que la política monetaria es suficiente. Friedman hizo una cruzada a favor de la política monetaria que culminó con la publicación en 1963 de A Monetary History of the United States, 1867-1960, en colaboración con Anna Schwartz. Su parte más controvertida fue el relativo a la Gran Depresión, declarando que “La contracción de la economía es de hecho un trágico testimonio de las fuerzas monetarias”. El hecho fue que la base monetaria (dinero más reservas bancarias) que la Reserva Federal controlaba aumentó durante los primeros años de la Gran Depresión, pero la oferta monetaria (dinero más depósitos bancarios) cayó drásticamente. La explicación estaba en una caída de confianza tras una oleada de quiebras que hizo disminuir los préstamos, haciendo desplomar el gasto, que fue la causa próxima de la depresión. Por su parte Friedman y Schwartz sostenían que la caída de la oferta monetaria había convertido lo que podría haber sido una recesión ordinaria en una depresión catastrófica, vale decir, la Reserva Federal habría provocado la caída de la oferta monetaria total, causando la Gran Depresión. Estaba claro que la intención de Friedman y Schwartz era demostrar la superioridad del mercado libre sobre el sector público, al que despreciaban. Haber traído los debates históricos de la década de 1930 a la de 1960 formaba parte de la defensa que hacía Friedman al monetarismo. De modo que, según él, la Reserva Federal debió haber seguido la norma monetarista de haber mantenido el crecimiento de la oferta monetaria en una tasa baja y constante (3% anual) y de no desviarse de ese objetivo, con independencia de lo que ocurriese en la economía. Afirmaba que las variaciones a la curva de crecimiento de la economía hubieran sido suficientemente pequeñas para ser tolerables. El monetarismo fue una fuerza poderosa en el debate económico durante tres décadas, a partir de 1959, pero quedó desvirtuado cuando se lo intentó poner en práctica. 

Friedman quería llevar las ideas del libre mercado a sus límites lógicos. Ni la idea de que los mercados son medios eficientes de asignar bienes escasos ni la propuesta de que los controles de precios crean escaseces e ineficacias eran nuevas. Lo nuevo fue que Friedman pedía una y otra vez soluciones de mercado a problemas como educación, atención sanitaria, tráfico de drogas ilegales, que en opinión de casi todos los demás exigían una intervención estatal extensa. Friedman era un excelente divulgador, estilo que marcaría la celebrada serie televisiva Free to Choose, en la década de 1980. Su campaña a favor de los libres mercados a partir de 1976 ayudó a acelerar el proceso. Proteccionismo frente a libre comercio; reglamentación frente a liberalización; salarios establecidos por negociación y salarios mínimos frente a salarios establecidos por el mercado. Llegó a convencer al público que el cambio de políticas económicas promovido por él ha sido una fuerza positiva. Sin embargo, ello no ha resultado verdadero por una gran cantidad de sonados fracasos. El comedido Friedman de la economía teórica se transformó en un eufórico propulsor del libre mercado y sus dotes teatrales, unidas a su habilidad para organizar datos objetivos, lo convirtieron en el mejor portavoz de las virtudes del libre mercado desde Adam Smith.


PARA CONSIDERAR


1. Como toda ciencia, la economía política conforma un cuerpo de conocimientos, fruto de innumerables observacio­nes, investigaciones, hipótesis, experimentaciones, modelos y teorías, que se ha ido desarrollando progresiva y acumulativamente con el aporte de muchos, en un medio en constante desarrollo. Esta contribución experimental, analítica y espe­culativa de aportes que van sumando y mejorando la comprensión que se tiene de la realidad económica, hasta dominarla, ha transformado profundamente la civilización. Los economistas políticos son científicos en todo el sentido de la palabra. No han buscado transformar la realidad tras alguna representación idealizada, sino que, observando el fenómeno económico —tal como aparece, desprovisto de dimensiones éticas—, han ido cada uno descubriendo alguna relación de causa-efecto escondida allí que explicaba algún comportamiento según alguna ley natural hasta entonces desconocida y que hasta podía ser manipulada en algún sentido deseable. Han conseguido la estrecha relación entre la observación y la experimentación, y las hipótesis y las teorías. Han formulado una idea en forma teórica antes de que pueda ser aplicada en forma práctica. También, como seres humanos, no  han dejado de mezclar conclusiones puramente científicas con ideologías y creencias, como vimos, por ejemplo, en Hayek y Friedman. A continuación podemos ver un resumen ilustrativo de los aportes de los economistas políticos en el curso del tiempo.

Adam Smith fue el primero en analizar las causas del crecimiento económico cuando vinculó la riqueza con el trabajo y el capital invertido en producir y descubrió que los individuos en el mercado, actuando según su propio interés, consiguen una asignación mucho más eficaz de los recursos productivos que cualquier intervención del Estado. Malthus descubrió la relación causal entre la cantidad de alimentos que es producida y la cantidad de individuos que componen una población. David Ricardo buscaba descubrir las leyes que regulan la distribución en la cantidad de trabajo necesaria para la producción. Mill identificó tres factores de la producción: el trabajo, los objetos materiales y el capital, siendo el capital trabajo acumulado. Marx y Engels formularon una hipótesis de que a partir de los modos de producción se produce un tipo complementario de relaciones de producción correspondiente a la contradicción social fundamental de la división de los hombres entre explotadores y explotados. Marshall relacionó causalmente la oferta y la demanda para determinar costos de producción, precios de venta, elasticidad de los precios, funcionamiento de los mercados y utilidad marginal. Schumpeter descubrió que el crecimiento económico tiene por protagonista el espíritu emprendedor e innovador del empresario, quien asume riesgos y beneficios en un medio de permanente cambio económico. Keynes apuntó a la intervención, no del mercado, sino que del Estado, a través de la inversión para reactivar la economía, para conseguir el pleno empleo, tras una recesión severa. Para explicar el libre mercado Hayek procedía más como filósofo racionalista que como científico, pero volvía a ser científico para mostrar cómo las fluctuaciones de producción y empleo en una secuencia temporal de producción están relacionadas a la estructura del capital. Friedman fue un riguroso científico para analizar el comportamiento racional del consumidor y para aplicar la teoría del consumidor a la inflación y explicar la estanflación, pero fue un descomedido para imponer la política monetarista y divulgar la doctrina del libre mercado.

2. Un modelo económico es instrumental al grupo de poder que lo origina y surge según objetivos preciados por dicho grupo. El crecimiento económico (del PIB) es el objetivo obvio desde la Revolución industrial. La economía liberal busca el crecimiento económico a través de la inversión del capital privado. En oposición, en la actualidad, China comunista ha desarrollado exitosamente una economía de planificación central y propiedad estatal del capital para desarrollar el país en base a monopolizar el comercio industrial internacional.

3. Un modelo económico es una mezcla de teoría económica, institucionalidad política, sistema de valores, ethos cultural y conocimiento práctico acumulativo. El modelo económico que domina en la actualidad es el liberalismo, basado en el ethos cultural anglosajón, y se puede resumir como sigue: La base del crecimiento económico de una sociedad es la persecución del lucro individual, que se expresa como iniciativa privada y que se realiza en la libre empresa. Existe una oposición tajante entre capital y trabajo. El trabajador no debe tener iniciativa y debe hacer lo que se le ordena. La dinámica del libre mercado orienta la libre empresa para producir según la demanda y al precio que aquél genera. La competitividad en el mercado está en relación directa con la productividad y la innovación. Desde el punto de vista social, la libre empresa produce bienes y servicios y origina empleo, de modo que la búsqueda de lucro personal termina por beneficiar a la sociedad. El neoliberalismo adiciona la idea  de subsidiariedad, por el cual el Estado tiene la función de proteger la libre empresa, asegurar el libre mercado y eximirse de las actividades de producción y distribución. Además, el Estado debe facilitar el emprendimiento privado en todo lo referente a infraestructura económica, seguridad pública, enseñanza pública y disciplina laboral, creando un ambiente económico propicio para las inversiones de capital. Las inversiones están en relación directa con el empleo, y el empleo es la condición que persigue el Estado para mantener la paz y el orden social, asegurando su prevalencia y repeliendo la anarquía.

4. La historia es un proceso que nunca termina. Algunos ya visualizan nuevos fenómenos económicos que están surgiendo en el horizonte del tiempo.  Uno de ellos es la creciente acumulación y concentración del capital a niveles inimaginables y las increíbles diferencias sociales. Otro es el modelo capitalista que requiere el continuo crecimiento de la economía, no necesariamente para producir mayor riqueza, sino forzado por la necesidad del capital de ser reinvertido. Se genera una espiral de acumulación de cada vez mayor capital que busca obtener beneficios en nuevas inversiones. Pero el capital, al ser invertido, está comprometiendo los otros factores de la producción, en especial la naturaleza. Cada nueva inversión muestra a ritmo acelerado la finitud de ésta. Este hecho se está viendo con crudeza creciente en las últimas décadas. Se están agotando a pasos agigantados recursos vitales, como la energía, el agua, los terrenos cultivables, mientras el ambiente se contamina y se produce el calentamiento global de insospechables efectos meteorológicos y ambientales. ¿Estaremos presenciando el término de paradigma económico basado en el crecimiento? ¿Vendrá el paradigma del desarrollo económico sustentable y sin crecimiento? Para que cualquier nuevo paradigma económico logre surgir mucha turbulenta agua deberá probablemente pasar aún bajo el puente.

5. Aunque la ciencia es una actividad humana que analiza el fenómeno tal cual aparece al observador, la economía política no se agota en su pura formulación teórica y su aplicación práctica según algún modelo económico. Existe un ámbito complementario que ha sido poco desarrollado y que corresponde más propiamente a la filosofía política. Temas como justicia social, dignidad del trabajo, relación capital-trabajo en términos que ambos pertenecen a acciones humanas y generan distancias y cercanías dentro de la sociedad civil, naturaleza de la propiedad privada, injerencia del poder económico en el poder político, democracia y modelo económico, están en demanda de necesaria elaboración filosófica.



CAPÍTULO 4 – LA ECONOMÍA DE MERCADO



La estructura del mercado está compuesta por dos subestructuras: el mercado como órgano sensible y regulador del sistema, y los agentes económicos libres que venden y compran. En el mercado el valor de un producto alcanza un equilibrio entre su demanda y su oferta. Lo que resulta claro es que el productor, a través del mercadeo, procura inducir al consumo para minimizar los riesgos de fracaso. Una economía de mercado no es incompatible con una economía planificada. Ambas se complementan según la escala económica de que se trate. La planificación es necesaria tanto en la escala nacional como en la escala empresarial.


El mercado


La estructura de la economía de mercado está constituida por dos subestructuras o unidades funcionales. La primera corresponde al mercado mismo como lugar espacial, que es donde se transan las mercancías, siendo el centro que funciona como órgano sensible y regulador del sistema. La otra subestructura está constituida por el conjunto de los agentes económicos libres que concurren al mercado en su calidad funcional de productores y consumidores, o más genéricamente de vendedores y compradores. El mercado es el lugar físico o virtual donde las mercancías cambian de dueño, transfiriéndose su propiedad, mediante el pago de un valor monetario –acordado allí o previamente establecido– o simplemente a través del trueque de las mismas mercancías.

En el libre mercado las cosas adquieren un valor de acuerdo a las leyes de la oferta y la demanda. A través del funcionamiento de su misma estructura, a los agentes económicos se les imparte información para la decisión que más les convenga a sus intereses individuales. La información tanto para quien compra como para quien vende viene resumida en el mismo precio en que se valora y se transa la mercancía y sus fluctuaciones en el tiempo. El precio relaciona una mercancía con el conjunto, otorgándole un valor relativo respecto al todo. El precio señala, en consecuencia, la conveniencia o inconveniencia de producirla o consumirla. La multiplicidad de decisiones se unifica en la escala superior del mercado, determinando los niveles de precios y proyectando las necesidades de producir o consumir según las posibilidades y oportunidades.

Una mercancía negociable en el mercado es toda riqueza que puede servir para satisfacer indistintamente las necesidades de producción y consumo, y que sea además relativamente escasa. Una mercancía es tanto un bien de consumo como una tecnología o un derecho, o cosas bastante más intangibles, pero igualmente apreciadas. También el trabajo y el dinero son mercancías y, por tanto, son negociables en el mercado, por lo que adquieren un valor. Todo llega a tener un valor relativo, determinable por el mercado. Nada tiene referencia a algo objetivo y estable, ni siquiera al costo real de producción.

El valor de una mercancía es el resultado del equilibrio de dos fuerzas, el poder del consumidor y la capacidad de producción. Está determinado por la relación entre la oferta y la demanda, y no por la suma de los esfuerzos empleados en su producción. John Locke (1632-1704), que no era economista, estaba equivocado cuando afirmó: “el trabajo es el que establece la diferencia de valor en todas las cosas”, idea que fue retomada posteriormente por Marx. En la economía de mercado la medida del valor la establece la cantidad de esfuerzo que tanto quien produce como quien consume están dispuestos a realizar, en una comparación del tipo costo-beneficio. Desde luego, el costo puede ser muy relativo, dependiendo más de la eficiencia que del tiempo que demanda el esfuerzo.

También el valor de uso es relativo. El individuo, que valora el beneficio existente en una mercancía, no sólo se encuentra ante una variedad de cosas que le permiten satisfacer sus múltiples necesidades objetivas de supervivencia y reproducción, también valora subjetivamente esta oferta según parámetros no siempre evidentes, como el polvo de colmillo del rinoceronte o un par de zapatillas deportivas por su marca comercial más que por su belleza o su calidad.

En consecuencia, el valor de cambio de una mercancía tampoco es algo objetivo, como el costo real requerido para producir una riqueza traducida a cantidad de trabajo, sino lo acordado entre los dos agentes de la transacción dentro del marco del mercado. Puesto que una transacción establece un precio muy subjetivo, según el valor acordado por los dos sujetos de la transacción, no constituye una medida objetiva y estable hasta mientras no exista un número considerable de unidades y agentes económicos. El precio del bien transado llega a ser entonces un valor estadístico. Pero también este precio llega a ser más que un valor promedio. Basta que existan más de dos agentes en una transacción, es decir, más de un comprador y/o más de un vendedor, para que la competencia surgida influya en el precio según la ley de la oferta y la demanda. Y mientras mayor sea la cantidad de agentes económicos compitiendo por ofrecer y demandar productos, su valor de mercado tiende a reflejar el valor que surge de la suma de trabajo empleado en su producción, con el mérito adicional de que los esfuerzos tienden a ser más eficientes y a alcanzar una mayor productividad.

El mercado, en cuanto mecanismo autónomo, es similar a la evolución biológica. Mientras ésta regula la aptitud de los organismos biológicos para sobrevivir y reproducirse según la selección natural, aquél regula la producción y el consumo según la oferta y la demanda de productos. En ambos sistemas existe competencia y los recursos de los que dependen son limitados.

Por lo anterior, la condición determinante para el éxito de un particular producto en el mercado es la competitividad. Pero para que un producto sea competitivo en relación a otro, es necesario que haya sido producido en forma eficiente. En primera instancia, la fuerza (humana) empleada en producir bienes y servicios debe ser inferior a la fuerza aprovechable (por los seres humanos) que de éstos se puede obtener. De otro modo, la actividad no aportaría un beneficio por sobre lo consumido, no conseguiría una diferencia energética positiva. Así, mientras mayor sea la diferencia positiva de energías obtenida, tanto más eficiente será la actividad económica.

En segundo término, en la comparación entre dos actividades económicas alternativas, aquélla más eficiente será más competitiva. Un eficiente empleo de los recursos hará más ventajosa esa actividad particular frente a otra similar menos eficiente. Los recursos naturales convertidos en riquezas por la producción deben aportar mayor energía que la destinada a su explotación. En consecuencia, en el mercado la eficiencia de la actividad económica resulta ser una medida comparativa determinante para el éxito de un producto que entra en competencia con otros y que puede, por lo tanto, generar mayor beneficio.

El mercado define estructuras limitando las alternativas de escalas superiores. Por ejemplo, una vez definido el emplazamiento de un puente, o la tecnología para conducir electricidad, o un procedimiento para preservar alimentos, se limitan las alternativas a lo definido, pero se abren simultáneamente nuevas y numerosas posibilidades para las decisiones en escalas superiores de mercado.

La oferta y la demanda no tienen fuerzas equivalentes desde el punto de vista del desarrollo de la economía. Ya Jean Baptiste Say (1767-1832) enunció un principio, conocido como la ley de Say, que dice que la oferta crea su propia demanda, probablemente siguiendo la falsa teoría evolucionista de su coterráneo, Jean Baptiste Lamarck (1744-1829), de que la necesidad crea el órgano. En realidad es más probable que ocurra lo contrario, es decir, que la demanda determine la oferta por estar antes que ésta. Sin demanda no existe actividad de la oferta. Si se produjera un aumento de la demanda, la oferta no tardaría en ponerse a la par, pues el circunstancial aumento del precio la incentiva para alcanzar este aumento, aunque sea a costa de cualquier cosa. Por satisfacer una demanda la historia ha sido testigo de hacer la guerra, esclavizar naciones, explotar recursos hasta la extinción, contaminar el medio ambiente. En cambio, ante un aumento de la oferta, los precios sólo caen hasta que la oferta pierde el nivel de ganancia que la incentiva. En consecuencia, la palabra clave de la relación oferta-demanda para el desarrollo económico es el incentivo que mueve a la oferta a emprender y gastar energía frente a la existencia o aparición de una demanda.

Sin embargo, la planificación para producir una cantidad de un producto que asegure utilidades exige, a pesar de la argumentación anterior, que la oferta produzca su propia demanda, como indica la ley de Say. Tal como señalaba el keynesiano John Kenneth Galbraith (1908-2006) en su libro American Capitalism, 1952, los productos, como los modelos de automóvil, tardan años desde que son primeramente diseñados y producidos hasta que llegan al mercado, mientras se ha hecho una enorme inversión en desarrollarlos. Una empresa no puede correr el riesgo que no los pueda vender una vez que haya invertido tanto y haya fabricado los vehículos. La empresa debe emplear todas las artimañas de la mercadotecnia para crear una demanda por su producto, imponiéndolo en el mercado, induciendo al consumidor a comprar, anulando su libertad personal, a adquirir el producto hasta vender la producción que ha sido programada para pagar los costos de desarrollo y producción y obtener utilidades. El problema de fondo al que apunta Galbraith es que las señales instantáneas del mercado tienen una validez muy disminuida para una oferta que está obligada a planificar su producción con una antelación de años.

La conclusión de este argumento es que el mercado no es tan libre como se supone y , aunque la competencia esté garantizada, puede ser manipulado por un apropiado mercadeo. Una consecuencia que se puede derivar de lo anterior es que el problema socioeconómico actual no es el consumismo, sino que el productivismo. La tecnología industrial ha permitido una producción en masa tan prolífica que el productor debe inducir al consumidor a consumir. El productivismo está tras el agotamiento de los recursos naturales, la contaminación, la sobrepoblación, el armamentismo, el calentamiento global, etc. Y el productivismo es generado por la enorme acumulación y concentración del capital.

Para que el mercado funcione bien en su función de regulador de los precios, requiere tres condiciones: 1. estar libre de interferencia de factores externos, tales como la acción estatal en la fijación de precios y en el otorgamiento de privilegios, la existencia de monopolios y cárteles, la manipulación publicitaria; 2. un número importante de agentes oferentes y demandantes, económicamente libres, informados y relativamente homogéneos, y 3. preferentemente, una economía en expansión.

Como es de suponer, todas estas condiciones ideales no se dan plenamente en la realidad, y menos en la actualidad, cuando el capital, ahora virtualmente en su totalidad privado, se ha vuelto tan desproporcionadamente importante e influyente. La economía de mercado, que depende de la existencia de un mercado libre, queda viciada por contener entre sus agentes más conspicuos a capitales relativamente poderosos que llegan a dominar el mercado e imponer sus precios y condiciones con la finalidad de mejorar su participación y obtener mayores ganancias.

Los nichos de mercados tienden a ser ocupados por monopolios. Éstos surgen como resultado de una dura competencia en la que el capital se intensifica para desarrollar tecnologías exclusivas, protegidas y más competitivas, y tienden a abarcar cada vez más extensión del enorme mercado global hasta cubrirlo en su totalidad. Esta capacidad económica la pueden ejercer sólo las empresas supervivientes en la lucha sin cuartel de la competencia y que se han constituido en unas gigantescas corporaciones transnacionales. La tendencia de cada una de estas corporaciones es volverse monopólica a escala global, obstaculizando el ingreso de competidores, con lo que se destruye o queda mermado el idealizado mercado libre.

Una cosa es el mecanismo descrito del funcionamiento del mercado y otra muy distinta es la ideología liberal que pretende explicar las cosas por el mercado y sus leyes. El mercado puede existir y funcionar perfectamente bien sin necesidad de estar apoyado por esta ideología. Por el contrario, el liberalismo económico y en particular el neoliberalismo llegan a conclusiones aberrantes por el reduccionismo de someter el funcionamiento de todas las cosas a la oferta y la demanda. De este modo, supone que los agentes económicos, los seres humanos, son, en último término, individuos que siempre actúan en forma egoísta según sus mezquinos intereses, teniendo como meta la felicidad propia entendida como la satisfacción de sus pasiones, donde, además, si el individuo llega a alcanzar dicha meta, es exitoso. Cree además que la máxima capacidad de la autodeterminación del individuo es la de decidir “libremente” entre comprar o no comprar, o comprar tal o cual mercancía. Y por mercancía se entiende todo lo que puede satisfacer apetitos, desde el pan hasta el obrero, desde el par de zapatos hasta la esposa, desde la lavadora hasta el político, desde el lápiz hasta las ideas.

[En esta perspectiva, lo que determinaría la libre decisión mercantil del individuo son sus vísceras y no su razón, sentimientos, proyectos o moral. La razón queda relegada a la función de determinar qué mercancía puede satisfacer mejor a sus apetitos. Desde luego, los cultores de esta ideología tienen una cierta incapacidad para comprender a quienes desean una vida simple, buscan la justicia social, trabajan por el bien común, quieren preservar el medio-ambiente o anhelan la libertad personal y el autogobierno. Más aún, es aberrante la aseveración de Friedrich von Hayek (1899-1992) y Milton Friedman (1912-2006) que la libertad económica es la condición necesaria para la libertad política.


La planificación y el mercado


Tres antinomias aparecen en la estructura ideológica y artesanal de la economía contemporánea que generan profundas divisiones respecto a las políticas económicas que debe adoptar la estructura socio-política. Estas son: 1. el Estado planificador versus la libre empresa en la asignación de recursos; 2. el mercado controlado versus el libre mercado; 3. la propiedad colectiva o estatal del capital versus su propiedad privada. De este modo, mientras la economía liberal, en una postura extrema, sostiene que la economía debe basarse exclusivamente en la libre empresa, el libre mercado y el capital privado, al tiempo de procurar disminuir las funciones económicas del Estado a un mínimo meramente regulativo, la economía netamente socialista, en el extremo opuesto, privilegia en esencia la economía planificada, el mercado controlado y el capital estatal o colectivo. Considerando la importancia natural que se otorgan a estas antinomias, conviene analizar a continuación las dos primeras (la tercera fue analizada en mi ensayo El derecho de propiedad privada, en http://unihum9.blogspot.com). Los criterios que se usan son, entre otros, la eficiencia, la libertad individual, la equidad, el bien común, el riesgo, la subsidiariedad, el beneficio, la utilidad.

La economía de mercado se distingue porque depende de condiciones estructurales determinadas. Entre éstas pueden destacarse la cantidad de agentes económicos, su poder relativo o su capacidad y diferenciación funcional productiva o de consumo de cada uno de ellos. De este modo, si los agentes y los productos son relativamente pocos, no puede haber mercado y el trueque llega a ser la forma predominante de relación comercial. Si la diferencia de poder relativo entre los individuos es grande y la energía predominante es el trabajo humano, la esclavitud llega a ser determinante como manera de transformar una relación causal inducida en una relación causal obligada.

Además, si el poder económico lo monopoliza el Estado, la sutil estructura de intereses diversos es organizada en forma homogénea por una ruda “planificación centralizada”, la que tiene la característica de dirigir la diversidad de esfuerzos hacia una meta propuesta por la dirección política. Esta puede variar desde el esfuerzo bélico para ganar una guerra y el fortalecimiento del Estado hasta la satisfacción de las necesidades básicas de vivienda, salud, educación y trabajo de la gente. Pero el hecho de construir un Estado tan poderoso lo hace aparecer al pueblo más importante que la persona, pasando el individuo a ser funcional al mismo Estado.

En cambio, si el poder económico lo detenta el capital privado, la riqueza creada va principalmente en beneficio de los poseedores del capital, acrecentando su poder e influyendo sustancialmente en la estructura política, de modo que los trabajadores se mantienen en un nivel prácticamente de subsistencia. El capitalista utiliza la economía de mercado para sus propios fines. Al determinar dónde, cómo, cuando y cuanto invertir influye decisivamente en las remuneraciones, los productos y hasta en sus precios. A través de la estructura de la economía de mercado, el capital consigue un poder tan extraordinario que la modifica hasta el punto de estructurar monopolios y cárteles, verdaderos destructores de la economía de mercado y su libre competencia.

La libertad que proclama la economía capitalista se reduce a la libertad para comprar y vender y la limitada libertad para emplearse, ya que, en la medida que el capital se concentra, la tercera libertad económica, la de emprendimiento, alcanza solo para una influyente y acaudalada minoría. Virtualmente, los trabajadores quedan reducidos a una especie de esclavitud. En consecuencia, hasta ahora no se ha logrado el ideal de la repartición de la riqueza en forma más homogénea a la totalidad de los individuos, conseguir el pleno empleo, y respetar y asegurar los derechos fundamentales de cada uno.

La estructura económica se relaciona con la estructura política de diversos modos, pero según la funcionalidad propia de cada cual. En el curso del siglo XX la economía centralmente planificada por el Estado logró enormes éxitos en el desarrollo económico de países muy subdesarrollados (URSS, China) a través de la acumulación de capital por ahorro forzoso, la dirección de la inversión para desarrollar empresas claves de la economía y el sometimiento de la mano de obra. También ha tenido mucho éxito en los grandes esfuerzos colectivos demandados por la horrenda guerra total en los conflictos bélicos del pasado siglo. La experiencia histórica señala, no obstante, que este desarrollo forzado pisotea, en nombre de la igualdad y la modernidad, hasta las libertades más fundamentales, causando grandes sufrimientos humanos. Ello ocurre de esta manera por privilegiar la chauvinista grandeza de la nación por sobre los derechos humanos en un nacionalismo inhumano.

Cuando la estructuración económica se hace más compleja y los productos son más variados y sofisticados, en comparación con la economía de mercado la economía planificada por el Estado se torna ineficiente para una mejor asignación de recursos y un desarrollo tecnológico y, por tanto, menos competitiva en el mercado globalizado. Además, como concentra en sí enorme poder político y económico, permite poca libertad para invertir capital con máximo beneficio.

Por el contrario, la virtud de una economía de mercado frente a una economía planificada centralmente radica en asegurar la libertad del mercado para asignar recursos de manera más eficiente a través de una estructura de precios que refleja con mayor realismo los costos de los productos. Siempre que se combata el monopolio, en este tipo de economía la ley de la oferta y la demanda logra funcionar apropiadamente, pues permite un máximo aprovechamiento y eficiencia en la utilización de los recursos al determinar la medida precisa de las posibilidades y las necesidades. Esto no quiere decir que la función de la economía de mercado sea conseguir la equidad y lograr que cada cual produzca según sus capacidades y consuma según sus necesidades. Más bien es perfectamente válido extrapolar, como una analogía, la competitiva lucha darwiniana a la economía de mercado, pues los agentes económicos primarios son los individuos humanos que persiguen su propia supervivencia en la jungla del mercado según las posibilidades y necesidades de cada uno, mientras que en el camino queda un reguero de miseria y sufrimiento.

En una comparación entre una economía planificada en un régimen estatista y una economía de mercado en un régimen neoliberal con predominio del capitalismo, la primera resulta ser más competitiva, a pesar de que ambas logran que el trabajo sea disciplinado y subsista en un nivel de vida austero. Mientras la primera logra sus objetivos económicos sin ambages, la segunda debe moverse necesariamente en forma ambigua para sortear las veleidades del mercado y las excentricidades de los capitalistas. Las crisis económicas de la segunda no tiene como causa la capacidad de crédito del sistema bancario, y por mucho que se apoye al sistema financiero cuando entra rojo, los proyectos de desarrollo son inviables justamente por faltas en competitividad.

La economía de mercado se desarrolla dentro de condiciones estructurales muy determinadas y que constituyen el marco económico dentro del cual se desenvuelve. Estas condiciones son naturalmente de una escala superior, y muchas pueden ser determinadas en escalas mayores mediante la regulación, la orientación, la planificación, la programación, el control. Las empresas y corporaciones transnacionales, por ejemplo, determinan muchas condiciones desde esas escalas. Un Estado democrático puede intervenir regulando la planificación, la programación y el control económico de dicho marco económico sin menoscabar para nada el positivo efecto de asignación de recursos del libre mercado. Y al hacerlo consigue subsanar los defectos de una actividad económica si se la dejara completamente a su arbitrio.

Si bien una economía de mercado es eficiente en la asignación de recursos para el crecimiento económico, no lo es para decidir la dirección u orientación del crecimiento, ni de su conveniencia. Esta segunda función pertenece no a las ciegas leyes del mercado, sino a una política razonada y consensuada que persiga el bien común antes que el beneficio económico de algún individuo en particular. De este modo, como observamos anteriormente, mientras el capital privado es normalmente invertido en forma selectiva según el mayor beneficio posible para el interés individual, el capital público es normalmente invertido según el bien común. El primero no está en función de la equidad, en tanto que el segundo se preocupa principalmente por el interés de todos los individuos de la sociedad civil.

Es fácilmente comprensible que una economía planificada, que puede coexistir con la libre empresa, es contraria de una economía de mercado cuando ambas se miden en una misma escala. Sin embargo, no conviene enceguecerse por las ideologías predominantes que obligan a tomar una opción en la alternativa planificación versus mercado o, para simplificar, Estado versus mercado, sin considerar diferencias de escalas. Una economía planificada y una economía de mercado no son necesariamente contradictorias, sino que son hasta complementarias cuando se las consideran en escalas distintas, puesto que la escala del Estado contiene como una de sus partes al mercado. En la escala de la empresa, por ejemplo, es indispensable la planificación de la producción para que los bienes y servicios producidos lleguen a ser más competitivos en la escala del mercado. Similarmente, es necesaria la planificación de la economía en la escala de la economía de una nación, principalmente para determinar prioridades y dar orientación al desarrollo, y también para un mejor aprovechamiento de los recursos humanos y naturales, una apropiada preservación del medio ambiente, una distribución más equitativa de los esfuerzos y del consumo, e incluso una mejor estructuración de los mercados.

La conclusión que ha quedado de manifiesto tras la experiencia negativa de los socialismos reales es que el principio de subsidiariedad, aquél que respeta la funcionalidad de las unidades discretas, ha sido negado. Tanto como el solo mercado no consigue ajustarse automáticamente a los recursos disponibles, satisfacer en forma equitativa las necesidades de los seres humanos, ni preservar el medio ambiente, una planificación de la economía en cualquier escala considerada no es eficiente si no interviene el mercado cuando los productos necesitan transarse. Si bien el mercado indica la demanda y la oferta por bienes y servicios a través de los precios, señalando la conveniencia o no de producirlos, no es un factor determinante para la satisfacción más beneficiosa de las múltiples necesidades de los seres humanos que componen un grupo social y que consiga además la preservación del medio ambiente.

En el fondo de las diferencias entre una economía de mercado y una economía planificada es que en la primera confluyen los intereses dispares de los individuos y en la segunda los intereses están centralmente organizados, ya sea concertados (como en una democracia) o dirigidos (como en un totalitarismo). En el primer caso, existe disparidad de intereses, que es lo que ocurre habitualmente con la productividad individual y la satisfacción de necesidades individuales. Entonces se recurre a la transacción y a la negociación, y el mercado resulta ser el mecanismo más eficiente para realizarlas con un máximo beneficio posible para las partes.

En el segundo caso los intereses se estructuran en torno a un objetivo común, como, por ejemplo, la generación de un producto, el tipo de educación, el abastecimiento de energía, la fluidez del tránsito, la defensa contra un enemigo, el transporte público. Entonces la acción se organiza, se planifica, se concierta. Este segundo tipo de acción es propio de las estructuras que tienen por objetivo no el interés individual, subjetivo, sino el bien común y el interés en regular cosas objetivas, como las estructuras productivas y administrativas. De ahí que sea indispensable la coexistencia de ambos tipos de economías, siempre que se distingan las escalas de cada cual, y, por tanto, sus planos particulares de acción, pues toda necesidad individual subjetiva es satisfecha por algún bien objetivo.

Desde el punto de vista del riesgo y el desarrollo económico, existe una diferencia entre la economía planificada y la libre empresa. Existen ocasiones cuando la sociedad civil, a través del Estado, persigue directa o indirectamente objetivos económicos que no son de interés para los empresarios ya sea porque los beneficios son de muy largo plazo, son menores a los del mercado, los riesgos son muy altos, se trata de una actividad monopólica, o son emprendimientos que sólo la magnitud del Estado es capaz de efectuar. Entonces la entidad que planifica y produce queda dependiente del Estado, o es el mismo Estado. Existen otras ocasiones cuando se valoriza más el libre emprendimiento. Entonces el riesgo es asumido por los particulares.

Pero lo más decisivo en la distinción entre una economía de mercado y una planificada es que las decisiones en la primera son válidas para el presente o, máximo, para el corto plazo, en tanto que la planificación involucra decisiones para el largo plazo. Siendo que desde el punto de vista del desarrollo económico aquellas decisiones económicas que son necesariamente de largo plazo, la planificación económica, ya sea hecha por el Estado o por la empresa, es fundamental. También una economía planificada nacional es justificada por la estrategia económica que puede generar la estructura socio-política.

Por último, no debe olvidarse que los éxitos colectivos mayores que ha visto la historia se debe a una planificación centralizada efectiva. Los enormes emprendimientos de la Segunda Guerra Mundial, por ejemplo, fueron el fruto de la planificación. Las gigantescas batallas, en las que intervinieron millones de soldados, hubieran sido imposibles sin una planificación centralizada de la economía en cada bando para producir el armamento, transportarlo a los campos de batallas, movilizar y entrenar a los combatientes, organizar los ejércitos, abastecerlos en el frente y todo esto, mientras se hacía funcionar la nación, como en tiempos de paz, en medio de la creciente destrucción.



CAPÍTULO 5 – LA ECONOMÍA CAPITALISTA



El capitalismo es el nombre dado a un modelo económico de crecimiento donde la propiedad del capital es privada. Ha sido el motor del gigantesco desarrollo de la economía que caracteriza nuestra época desde la Revolución Industrial, probando ser un sistema económico que funciona exitosamente para producir y distribuir enormes cantidades y variedades de bienes y servicios. Sin embargo, el capital privado tiende a concentrarse y acumularse, llegando a adquirir un poder excesivo que avasalla el poder político, mientras su ética se basa en el egoísmo, contraponiéndose al hecho antropológico que subraya la solidaridad.


Capitalismo es el nombre dado a un sistema económico donde la propiedad del capital, que es uno de los factores de la producción, es privada. Los capitalistas son los poseedores del capital y conforman una clase social conocida como burguesía. El moderno neologismo “neoliberal” indica que es el Estado el que promueve activamente este orden económico-social. Es ampliamente reconocido que esta economía ha sido el motor del gigantesco desarrollo de la economía que caracteriza nuestra época desde la Revolución Industrial, probando que funciona exitosamente para crear, producir y distribuir enormes cantidades y variedades de bienes y servicios. A pesar de que la economía capitalista se ha ido desarrollando desde mucho antes de 1776, cuando Adam Smith (1723-1790) publicó La riqueza de las naciones, con la caída del muro de Berlín y el término de la Guerra fría ella ha ido extendiéndose por todo el mundo.

El éxito del capitalismo es debido a que ha aumentado la riqueza, generado más productos, aumentado el empleo, expandido los mercados y, en no menor medida, publicitado este éxito, como nunca había ocurrido en toda la historia humana. El capitalismo ha sido el motor para mover los capitales que gestan nuevas tecnologías, establecen empresas más dinámicas, reclutan mano de obra productiva, capacitan trabajadores, explotan nuevos recursos y generan mayores mercados. Este brillo del capitalismo ha beneficiado, en contra de los pronósticos socialistas, a grandes masas de trabajadores que usufructúan de beneficios como nunca sus más enconados adversarios creyeron posible. No obstante ocultar la miseria en la que la mayor parte de los seres humanos se encuentra sumida por no ser suficientemente productivos ni asimilar su ética, les da la esperanza de participar algún día de aquél si logran ser incorporados a las legiones de trabajadores y empresarios. En el pasado se quedaron las críticas que ponían el dedo en la deshumanizada llaga del capitalismo, acalladas por el fracaso de los sistemas alternativos, y opacadas por su enorme dinamismo interno.

Sin embargo, en contra de este brillante éxito, las críticas al capitalismo se han ido apilando desde sus inicios y ha provenido de diversos cuarteles. No quiere esto decir que sin capitalismo los problemas humanos quedarían superados.


Privatización, acumulación y concentración del capitalismo


En el curso de la historia de la economía capitalista se han observado tres fenómenos: la privatización, la acumulación y la concentración del capital. Por una parte, en las últimas décadas, el capital se ha hecho mayoritariamente privado. La ideología neoliberal ha supuesto que la empresa privada es más eficiente que la empresa estatal. Explica que una inversión con capital público resulta menos rentable y competitivo que si el capital fuera privado, pues el interés colectivo tiende al bien común, en tanto el interés privado buscará el mayor beneficio posible. En segundo lugar, la acumulación de capital, que se había venido ocurriendo sostenidamente desde la aparición de la agricultura y el pastoreo, en la actualidad es exponencial y ha llegado a niveles nunca antes alcanzados; y ahora se ha venido acelerando a falta de guerras y catástrofes y a causa de las garantías conseguidas de parte de la legislación de los países para aminorar los riesgos de su inversión. Tercero, la competencia y la necesidad por ser más competitivo ha tendido a que el capital se haya concentrado a tal punto que unos cuantos grandes capitalistas poseen la mitad de la propiedad del mundo.

Considerando el trabajo en la perspectiva del capitalismo, las riquezas no pertenecen necesariamente a quien interviene directamente con el propio esfuerzo en su producción, como Locke hubiera supuesto, y quien ni siquiera posee el poder de su propia fuerza muscular arriesga no poder satisfacer incluso sus necesidades elementales de supervivencia. Para el capitalismo, las funciones del trabajo no son precisamente la identificación del trabajador con su actividad, ni su asociación con otros seres humanos a través de su actividad. Tampoco es su dignificación mediante su trabajo, ni el gozo intenso que le puede producir desempeñar una actividad útil y apreciar su producto. Puesto que estas valoraciones, propias de las antiguas artesanías, no maximizan el beneficio del capital, no les son útiles. En cambio, lo que el capitalista ve en el trabajo es un desmesurado salario a cambio de ineficiencia y poca productividad. Además, algunos capitalistas se enorgullecen imaginando que son benefactores sociales cuando suponen que el capital da trabajo. Esta idea sería verdadera si el capital tuviera un origen extra-social y su posesión fuera por derecho natural. Sin embargo, el derecho de posesión lo otorga la misma sociedad a la que también pertenecen los trabajadores, siendo más que todo un privilegio que un derecho natural.

Una explicación acerca del origen del capital se puede encontrar cuando se incorporan los mercados a la discusión, no como una única entidad abstracta, sino que como entidades concretas y plurales. Los mercados son naturalmente desequilibrados. Además sus equilibrios son distintos entre aquellos que tienen el mismo nicho económico. Es posible que en un mercado particular pudiera existir equilibrio, y entonces por cada unidad ofertada habría una unidad demandada, con lo cual el precio alcanzado sería exactamente el costo que requirió producirla. Pero en el conjunto de los mercados existen espléndidas oportunidades tanto para quien compra como para quien vende.

De hecho, un buen comerciante es aquél que compra mercancías en un mercado de mucha oferta y las vende en otro mercado de mucha demanda, siendo lógicamente la distancia entre ambos mercados ya sea espacial o temporal. El capitalismo, para sacar una mayor ventaja de la transacción comercial, desequilibra aún más la natural imperfección del mercado cuando monopoliza uno de los términos de la transacción (o la oferta o la demanda), o induce un modo de comportamiento adecuado del término opuesto mediante la publicidad. Las utilidades generadas incrementan sustancialmente el capital inicial.

También, el capital proviene de situaciones más fortuitas que las oportunidades que se producen corrientemente en los mercados. El descubrimiento de una mina de oro, la invención de una tecnología, la creación de una obra de arte y la posterior especulación de su valor, el paso de una nueva carretera por la cercanía de un terreno, la habilitación de terrenos al cultivo son ejemplos de obtención de riquezas que constituyen capital. En fin, la energía contenida en los recursos naturales es una de las principales fuentes del capital; y quien posee la tecnología apropiada, el capital para explotarlas y los derechos de explotación, queda en condiciones muy favorables para acumular capital. En este sentido, el capital es la posesión de estructuras muy energéticas que pueden ser utilizadas para producir riquezas o que son riquezas en sí mismas.

Por su parte, en una economía capitalista la concentración del capital surge por la necesidad de ser más competitivo, induciendo el crecimiento de la empresa para ocupar todo el nicho de mercado posible, la diversificación de sus productos y la intensidad de capital para ahorrar en trabajo. También se produce naturalmente debido al enorme poder que su posesión trae aparejada, incluido el militar. No es necesario buscar explicaciones en las crisis económicas. Por el contrario, la acumulación mayor ocurre en ausencia de crisis, en especial bélicas. Simplemente, el poder del capital es tan grande que puede hasta determinar el beneficio que le corresponde.


La ideología liberal


El capitalismo desarrolló una ideología, la liberal, cuyo origen se encuentra en la filosofía positivista inglesa. Ésta se puede resumir en las siguientes proposiciones: Primero, el ser humano es un individuo egoísta que tiene por finalidad perseguir ciegamente su propia felicidad, concebida como gozo, omitiendo su disposición solidaria. Segundo, para conseguir este objetivo, debe afanarse en producir riqueza material, que es lo único que puede satisfacer todas sus necesidades humanas; así, el planeta Tierra debe sostener multitudes millonarias trabajando de sol a sol, disciplinadamente, con creciente tecnología y productividad, a costa de sus limitados recursos. Tercero, en este afán egoísta, se consigue supuestamente, como subproducto secundario y políticamente deseable, el interés general, el que proviene por rebalse de la sobreabundancia de una minoría; el afán de lucro es tan antiguo como la historia, lo nuevo a partir de Adam Smith es el pensamiento que sostiene que a través de este afán individual es posible alcanzar el bienestar social y la felicidad de todos; lo original fue sostener que a través de la acción de fuerzas puramente egoístas y centrípetas dentro de un orden espontáneo, pero enmarcadas por las leyes del mercado, se obtiene el mayor beneficio económico posible para la mayoría, generando enormes riquezas para la satisfacción de las necesidades de todos. Cuarto, lo anterior implica que todo (incluido las personas) es una mercancía (tiene dueño y es útil) que se transa en un libre mercado. Quinto, subrayando el principio de subsidiariedad, la propiedad de los medios de producción, incluyendo el capital, debe ser privada, pues se conjetura que al ojo del amo engorda el caballo y el Estado, sujeto a intereses partidarios, es un mal empresario. Sexto, el capitalista invierte siempre calculando conseguir el máximo de beneficio, con el mínimo de riesgo, y en el menor plazo posible. Séptimo, aquello que hace digno al ser humano es el libre emprendimiento, sin considerar que se emprende libremente a costa del trabajo obligado y mal remunerado de la inmensa mayoría.

El pensamiento liberal acerca de cómo se produce el crecimiento económico, que es la clave del bienestar social, contradecía radicalmente al mercantilismo y se apartaba de la imagen de relacionar la economía con riquezas, privilegios y puramente comercio. Había vinculado el comercio con la producción y el capital invertido en producir. El crecimiento económico se potencia a través de la división del trabajo, que se profundiza a medida que se amplía la extensión de los mercados y la especialización. Infirió que los individuos en el mercado, actuando según su propio interés, consiguen una asignación mucho más eficaz de los recursos productivos que cualquier intervención del Estado. El mercado, que se rige por leyes propias, autónomas e invisibles, a través de la oferta y la demanda allí generadas, induce o inhibe a los productores a producir o no determinados productos y en determinadas cantidades. De este modo, a través de la oferta y la demanda de productos que se transan en el mercado, se determina el valor relativo para los mismos, entregando además una señal sobre la conveniencia o inconveniencia de producirlos o consumirlos. Además Smith dedujo que el mercado llega al equilibrio económico, es decir, cuando la oferta se iguala a la demanda, sin necesidad de que el Estado intervenga. Este pensamiento conformó el fundamento del pensamiento económico liberal e instaló a Smith como padre de la economía política contemporánea.

En contra de la ideología liberal del individualismo se puede afirmar que no responde a los hechos antropológicos. En primer lugar, el ser humano es una criatura que, como todo ser viviente, está tras su propia supervivencia y reproducción, pero, como homo sapiens, es una criatura que ha evolucionado genéticamente a lo largo de centenas de miles de años por el esfuerzo colectivo y comunitario, siendo su psicología social, no individualista, sino que principalmente cooperadora y solidaria. Adicionalmente, su condición de sapiens le permite proyectar intencionalmente su vida, más que a la pura satisfacción de sus necesidades inmediatas, hacia incluso la posibilidad de lo transcendente, lo que lo hace un ser eminentemente moral. Puesto que la naturaleza humana no se explica únicamente por el egoísmo, sino que también por la solidaridad, el capitalismo tiene, ideológicamente hablando, una enorme contradicción. Quienes lo defienden desde esta perspectiva son personajes que tienen más intereses personales que proteger que excedentes que regalar. Lo que realmente ha ocurrido es que se ha forzado a sostener, mediante una ideología persistente y poderosa, que las fuerzas centrípetas del individuo producen indirectamente un encuentro solidario de fuerzas centrífugas que se juntan en virtud del mercado. El liberalismo es la ideología del egoísmo y de un individualismo que desvaloriza lo social y la democracia.

Tal es su poder que la burguesía llega a elaborar ideologías que ensalzan el sistema económico capitalista y la difunden a través de los medios de comunicación social de los que ella es propietaria en su mayoría. Impone los mitos que todos llegamos a aceptar como verdaderos: el crecimiento económico como finalidad de la acción política, la autorrealización como propósito de la acción personal, el gozo como objetivo de la existencia individual, el dinero como condición de la felicidad, la participación en el mercado como la expresión de la libertad, y la iniciativa privada como su expresión máxima, mientras el gran capital se apodera del mundo.

Asimismo, a través de la propaganda electoral la burguesía logra mayorías representativas más allá de sus números. El efecto de la interacción política-capital es doble: la propiedad privada del capital es celosamente protegida por el poder político, poder que el mismo capital contribuye a establecer y controlar; segundo, el capital, que tiende a concentrarse generando las enormes diferencias económicas entre los individuos, produce recíprocamente el dominio de muchos por pocos en muchos ámbitos de la vida, además del económico.

La ética humanista critica al capitalismo por su ética que se basa en el egoísmo y la codicia, contraponiéndose al hecho antropológico que subraya relaciones sociales más equitativas y cooperadoras y por ser la antítesis de la solidaridad y la igualdad natural e ideal de los seres humanos. Ha elevado el pecado capital de la codicia a la categoría de una virtud cardinal, comparable a la virtud teologal de la caridad. El humanismo afirma que la economía capitalista deshumaniza la estructura social al interponer el dinero como principal vínculo en las relaciones humanas. Origina individuos egoístas al enfatizar el lucro individual como motor y fin de la actividad humana. Impone el valor de la competencia individualista a nuestra natural psicología de cooperación social. Trastoca el carácter de creatividad y contribución del trabajo por mera mercancía impersonal. Genera un consumismo y un exitismo desenfrenado. Propone modelos para el deber ser que son estereotipos irreales e irrealizables, provocando angustias generalizadas.

Adicionalmente reprocha al capitalismo porque se sustenta en un aspecto limitado de la múltiple funcionalidad del ser humano (el egoísmo y la codicia) y deja la función altruista y solidaria sin expresión posible y limitada al estrecho ámbito de las relaciones familiares y la filantropía. El problema de este desequilibrio de tendencias individuales tiene no sólo graves repercusiones psicológicas, sino también los tiene sobre la estabilidad social. La ideología capitalista siempre repugnará a la conciencia solidaria que sostiene que la subsistencia social depende de la acción altruista y que cualquier otra cosa es la legitimación del abuso y el privilegio. Incluso muchos humanistas preferirían una sociedad más solidaria que rica y poderosa.


El neoliberalismo


El neoliberalismo se basa idealmente en el concepto de la “libertad para elegir”. Tal es precisamente el título de uno de los libros (1980) más populares de unos de los propulsores principales de esta ideología, Milton Friedman (1912-2006). El neoliberalismo supone que el individuo es libre porque, siguiendo a David Hume (1711-1776), “tiene la capacidad para actuar o no actuar de acuerdo a las determinaciones de la voluntad”, pudiendo elegir entre una multiplicidad de medios para obtener un fin deseado. La libertad es una capacidad que tendría el ser humano para optar por alternativas. Precisamente, dicha capacidad la pueden ejercer además todos los organismos vivientes con sistema nervioso central con mayor o menor habilidad. Además, si reemplazamos la determinación de la voluntad de Hume por la concepción de Thomas Hobbes (1588-1679) de una pasión que instrumentaliza la razón para conseguir la autosatisfacción, llegamos al hedonismo de nuestro tiempo como sinónimo de felicidad.

Siguiendo con esta capacidad, como mejor se expresa el neoliberalismo es en la economía, y así Friedman sostiene que la libertad se puede ejercer en su plenitud en el libre mercado. De este modo es posible la coexistencia del libre mercado con una política autoritaria, donde la libertad humana se vuelca puramente hacia la actividad económica del mercado. La ideología neoliberal asegura una máxima libertad individual en materias económicas. Cualquier individuo puede comprar lo que desea según su disponibilidad de efectivo o de crédito, y vender lo que tenga, incluido su propia fuerza de trabajo, según las leyes del mercado. La libertad económica ha suplantado la libertad política, que es exclusivamente humana. Las condiciones que posibilitan la inversión de capital que asegura el empleo no pueden ser alteradas, aunque éstas sean de máxima explotación y expoliación.

En contra del concepto unívoco y minimalista de ‘libertad’ del neoliberalismo, ésta no es únicamente un asunto de elección entre productos que ofrece el mercado. La acción humana es libre en cuanto se dan dos factores: primero, la existencia de una deliberación razonada antes de la acción que determina la voluntad, independiente de compulsiones, como aquellas inducidas por la publicidad; segundo, la existencia de condiciones objetivas para llevarla a cabo. La teoría republicana realizó una verdadera revolución en la práctica política al erigir a la persona y su acción libre como la razón de ser de la acción política, y que se resume en dos aspectos: 1º el reconocimiento y la defensa de los derechos de las personas y 2º la acción política para determinar y alcanzar el bien común o el interés general. Anteriormente, la acción política del monarca se desenvolvía gravosa y autoritariamente en los amplios espacios que permitían los derechos de pueblos y estamentos particulares. Actualmente, el Estado neoliberal percibe en los ciudadanos su capacidad para actuar libremente sólo en el ámbito del mercado, cuando la ley no lo prohíbe y cuando hay elecciones.

Además, por el imperativo de la empresa libre y su interés particular un régimen neoliberal necesita debilitar la participación ciudadana en el poder político y generar simultáneamente una clase política aún más desvinculada de la ciudadanía. La actividad política del ciudadano queda reducida a votar por el candidato impuesto por la clase política. La democracia neoliberal adquiere a una estructura puramente formal, y no logra ser el gobierno del pueblo. Supone que todas las posibles relaciones humanas se reducen al intercambio mercantilista y transaccional. Así, el trabajador y el empleador intercambian trabajo por salario, el productor y el consumidor intercambian producto por dinero, el médico y el paciente intercambian salud por honorarios, incluso los esposos intercambian amor por protección.

El neoliberalismo adhiere a la ideología del individualismo, que expresa que el individuo existe para sí mismo, independientemente del grupo social, y el Estado no puede interferir con su acción. Esta ideología surgió de la tendencia exagerada a suponer que la identidad consigo misma es igual a ser objeto de su propia actividad. Por ella se sostiene que la psicología de los individuos está hecha para perseguir su propio bienestar e interés particular, sin reparar necesariamente en el interés general ni en la acción colectiva hacia cada uno. Más bien, Adam Smith supuso que existe una relación causal entre el afán de lucro individual y su efecto en el bienestar colectivo si se deja que las leyes del mercado operen libremente. El individualismo es en realidad una abstracción de la naturaleza de la persona para explicar, según las escuelas inglesas de pensamiento –empirismo, positivismo y utilitarismo–, la relación entre los seres humanos y la de éstos con las estructuras social y política. Naturalmente, al ser una abstracción, se omite la complejidad del ser humano.

La idea individualista de que el objetivo de la acción individual es su propio bienestar es contraria al hecho antropológico de la solidaridad, la equidad y la cooperación. Aquella idea está detrás de la práctica política de la no participación ciudadana, concibiéndose como suficiente la representación de los intereses individuales y la participación en el mercado. El hecho antropológico es duro y son los cientos de miles de años de vida tribal que han impreso indeleblemente en nuestro genoma la solidaridad y la participación en la sociedad. Este hecho ha permitido al ser humano ser la especie más exitosa del planeta. La república es el régimen político que hace suya estas características antropológicas cuando la tribu deviene en nación.

El neoliberalismo quisiera, en cambio, que las funciones del Estado se redujeran a administrar eficientemente la macroeconomía y a mantener los servicios públicos mínimos, como el judicial y el policial, de modo que permitiera la estabilidad económica que posibilite la máxima seguridad para los negocios. No desearía que el Estado se responsabilice por generar las condiciones que permitan a todos los individuos tener las mismas oportunidades, sino que aspira más bien a que tenga la suficiente autoridad para imponer disciplina a quienes pudieran obstaculizar el libre mercado, pues para aquél éste es la fuente de todas las oportunidades. A diferencia del antiguo liberalismo, que se fundaba en la libertad individual y en el autogobierno de cada individuo, exigiendo plenas libertades políticas, el neoliberalismo anhela que el Estado posibilite al máximo las libertades económicas y limite recíprocamente a un mínimo las libertades civiles, como si el individuo fuera sólo un ser que busca satisfacer sus apetitos más elementales, aunque sean infinitamente variados. En el fondo, constatando las enormes diferencias de posesión que existen en la población, el neoliberalismo está más preocupado por la protección de la propiedad privada y teme que los desposeídos se rebelen.

El problema se suscita cuando el capitalismo inherente al neoliberalismo, y no el mercado, determina la desigual proporción en que la torta se reparte, siendo el capital el más beneficiado. El problema ocurre cuando sólo al puñado de grandes capitalistas la globalización, que borra las fronteras nacionales, les ofrece la posibilidad de buscar las mejores oportunidades, quedando el resto imposibilitado para desplazarse libremente por el mundo tras mejores condiciones de vida y trabajo, si no es como turista. El problema viene cuando el Estado debe hacerse cargo de las necesidades de los habitantes, en especial cuando no son laboralmente útiles. El problema consiste en que el Estado permanece a cargo de los desprotegidos del sistema, mientras quienes profitan de éste procuran manejar al Estado para su propio beneficio. El problema consiste en que se está generando un Estado cada vez más policial y represor para proteger al gran capital.


La democracia republicana y el capitalismo


La democracia es un régimen político que reconoce que los individuos, si bien son partes de un todo como la sociedad civil (que es heredera directa de la primitiva tribu y la antigua polis griega), poseen derechos naturales (a la vida y la libertad) anteriores a aquella por tener objetivos, como personas, que le son propios, que la trascienden y que deben ser reconocidos por aquella misma sociedad civil y por el ente regulador y dirigente (el Estado) que ésta erige soberanamente. El Estado rige con plena potestad y autoridad sobre aquella parte de la persona que se relaciona con la sociedad civil referente al bien común, la convivencia, el orden y la paz social. Su relación con el neoliberalismo es embarazosa. Es reiterativa aquella evaluación que señala que el problema socio-económico más importante actual es la magnitud y el crecimiento de la pobreza en una sociedad cuya burguesía es cada vez más rica y poderosa.

En efecto, el capitalismo engendra diferencias sociales profundas al producir bolsones de gran miseria que quedan marginados del sistema. Remunera al trabajo según una escala que en su extremo inferior cuenta con una proporción significativa de cesantes y subempleados dispuestos a cualquier salario y denigración para mejorar su precaria realidad. Sostiene a través del esfuerzo de muchos la opulencia y el poder más inverosímil de pocos. Crea riquezas que son despilfarradas en suntuosos lujos. Un régimen no puede considerarse democrático cuando por proteger un derecho civil, como el derecho de propiedad privada, viola derechos naturales (de mayor jerarquía), como los derecho a la vida y la libertad.

Desde el punto de vista socio-político, al régimen democrático le repugna que los individuos puedan ser considerados como consumidores y la sociedad civil como un mercado. Un ciudadano no debe suponerse a sí mismo sólo como un consumidor de productos que tiene derecho a votar sus propios representantes que le proveen los bienes y servicios apropiados, pues para eso paga impuestos. Por el contrario, si en una democracia la misión de un representante es velar por el interés general, entonces la misión política de un ciudadano no se remite a entregar su voto en el día de las elecciones, sino que su acción política se refiere a su participación en la construcción de este interés general, siendo que éste podría contradecir en ocasiones el interés particular del ciudadano en cuestión.

Por su parte, el republicanismo critica al capitalismo porque el capital privado tiende a acumularse y concentrarse de modo exagerado, llegando la burguesía a adquirir un poder desmesurado que logra dominar y someter al poder político. En este sentido el capitalismo es caracterizado por dos aspectos. Uno es el carácter jurídico que establece la condición inviolable de la propiedad privada del capital. El otro es de carácter de la ideología individualista, y consiste en la disposición y el usufructo exclusivamente individuales de la propiedad.

El aspecto jurídico del capitalismo surgió en Inglaterra, cuando, por la influencia del individualismo de los siglos XVII y XVIII, heredero del pensamiento centrado en el hombre iniciado en el Renacimiento, se consagró el derecho de propiedad. Los agricultores medianos de aquella época pretendían resguardarse de los privilegios y arbitrariedades de los grandes propietarios de la nobleza y el alto clero. John Locke contribuyó a dar al dominio jurídico los fundamentos filosóficos y éticos. Uno de sus racionamientos básicos, que pretende demostrar que la propiedad privada pertenece al derecho natural, es la afirmación de que el producto del esfuerzo pertenece a quien lo realiza, en la suposición de que nadie podría legítimamente apropiarse de ese producto. Dicho producto pasaría a ser propiedad de quien puso el esfuerzo en producirlo, pudiendo disponer de aquél como estimase conveniente. La realidad es que esta tesis santifica únicamente a quien posee las riquezas y establece que la finalidad del Estado es preservar la propiedad privada. Lógicamente, este principio está muy acorde con la ideología burguesa, interesada por sobre todo en defender los privilegios de su clase social. Al parecer, Locke, en contra de su natural sensatez, escribía para sus aduladores burgueses. Él nunca sospechó que el derecho de propiedad que proponía como derecho natural, junto con el derecho a la vida y el derecho a la libertad, es el débil respaldo jurídico y ético de la propiedad privada sobre el capital y que iba amparar a los capitalistas industriales del siglo siguiente y el gran capital de los siglos posteriores.

Por el contrario, J. J. Rousseau (1712-1778) había afirmado que el derecho a la propiedad no proviene de la ley natural, tal como los derechos a la vida y la libertad, sino que siguió al hecho de la toma de posesión cuando decía con cierto cinismo: “el primer hombre que, después de proclamar «esto es mío» y encontró gente lo suficientemente simple como para creerle, fue el verdadero fundador de la sociedad civil”. Se puede concluir que la sociedad civil, investida de tanto poder podría sin duda dar vuelta este argumento para apropiarse de esta propiedad y legitimar además esa acción en función de la equidad y el bien común. En efecto, es la sociedad civil la que otorga al individuo derechos para poseer y no una supuesta ley natural.

El derecho de propiedad, que surgió de vincular la posesión de tierras e implementos de trabajo con quien la trabaja y de identificar el producto del trabajo con el derecho a poseerlo, ha sido defendido con todo el imperio de la ley, aún cuando es sabido que su acumulación proviene, cuando no del robo, de la audacia, la habilidad financiera y la fortuna de estar en el lugar y el tiempo oportuno. La historia nos enseña que quienes poseen el capital, los burgueses, adquieren, por el mismo hecho de poseerlo, un poder político correlativo tan poderoso que pocas dificultades han tenido para legitimar y hacer valer el derecho de propiedad privada, y quienes han querido oponerse a este dictamen han sido violentamente eliminados mediante guerras, gobiernos autoritarios y la misma ley. Ocurre que en una sociedad capitalista, las instituciones políticas han tenido que adaptarse al imperio del capital privado. Harold J. Laski (1893-1950) ya señaló en Reflections on the Revolution of Our Time, 1933, que, considerando que el Estado pertenece a los poseedores del poder económico, las reformas alcanzan al límite que las clases acaudaladas consentirían sin llegar a las armas. Así las cosas, resulta muy difícil defender las prerrogativas de la república frente al poder de la burguesía, como históricamente está demostrado.


La economía de mercado


No debemos confundir la economía de mercado con la economía capitalista. Esto que parece de Perogrullo es normalmente olvidado, pero es decisivo para comprender la economía contemporánea. Las funciones de ambas son muy distintas y pertenecen a escalas diferentes. La función de la economía de mercado es determinar el valor de las mercancías y, a través del precio que adquieren en el mercado, conocer su relativa demanda u oferta, lo que sirve para señalar la dirección del desplazamiento de la economía y principalmente de la producción. Por el contrario, la función de la economía capitalista es justamente controlar dicho desplazamiento a través del predominio del capital privado, el que persigue la maximización del beneficio. La fuerza de ambos tipos de economías es ciega, a pesar de tener en su origen la intencionalidad humana individual, pues responde a distintas reglas de juego convenidas socialmente. Estructuralmente hablando, la economía de mercado es un simple pero eficiente mecanismo de intercambio de mercancías y servicios que entrega información sobre precios para una adecuada asignación de recursos. Por su parte, en la economía capitalista el capital privado predomina por sobre los demás factores de la producción económica para explotar aquellos recursos que otorguen el mayor beneficio posible a su poseedor.

De ahí que la economía de mercado sea avasallada por la economía capitalista. Ello es posible a causa del enorme poder que adquiere el capital al poseer la capacidad para determinar los modos de los otros factores de producción y de manejar además la voluntad del consumidor a través de la inversión en publicidad y en ideologías que le favorecen. La publicidad es una inversión de capital que procura revertir la natural relación causal que se produce cuando una necesidad induce la producción de un bien o de un servicio que la satisfaga; incluso llega a imponer la moda, o mejor dicho, la ética de su consumo indicando cómo, dónde, cuándo, hasta cuándo y en qué cantidad es permitido consumirlo.

La relación del capitalismo con la economía de mercado es que se cree que la iniciativa privada se desarrolla mejor sin la interferencia del Estado, suponiendo que la iniciativa privada –esto es, la iniciativa de los capitalistas dónde invertir– es un valor superior y absoluto. En esta concepción el interés general ya no aparece como efecto de una acción políticamente concertada, sino como efecto de la acción en el mercado de una multiplicidad de individuos que buscan su propio interés. La riqueza deja de tener un sentido social y se transforma en una posesión individual para ser utilizada por su poseedor y dar rienda suelta a todas sus ambiciones y sueños de poder, con la mínima coerción social y política posible.

La economía capitalista utiliza la economía de mercado para sus propios fines. Al determinar dónde, cómo, cuando y cuanto invertir influye decisivamente en las remuneraciones, los productos y hasta en sus precios. En la economía de mercado el capital consigue un poder tan extraordinario que la modifica hasta el punto de estructurar monopolios y cárteles para manipular la libre competencia. La subordinación que la economía capitalista efectúa sobre la economía de mercado, que está en la base de las polémicas económicas, subsistirá mientras se perpetúe el reconocimiento del derecho absoluto de propiedad de capital privado y existan recursos que explotar y ambiciones que satisfacer. Así las cosas, resulta de la mayor ingenuidad pretender que el mercado es libre porque legalmente se penaliza el monopolio.


La eficiencia


Se asevera que el capital privado es más eficiente que otro tipo de propiedad de capital, lo que algunos explican por el antiguo proverbio “al ojo del amo engorda el caballo”. Pero esta afirmación es en realidad equívoca. Lo que efectivamente explica este adagio es que el amo, en procura de engordar al caballo, está dispuesto a utilizar cualquier recurso, aunque sea mucho más eficiente empleado en otras finalidades, o aunque sea éticamente reprobable.

Desde el punto de vista social, el capitalismo aparece como un sistema verdaderamente ineficiente en la utilización de recursos. A pesar de utilizarlos hasta el derroche, el capitalismo no ha logrado solucionar el problema económico fundamental que es el pleno empleo y la satisfacción de las necesidades básicas de alimentación, vivienda, salud, educación y entretenimiento para toda la población, mientras genera una enorme inequidad en la repartición de las riquezas. Asimismo, el capitalismo no es eficiente en la preservación del medio ambiente. Por la necesidad del capital de invertir, presiona sobre el débil entramado de la naturaleza en busca de cada vez mayores beneficios, agotando los recursos naturales y contaminando el medio ambiente. Ciertamente, este mal también se puede hacer extensivo a economías centralmente planificadas que por mantenerse vigentes y en antagonismo con el capitalismo han devastado el medio ambiente de manera similar o peor.

Igualmente, se ha construido el mito de la eficiencia de la libre empresa. Este mito es sustentado por el deseo de algunos de ejercer el poder sin traba alguna, y en la libre empresa el propietario corrientemente disfruta el ejercicio del poder como Lenin jamás lo pudo soñar, aunque la eficiencia deje mucho que desear. La libre empresa está más preocupada por mantenerse en el mercado que por producir bienes y servicios que tengan verdadera utilidad y que hayan sido producidos empleando concienzudamente los recursos. En realidad, si existiera un mecanismo asignador ideal que no fuera avasallado por el poder del capital, se podría satisfacer con los mismos recursos económicos existentes las necesidades de todos los seres humanos del mundo y sin deteriorar el medio ambiente.

Si se analizara cuál es verdaderamente la fuerza que impulsa una empresa a ser más eficiente, crecer y desarrollarse, conquistar mercados e innovar, veríamos que no está en la decisión del capitalista para invertir o no en dicha empresa. La perspectiva que tiene el capitalista, que determina si invierte o no, es si la empresa en cuestión tiene capacidad para generar utilidades que aseguren el interés que busca y acreciente su capital. La verdadera fuerza detrás de la empresa está en la calidad de su gestión, en su espíritu innovador y productivo y en la demanda real que exista por lo que produce. En otras palabras, esta fuerza no proviene de quien sea su propietario. Todas estas condiciones levantan las preguntas, ¿por qué se privilegia entonces al capital?, ¿por qué debe existir exclusivamente capital privado y no también capital estatal?, ¿cuál es entonces el mérito del capitalismo para que lo aceptemos con tanta obsecuencia?, ¿no será que los capitalistas nos han hecho creer que son nuestros salvadores?

No se puede dejar de indicar que el capitalista y el empresario, que para Marx eran la misma persona explotadora, se disociaron hace tiempo. El nuevo capitalista comprendió que no necesita correr los riesgos del empresario, permitiendo que sea el sistema financiero el que califique el riesgo de la inversión. En cambio, es el empresario quien debe correr el riesgo anteriormente reservado al capitalista. Mientras el empresario debe sufrir el estrés por el éxito o el fracaso de su empresa, la inversión hecha por el capitalista ha sido debidamente garantizada. No es una casualidad que la banca encabece la lista de los sectores económicos con mayores utilidades anuales.


La inequitativa relación trabajo-capital


Considerando el trabajo en la perspectiva del capitalismo, las riquezas no pertenecen necesariamente a quien interviene directamente con el propio esfuerzo en su producción, como Locke y Smith hubieran supuesto, y quien ni siquiera posee el poder de su propia fuerza muscular arriesga no poder satisfacer incluso sus necesidades elementales de supervivencia. Para el capitalismo, las funciones del trabajo no son precisamente la identificación afectiva del trabajador con su actividad laboral, ni su asociación con otros seres humanos a través de su actividad. Tampoco es su dignificación mediante su trabajo, ni el gozo intenso que le puede producir desempeñar una actividad útil y apreciar su producto. Puesto que estas valoraciones, propias de las antiguas artesanías, no maximizan el beneficio del capital, no les son útiles. En cambio, lo que el capitalista ve en el trabajo es un desmesurado salario a cambio de ineficiencia y poca productividad del trabajador. 

Algunos capitalistas se enorgullecen imaginando que son benefactores sociales cuando suponen que dan trabajo. Esta idea sería verdadera si el capital tuviera un origen extra-social y su posesión fuera por derecho natural. Sin embargo, el derecho de posesión lo otorga la misma sociedad a la que también pertenecen los trabajadores y que tiene por finalidad el interés general.

La causa profunda de la desigualdad social es que en el medio económico del libre mercado el trabajo naturalmente abunda, mientras el capital es siempre escaso. Entonces, en el mercado se produce una sobreoferta de trabajo al tiempo que existe una sobre demanda por capital, de modo que la participación de los beneficios de la actividad económica resulta bastante desigual y muy poco equitativa, siendo la participación del beneficio en cualquier emprendimiento productivo mucho mayor para quien posee el capital. Este factor es más desequilibrante cuando el trabajo no es calificado y el capital es intensivo en tecnología. De hecho, el trabajo debe ser efectuado a cualquier precio, pues quien lo ejecuta está forzado primeramente a sobrevivir. En cambio, el capital, que está siempre en gran demanda, es cómodamente invertido en la actividad que ofrezca el mayor beneficio dable y en el menor plazo posible, al tiempo de obtener la garantía que podrá ser recuperado. Incluso si la calidad del trabajo mejorara en cuanto una mayor productividad del trabajo como resultado de una mayor capacitación, disciplina y dedicación, y si estas características pertenecieran en forma generalizada a toda la fuerza laboral, el nivel de remuneraciones se mantendría necesariamente baja, lo suficiente para permitir que los trabajadores sostuvieran dicha calidad que está en relación directa con la productividad general.

El capitalismo, que busca la maximización de beneficios, logra conseguir automáticamente una cierta tasa de desempleo a través de intensificar la inversión en bienes de capital y/o desarrollar tecnologías sustitutivas de mano de obra y, por tanto, de mayor oferta de trabajo, lo que se traduce en miseria para los cesantes y pobreza para una mayoría de trabajadores. En su búsqueda por disminuir los costos en mano de obra el capitalismo no ha dudado históricamente en invertir en regiones de abundancia de mano de obra, explotar mano de obra infantil, incorporar la mujer al trabajo, extender el horario de trabajo hasta límites insostenibles.


La tecnología 


El capital puede ser invertido en bienes de capital, materias primas y trabajo, y generar, por lo tanto, mayor cantidad de productos. También puede ser invertido, desde luego, en tecnología apropiada ― específicamente, en investigación y desarrollo tecnológico ― la que pasará a formar parte de las exclusividades de una empresa particular. Una nueva tecnología puede generar mayor expansión económica al conseguir los recursos y su transformación en producto con menor costo, optimizando el beneficio.

La acumulación de capital ha traído aparejado el desarrollo tecnológico. La tecnología, que consiste en extensiones extremadamente eficientes del cuerpo humano para dominar mejor a la naturaleza, no es otra cosa que el reemplazo más efectivo y económico de su esfuerzo, tanto intelectual como físico. Puesto que lo que obtiene son máquinas, productos, procesos y materiales para extraer recursos y acelerar y abaratar el trabajo, es también una forma de acumulación y concentración de capital.

La tecnología es inversión de capital y sigue los propósitos de éste: el beneficio privado. El capital puede ser invertido en tecnología con un doble propósito: explotar mejor la naturaleza y reducir los costos en trabajo. Una nueva tecnología puede optimizar el beneficio del capital al conseguir productos más competitivos. El crecimiento económico es principalmente fruto de la tecnología. Puesto que la tecnología crece en forma exponencial, el crecimiento económico es también exponencial. En realidad, como se ha podido comprobar con fuerza desde al menos la Revolución industrial, la combinación de capital y tecnología produce una aceleración del desarrollo económico semejante a la aceleración de la reacción nuclear de una pila atómica, donde la adición de material radiactivo acelera el número de reacciones hasta un punto que sobrepasa el límite de la auto-sustentación.

Siguiendo esta analogía, podríamos suponer que, pasado ese punto, se debe cuidar no llegar a juntar mayor cantidad de material que supere lo que se denomina masa crítica, para que la reacción no se acelere tanto que llegue al punto de explosión. El problema de nuestros tiempos es el producido por los límites naturales impuestos a un desarrollo económico basado en el desarrollo tecnológico. También esta analogía es descriptiva en otra materia, la de desechos nucleares. Toda actividad económica tiene un cierto impacto en el medio ambiente, el que se intensifica y se prolonga en el tiempo con un desarrollo mayor.

La tecnología puede desarrollarse en diferentes direcciones, magnitudes e intensidades. Mientras ello implique ejercicio de fuerza, su desarrollo seguirá por las direcciones y alcanzará las intensidades y magnitudes que logren aportar mayores beneficios a quienes la poseen, independientemente de las alternativas que puedan resultar más beneficiosas para los más necesitados o para los distintos ecosistemas, y para la biosfera en general. Se puede comprender entonces que la tecnología, en la cual se cifraron tantas esperanzas, no pueda dar respuesta a los problemas más vitales de una mayoría cada vez más grande de la humanidad, como la indigencia, la ignorancia, la falta de libertad.

Por lo anterior la tecnología no es una fuerza ni económica ni socialmente neutra. Ciertamente, quien posee tecnología está en condiciones económicas más favorables, y quien dispone de la tecnología de punta está en posición aún más ventajosa. No en vano el acceso a una buena educación, que es inversión de capital en conocimiento tecnológico, es en la actualidad tan codiciado, no importando que las exigencias sean cada vez mayores. La demanda por la educación en tecnologías es directamente proporcional al desarrollo tecnológico y a la complejidad que éste trae consigo.

La tecnología es un factor de la producción puesto en cómo maximizar y explotar óptimamente los recursos económicos. Es conocimiento acumulado, a menudo celosamente guardado. Es capital invertido en costosa investigación, innovación y desarrollo. Es propiedad de alguien que busca beneficiarse. Vemos entonces que el desarrollo y crecimiento económico es principalmente fruto de la tecnología. Ésta es un recurso puesto en cómo maximizar y explotar óptimamente los demás recursos económicos. Es una poderosa fuerza que tiene decisivos y profundos efectos sobre la estructura social y económica. Mientras mayor sea la fuerza, como resultado de la combinación del capital y la tecnología, tanto mayor será el poder capaz de ser ejercido sobre la naturaleza y principalmente sobre la misma sociedad.

Un producto es competitivo siempre que tenga ventajas comparativas. Y lo que en nuestro mundo altamente tecnológico permite que un producto las tenga es principalmente una tecnología exclusiva. Una tecnología no exclusiva no hace que el producto posea una ventaja comparativa. No basta con copiar tecnologías por todos conocidas para conseguir un producto aún más competitivo. Si una empresa no usa la tecnología de punta, simplemente no podrá estar en el mercado; pero si esta tecnología de punta es además exclusiva, es decir, que sólo dicha empresa la pueda utilizar por poseer derechos sobre aquella, será comparativamente muy ventajosa. La exclusividad la otorga una patente de invención y, consecuentemente, se trata de un privilegio que destruye el libre mercado al conformar un monopolio. Ciertamente, este privilegio es la compensación por el capital invertido en investigación y desarrollo que pocas veces consigue el pleno éxito.

El origen de la alta tecnología se puede trazar a las potencias económicas y militares, las que han perseguido el poder hasta la misma hegemonía geopolítica. Buscando el prestigio internacional y la superioridad bélica, no han reparado en gastos para desarrollar hasta las complejas tecnologías que les permite otorgar el poder militar incontestable y evitar ―con un cierto sentido de paranoia― cualquier amenaza contra su seguridad nacional. Sin duda, todos reconocen no sólo que la superioridad bélica está al servicio de los esfuerzos hegemónicos de las potencias para dominar los mercados, sino que también el costo para erigir estos gigantescos establecimientos militares se paga largamente con los beneficios de dominar de hecho los mercados.

Las poderosas instituciones estatales aeroespaciales y de defensa, financiadas con el aporte ciudadano, costean empresas privadas para desarrollar productos de sofisticada tecnología para uso bélico. Con el tiempo, en la medida que los costos de los productos se reducen a causa de un mayor desarrollo, las aplicaciones civiles aumentan en áreas como la cibernética, las comunicaciones, la aviónica y muchas más. Las empresas se fortalecen con una tecnología exclusiva y un producto muy competitivo y de gran demanda, dominando el mercado internacional y enriqueciendo de paso la nación donde están establecidas.

La antigua educación universitaria, en el sentido literal de conocimiento universal por el saber, ha quedado obsoleta, pues era impartida a ciertos grupos más o menos aristocráticas, los que debían ocupar su ocio en cuestiones dignificantes. En cambio, una sociedad tecnológica requiere especialistas. La educación universitaria actual, que no pretende ser literalmente universitaria en el sentido de conocimiento universal, sino educación superior, ha quedado en manos de institutos profesionales altamente especializados que en rigor no deberían llamarse “universidades”. Una educación acerca del conocimiento de los diversos aspectos del universo es demasiado onerosa para las legiones de estudiantes que buscan una profesión o un oficio que les permita valerse económicamente y sobrevivir en nuestro mundo tan poblado y competitivo. Pero sería una tragedia cultural negarles el conocimiento universal.

La tecnología en combinación con el capital privado tiene básicamente como efecto el consumismo y el despilfarro de una minoría, la expoliación de los recursos naturales, una explosión demográfica generadora de seres humanos condenados a la miseria y la concentración de poder en manos de unos pocos. Se puede comprender entonces que la tecnología, en la cual se cifraron tantas esperanzas, no pueda dar respuesta en forma directa a los problemas más vitales de una mayoría cada vez más grande de la humanidad, como la indigencia, la ignorancia, la falta de libertad.



CAPÍTULO 6 – LA ECONOMIA GLOBALIZADA



El orden económico capitalista es ahora global. La globalización de la economía no es otra cosa que la extensión del capitalismo fuera de las fronteras nacionales y su acceso a todo el mundo. Llegó a su plenitud con el término de la Guerra Fría. Con sus enormes recursos políticos, militares y económicos el capitalismo resultó vencedor sobre alternativas socialistas que descansaban sobre economías estatistas y planificadas centralmente. Lo que ganó fue el libre comercio mundial y la posibilidad de que el capital pueda ser invertido en cualquier lugar del planeta con garantías plenas de que no será expropiado. Sin embargo, en este mismo juego una potente economía centralmente planificada se erige como peligroso competidor, amenazando este orden global.


El fenómeno de la globalización


En contra del nacionalismo, uno de los objetivos del capitalismo ha sido establecer un sistema de economía abierta globalizada. A través de su enorme influencia en el poder de los estados de las naciones más desarrolladas, guiadas por los países anglosajones, los capitalistas han manejado la política externa y militar para promover sus intereses y explotar los recursos de las naciones débiles con fabulosas ganancias. La expansión de los negocios a nivel mundial ha posibilitado acceder a mayores recursos y entrar en ingentes mercados. La Guerra Fría, en la segunda mitad del siglo XX, no fue otra cosa que el exitoso proyecto del capitalismo para establecer su hegemonía mundial. Incluso los movimientos obreros de países subdesarrollados que buscaban mejores condiciones laborales dentro del sistema liberal fueron tachados de comunistas y reprimidos, en muchos casos, brutalmente. Se da el caso obvio de que los países más desarrollados tienen entre su población un mayor y más acaudalado número de capitalistas. Los distintos gobiernos estadounidenses, obsecuentes a su poderoso establecimiento industrial y militar, junto con sus aliados europeos y asiáticos, sirvieron de puente de plata para los intereses de las grandes corporaciones para imponerse en todo el mundo.

Algunas condiciones técnicas debieron darse para que la globalización económica pudiera ocurrir. La globalización ha sido posible porque se ha desarrollado una red de información y comunicación planetaria, se ha construido una red bancaria y financiera mundial a través de la cual se pueden realizar transacciones comerciales instantáneas y seguras con cualquier lugar del globo, y se puede transportar cualquier tipo de mercadería entre cualesquier dos puntos del mundo a un costo irrisorio. Lo último fue el resultado de que previa o simultáneamente hubo ciertos desarrollos muy importantes, como el invento de los contenedores, la mecanización de los puertos, los buques de gran tonelaje, los enormes aviones de carga, la expedición en las aduanas y una caída de los aranceles. Ello permitió el comercio de cualquier producto sin importar las distancias, antigua condicionante que enriquecía a los comerciantes que la sabían aprovechar, que hacía que variara tanto la relación oferta-demanda entre un lugar y otro y que posibilitaba los desarrollos económicos nacionales casi autárquicos y sin tanta interferencia externa.

En consecuencia, la manifestación de mayor impacto mundial del capitalismo en su historia ha sido su globalización. El capital privado se ha hecho internacional en el fenómeno denominado globalización de la economía. La inversión de capital privado donde más le reporte beneficios y con mayores garantías ha determinado el nuevo orden económico. El capital globalizado tiene una doble característica particular: es privado y es apátrida. Es invertido dondequiera en el planeta que existan las mayores posibilidades de los mejores beneficios: más grandes, más rápidos, más seguros. Se ha requerido de los estados que la inversión de capital tenga plena seguridad que no vaya a ser expropiado. El expediente ha sido sencillo: cualquier país, usualmente subdesarrollado y avasallado por el gran capital, que se atreva a semejante aventura es castigada por los países poderosos, incluso marginándolo del sistema internacional.

Si para Marx y su época el fenómeno económico más perceptible fue la concentración del capital, para nosotros el principal fenómeno económico en la actualidad es además la gigantesca acumulación del capital. Nunca antes en la historia ha habido mayor acumulación de capital ni tampoco éste se ha tornado mayoritariamente privado. Por otra parte, las tendencias de concentración del capital se han intensificado, acentuando tanto la diferencia entre ricos y pobres como la distancia entre países desarrollados y países subdesarrollados. Si la concentración del capital construye grandes y poderosas empresas, la concentración del capital en el ámbito internacional construye poderosísimas corporaciones transnacionales y fabulosos imperios económicos, contra las cuales el poder popular queda inerme. A finales del siglo XX, el 47% de la riqueza mundial pertenecía a sólo 250 individuos.

En resumen, una economía globalizada supone una gran acumulación y privatización del capital, con un alto grado de concentración, una total garantía para su inversión, grandes recursos naturales que explotar, una gran masa laboral (se ha inducido a las mujeres abandonar sus labores domésticas para integrarse al trabajo remunerado), altamente disciplinada, capacitada y productiva, radicada en los distintos países y que es además consumista, medios de comunicación expeditos, medios de transporte rápidos y económicos, y disminución de las barreras proteccionistas.

La apertura económica y la libertad de comercio entre países generan recíprocamente especializaciones y distinciones económicas entre éstos. En una primera fase se pueden distinguir los países industrializados de los puramente proveedores de materias primas. Posteriormente, cuando el capital privado se puede mover libremente, las distinciones se relacionan con países que tienen grandes ganancias por la mayor concentración del capital y por la mano de obra capacitada y especializada, y con países que subsisten del escaso valor agregado aportado por el trabajo no calificado y por el trabajo calificado pero subempleado de sus grandes masas laborales, las que, además, en una buena proporción, se mantiene desempleada como una condición de para abaratar costos del trabajo.

Mientras los recursos humanos y naturales entran dentro del inventario de un país, el capital y la tecnología trascienden sus fronteras nacionales. Los individuos, poblaciones o naciones que no comprenden o no comparten valores tales como el individualismo, el exitismo, la competencia, el afán de lucro, el consumismo, el egoísmo, propios del capitalismo, quedan marginados del sistema y sumidos en la miseria. De este modo, el capitalismo se ha constituido en una fuerza homogenizadora de las culturas y en la principal fuerza destructora de la diversidad cultural. Mientras los productos para el consumo masivo pasan a ser inaccesibles para una creciente masa de desempleados, se produce derroche en quienes viven de los beneficios del capital. El mito del “chorreo” es sólo eso: un puro mito.

La hipocresía del modelo neoliberal, que supone que existen únicamente agentes económicos libres compitiendo entre sí en un mercado libre que determina la supervivencia de los más aptos, es doble: por una parte, no toma en cuenta el enorme poder que ejerce el capital en las estructuras política y económica; por la otra, tampoco toma en cuenta la decisiva interferencia de los estados poderosos no sólo para imponer por la fuerza policial y militar lo que conviene a los intereses que controlan estos estados, sino para financiar el desarrollo de la tecnología que genera productos altamente competitivos. Ya en 1960, el presidente estadounidense Dwight D. Eisenhower había denunciado el enorme poder del “complejo industrial militar” de EE.UU.

Adicionalmente, después de la Guerra Fría, el inmenso establecimiento dedicado al espionaje bélico, consistente en cientos de satélites espías, miles de funcionarios especialistas en analizar información y millonarios presupuestos, se ha volcado al espionaje industrial en favor de sus empresas nacionales. En esta competencia las naciones subdesarrolladas siguen ingenuamente el juego del modelo neoliberal tal como las agencias internacionales de crédito dictaminan y que son manejadas por las potencias económicas según sus propios intereses. Estas naciones solo consiguen proveer la mano de obra barata y los recursos naturales no renovables, mientras siguen sumidas en el subdesarrollo, deteriorando su medio ambiente y experimentando una explosión demográfica que consume cualquier incremento que pudieran generar sus débiles economías.

Los economistas neoliberales tienden a creer además que con la globalización de la economía, que ha destruido barreras políticas y ha acercado la geografía, el mercado libre nacional se ha extendido a todo el planeta y sirve de lugar de encuentro para toda la humanidad en sus funciones de vendedores y compradores libres para intercambiar con plena transparencia la enorme variedad de bienes y servicios que satisfacen las infinitas necesidades humanas. Ahora, este mundo feliz comprende los miles de millones de seres humanos que pueden comprar lo que necesitan, siempre que puedan vender lo que tienen. Lamentablemente, para la mayoría de la humanidad lo que tienen se cotiza muy bajo.

La inversión de capital sirve en último término para explotar los recursos naturales y transformarlos en cosas útiles para los seres humanos. En consecuencia, considerando la insaciabilidad humana y la acumulación actual de capital, el único límite para el crecimiento económico es la capacidad de la naturaleza, la que de por sí es finita. Existen recursos ya agotados y otros en vías de extinción. Llegará probablemente algún día que se cumpla la profecía de Malthus.


El trabajo


Sin duda, la economía globalizada ha acentuado la desmedrada posición que el trabajo ha tenido en la economía capitalista y neoliberal. La relación capital-trabajo en la economía de mercado es absolutamente desequilibrada, ya que allí se da tanta demanda por capital como oferta de trabajo. En esta relación, el capital tiene asegurado un beneficio cada vez mayor, mientras el trabajo es cada vez menos remunerado. Una tasa de cesantía mayor del 4% garantiza que el trabajador no pueda ser muy exigente, pues, aunque el sindicalismo proteja un nivel mínimo de salarios, éste puede ser fácilmente echado de su trabajo y reemplazado por un cesante que anda buscando salir de su lamentable estado y aceptando cualquier salario. Por su parte, una retribución muy alta del trabajo es reemplazada por inversión en tecnología que sustituya el trabajo. En la economía globalizada, el trabajador debe competir con los trabajadores de todo el mundo, realidad ya completamente lejana al de la época del Manifiesto comunista (1848), de Marx y Engel, que llamaba a los trabajadores a unirse.

Pero lo primero que debe destacarse es que el significado de la globalización de la economía respecto el trabajo se refiere, no a que los trabajadores tengan la libertad para desplazarse hacia aquellas naciones donde existan mejores condiciones de trabajo, sino a que, a causa de la disminución del costo del transporte, los procesos de producción que requieren de mano de obra se pueden realizar en aquellas regiones del globo donde la mano de obra sea más capacitada, productiva, disciplinada, organizada y, sobre todo, económica. Fuera de los turistas y las aves migratorias, lo único que tiene plena libertad para desplazarse a través del mundo son las mercancías y el capital. El trabajo permanece anclado a su país, pudiéndose desplazar con libertad únicamente dentro de las fronteras nacionales. 

Aún no existen asociaciones previsionales que sean tan transnacionales como los bancos ni cuentas previsionales que funcionen como las bancarias. No hay interés en ello, pues las políticas migratorias se han hecho cada vez más estrictas y restrictivas por parte de países con mayores oportunidades y con poblaciones cada vez más consumidoras y exigentes de sus derechos en relación con las poblaciones de países cada vez más superpobladas y pobres. Ciertamente, este fenómeno es justamente lo contrario a la afirmación que Marx hizo en el citado Manifiesto que “los proletarios no tienen patria”. En realidad es lo único que les queda. Además, el Estado, siempre que no esté secuestrado por la plutocracia, tiene como una de sus funciones el velar por los ciudadanos-trabajadores, habiéndosele restado no obstante la posibilidad de participar activamente en la economía de la nación.

Dentro del ámbito de un país, en la economía capitalista, para el trabajo la pura inversión de capital es ambivalente. Por una parte, aquella produce mayores posibilidades de empleo al aumentar las posibilidades de explotación de la naturaleza y la obtención de materias primas, desarrollar más los sectores secundarios y terciarios de la economía, construir infraestructura, implementar servicios, etc. Pero por la otra, una mayor inversión, que persigue mayor producción, productividad y disminución de costos, tiende a reemplazar el trabajo por tecnología al incorporar maquinaria de última generación, introducir mayor automatización y robotización. En consecuencia, el valor del trabajo nunca será muy alto ni tampoco se puede lograr el pleno empleo.

La ambivalencia de la inversión de capital es que aunque, por una parte, abarata los costos de producción, haciendo bajar los precios de los productos, aumentando su accesibilidad, por la otra, tiende a generar desempleo. Ya en 1811, en Nottinghamshire, Inglaterra, los obreros ludditas, movimiento inspirado en un místico, Ned Ludd, destruyeron la maquinaria de una fábrica textil en el inútil intento de que su trabajo no fuera remplazado por maquinaria. Anteriormente, en 1776, Adam Smith reconocía que el desarrollo del maquinismo, además de la división del trabajo, embrutecía a los obreros. Los ludditas recalcaban que la llegada de máquinas significa para los trabajadores la cesantía.

Así, el reemplazo de capital en su forma tecnológica por trabajo genera disminución de la participación del trabajo en la producción e incrementa la masa desempleada o subempleada, la que se mantiene total o parcialmente fuera del mercado. En degradadas regiones del globo el consumidor pasa a ser miembro de una especie en extinción, mientras la brecha ricos-pobres aumenta aceleradamente. La mejor opción para el trabajo es su capacitación para las nuevas tecnologías y actividades económicas que van apareciendo. El costo de esta capacitación es asumido crecientemente por el Estado. El problema se acentúa en una economía globalizada. Mientras las mercancías y productos en cualquier fase de su producción pueden ser fácilmente transportados a cualquier punto de la Tierra, los trabajadores permanecen por lo general atados a su lugar. El trabajador debe competir por el puesto de trabajo no sólo con su con-nacional, sino que con los trabajadores del mundo.

El papel de los sindicatos llega a ser irrelevante cuando, para no quedar cesantes, los trabajadores deben competir con sus pares de todo el mundo. Esta nueva característica obliga a los sindicatos locales, ya no sólo a presionar al patrón por ventajas, sino a competir internacionalmente con otros sindicatos para mantener e incrementar lugares de trabajo. Tal es la política del sindicalismo norteamericano que se opone tanto a la inmigración de latinoamericanos como a convenios internacionales de libre comercio. En una economía globalizada los sindicatos nacionales ya no pueden presionar por el establecimiento de las condiciones mínimas de trabajo, lo que constituye otro triunfo para el capital. Ahora la función de los sindicatos es presionar para que las inversiones se realicen en función del empleo, aunque manteniendo la productividad y la competitividad del producto. A lo máximo que pueden aspirar un sindicato es que el trabajador obtenga un beneficio por su mayor productividad.

Las crisis económicas de la época anterior a la globalización se debían principalmente a que una mayor productividad no tenía como contrapartida un incremento de la demanda agregada, con lo que se producía una sobre oferta de bienes y servicios. Con la globalización, no se hace necesario el aumento de las remuneraciones del trabajo ante una mayor productividad, siempre que exista demanda para estos bienes en cualquier otra parte del globo.


El Estado


Sin probablemente exagerar mucho, el efecto político más importante de la globalización de la economía ha sido debilitar el sistema republicano que había sido forjado por las revoluciones norteamericana y francesa durante el siglo XVIII. Este debilitamiento ha sido proporcional al poder que ha asumido el capital privado, que se ha hecho paradójicamente cada vez más independiente del control estatal en la medida que las otrora poderosas empresas estatales son privatizadas. Simultáneamente, el neoliberalismo está forzando al Estado a comprender que el control económico lo detentan las voluntades de incontables propietarios de capital en el mundo entero que andan tras la búsqueda de las mejores oportunidades de inversión. Anteriormente, persiguiendo la autonomía, el poder y el prestigio nacional, el Estado había propulsado el desarrollo nacional cimentado en el desarrollo económico que la industrialización había hecho posible. Precisamente, este desarrollo había sido la justificación de estados poderosos y del uso de drásticas ingenierías políticas que en muchas naciones habían llevado al totalitarismo más completo tras la Revolución bolchevique, en 1918, el fascismo en Italia, en 1922, y el nazismo en Alemania tras el ascenso de Adolfo Hitler al poder, en 1933.

Con la globalización de la economía el Estado ha sufrido importantes transformaciones. Su papel económico, que buscaba anteriormente el prestigio y la supremacía nacionales, se ha reducido a solo posibilitar el máximo empleo y a mostrar una cara ordenada y proactiva al inversionista. Ya no es un agente económicamente activo del desarrollo nacional, sino que apelando a un cierto principio de subsidiariedad (“lo que la parte puede hacer, la parte debe hacerlo”), el neoliberalismo lo ha limitado a posibilitar las condiciones jurídicas y de infraestructura material para facilitar el desarrollo del libre mercado, la libre empresa, la apertura económica y, por sobre todo, la inversión de un capital escurridizo, pero vital factor de desarrollo económico.

El énfasis fue puesto en la libre empresa y el libre mercado, en contraposición a una economía controlada por el Estado a través de estancos, concesiones monopólicas, empresas estatales, control de precios y planificación centralizada. El liberalismo económico tuvo más fuerza que el nacionalismo centrado en el poder estatal y el estatismo. Naturalmente, quienes poseen el capital dominan la política. Ahora, el manejo del Estado es cada vez más prerrogativa de los capitalistas, quienes controlan además los medios de comunicación de masas e imparten su ideología liberal-burguesa, influyendo profundamente en los valores (exitismo e individualismo) y hábitos de consumo (consumismo) de las gentes en todo el mundo.

El capital no sólo se ha hecho cada vez más independiente del control estatal, sino que le impone condiciones. El hecho de que el capital haya adquirido un carácter cada vez más internacional, permitiéndole ser invertido en cualquier punto del planeta según el mayor beneficio buscado por quien es su poseedor, constituye una verdadera extorsión a los distintos países. Cada gobierno se ve forzado a crear las condiciones estructurales necesarias como requisito para atraer capital para desarrollar su propia economía. A cambio de invertir en un lugar, lo que permite indudablemente propulsar el empleo, el desarrollo económico y, consecuentemente, la paz y el orden social nacionales, los capitalistas exigen del Estado protección de la propiedad privada, disciplina y capacitación laboral, burocracia eficiente, infraestructuras vial, portuaria, comunicacional y energética, y políticas tributarias y arancelarias convenientes y estables. Las teorías conspirativas, tan en boga, parecieran que fueran financiadas por los capitalistas para lanzar cortinas de humo sobre la verdadera causa del problema principal del mundo.

El gobierno de un país emergente hará todo lo imposible por atraer el capital, pues comprende que su inversión genera trabajo. El círculo de oro es el siguiente: el nivel de empleo es directamente proporcional a la estabilidad (un país estable es más atractivo a la inversión de capital) socio-política  una mayor inversión permite más empleo. El país que se sale del círculo queda fuera del sistema y cae en el caos y la anarquía. Si una nación subdesarrollada no realiza el esfuerzo requerido para ingresar a la economía globalizada, simplemente queda al margen del circuito económico y muy limitada para solucionar sus diversos problemas. Lo irónico del caso es que aunque un Estado haga todo lo que el manual editado por el FMI y el BM indique para atraer capital, el capital no invertirá necesariamente allí. Ocurre que ambas agencias financieras no persiguen el interés de los países que contratan créditos, sino que obedecen a los intereses de los gobiernos hegemónicos ligados a los capitalistas metropolitanos.

Esta actitud es un pálido reflejo de las aspiraciones nacionalistas, pregonadas hasta hace apenas un par de décadas atrás, de los países subdesarrollados para implementar una economía nacional moderna bajo la dirección estatal. Ahora, por el provecho aportado por el capital, éstos están dispuestos a que las materias primas se agoten, se contamine su medio ambiente, se destruyan sus características culturales, se atropelle la dignidad de las personas, se controle su estructura económica, se pierdan libertades civiles. Cualquier cosa es válida con tal de asegurar el empleo suficiente que posibilite la paz social y el orden político, mientras el capital obtiene beneficios garantizados.

La alternativa a no mantener esta disposición favorable a la inversión del capital transnacional es quedar fuera de sus rutas y permanecer en el subdesarrollo, con altas tasas de desempleo y bajo ingreso per capita, pues si un país no es obsecuente a tales exigencias, garantizando la recuperación total de la inversión y del beneficio, el capital simplemente invierte en otro lugar que le sea más favorable. El único beneficio real que un país ávido de capital espera actualmente de la inversión es que provea suficiente trabajo para que sus habitantes puedan tener una mejor calidad de vida. La razón es muy simple para que un país haga lo posible por pertenecer al sistema económico mundial: sólo los productos que pertenecen a este sistema son comerciables; el resto de los productos no ingresan a un mercado controlado por dicho sistema. La Organización Mundial del Comercio (OMC) y las legislaciones de los países que pertenecen al sistema hacen imposible el comercio de productos de países que no le pertenecen.

Una disyuntiva que tiene en la actualidad un gobierno, cuyo papel se ha reducido a prácticamente fomentar el empleo, es o bien asegurar todo tipo de derechos y beneficios al trabajo, como proponía una política de corte socialista, o bien procurar aumentar indirectamente el empleo y mejorar sus condiciones a través de fomentar e incentivar las inversiones de capital. La primera posibilidad es propia de una situación donde la inversión del capital acumulado –privado o estatal– no tendría alternativas de inversión fuera del país. Pero esta primera situación es actualmente irreal. En el mundo de economía globalizada garantizar o promover derechos laborales más allá de la mínima equidad conduce el suicidio, pues los capitales emigran adonde se den las mejores oportunidades para explotar el trabajo. En cambio, en la segunda situación el objetivo de gobierno es generar el mayor número de empleo y su mejor calidad a través de incentivar la inversión, estando entonces el acento puesto en la defensa de los derechos y beneficios del capital.

Se podría suponer que la globalización de la economía tendría el beneficio parcial de terminar con la maquinaria militar estatal, la que ha estado tradicionalmente ligada a los intereses económicos de los poseedores de capital, pues si el capital puede ser invertido en cualquier lugar de la Tierra en tanto produzca beneficios a su dueño, siendo por tanto sus dueños eventualmente ciudadanos de cualquier nación, entonces el aparato militar no tendría sentido. Sin embargo, el capital en sí estaría protegido por las fuerzas militares nacionales en razón de la seguridad que debe otorgar un Estado a la inversión y al sistema financiero. En consecuencia, igualmente el Estado debe contar con fuerzas armadas, ahora no solo para proteger el capital contra una amenaza externa, también para proteger la inversión contra la amenaza interna.

Ya los países se están cuidando de no tener conflictos entre ellos, considerando que no tienen nada que ganar de una guerra, y están arreglando los problemas bilaterales que podrían dar motivo a conflictos bélicos. Pero cualquier conflicto interno que se generara produciría una paralización de la inversión y un término del desarrollo y crecimiento económico de dicha nación. Más que las fuerzas militares, el capital estaría promoviendo indirectamente su acción policial para las buenas relaciones intranacionales, sin descuidar las internacionales.

Sin embargo, en virtud del aumento de la miseria que la economía globalizada genera en los países subdesarrollados, y de bolsones de marginados dentro de un país, las reivindicaciones económicas se manifiestan a escala global según las identidades culturales y nacionalismos, y se expresan más bien en la forma de terrorismo internacional. De este modo, la función de las fuerzas armadas de los países que pertenecen al sistema de la economía globalizada es asumir una especie de papel de policía internacional, mientras que las fuerzas armadas de los países en desventaja económica asumirían también la función policíaca, pero para mantener su propio orden interno, el que se ve violentado a causa del mayor desempleo y por el excesivo deterioro de su propio medio ambiente debido a su superexplotación por parte del capital.

Por último, es necesario señalar que la vulnerabilidad de las economías nacionales –y, por consiguiente, de la economía familiar– ha aumentado enormemente, pues están dependientes de lo que pueda ocurrir en cualquier otro lugar del globo. El hecho de que sólo los productos que tienen ventajas comparativas son competitivos posibilita que sólo éstos puedan ser producidos y comercializados en el mercado global por una nación, mientras que la nación deba importar la gran mayoría que conforma el resto de los productos que su población consume habitualmente. En la medida que el comercio internacional crece, una recesión mundial, aunque sea suave, hace disminuir la propia producción, limitando las posibilidades de importar el resto de los productos habituales de consumo.


La empresa


La globalización de la economía trata esencialmente de capitales y mercados. En el caso de los mercados, como es lógico, se ha globalizado también la competencia. De este modo, si un productor logra vender su producto a su vecino, quien está expuesto a toda la gama de productos similares provenientes de todo el mundo, significa que también lo podrá vender en cualquier otro lugar del mundo.

Todo productor puede acceder al mercado global, que es el único que existe realmente en la actualidad. Sin embargo, el reverso de la medalla es que también allí concurren todos los productores del mundo, siendo la subsistencia en un medio tan extraordinariamente competitivo materia de poseer una decisiva ventaja comparativa. Tal como en la economía de una nación, cuyos agentes económicos libres buscan soslayar la libre competencia según la oferta y la demanda para obtener ventajas sobre los demás, es ilusorio suponer que el mercado global sea tan abierto y libre que admita a cualquiera que quiera allí vender. La libre competencia pertenece a los más competitivos, aquellos que tienen manifiestas ventajas comparativas.

El estar vigente en el mercado demuestra que se es competitivo. El obtener mayores utilidades significa que se es muy competitivo. La competitividad la confiere alguna ventaja comparativa. En un mundo globalizado, donde ni las distancias ni los aranceles (que son bajos) tienen una influencia decisiva, una ventaja comparativa, suponiendo similares costos de trabajo, gestión empresarial, tecnología, intereses del capital, etc., es algún factor físico, como un territorio con buenos accesos a los mercados y a las materias primas, una superficie de cultivo con buen suelo, clima y agua, etc., o, lo que tal vez es significativamente más decisivo, alguna innovación tecnológica protegida por derechos de exclusividad para su explotación.

Este nuevo orden económico mundial se caracteriza por algunas condiciones particulares. Así, un producto que es competitivo en algún lugar del mundo lo es para todo el globo, pues ya no está virtualmente aislado por la barrera geográfica ni está protegido por la arancelaria. Un producto competitivo es el fruto de una empresa que por este hecho está vigente en el mercado. Para esta empresa, es indiferente quien sea su dueño, pudiendo ser su propietario el mismo Estado. Su propiedad suele cambiar de manos de la misma manera como las personas que laboran en ella ingresan y salen. Incluso, para permanecer vigente la tecnología que emplea debe ser actualizada continuamente, desplazando a la que va quedando obsoleta. Su emplazamiento geográfico va dependiendo de los países más convenientes en cuanto costo y calificación de mano de obra, políticas tributaria y arancelaria, etc. Así, pues, pareciera que lo único estable de una empresa es la marca, la que en función de su permanencia en el mercado se debe hacer el esfuerzo para garantizar la calidad del producto que ofrece, y la empresa se cuidará mucho para mantener la marca muy prestigiada, ofreciendo en consecuencia productos de la calidad que espera el consumidor.

El efecto de la competencia globalizada ha traído tanto beneficios como problemas a la empresa. Es claro que el provecho más importante para ella es la posibilidad de acceder a enormes mercados, los que se han abierto gracias a la economía globalizada. Sin embargo, el negro reverso de la moneda es que la empresa debe competir con múltiples empresas, las que son también tan ágiles, desarrolladas y eficientes como se puede ser. En una economía globalizada, es demasiado fácil para una empresa perder competitividad y estar obligada a cerrar sus puertas.

Para atraer el capital necesario que le permita, no tanto sólo subsistir, como crecer y desarrollarse, la empresa debe probar que hace buen negocio y obtiene buenas utilidades. Un buen negocio significa, no sólo realizar una buena gestión, lo que se da por descontado, sino tener ventajas comparativas. Una empresa que no crece ni se actualiza es eliminada por la competencia. Recíprocamente, la tendencia de toda empresa es eliminar la competencia no sólo para mejorar sus utilidades, sino que sólo para poder subsistir. En cualquier ecosistema cada nicho biológico termina por ser ocupado por una sola especie, la que por la competencia llega a desbancar a las especies menos dotadas. Lo mismo ocurre entre las empresas cuando la subsistencia depende de la competencia. La forma de eliminar la competencia es creciendo tanto como para ocupar por sí sola el nicho particular.

Para mantener la competitividad, se requiere un esfuerzo permanente de desarrollo tecnológico, lo que obliga a una permanente reinversión de una importante proporción de las utilidades. Para mantenerse competitiva toda empresa exitosa necesita gastar, invirtiendo en la última tecnología y principalmente desarrollando nueva tecnología. Como contrapartida, la empresa exitosa es la que tiende a ofrecer menos empleo, mientras produce más bienes más económicos para el consumo masivo.

La competencia entre las empresas por mantenerse vigentes y dominar el mercado termina no tanto en la destrucción de las empresas menos competitivas, sino en la absorción de estas empresas por las empresas más dominantes o simplemente uniones para formar entes corporativos cada vez mayores y controlar nichos de mercados afines. No sólo se consigue desbancar la competencia y controlar el mercado, también se logra disminuir los gastos. Las empresas se consolidan en grandes corporaciones y éstas se hacen transnacionales. Toda empresa busca ser monopólica en su propio nicho económico. La competencia tiende al monopolio, con lo que el libre mercado se va limitando para llegar a constituir un ideal imposible de concretar de la historia de la economía liberal. La búsqueda natural de toda empresa a ser monopólica, eliminando la competencia, termina en gigantescos consorcios que dominan mercados y precios.

La tendencia de una empresa nacional exitosa es hacerse transnacional cuando a causa de sus propias ventajas ella encuentra buenas oportunidades fuera de las fronteras. Además, su línea de producción aprovecha las ventajas comparativas geográficas. Instala sus faenas extractivas donde existan mayores y más económicos recursos naturales, sus procesadoras y maquiladoras donde el trabajo esté bien organizado y sea barato, sus talleres de diseño y desarrollo tecnológico donde exista la mejor capacidad de ingeniería, sus distribuidoras donde el mercado sea grande. Se podría suponer que las condiciones estructurales de las distintas naciones tenderían a homogeneizarse y a adoptar los estándares que posibilitan la operación de dichas empresas. Pero estas empresas sólo llegan a ampliar la brecha entre naciones ricas y pobres al intensificar el modo de explotación de recursos naturales y mano de obra barata de los países subdesarrollados.

Si el camino más expedito que tiene una empresa para mantenerse competitiva o ganar aún más en competividad es invirtiendo en tecnología de punta, ya sea conocida o innovativa, el resultado neto es el remplazo del trabajo por la nueva inversión, pues éste puede ser muy incidente en el costo final. En consecuencia, uno de los problemas que enfrenta la globalización de la economía es que, frente a su creciente capacidad de producción, el poder consumidor va disminuyendo al aumentar el desempleo y disminuir la remuneración neta.


Los privilegios de una nación


Sucede que los países del mundo están divididos entre países ricos industrializados y países pobres abastecedores de materias primas. Tal vez una economía globalizada podría funcionar con cierta equidad si hubiera una cierta igualdad entre los países. Por el contrario, como en el juego del “monopolio”, tal vez ocurra que algún país termine acaparando el capital de todos, pero tal situación no puede pasar, pues el capital es privado y apátrida. Difícilmente se hubiera desarrollado un tipo de economía como el mencionado juego, a pesar del pensamiento económico de la segunda mitad del siglo XIX, forjado por el colonialismo de las potencias europeas. Probablemente, este pensamiento fue el que estuvo detrás de la política internacional de EE. UU del siglo XX. De este modo, lo más probable es que la globalización de la economía haya sido el fruto del poder y del deseo de dominio de una sola nación, los Estados Unidos de Norteamérica, y más precisamente de su oligarquía capitalista. Como consecuencia de ello, la economía globalizada converge toda hacia un centro geográfico: EE. UU. En esta convergencia existen países muy cercanos a dicho centro, confundiéndose en una amalgama de intereses. Éstos son los más desarrollados, mientras existen otros países tan lejanos en desarrollo que parecen estar totalmente marginados, viviendo virtualmente en la edad de piedra, y que son los más pobres del mundo. En la actualidad, la única referencia de la globalización es el monopolio señalado. Veremos, entonces, qué hace que EE.UU. sea tan privilegiado como para ocupar el centro de la globalización de la economía.

El relato de los privilegios de una nación hubiera podido empezar en una fecha muy anterior, como cuando nació el capitalismo estadounidense entre los siglos XVII y XIX, época en que los navíos de su marina mercante partían de Nueva Inglaterra con un cargamento de ron para trocar por esclavos en la costa occidental africana, y con ese nuevo cargamento se dirigían a las Antillas para intercambiar estos esclavos por melaza; terminaban el periplo triangular nuevamente en Nueva Inglaterra, donde las numerosas destilerías transformaban la melaza importada en una nueva partida de ron. Pero una fecha más significativa es 1944, cuando se realizó la famosa conferencia de Bretton Woods. Allí, los Aliados que combatían a nazis y japoneses durante la Segunda Guerra Mundial establecieron el modelo económico que funcionaría después de la guerra. Además de fundar el BM y el FMI bajo el alero estadounidense, se decidió que tanto el dólar norteamericano como la libra esterlina servirían de moneda internacional, siempre que tuvieran respaldo oro. Sólo EE.UU. pudo cumplir con tal requisito, pues había salido enriquecido de la guerra, mientras el Reino Unido se había empobrecido. Desde entonces, el dólar ha servido de divisa y de moneda de reserva en todos los países.

Mientras el dólar tuviera respaldo de oro, cumplía con los principios económicos establecidos en la mencionada conferencia. Sin embargo, el fortalecimiento de las economías europeas y de Japón comenzaron a presionar tanto sobre el oro de Fort Knox que éste comenzó a disminuir desde 19 millardos a 13 millardos, y en 1962, el gobierno del presidente Kennedy se vio obligado a decretar que ya no se lo podía vender más oro so pena de quedar con las arcas vacías. Una decena de años después, en 1971, el gobierno del presidente Nixon, al tiempo que el comercio mundial seguía creciendo, suspendió unilateralmente su convertibilidad en oro, transformándose desde ese momento en un papel rectangular de color verde que nominalmente fue aceptado en las transacciones comerciales gracias únicamente a la confianza que otorgaba la fortaleza de la economía estadounidense. Lo que había sido una práctica tácita fue oficializada. De ahí en adelante las naciones deberían confiar en la estabilidad económica de los EE. UU., a pesar de que esta nación no había hecho esfuerzo alguno por elevar sus reservas de oro para respaldar el circulante existente.

La realidad es que mientras todos los países del mundo mantienen el dólar en sus reservas para respaldar sus propias monedas y lo utilizan en sus transacciones comerciales internacionales, en la suposición de que su valor será respetado por EE. UU., en el fondo éste es sólo papel. Pero ocurre que por cada dólar papel circulando en el mundo y que ha salido de las fronteras de los EE. UU., este país hace usufructo con un bien muy real por ese mismo valor nominal que necesariamente ha debido ingresar a cambio. En la actualidad un billete de cien dólares puede adquirir 1 barril de petróleo, 100 kg de frutas de primera ó 40 lbs de cobre fino, a cambio del par de centavos que costó su impresión. Con este expediente el resto del mundo financia no solo el envidiable sistema de vida norteamericano, sino que su agresiva política exterior. Ciertamente, esta desigual relación monetaria resulta ser más favorable para este país que cualquier crédito de ayuda externa que llegara a conceder, pues no paga intereses, ni desvalorización de la moneda por su propia devaluación, ni tampoco la usual pérdida física por desgaste o destrucción del papel. Además, con el creciente crecimiento de la economía mundial, los EE.UU. colocan cada vez más papel dólar en el mercado internacional, al tiempo que se beneficia de los bienes que importa por el valor nominal de esos billetes.

A pesar del gigantesco gasto en armamentos, guerras y programas espaciales, la acumulación de capital en EE.UU. se incrementa. En realidad, el gobierno norteamericano, que no tiene nada de liberal, en cuanto a que no deja a cada empresa librada a su propia suerte, financia el desarrollo de sus programas espaciales y de armamentos no sólo para mantener el poder y el prestigio, sino que para desarrollar alta tecnología. Este dinero financia el desarrollo tecnológico de sus empresas privadas nacionales para producir avanzados aparatos, ingenios y armamentos que demandan sofisticados y novedosos materiales, químicos, procesos y complejos sistemas de comunicación, computación e informática.

Las empresas estadounidenses no sólo no gastan su propio capital en este tipo de desarrollo, el que es pagado directamente por el Tesoro de la nación, sino que a través de las innovaciones tecnológicas que van surgiendo, se benefician al mantenerse extraordinariamente competitivas y vigentes en el mercado globalizado, mientras desbancan las empresas de otras naciones. Cada innovación tecnológica no sólo es debidamente registrada y patentada por la empresa adjudicataria, sino que es celosamente ocultada fuera de miradas curiosas. Más que cualquier otro factor, el know-how exclusivo es lo que permite a una empresa ser competitiva. Cuando el desarrollo de estas tecnologías llega a permitir la producción de bienes a precios que pueden ser adquiridos por civiles, las empresas que poseen dichas tecnologías se erigen en punteros monopólicos en los nichos de mercado correspondientes. Además, el establecimiento de inteligencia desarrollado durante la Guerra fría, en especial la NSA, monitorea mediante sus numerosos satélites espías y sus aparatos detectores la información empresarial que se genera en el mundo para favorecer a las empresas estadounidenses.

En el libre mercado, ahora globalizado, no sólo se transan bienes y servicios, sino que también capital y trabajo. Sin embargo, la relación capital-trabajo es absolutamente desigual: mientras siempre existe demanda por capital, siempre existe oferta por trabajo. Así, la proporción que se adjudica el capital siempre será muy superior a la que queda para remunerar el trabajo, dando como resultado un ingreso injustificadamente superior al que coloca el capital frente al que coloca el trabajo en cualquier emprendimiento productivo. Además, el capital invertido en tecnología se emplea justamente para eliminar trabajo, con lo que la creciente tasa de cesantía ayuda a mantener los sueldos aún más bajos. También el capital estadounidense se vale de este mecanismo para seguir acumulándose y acrecentar su poder, pero a escala global.

El capital estadounidense, cada vez más extraordinariamente poderoso, determina desde su centro más conspicuo de Wall Street tanto el destino de naciones como la política de Estado. Esta política estuvo tras la Guerra Fría con el objeto de extender la influencia del capitalismo estadounidense por todo el mundo. Su meta fue globalizar el modelo neoliberal por todos los medios, especialmente el militar y la encubierta para intervenir en la libre determinación de otras naciones. Sólo ciertas políticas de algunos gobiernos demócratas estadounidenses han mostrado algo de humanidad.

La globalización de la economía no es otra cosa que la posibilidad de invertir en cualquier parte del mundo con plenas garantías de que tanto la inversión como sus beneficios podrán ser recuperados íntegramente. El mundo globalizado no es otra cosa que un puñado que países muy ricos que hacen estupendos negocios frente a una creciente depauperada mayoría de países pobres, muchos de las cuales van perdiendo cualquier oportunidad de supervivencia al hacerse cada vez menos competitivos. Irónicamente, la falta de trabajo impulsa a millones de latinoamericanos y asiáticos a emigrar a los EE.UU. y Europa, transformado la composición cultural y étnica de aquellas regiones, al tiempo que sufren un aumento demográfico importante junto con las tensiones sociales consecuentes.

La fortaleza, la solidez y la estabilidad de la economía de EE. UU. atraen como un poderoso imán una importante proporción de los ahorros duramente obtenidos de todas las naciones, incluidas las más pobres, para ser invertida en este coloso y aumentar consecuentemente su dominio global. Instituciones, como las administradoras de fondos mutuos, se encargan automáticamente de este movimiento de capitales. El desplazamiento de los capitales hacia esta nación privilegiada contribuye a mantener a estas menos favorecidas naciones en el subdesarrollo, reforzando la distancia entre los países ricos y los pobres.

Tres amenazas pueden no obstante terminar con este privilegio. 1. El enorme endeudamiento, que crece aceleradamente a causa del despilfarro de sus ciudadanos y las onerosas guerras, que puede terminar con la confianza del mundo en la economía de EE.UU. 2. La competencia que esta economía sufre en manos de naciones de economía planificada y masas laborales muy disciplinadas y productivas. 3. Y ciertamente del agotamiento de recursos naturales vitales para un crecimiento sostenido que permita el mantenimiento del modelo económico, como la energía barata y el agua dulce.



CAPÍTULO 7 – LA ECONOMIA SUSTENTABLE



La economía de crecimiento, capitalista o no, se nutre de la naturaleza del planeta, necesitando incesantemente nuevos recursos naturales que explotar. Mientras éstos existan, la acumulación de capital del sistema capitalista y su cultura basada en el exitismo y el consumismo seguirán impulsando la expansión económica. Sin embargo, la misma prosperidad del capitalismo será previsiblemente su perdición, pues la naturaleza, que provee los recursos para su expansión, es finita y está actualmente mostrando signos de agotamiento, y de proseguir esta tendencia, se produciría una crisis de insospechadas consecuencias. El desarrollo sustentable, que es incompatible con el capitalismo, aparece como una salida a este ominoso futuro.


Los límites del crecimiento


Los pensadores de la Ilustración, desde fines del siglo XVII hasta la Revolución francesa, habían querido iluminar con la luz de la razón la cultura, que estaba aún sumida en la oscuridad medieval, para combatir la ignorancia, la superstición y la tiranía, y construir un mundo mejor. Poco después, se creyó que la Revolución industrial permitiría el sueño del mundo feliz anunciado por la Ilustración para poner fin a las carencias materiales y la esclavitud del trabajo y transformar la triste heredad humana. Surgió la idea de progreso. En efecto, la máquina motriz que emergió, al tiempo de reemplazar el esfuerzo humano, fue capaz de producir masivamente, cada vez más, todo tipo de artículos para la satisfacción de nuestras necesidades y de vehículos para transportar mercaderías y personas donde se quisiera. La energía de los abundantes y baratos combustibles fósiles fue el propulsor de esta transformación. El bombeo de agua dulce permitió extraer los minerales del suelo, mover la industria y revolucionar la agricultura. Para expandir la superficie cultivable, se talaron los bosques. Se explotaron los recursos de los océanos.

Junto con estas maravillas tecnológicas emergió el pensamiento económico sobre cómo producir riquezas y distribuirlas. Desde hace dos siglos y medio la economía moderna se ha ido constituyendo más en una tecnología que en una ciencia, y su propósito expreso ha sido la creación de riqueza material para todos. Se elaboraron e impusieron totalitarias ingenierías sociales. Desde entonces, en pos de sus intereses y cosmovisiones particulares todos los modelos económicos --mercantilistas, imperialistas, socialistas, cooperativistas, comunistas, capitalistas-- han pugnado por imponer sus propios modelos de crecimiento y desarrollo económico con mayor o menor éxito, pero también con indecible sufrimiento humano.

Desde el punto de vista económico, el ser humano se distingue de las otras especies biológicas, no sólo porque trasciende la barrera de los nichos biológicos. Sus necesidades son ilimitadas y siempre vivirá disconforme e insatisfecho con lo que tiene, por mucho que sus necesidades “básicas” estén colmadas. En su ansia por la supervivencia el ser humano no tiene límites para rodearse de cosas que puedan otorgarle seguridad y prestigio, términos sociológicos para designar lo que antiguamente se entendía por la fortuna y la gloria. En un desesperado afán por la estima y la aceptación que oculten su realidad mortal, necesita alcanzar un reconocimiento social. La publicidad le promete todo lo necesario para dicho reconocimiento, y de aquella se vale el productor para vender más.

Esta insatisfacción existencial de búsqueda de identidad nació probablemente, junto con la posesión de cosas y orfandad tribal, a partir de la revolución agrícola. La estructura social se dividió en clases según la división del trabajo. En la actualidad, esta insatisfacción ha sido reforzada con el advenimiento de las modernas sociedades despersonalizadas y de gran movilidad social dentro de una homogénea cultura de clase media. Junto con la posibilidad de poseer cosas, la identidad debe ser conquistada por cada individuo de modo permanente.

Si antes la gloria por actos heroicos era una forma de reconocimiento, actualmente, y no de modo casual, se ha generalizado el afán por la realización personal que fuerza al individuo a obtener éxito en poseer “cosas” y muchas veces entendiendo por realización personal la capacidad para consumir bienes y servicios socialmente aceptables. Probablemente, en culturas tribales el rico tejido de relaciones sociales, donde cada individuo era estimado y querido con cariño, lo mantenía lejano de las actuales ansias de reconocimiento. Se comprende entonces que la tecnología presione sobre los recursos naturales hasta el extremo mismo de sus posibilidades.

El crecimiento económico está trayendo efectos colaterales de consecuencias críticas para el futuro no sólo de la humanidad, sino de toda la biosfera terrestre. La necesidad de subsistencia de las distintas naciones en nuestra estrecha Tierra fuerza la creación de economías altamente competitivas que tienen como efecto necesario la destrucción del medio ambiente. Además, esta competencia no sólo es inmisericorde, sino que relega a la mayoría marginada a la miseria. Este crecimiento está afectando gravemente los equilibrios de los sistemas ecológicos, los que han resultado ser frágiles para los embates de la economía de crecimiento, acelerados por la explosión tecnológica y la acumulación de capital. El enorme consumo de recursos naturales no renovables y de recursos renovables a tasas mayores que su capacidad de renovación está generando su acelerado agotamiento. Los distintos ecosistemas son incapaces de absorber y neutralizar los desechos producidos, deteriorando vastas extensiones del planeta y degradando la totalidad del medio ambiente.

Es impensable que la actual población mundial consiga superar su actual estado de miseria y subdesarrollo a causa de que simplemente no existen los recursos naturales suficientes. Nos estamos ahogando en contaminación, mientras que lo que va quedando son espantosas cicatrices de basura y páramos estériles, creciente agotamiento de los recursos naturales y la marginación en la abyecta miseria de poblaciones cada vez más numerosas. Los objetivos políticos han venido verificando un desplazamiento. Atrás quedaron las utopías milenaristas por irrealizables. El espacio dejado por ellas está siendo ocupado por políticas netamente pragmáticas y cortoplacistas de supervivencia nacional e incluso local. Mientras tanto, asistimos a un diálogo de sordos entre ecologistas fundamentalistas del tipo conservacionista, aterrados por las probables consecuencias del crecimiento, y economistas neoliberales que siguen creyendo en la capacidad del capitalismo para solucionar los problemas de la humanidad, mientras son ciegos a las ominosas señales de la naturaleza.

Nuestra Tierra, la Gea de los griegos, es, después de todo, demasiado pequeña para el voraz poder de expoliación de la economía de crecimiento. Cada vez más, ella nos resulta más delicada y pobre para la insaciable voracidad y la ilimitada codicia del gran capital y de las sociedades consumistas que éste promueve, o de las colosales guerras de destrucción y muerte de las economías de crecimiento en pugna. La curva de crecimiento se cruza con la curva de recursos. Lo que queda entre ambas es marginación. El crecimiento económico genera miseria cuando sobrepasa los límites que impone la naturaleza.

Contraviniendo los poderosos intereses de las compañías petroleras, desde hacía algún tiempo algunos estudiosos estaban advirtiendo que en alguna fecha próxima el consumo de energía iba a llegar al punto de la curva de producción de energía cuando el petróleo que había sido consumido históricamente fuera mayor que las reservas conocidas. Esta fecha llegó probablemente en septiembre de 2008 en la forma de precios que superaron los US$ 140 el barril de crudo. Pero este precio era insostenible, pues encareció los alimentos, el transporte y los productos, provocando en primer lugar la crisis financiera que sigue repercutiendo en los mercados financieros. Los ingresos de los consumidores se volvieron insuficientes para pagar a la vez por productos más caros y por las hipotecas de sus bienes ahora devaluados. El desarrollo y el crecimiento económicos se detuvieron y la economía de la mayoría de los países entró en recesión.

Es probable que esta crisis económica no corresponda a otro ciclo recesivo más de la economía. El desarrollo y el crecimiento económico tienen ahora una estrecha camisa de fuerza. De este modo, en la medida que la economía logra alguna recuperación, sube proporcionalmente el precio del petróleo, anulando este logro, y la economía retorna a su estado deprimido. Es ilusorio creer que en algún tiempo más la economía recobrará su vigor y volverá a los índices de actividad que existían antes de la crisis financiera. El nuevo equilibrio --entre la tendencia del capital a crecer y la escasez de energía que frena el crecimiento logrado-- imposibilita la efectividad del mecanismo creado para el sostenido desarrollo y crecimiento económico nacional, que es el capitalismo, o cualquier otro modelo de desarrollo y crecimiento económico alternativo. Por tanto, su vigencia es tan precaria como los privilegios concedidos a sus gestores por la sociedad. La permanencia del capitalismo está en riesgo.

En 2009, para la ONU destacados científicos identificaron diez fronteras planetarias seguras que el impacto humano no debiera traspasar so pena de la autodestrucción. Estas son: la contaminación por aerosol, la pérdida de biodiversidad, la contaminación química, el cambio climático, el uso del agua dulce, los cambios de uso de suelo, el ciclo del nitrógeno, el ciclo del fósforo, la acidez de los océanos, y el agujero de ozono. Para subrayar esto un científico calculó que si el crecimiento de la economía fuera globalmente de un 5% anual en forma sostenida, por el solo hecho del consumo de energía, independientemente de su origen si renovable o no, la temperatura de la atmósfera terrestre aumentaría a 400º C en los próximos 150 años.

Si acaso hasta hace poco el fantasma del holocausto nuclear se cernía con patético realismo sobre la Tierra, ahora lo está siendo el del hambre y la miseria para una vasta mayoría de la población. Pareciera que el tercer jinete del Apocalipsis está cabalgando con mayor prestancia que el segundo. Pareciera que la tesis maltusiana está de alguna manera relacionada con el cuento de Pedrito y el lobo. Probablemente, Malthus estuvo equivocado cuando diagnosticó que mientras la población crece en progresión geométrica, los alimentos lo hacen únicamente en progresión aritmética. Pero no se equivocó en cuanto al pronóstico acerca de que los alimentos no alcanzarán para todas las bocas que también hablan y ríen. Tal vez no es un problema ni matemático ni geométrico, sino que de capacidad natural.


El capitalismo y la ecología


Tras la Guerra fría, entre capitalismo y comunismo el vencedor absoluto resultó ser el primero. El premio de la victoria fue poder extenderse por todo el mundo. El mentor del capitalismo había sido Adam Smith, quien, en 1776, publicó La riqueza de las naciones. Basado en la propiedad privada de los medios de producción y del capital, en el libre mercado tanto de mercancías como del trabajo, en el lucro personal y en la empresa privada, el capitalismo demostró su eficacia para generar riquezas, o al menos para convencernos a todos -desde su propia posición de enorme poder- que es el modelo más eficaz y libertario para darnos la oportunidad de usufructuar de los bienes materiales, aunque fuera por chorreo. Los beneficios fueron tan evidentes -o tan aparentes- que la sociedad concedió a la clase propietaria una cantidad de privilegios, tales como ejercer enorme influencia en la vida política, adjudicarse una sabrosa tajada de la torta, administrar la economía nacional según sus propios intereses, actuar a veces como verdaderos déspotas en sus propias empresas. El precio que la sociedad  debió también pagar fue supervalorar la codicia y el individualismo por sobre la solidaridad y la equidad.

La crítica contra la economía capitalista y globalizada, que desde hace un tiempo se ha estado perfilando con cada vez mayor fuerza, viene de un cuartel menos tradicional que el humanismo. La ética humanista en materias económicas está basada en la solidaridad, la que se opone a la explotación del trabajo, y la no aceptación ciega del determinismo de las leyes del mercado que justifica el homo oeconomicus por su actitud netamente centrípeta y egoísta. Actualmente, la crítica más severa contra el capitalismo está partiendo de los ecologistas ante la evidencia puramente práctica acerca de los límites mismos del crecimiento: la destrucción de la naturaleza.

El éxito de la economía capitalista depende de que existan suficientes riquezas naturales que aporten a la inversión de capital un beneficio mayor que el costo requerido en su explotación. La crítica ecologista apunta a que en su desarrollo el capitalismo está supeditado a la codicia humana sobre los recursos naturales. Globalizado como está en la actualidad, el capitalismo los está destruyendo irreversible y aceleradamente mientras el planeta está desnudando su dramática finitud. La acumulación de capital que la actividad económica genera aumenta en forma exponencial, de la misma manera como aumenta la explotación de los recursos naturales y la contaminación de la naturaleza hasta el extremo mismo de sus posibilidades.

Esta crítica sostiene que el capitalismo se fundamenta en la utopía del tecnologicismo, que asegura la provisión de bienes y servicios sin límite de esfuerzo ni de explotación de recursos alguno para satisfacer todas las necesidades de la humanidad. Pero principalmente la crítica al capitalismo sostiene que es un sistema económico que necesita en forma creciente explotar la naturaleza para su propia preservación. El capital necesita ser invertido en alguna actividad económica con el objeto de obtener una ganancia, y este beneficio o interés, que no es consumido, pasa a incrementar el volumen neto de capital, de modo que éste es un factor de la producción que se acumula exponencialmente.

En el curso del tiempo el capitalismo ha logrado generar un crecientemente gigantesco volumen de capital. Sin embargo, la inversión de capital significa siempre la explotación de recursos naturales; toda actividad económica se apoya en última instancia en la explotación de recursos naturales y en el consumo de energía. Así, en el tiempo el capitalismo degrada la naturaleza en forma también exponencial. El duro hecho de que la existencia de la posibilidad de desarrollo del capitalismo depende de que se produzca más y de que se consuma lo que se produce, incide fuertemente en los recursos físicos de la naturaleza. En fin, los ecologistas critican también la globalización del capitalismo por ser el intento para acceder a la explotación de todas las riquezas naturales de la Tierra, sin reserva alguna.

En la economía capitalista la relación existente entre capital y naturaleza es desequilibrada. Las valoraciones culturales que ponen el énfasis en el individualismo, el exitismo, la competencia, el crecimiento y desarrollo económico, la expansión de mercados y el consumismo, previsiblemente están conduciendo a la humanidad hacia un descalabro ecológico en un futuro relativamente cercano. Tras estas valoraciones se encuentra el poder del gran capital, que persigue el máximo beneficio en la explotación de los recursos, pero no necesariamente la eficiencia, tampoco la racionalidad, y menos aún la equidad y la solidaridad. Son los mismos capitalistas, que por no estar dispuestos de alguna manera a perder el poder económico que disponen, que mantienen este sistema funcionando a como dé lugar y se oponen tenazmente a cualquier reforma al sistema que los pudiera perjudicar en lo más mínimo. Los capitalistas han participado en el juego político y militar y siempre han triunfado para mantenerse en el poder gracias a sus enormes recursos y su propia codicia. Ahora este mismo éxito podría ser su perdición y la de todos.

La crítica de la ecología apunta a que el capitalismo es ciego en su desarrollo y termina preguntándose, ¿qué ocurriría a la humanidad si apareciera un límite severo a la mayor explotación, como por ejemplo, el agotamiento de ciertos recursos naturales vitales, como el agua dulce o el petróleo, o la contaminación atmosférica? Los efectos de estas acciones son que sin nuevos recursos que explotar en un futuro mediato, la economía capitalista colapsará, arrastrando consigo la civilización que creó. La subsistencia de la economía capitalista, basada en la competencia, y ésta en incrementar la competitividad y la productividad, depende, para alimentarla, de que existan suficientes riquezas naturales que aporten un beneficio mayor que el costo requerido en su obtención. Si el capitalismo no puede crecer al no obtener beneficios positivos por la inversión efectuada, entonces debería colapsar. Aunque para absorber los mayores costos la menor oferta encareciera los precios, no se mantendría una demanda para estos precios más elevados. Más aún, el capital acumulado disminuiría hasta llegar a generar inmensas pérdidas. Son inimaginables las profundas y espantosas consecuencias de una crisis semejante. Es posible que seamos testigos del fin del capitalismo. Cabe esperar que no sea Haití, Bangla Desh o Somalia los posibles modelos del Brave New World que podrían materializarse.


Desarrollo sustentable


La cultura es a la sociedad lo que el conocimiento y el sentimiento es al ser humano. Aquella no sólo constituye el modo creativo de adaptación del grupo social a un medio en permanente cambio, también contiene normas éticas y valoraciones sobre las cosas, las que han emergido en el duro y constante embate por la subsistencia de la estructura socio-política y la supervivencia de los individuos que la componen. La dificultad y el éxito que una norma ética o un valor cultural tiene para estructurarse en la cultura son directamente proporcionales a su estabilidad. El exitismo y el consumismo, como metas individuales, y el crecimiento y la expansión económica, como metas sociopolíticas, son manifestaciones muy enraizadas en nuestra cultura contemporánea. Ellos no sólo se expresan plenamente en una economía de mercado y aperturista, sino que son la expresión más acabada de este tipo de economía.

Del mismo modo como la cultura occidental produjo, en el pasado, monjes, filósofos, conquistadores, misioneros, exploradores, colonizadores, imperialistas, la cultura contemporánea ahora engendra capitalistas, trabajadores y consumidores. Los países con una vigorosa economía de mercado así lo han demostrado, pues se han vuelto más poderosos. Ello constituye un atractivo modelo para copiar en las economías de países pobres, las que si no se “modernizan”, sucumben.

Sin embargo, los ecólogos están desde hace unas tres o más décadas (por ejemplo, el Club de Roma, 1968) advirtiendo y alertando sobre los peligros que entraña para la biosfera y para la humanidad misma la actual tendencia cultural promovida por la idea de progreso de un crecimiento económico ilimitado y hasta exponencial. Consideremos, primero, que el caudal del conocimiento tecnológico ha venido experimentando un enorme crecimiento acumulativo desde un comienzo que coincide con el principio de la edad neolítica, hace unos cien mil años atrás, hasta hace casi un siglo atrás. Como contraste se puede observar en las últimas décadas un desarrollo tecnológico explosivo acaecido en términos del progreso material y dominio sobre las cosas. Segundo, que íntimamente relacionado con el desarrollo tecnológico, el capital ha experimentado una acumulación también exponencial; y tercero, que las riquezas naturales están sufriendo, por el contrario, un agotamiento en la misma medida que los otros factores crecen exponencialmente.

Mientras se creyó en el progreso económico indefinido, sin pensar que los recursos naturales son limitados, surgieron muchas ideologías políticas y económicas (nacionalismos, liberalismos, socialismos, comunismos, etc.) que profetizaban el término de la miseria. En la actualidad podemos observar que la curva de crecimiento del desarrollo se cruza con la curva de la disminución de recursos. Lo que queda entre ambas es justamente marginación. El desarrollo económico genera miseria cuando sobrepasa los límites que impone la naturaleza.

El problema es que un desarrollo sustentable que impone limitaciones radicales al desarrollo es incompatible con un capitalismo que es competitivo y que persigue el máximo beneficio si acaso no existe por parte de todos los gobiernos una voluntad para condicionar la inversión según los requerimientos del ambiente. Ciertamente, estas limitaciones gravitarían negativamente sobre la tasa de interés y el beneficio buscado por la inversión. No obstante, es el pago mínimo que debe hacer el capital para no destruir por completo la naturaleza y no terminar por destruirse a sí mismo. Dado el hecho que existe una carencia jurídica que sea imperativa para todos los estados, está en manos de éstos, que gobiernan dentro de sus respectivos territorios, concertar una acción común. Este condicionamiento haría posible la inversión de capital en tecnologías alternativas: aquélla que posibilita precisamente un desarrollo sustentable. Si el capital privado no encuentra de interés este desafío, el Estado deberá asumir esta tarea de una economía de desarrollo sustentable.

Adicionalmente, la presente encrucijada requiere un radical cambio de actitud frente a la naturaleza y al ser humano. Nuevas normas éticas y valoraciones deberán ser estructuradas en nuestra cultura, probablemente a la fuerza y después de que ocurran severos conflictos, desajustes y destrucción. La ecología impone un límite a nuestro salvaje crecimiento y consumo basado en una economía capitalista que es por esencia puramente desarrollista y de la que el poder económico basado en el capital y en la tecnología a su servicio es su unidad discreta más conspicua y funcional. Otras subestructuras funcionales deberán ser integradas a la estructura económica para que nuestras necesidades de energía y riquezas naturales puedan ser compatibles con la existencia de la biosfera y de nosotros mismos.

Si la anarquía total no se apodera del mundo o de partes importantes de éste (cuando se compruebe que los recursos explotables se acaban), el tipo de economía que debiera entrar en vigencia es, como un nuevo paradigma de la economía, la del desarrollo sustentable. Una economía de este tipo, que se adapta a la explotación de recursos renovables de la naturaleza, obtendría escaso o nulo crecimiento, no pudiendo generar la riqueza que el capitalismo nos tenía acostumbrado. El capitalismo, que necesita siempre crecer, es incompatible con una economía de este tipo. Sería un freno que lo ahogaría. El desarrollo sustentable sería propio de la era postindustrial, ya que al adaptarse a la explotación de recursos renovables de la naturaleza, obtendría escaso o nulo crecimiento, no pudiendo generar la riqueza que el capitalismo de la era industrial demanda.

Los efectos de esta nueva economía de no crecimiento podrían ser muchos. Es de suponer que difícilmente podría ser tolerado el incontrolado crecimiento demográfico, las destructivas guerras, el masivo derroche. Las nuevas y restringidas condiciones de producción tendrían que priorizar la satisfacción de las innumerables necesidades humanas. Un nuevo orden económico compatible con las libertades y derechos humanos debería emerger. La esperanza deberá ser puesta en la capacidad que tienen los seres humanos para adaptarse a estas nuevas condiciones y crear nuevos instrumentos y modelos económicos.

Probablemente, un progreso económico compatible con la existencia de recursos consista en un desarrollo sustentable. Para que funcione el desarrollo sustentable debe reunir dos condiciones: primero, utilizar recursos renovables dentro del límite de su capacidad de regeneración, y segundo, desechar contaminantes dentro del límite de la capacidad de absorción del sistema ecológico. Indudablemente, el desarrollo sustentable implica un severo control a escala mundial del capital en cuanto a los límites de la inversión; la inversión de capital no podría regirse únicamente por el beneficio particular, sino que por el interés general, y debería ser compatibilizada con su impacto ambiental. Al parecer, el desarrollo sustentable no haría sustentable la actual población mundial; el fin de la era industrial y el capitalismo traerían probablemente indecibles penurias y mortandad.

En la nueva era que se avecinaría mayor valor tendría para los seres humanos la preservación del medioambiente que el consumismo si se garantiza no solo la supervivencia, sino también los derechos humanos. La presente encrucijada requiere un radical cambio de actitud frente a la naturaleza y el ser humano. Nuevos valores y normas jurídicas y éticas deberán ser estructurados en la futura cultura. La personas deberán volverse probablemente más responsables, solidarias y austeras. El exitismo, el consumismo, la competencia, el individualismo, el lucro individual, que el capitalismo nos había hecho apreciar, ya no serían valores aceptables. Del mismo modo como la era preindustrial produjo en el pasado labriegos, pastores, artesanos y comerciantes y la actual era industrial engendra capitalistas, gestores, trabajadores, profesionales y consumidores, en la era postindustrial aparecerán otras actividades para los inquietos seres humanos.


Santiago de Chile